Bueno lo primero pedir disculpas a los muchos o pocos seguidores del blog por tenerlo casi del todo abandonado, cuanto menos, muchísimo: me he estado dedicando más a "mimar" mi nueva página de Facebook de nombre homónimo donde he estado subiendo los relatos y artículos desde la última fecha de publicación en esta web.
La otra excusa tiene mayor peso y es que la editorial canaria "Cam-PDS" ha considerado oportuno publicar el que será mi primer libro "Maldita felicidad" el cual verá la luz en librerías el 2 de Diciembre.
Pero antes se podrá conseguir a través del enlace http://www.verkami.com/projects/6967-maldita-felicidad-un-libro-nestor-j-jaime, ya que, los editores han decidido hacer una campaña de "crowfunding" para tratar de cubrir los gastos -ya invertidos- en la publicación de mi libro.
Todos salimos ganando, pues si se compra "Maldita felicidad" a través de http://www.verkami.com/projects/6967-maldita-felicidad-un-libro-nestor-j-jaime costará 10 euros en lugar de los 15 que valdrá en librerías, además de que el ejemplar solicitado se enviará a domicilio.
Me siento orgulloso, pero más aún profundamente agradecido a "Cam-PDS", mi familia y, especialmente, a mi pareja Tahi: sin ti quizás también lo habría conseguido, pero de seguro que no tendría tanto sabor.
Gracias de nuevo gente: ¡un fuerte abrazo a todos!
ki-enelpapel
martes, 12 de noviembre de 2013
sábado, 31 de agosto de 2013
Escritos (30-31/08/2013)
Deseo.
Y cuando llego a casa me masturbo
oliendo un yogur con sabor a vainilla: así es su colonia cuando se mezcla con
el sudor apelmazado de varias horas de cacería por los pubs del puerto y con la
agonía de los aires acondicionados apagados para aumentar el consumo entre la
clientela, a veces, hasta cortan el agua fría para que los pastilleros
controlen su mandíbula con botellas de agua a tres euros la unidad. Su cuerpo
embadurnado en purpurina y maquillaje hacía recordar a una pata de cochino
impregnada en grasa dorándose en el calor del horno: lista para comerse,
sabrosa a la vista, orgasmo en el paladar.
Cada miércoles por la noche en el “Spirit”,
esa es la suerte de los fracasados, para ellos no existe “entre semana”, “día
laboral”: viven en un mundo que espera tan poco de ellos que sus aspiraciones
se reducen a objetivos totalmente despreciables hasta el punto de que si
consiguen un logro pasa de largo porque sus metas son hechos cotidianos para
quienes apuntan grande en la vida, para los soberbios con trabajos en oficinas
transitadas, bonovolúmenes con el asiento de los niños atrás, pisos de
escándalo con dos plantas y mujeres con tetas con pezones como galletas maría.
Los fracasados tenemos la suerte del paria: no nos desean, no nos invitan a
tediosas fiestas de cumpleaños porque somos amargados, glotones que terminamos
con la priva antes de que se soplen las velas, nos huyen por la calle
saltándose de la acera igual que cuando ves una cucaracha saliendo de la alcantarilla
con las alas abiertas por miedo a que pidamos dinero, cigarrillos o favores, favores que jamás nos
piden a nosotros porque saben de nuestra inutilidad, salvo para una cosa, esa
cosa, la cosa que extrañamente se nos da mejor que a nadie, como si Dios en su
infinito humor negro nos hubiera despojado a los vividores, a las garrapatas de
todo acceso más allá de la mediocritud, salvo en eso: colocar un enchufe sin
tener que bajar las palancas, arreglar una tostadora, cargar las sillas de
cuatro en cuatro… pequeñas heroicidades que solo sabemos hacer nosotros, los
fracasados, los asquerosos y que aun así te lo planteas y únicamente solicitas
nuestro don cuando no queda más remedio, cuando los chicos de vidas perfectas
están demasiado ocupados en sus picnis de domingo o en sus asaderos celebrando
ascensos, la entrada del hijo a la universidad o el quinto embarazo de una
esposa peinada, perfilada y bien vestida a cualquier hora, en cualquier
momento, como si son las tres de la madrugada, igual que las madres de los
desayunos en las pelis americanas… acudes a nosotros los fracasados porque ¿qué
es lo mejor que puedes interrumpirnos? ¿La sexta paja pensando en la vecina del
segundo?¿Otra cerveza viendo películas porno grabadas de la tele local?¿Que
tenga que ir al INEM a sellar la cartilla? Otro don de los fracasados es que la
ociosidad de nuestra vida –hace tiempo que le pegamos un tiro a la dignidad y
comenzamos a vivir de las limosnas, los engaños, la pena y la compasión de los
ingenuos- permite que siempre estemos disponibles: te ayudamos con nuestra
habilidad oculta, superheróica y ganamos unas monedillas con las que salir a
fumar, emborracharnos y esnifar si la chapuza ha sido más grande de lo normal.
Y este miércoles noche en el “Spirit”
no fue diferente: ella, con sabor a vainilla quedándoseme atrapada entre la
garganta y la nariz se me clavaba en los testículos como un deseo al que te
resistes a aceptar su imposibilidad. Nunca tuve el valor de acercarme a ella porque
siempre pensé que aunque fuera Clark Kent quien enamoró a Lois en el fondo era “Superman”
quien hizo que se quedara, por lo tanto me conformaba con mis putas del todo a
cien, las que entran a los bares a las 4 de la mañana cuando el camarero ya le está
dando la vuelta a los taburetes y no pueden servir copas de cristal por la
normativa… esas putas de todo a cien que buscan en los penes al amor de su
vida, al príncipe azul, al caballero que las libere del dragón y las rescate de
entre las paredes del castillo… un pene que las lleva a desayunar churros, les
limpian el chocolate y la baba de la barbilla con la dulzura más extrema que
jamás haya existido en el planeta y en cuanto descargan las bolas en su cara –a
veces dentro si tienen la suerte de que estén muy borrachas- negarán conocerlas
para siempre.
Pero esta noche hubo al distinto:
observé como se apretaba sin parar la nariz, como absorbía mocos imaginarios…
el cenit fue cuando vi el hilillo de sangre bajar hasta el labio inferior: esa
es mi oportunidad, lo supe porque los fracasados somos carroñeros que en caso
de no comer despojos de los leones sabemos distinguir quien es la presa más
débil.
-¿Una
raya?
Ni siquiera dije hola, ni siquiera
me presenté, ni siquiera busqué sutilezas: demasiadas noches entre adictos para
saber que la ternura es una utopía.
-O
dos…
Fuimos al baño: su puto olor a
vainilla me ponía tan cachondo que me fui acariciando el trajo todo el camino
hasta el retrete, imaginando todo lo que iba a hacerle, todo lo que se dejaría
hacer, todo aquello que se me había negado por derecho durante siglos… tan
cachondo que era probable que se me jodiera el asunto: el calzoncillo ya estaba
empezando a ponerse húmedo. Así que me contuve pensando en cachorritos muertos
para almorzar.
Con un gramo fue suficiente:
mientras cortaba con la visa vacía fue magreando sus pechos, besándole el
cuello, la oreja… habría ido directo al coño, pero cuando por fin dejas de
comer sobras de la mortadela y te encuentras con caviar rojo lo degustas lo que
puedes, largo tiempo creyendo que así jamás se acabará aunque sabes que tarde o
temprano volverás a enfrentarte con una nevera media vacía. La acariciaba, la
mordía, incluso me atreví a meterle un par de dedos aunque todavía estuviera un
poco seca.
Terminó de consumir. Me besó los
labios. “Gracias”. Se fue de allí y de nuevo en la barra me miraba como si
fuese la primera vez, con una indiferencia tan grande que por primera vez sentí
que un bicho me picaba la nuca, que el estómago me daba acidez, ¿haría
resucitado mi orgullo?
Y aquí estoy en el colchón,
masturbándome mientras huelo un yogur de vainilla sin arrepentirme de haberla
invitado a un poco de polvo, sin arrepentirme de haber esperado durante tres
horas en el aparcamiento, sin arrepentirme de haber manchado los zapatos de
sangre cuando la vi a solas.
Sueños
son.
No quiero despertar porque la vida
es más sencilla cuando los ojos están cerrados.
Quiero seguir durmiendo, embelesado
en mi propia fantasía, borracho de mentiras piadosos que suavizan el golpe del
alma con un sacho.
No quiero despertar en un mundo en
el que el futuro de mis hijos está escrito con la sangre coagulada de muchachos
de su misma edad, cojos, mancos, sumisos, jugando a fútbol con trapos de ropa
vieja que dono con las sobras, correteando ingenuos entre minas personales que
estallan furtivas como cazadores de sueños colgados sobre la almohada. No
quiero verme envuelto en un mundo donde mi coche se arranca con la muerte
homicida de cien niños en batalla, donde la obesidad es una burla negra en un
mundo famélico, donde el principio de mi bienestar se construye con los llantos
de mujeres violadas lejos, muy lejos, tan lejos que me convenzo de que son
patrañas inventadas por telediarios apestando en amarillo.
No quiero despertar en un mundo
donde se trafica con la enfermedad, se abona la codicia con el bienestar ajeno,
una calle plagada de luces porque las farmacias se anuncian con carteles de
neón verde iguales que puticlubs de periferia: la salud es un cuento de final
abierto, un negocio donde los medicamentos de colorines como golosinas encierran
la misma utilidad que pastillas de menta blancas.
No quiero despertar en un mundo
donde la infinita soberbia del ser humano le hace creer que puede convertir a
Dios en una galletita mojada en vino dulce los domingos, engullirlo como traga
su necesidad de dirigirse hacia ninguna parte, autocompadecerse pensando que
limpia sus pecados hablando entre susurros y tinieblas a un desconocido de
sotana que le gusta mirar por debajo de las faldas cuando nadie le mira y
piensa que su jefe se lo pasará por alto. Donde la asquerosa ingenuidad del
hombre le obliga a por lo menos una vez en la vida girar como un perro antes de
cagar alrededor de una piedra en medio del desierto, descomunal, impoluta,
aplastando con su ceguedad a los que giran en dirección opuesta. Donde su
necedad le fuerza a creer que limpia sus faltas, temores, flaquezas en un río
de aguas fecales, la alcantarilla más grande de toda Asia en la que santurrones
barbudos de melenas calvas oran en el agua donde flotan los cadáveres morados,
henchidos, follados de niñas impúberes con el coño desgarrado por el vicio de
viejos verdes con dotes salvadoras.
No quiero despertar en un mundo
donde los niños sueñan con llevar máscaras para ser héroes, en el que la verdad
es un gesto criminal y los engaños, cumplidos, besos a escondidas, venta de la
intimidad en las hondas se cotiza como petróleo sobre el parquet.
Prefiero seguir en coma profundo
caminando sin darme cuenta, anestesiado por el placer de la máquina
expendedora, del porno a un solo click, del sexo fácil gracias al amor vacío.
No quiero despertar en un mundo donde la tercera guerra mundial ya ha
comenzado: sus bombas son señores de puro, corbata y sonrisa de quirófano
hablando sobre el enemigo que jamás veremos, pero que según ellos se encuentra
en cada rincón como el hombre del saco acechando tras las ventanas… sus
disparos no son de plomo, sino de necesidad creada y la mayor muerte es el
suicidio del ego en favor de la masa, donde el premio es pasar desapercibido,
amansar a una mente privilegiada que se aburre en un mundo mediocre, callarla a
base de buenos polvos en un coche a cien por hora, coca ácida y botellines
frescos el viernes por la noche: encajar es el mejor premio, porque el topo que
sobresale se lleva siempre un martillazo.
No quiero despertar en un mundo que
ya no me pertenece que me asesinó hace tiempo, un mundo en el que los mayores
genocidios se hacen desde el sofá de casa matando al genio frente a la
pantalla.
La responsabilidad del mundo pesa
tanto que prefiero ser uno con la nada, mantener el sabor a sueño en mi boca
tras una siesta larga, perder mi derecho a ser un hombre: es más fácil
convertirme en marioneta y al fin despertar un día sabiendo que jamás estuve vivo.
jueves, 29 de agosto de 2013
Escrito (29/8/2013)
Lógica.
Escupitajos de cinismo caen desde
las bocas desdentadas, flácidas, con labios vacíos de los anoréxicos
occidentales, escupitajos de cinismo que hierven sobre la nuca de niños
cubiertos de moscas que se desnutren derretidos como un tarro de miel al baño
maría bajo el solo de países manufacturados al vacío por la codiciosa
inventada, por las necesidades creadas del norte, del oeste, del vacío.
El planeta se desmorona como una
Jenga torpe suspendida sobre dos patas de odio y casi todos los poetas se
empeñan en continuar hablando del amor adolescente que estalla bello y doloroso
como la espuma del mar contra las rocas… el ser humano se devora a sí mismo,
masticándose con saña mutua desde los testículos hasta la garganta y casi todos
los poetas se empecinan en narrar historias sobre tardes de verano bajo el
calor del arcoíris sosteniendo entre sus dedos la suave mano de la amada… el “Che”
es un producto impreso en camisetas, chapas, gorras y calcetines tejidas con la
sangre de niños que sueñan con un pedazo de chocolate en el desayuno, con niños
que creen utópico el lujo que nuestros hijos rompen a diario, niños que piensan
que es mentira que existan padres capaces de prohibir seguir comiendo a sus
bastardos por temor a un paro cardiaco sobre las papas del menú y casi todos
los poetas eyaculan mentiras encima del folio acerca de infantes con bucles de
oro correteando ingenuos, divertidos y gráciles por una soleada acera bajo nubes
rosas de algodón de azúcar… el empalago de algunos poetas resulta tan tedioso
como eso vagos huevudos con esa ropa de Guevara alimentados por el sueldo de un
papá abogado jugando a la revolución vía internet, asistiendo religiosamente a
la cafetería de las facultades dos veces al día salvando al mundo en sus ratos
libres entre el café de la mañana y el absenta del viernes por la noche…
algunos poetas estarían emparedados si por fin el mundo reventase de locura y
echara un cubo de pintura blanca sobre las falacias, engaños, embustes
dibujados por periodistas, rabinos, curas, alcaldes, encima de un lienzo roto…
algunos poetas resultan tan vomitivos por sus engañosos empalagos que en un
mundo decente solo triunfarían entre los homosexuales, porque sus libros tan
solo servirían para metérselos enrollados por el culo untados en vaselina…
poetas, pintores, actores, cualquier artista que dejara de ser un gamberro,
cualquiera que se haya vendido al público, a la decencia, al reconocimiento no
es más que una puta tras el burladero protegiéndose de las cornadas de la
conciencia, toreros sodomizados por sus fortunas comerciales amasadas con el
suicidio de la esencia, de la integridad.
Plantaríamos árboles si dieran wifi
gratis: por desgracias solo aportan oxígeno y belleza.
Enseñaríamos historia si tratara del
presente: el tiempo es un continuo compartimentado antinaturalmente, solo
importa la máquina expendedora, el deseo satisfecho en el momento exacto de su
antojo.
Los buenos poetas serían leídos si
pudiéramos escribir sus libros en cadenas de montaje, si entendiésemos su
lectura tan fácilmente como cómics de Mortadelo: la belleza solo tiene hueco en
la productividad de las boutiques de ropa, la dificultad solo es aceptable en
videojuegos de disparos y sangre.
Vivimos en un planeta donde los
bosques habrían sido sobrereforestados si los árboles dieran wifi gratis para
ricos, desorbitado para los hambrientos… hijos de puta, solo dan oxígeno y
melocotones.
Vivimos en un mundo donde les
tapamos los ojos a los críos cuando sale una teta en la pantalla: comemos en
familia con el telediario puesto en la tele del salón viendo soldados
descuartizados, poblados derruidos, esperanzas mutiladas.
Vivimos en un mundo donde se castiga a los
niños por decirle gorda a una obesa, calvo a un alopécico, viejo a un abuelo,
les tiramos fuerte del brazo cuando se acercan a un vagabundo, les llenamos
bolsas con comida no perecedera para la colecta del cole el 21 de Septiembre.
Los botones con capacidad de
destrucción masiva ya no son los de las bombas nucleares, sino los botones que encienden
las televisiones de plasma que proyectan los programas con doce idiotas, como
doce negritos, viviendo en una casa vigilados por cámaras, micrófonos e
ignorancia de amas de casa que necesitan un buen polvo, de adolescentes
pajilleros que necesitan un buen par de libros, un buen par de ostias.
La diplomacia, la hipocresía, la
falsedad asfixian tanto al mundo que pronto se reventará: solo puede salvarse
si los pocos poetas buenos comienzan a decir polla donde la etiqueta exige
pene.
martes, 27 de agosto de 2013
Relato. Escrito el 26/08/2013
Ojos
que no ven.
Antes de cortarle el dedo al soldado
le pega un tiro al cámara: están en plena guerra en un país de nombre
impronunciable donde si bien antes las chicas enseñaban los muslos por debajo
de las faldas y se mensajeaban con sus novios por sms, ahora la fibra óptica es
una distopía del presente occidental… los accidentes ocurren, los periodistas
reciben balas perdidas a diario y nadie en sus familias se enteran hasta meses
más tarde cuando les envían una corono, una carta certificada y un anuncio de
que su hijo, esposo, hermano ha muerto en accidente laboral.
El dispara es entre los ojos. Al
chico le corta el dedo en vida, es un enemigo y merece sufrir hasta el último
aliento, es más, de hecho lo mata por una cuestión de supervivencia, para
evitar represalias, de no ser así le permitiría seguir vivo con un traje de
melancolía, agonizando con los errores de la guerra, horrorizado por la
realidad de una mentira que estalla con mayor fuerza que los bombardeos sobre
ciudades donde viven albañiles, profesores, taxitas, muy lejos de las oficinas
con aire acondicionado en las que sus mandatarios habla sobre la paz, firman
para la guerra.
Un dedo más… a veces las narices, si
son pequeñas una oreja: es soldado español y no distingue entre toro y chaval,
un muchacho de apenas catorce años arrancado de sus raíces, limpiándole la
memoria, la inocencia, la voluntad a base tambores, palabras en discursos
vacíos cargadas de ornamento, de estrafalarería, como las bolas huecas del
árbol de navidad… La guerra lleva tantas décadas, ha consumido a tantísimas
generaciones, que los hombres son insuficientes, así que la edad mínima es la
justa con la que aguantar el AK con ambas manos, soportar el retroceso del
arma, asesinar a machete a tu propia madre como iniciación de un mundo de perros
malditos mercenarios del estado… aunque a veces, pocas veces, los chicos
sienten algo parecido a la inocencia y juegan con barquitos de papel que hacen
flotar en los charcos de sangre de las heridas enemigas.
Las jóvenes no sirven para matar en
un país imperado por los machos: se convierten en yeguas bípedas que solo se
alimentan para poder montarlas, se montan para poder engendrar a más niños
soldados cuyas mentes se construyen, clasifican y lavan en cadena como las
latas de refrescos en el mundo de los tiempos modernos: a los seres humanos se
nos terminará cultivando en incubadoras electrónicas, hechos a medida bajo los
caprichos del bisturí de la avaricia… aunque la mayoría de las veces la esencia
femenina se reduce a su entrepierna y cuando caen en manos enemigas se
convierten en una raja púber cargada de divertimento y excitación como las
máquinas tragaperras. Quizás la hermana del chico mutilado, el de un dedo menos
al que ahorcarán en un árbol para jugar con él al tiro al blanco ahora mismo no
sea más que la puta de un batallón que juegan con ella a ver quien la preña
antes: cuando el bombo se haga notable le pegarán un tiro directamente en el
útero y alegarán que es una terrorista que escondía un paquete-bomba bajo el
camisón. Las muertes solo son abominables en países donde la guerra se reduce a
comentarios de tres minutos en el telediario: en las naciones donde los vecinos
se disparan por la espalda, los estallidos de proyectiles desmorona museos
igual que edificios hechos con palillos, los cadáveres no son más que etiquetas
en un dedo gordo de la morgue, palitos dibujados en un cuaderno, fotos morbosas
con frases gilipollescas pseudofilosóficas en las redes sociales de algún revolucionario
de salón.
El charco del camerama se agranda
cada vez y cada vez entrelazado con el barro del suelo sin adoquinar. El dedo
ya está en su bolsillo –el décimoquinto en seis semanas- y del otro bolsillo
cuelga un cachorrito que encontró hará diez, doce días en alguna chabola de
algún guerrillero: la guerra es demasiado jodida, las provisiones a menudo se
cambian por hierba, alcoholo o crack y en un par de semanas estará tan gordito
que se podrá cocinar a la koreana. Otro periodista, uno de los buenos, de los
que apoyan la contienda, le sacó una foto al perrito del bolsillo: en dos meses
la publicará en las páginas centrales con el nombre “Hay espacio para la
humanidad en medio del horror” porque el periodismo no es más que eso, tomar
imágenes, palabras, darles el marketing adecuado para que se interpreten de la
manera más conveniente según las simpatías ideológicas del mecenas y construir
monstruos, desgracias, milagros… a la carta, engañando a ciudadanos cojos de
mente cuya opinión ideológica se forman mientras leen las noticias con el café
de la mañana o cagando a media tarde.
Porque así son las guerras señores,
así son los periódicos… porque quienes terminan con las vidas de los militares,
destruyen las casas de los civiles, violan a las niñas del enemigo son los
ejércitos, pero quienes aprietan el gatillo son las palabras… palabras que
escritas con la mano zurda llamará revolucionarios a los asesinos, escritas con
la diestra terroristas… cuando se intercambien las poltronas, la prensa
cambiará de dueño y quienes ayer eran héroes hoy serán villanos, el Joker será amigo
y todo el país perseguirá a Batman… palabras dichas por líderes gordos que
jamás sostendrán una pistola, que nunca verán a sus hijos con el traje de
olivo, que dormirán tranquilamente conscientes de que nunca les llegarán
condolencias como pizzas a domicilio… palabras explotando a diario por el
televisor cuya honda expansiva es exponencialmente mayor a la de las propias
bombas, distorsionando las mentes aletargadas de una clase media conformada con
el comer, vivir, follar, atemorizando a las masas ignorantes.
Pero lo peor de todo no son las
palabras, los periódicos, las mentiras… lo peor de todo es que las palabras
dejarán de escucharse cuando las noticias encuentren nuevos miedos con que no
huelan a moho más frescos con mayor repercusión mediática, dejarán de sonar en
los estrados cuando sus oradores hayan conseguido tanto poder que le sea
imposible continuar llenándose el buche sin indigestarse por su propia miseria…
los periódicos se pondrán amarillos, se desharán, se empaparán con los meados
de perros que nunca aprendieron a hacer sus necesidades en la calle, servirán
para envolver bocadillos, para encender parrillas en los asaderos… las mentiras
terminarán por caerse igual que una hormiga gigante, demasiado peso para una
estructura tremendamente frágil, porque las mentiras crecen tan deprisa que en
poco tiempo su tamaño es incapaz de ocultarse detrás de cualquier cortina… las
palabras se enmudecerán, los periódicos se quemarán, las mentiras se
descubrirán, los odios cambiarán, pero las muertes, el terror, los maridos
viudos, las hijas huérfanas, los hermanos arrancados seguirán, permanecerán, el
horror, el miedo generacional perdurará y entonces ¿qué nos queda?
sábado, 24 de agosto de 2013
Escrito (24/8/2013)
Prórroga.
Supongo que lo matarían las
pastillas matarratas: al fin y al cabo, no era más que una de ellos, pero con
un poco más de publicidad. Tobín, el hámster del niño despertó tieso, pero se
alegró, por primera vez desde la otra defunción hace año y pico, pensando en
que tal vez en el cielo de los roedores las rueditas por fin lleven a alguna
parte y los gatos nazcan sin garras ni colmillos, amarrados a la jaula para que
puedan vengarse de ellos. Si hubiera sido más grande probablemente lo habría
metido en la sopa para darle consistencia.
Lo empuja con un dedo, lo huele, lo
examina… incluso le toca con la lengua pensando que la muerte no sea más que
una enfermedad contagiosa, un hecho que es más real por aceptarlo que porque de
verdad sea inevitable, caprichosa, llegando solamente cuando todavía no hace
falta igual que un vecino entrometido tocando el timbre siempre en plena
siesta. Nunca ha sido religioso o tal vez sí, apenas lo recuerda: prefiere ser
consecuente con su idea de que no somos sino una cáscara de nuez sin fruto, así
que agarra al bicho y lo tira por el retrete… adiós Tobín, adiós
responsabilidad, adiós sentido.
Apesta y hoy deber ir a la
psicóloga: en el curro le han hecho un despido pactado como favor y le
aseguraron que si va a dos terapias mensuales, cuando se cure, le reharán
contrato y lo devolverán a su puesto de mierda cargando, empaquetando y
clasificando zapatos de imitación importada bajo las órdenes de un niño con la
mitad de su edad que se mata a pajas por las tardes pensando en la segurata de
100 kilos con el pelo al rape –puto degenerado- deseando cobrar el sueldo cada
30 para comprar el nuevo videojuego, un par de blusas de leñador y quizás
reunir el valor suficiente para invitar a la gorda a un trozo de tarta y una
copa… papi, mami, pondrán la pensión completa.
Terapias bimensuales… duchas cada
quincena… cortes de pelo cada mes, cuando su hermano el estilista viene a
visitarlo, a traerle las bolsas cargadas de galletas, pan y superioridad,
recordándole la mierda de vida que tiene, lo maravillosa que fue y lo
cobardemente que está actuando por no asumir, tragar, digerir… los mierdas
cuyas mentes viven en la utopía de anuncios de compresas y detergentes, donde
los dolores menstruales parecen ser el cenit de la feminidad, donde la ropa
sale ya planchada de la lavadora, se piensas que la tristeza, el odio, el asco
hacia uno mismo es un trozo de filete seco, pero comestible a base de
masticarlo, culpando de miserables, vagos y conformistas a quienes se limitan a
pasar hambre, alejarse del banquete del mundo para comer los desperdicios de los
contenedores repartidos por los vertederos de redes, ondas y columnas, tapados
con una manta cosida a base de autocompasión, culpa y hasta mierda de culo en
el caso de quien lleva al extremo, convierte en deporte nacional el abandono de
la propia higiene, de la propia nutrición, de la propia dignidad… estos mierdas
cuyas mentes viven en la utopía de calles asfaltadas con caramelo y chocolate negro
deberían cerrar un poco más la boca, dar menos consejos, más abrazos, mancharse
con un poco de mugre humana sus trajes blancos de psicólogos sin grado e
invitar a una puta cerveza a estos despojados, tomarla con ellos en el trono de
su desgracia y hasta follarse juntos a un par de chicas en el mismo colchón…
han hecho más por el avance social de las mentes marginadas, adictas,
destruidas por la locura, un par de buenas noches a base de borracheras, sexo y
un par de rayas con amigos de verdad, no de los que llevan una botella de vino
en las comidas, sino que saquean tu nevera sin ni siquiera decirte hola, no de
los que tratan de usted a tus padres, sino de los que le miran el culo a mamá e
intentan llevarse a tu hermana a la cama, no de los que se dedican a recitarte
frases precocinadas leídas en libros de autoyuda, sino de los que se quedan
hasta las tres de la mañana simplemente escuchando tu llanto con la teletienda
de fondo para irse a la obra a las 6 y media sin desayunar… que todas las
consultas, confesiones de parroquias y rezos por los almas que han cubierto la
tierra desde su peste hasta el día de hoy.
Y así transcurren los días: cargados
de caridad por compromiso, ignorancia porque a cada uno le preocupa más su propia
vida y pagas con el sello de la oficina del paro para sobrevivir a duras penas
con una docena de huevos en la nevera, un pack de 24 rubias y medio limón
cortado, ese que parece que ya viene de fábrica, integrado plenamente en el
frigorífico como el propio congelador, igual que una niña tetona en un colegio nuevo.
Entra a la ducha, con las manos todavía
apestándole a la rata muerta y cuando el agua lleva ya unos cuantos minutos
corriéndole por la cabeza empieza a masturbarse… el baño no termina cuando se
enjuaga el poco champú que deja derramarse desde la coronilla hasta los pies
sin restregarse, esperando que el plato de ducha tenga unos gnomitos mágicos
que le purguen la guarrería de los entrededos… el baño llega al último acto
cuando el semen se deshace por el sumidero. Aún sin secarse, va a la nevera,
agarra el pack y tomándolas una a una
siente el calor quebrarle la ronquera que le ha vuelto cuando retomó la virtud
de fumar sin escondites, notando el frío destruirle cada gota de salud igual
que el ácido sulfúrico descostrando los pedazos de mierda seca en el retrete,
viviendo como el cerebro por fin se olvida, adquiere un tinte inerte del sujeto
que no es consciente de sí mismo ni su entorno y se emborracha acurrucado en un
sofá de espuma blando como un chuletón deshuesado y podrido puesto al calor de
las moscas durante días. Su mujer jamás le habría dejado mojar los cojines,
embriagarse a las 11 de la mañana, tocarse en la ducha donde se bañan todos
juntos en domingo… pero ella ya no está… el hámster ya no está… el hijo de seis
años ya no está… un volantazo demasiado brusco en la curva del barranco en la
playa, tratando de evitar pasarle por encima a un pajillero –jefe de algún
viejo- en moto con poca experiencia en el manillar, con más postureo que
kilómetros encima de la japonesa y directos al fondo de la caldera: al menos la
muerte fue tan lenta que le dio tiempo a despedirse.
Exprime la última lata… busca debajo
del sofá… saca el revolver… una única bala, un giro de tambor y la moneda se
tira al aire cada quince días tratando de escoger entre una hora de monsergas
con una licenciada que sabe mucho del cerebro, pero poco de los problemas o
acabar del todo con 5 simples gramos de metal… así de frágil es la vida: hacen
falta un enamoramiento o un desahogo rápido con la fea de la barra, un deseo
profundo de dos almas caminando unidas o un condón mal puesto en un baño con el
bombillo tintineando, un embarazo de 36 semanas más horas de indecible dolor
para apañar otra vida, otro sujeto al que cuelan en una fiesta para la que ni
siquiera lleva traje, regalo o invitación y tan solo un disparo, un arrebato
iracundo, un desliz con el coche… para reducir a recuerdos, agonía e
intangibilidad una vida cargada de amor, esperanza y objetivos en común.
El tambor se detiene… el cañón está
en la sien… el gatillo avanza hacia atrás… la bala estaba en otro hueco: quince
días más intentando comprender…
jueves, 22 de agosto de 2013
Escritos (22/08/2013)
Desgraciados.
Un pene tan torpe fue incapaz de
llevarla al orgasmo: debió acariciarse con la yema del índice mientras le lamía
las tetas incapaz de conseguirlo sin imaginar un cono de nata-fresa.
El típico virgen de 24, manchando
aún las sábanas que su madre planchaba cada miércoles, con historias inventadas
acerca de relaciones idílicamente salvajes como las guerras espartanas
escondiendo una vergüenza absurda de un país virado que le da tanta importancia
paranoica a echar la primera corrida como a conservarla hace cincuenta años.
Entró al bar dispuesto a su primer contacto, a su primer encuentro con la
hombría, a su primer desengaño serio descubriendo que las fantasías
pornográficas de guionistas con más perversión que experiencia, los delirios de
grandeza de chavales algunos años más jóvenes que él o la dulzura del polvo
entre las sábanas de un colchón suave que ni siquiera chirría en películas
siesteras emitidas en la hora del café no son más que exageraciones deliberadas
para reírse en secreto de los púberes que prueban la humedad cavernosa por
primera vez y descubren que lo único que han conseguido es seguramente
equivocarse de pareja para el desflore, llenar un condón demasiado pronto y
andar otro par de años buscando hasta que llega la ansiada segunda ocasión,
casi tan frustrante como la anterior, pero al menos con el estrés liberado del
desconocimiento.
Tres, cuatro, seis años esperando a
su princesa, a la adecuada, a la elegida… tres, cuatro, seis años resistiéndose
a la brutalidad del “aquí te pillo…” en juergas de botellón y porros… tres,
cuatro, seis años soportando burlas de amigos pícaros que solo habrían catado
dos o tres mujeres multiplicadas exponencialmente en sus discursos ególatras…
demasiados años con los huevos cargados en exceso le llevaron a la rendición, a
asumir que las princesas se murieron con los bolcheviques, a comprender que el
sexo fusionado con amor no es más que una barbaridad retórica de poetas maricas
escribiendo serenatas a la luna siempre eterna, sonetos a la dama idealizada,
rimas a la Venus de mejillas sonrosadas… en el fondo quieren follar lo mismo
que un viejo gordo asiduo a los burdeles, pero al ser feos, insípidos, pobres,
pero con un puñado de vocabulario requieren a los versos para poder meter con
la gorda de la clase refugiada del mundo entre libros y pasteles. Follar. Las
parejas, las parejas no follan: fusionan sus cuerpos en uno para el mayor
éxtasis de unión, funden su intimidad última para enseñarse que no tienen
secretos mutuos, intercambian fluidos, caricias, cochinadas y escupitajos si la
cosa se pone guay porque no están follando, están haciendo un gesto de
confianza compartida en el que se entregan al todo por el nada disfrutando más
por el placer ajeno que por el propio… pero follar es lo que se hace cuando no
hay mayor roce que la excitación de unas tetas descomunales o en el mejor de
los casos cuando admiras más el ancho del cerebro de quien deseas tirarte que
el de su miembro: follar es un acto de posesión, de violación consentida…
follar es lo que les queda a las solitarias de barras de bar soñando que si se
dejan tomar un par de horas puede que quien controla todo desde el palco se
apiade de su tristeza y les premie con un hombre de verdad que no tema usar la
cama también para dormir con ellas… follar es lo que les queda al
incomprendido, al rarito, al fracasado para quien la alegría al natural es una
quimera extraña inalcanzable como unicornios azules, el feo, el inútil, el
ignorante que se refugia en los paraísos artificiales ocultos tras los fondos
de botellas, sobre la punta incandescente de los cigarrillos, adentro de las
vaginas tristes con hijos que nunca parirán.
Decidió desdignificar el sexo,
reducirlo al orgasmo, centrarlo todo en la eyaculación, así que con su piel
lechosa como la de un enfermo de ambulatorio, las lentillas colocadas
torpemente ulcerándole los ojos y un traje ridículamente elegante, tanto que
resultaba tierno, se camufló entre la maraña de algún pub infame en el que
intentando ocultar la peste del humo, el sudor y las cisternas sin vaciar la
dueña estaba empeñada en intoxicar a los parroquianos con el odioso ambientador
“a bosque” y las chicas, casi señoras, estaban bañadas con colonias de chinos
vendidas al peso igual que la fruta del supermercado… la mayoría de los tíos se
caían borrachos en la pista intentando conquistar el bajo de las faldas –hoy
importa más lo que esconden las bragas que lo que esconden los pechos-, otros
lloraban silenciosos delante de sus cuba libres, atrapados en ese lugar
tramposo a medio camino entre el sueño y la evocación en el que todo puede ser,
pero nunca será jamás. Hay un viejo recogiendo las copas, tomando los fondos
que se dejan los clientes y el aire acondicionado está puesto demasiado fuerte,
tanto que logra extender el suave olor a puticlub. Todo es tan profundamente
depresivo que es imposible dejar de sonreír.
El muchacho no quiere ser leona,
sino hiena, así que decide buscar a la presa más débil, a la gacela coja, a la
perra viejo en celo. Escucha una discusión entre la camarera y una mujer
madura, de labios siempre agrietados y el pelo rubio con la fila negra en
medio… tiene ese par de tetas descomunalmente grandes que gustan objetivamente,
rompiendo gustos, moldes y patrones, de esas tetas tan descomunalmente grandes con
tres venas verdes por arriba, tan pesadas que son más bonitas con el sujetador
puesto que desnudas tapando el ombligo.
-¡Te
faltan quince céntimos!¡No te pienso dar el botellín!
-Joder,
¿me estás regateando quince céntimos de mierda!
-¡Te
puedo decir lo mismo!¿No crees?
Su oportunidad: no existe nada más
sexy que los héroes sin su máscara.
-Yo
los pago-dijo el chico estampando las tres monedas sobre el mostrador.
La cincuentona lo mira de reojo
pícaramente: es feo, es primerizo, es lo que hay… un polvo algo más bestia de
lo normal es suficiente para quitarle todos los granos de la cara.
-Gracias
–le dice mientras acaricia el muslo del muchacho- ¿cómo te llamas?
-Soy
poeta –está demasiado nervioso, ya casi hasta está empalmado.
-¿Poeta?¿Vienes
a buscar historias?
-Algo
así –finge seguridad.
-¿Tú
solo?¿Tú novia te deja salir sin ella?
-No
tengo de esas…
Un par de roces más, algún baile
dejándose sobar el culo, apretándole la entrepierna y en dos horas ya estaban
en el piso de ella.
Lo dicho: eyaculación tan precoz
como un sietemesino, sensación tan vacía como latas de cerveza en la playa a las
3 de la tarde y dos miserables que ni siquiera volverán a coincidir regalándose
una noche de ficción, embustes, insatisfacción… una noche muerta entre semen,
alcohol e inexperiencia rota… una noche que solo recordarán por ser la primera
vez de ambos: el escupió sin haberlo hecho nunca, ella dormirá acompañada hasta
que la vergüenza le salga salir disparado del somier.
La verdad no es más que una bola
viscosa de pelo negro noche.
La verdad no es sino la apisonadora implacable
de las mentes ocultas, el triunfo que nunca llega a tiempo para las mentes
luciérnagas, mentes destacadas, mentes que condenadas por el hambre se
desperdician fregando escaleras en pisos extraños.
La verdad es una invisible, real
como la respiración propia, tan ácida que algunos, muchos, demasiados eligen dejarla
atravesada en su esófago antes que tragarla, resistiéndose a su sabor igual que
los niños caprichosos apretando la boca contra el tenedor de acelgas, sabiendo
que jamás podrán vencer lo evidente porque contra lo inevitable la mayor
posibilidad es el retraso, nunca la evitación.
El mundo revienta en pedazos,
trocitos cayendo en cascada como piezas de puzle derramándose caja a bajo. La
tierra es poco más que una partida de póker donde los tahúres, avariciosos,
guardaron para sí cuatro ases, cuatro reyes, cuatro reinas y engañaron a los
iletrados, a los hambrientos, a los conformistas con el resto de una baraja
insuficiente, sucia, marcada por los bordes. En despachos escondidos los señores
de corbata juegan al ajedrez con peones de carne y hueso en tableros de parquet,
apuestan almas intentando recuperar la propia, pero cada alma es un traje hecho
a medida para cada cuerpo en exclusiva. Su voracidad es insaciable, continúan
devorando sin conocer cuál es realmente el tipo de hambre que les mueve, devorando
mujeres sosteniendo el cuerpo cubierto de moscas de sus hijos destripados con
la metralla aún caliente dentro de los intestinos, devorando ciudades arrasadas
por bombas cayendo como tomates desde el cielo reventando como úlceras
sangrantes, bombas forjadas no a base de metal, sino con el odio, la sinrazón
humanas en la carrera por extinguirse antes de que el creador, aburrido, decida
destruirlos –la soberbia del ser humano es tan letal que de seguro elegiría el
suicidio con tal de quedar por encima de los dioses-, devorando a niños
parricidas reconvertidos en soldados con el cerebro untado en coca para olvidar
que ahora su fusil no es de juguete… devoradores de inocencia, pureza, bondad, escribiendo
en sus cuadernos donde los hombres se reducen a porcentajes, ganancias y
estadísticas, haciendo cuentas sobre los ataúdes que deben llenarse al año para
rentabilizar el exceso de proyectiles… la muerte nunca ha sido un negocio
exclusivo de las funerarias: el dinero no se imprime con tinta, sino con agonía,
desesperación, catástrofe. El planeta está implosionado, un estómago consumido
por sus propios jugos, llamas fatuas deshaciendo los pactos con Dios,
negociando con demonios, amasando fortunas con la harina hecha de granos de
miseria.
El miedo es la aguja que cose los
labios del analfabeto. El conformismo es la droga aletargante de la cobarde
clase media. Las medallas, los aplausos, los discursos grandilocuentes de
palabras como blancos sepulcros son la zanahoria que dominan al fanático…
marionetas que se dejan seguir metiendo manos por el culo con tal de conservar
el status quo.
Cuatro quintas partes de la
humanidad elige convertirse en vacas hiperalimentadas, comiendo noticias
prefabricadas en telediarios deliberadamente alarmistas, desoladores, evasivos,
donde la información se disecciona, filtra y recompone al gusto de la quinta
parte dueña del establo del mundo… Cuatro quintas partes de la humanidad se
destruyen mutuamente cargando estandartes de medias lunas, cruces, izquierdas,
derechas, rojos, mientras sus líderes lo observan distantes tras una jaula de
oro desde donde los disparos suenan tan lejos que parecen petardos, juegos
infantiles para divertir el capricho avaricioso de una minoría… Cuatro quintas
partes de la humanidad se apuñala por la espalda para obtener los favores, las
migajas que se caen de la mesita del comedor de los glotones de miseria…
El único fin posible es la
revelación por las mentes de movimiento constante: el agua estancada forma
charcos de podredumbre, el agua fluyendo desata tempestades, remolinos,
cataratas que humillan a buques como si fueran de periódico… El único fin posible
para la victoria es que las mentes de movimiento constante con vocaciones
artísticas reciten en la calle más que en los bares bohemios, cubran de
pinturas las paredes de bloques ruinosos en lugar de marcos casposos en museos
fantasmas, canten gratis en los parque con el mismo valor incensurable de los
pájaros azules sin preocuparse por discos de platino, estadios llenos o listas
de ventas… en las mentes de movimiento constante está la llave maestra, la
aguja del pajar que convierta guerra, asesinato, violación, mentira, abuso en
palabras desfasadas utilizadas nada más que por profes de historia.
martes, 20 de agosto de 2013
Escrito (20/8/2013)
Poesía
de la locura.
Todo comenzó en los tiempos
desquiciados donde el placer se confundía con la humillación. Vender la esencia
a precio de saldo fu su pecado, su hipoteca al mañana sellada con lágrimas que
nunca se dejaron escapar, secas por la materia.
De aquella noche todo lo destruyó
salvo el teclado al que se aferra como un salvavidas sin aire: es inútil, nunca
conseguirá devolverlo a la superficie, pero igual que un niño defendiéndose del
hombre del saco con un peluche sin vida, despelusado y hediendo a húmedo,
suelda su alma al instrumento pensando que tal vez así el “do, re, mi” de su
inocencia pueda trasportarlo a un donde seguro cuando la muerte solo eran
mentiras de viejos y el dolor se reducía a pies descalzos pisando piezas de
lego.
Ocho billetes de cien recién planchados…
Tres penes erectos reluciendo suciedad… … tres condones desenrollados y solo
dos rellenos: Murphy es un duendecillo travieso que se lo pasa bien robando el
oro de los pobres… un artista polivalente llenando la nevera gracias a sus
teclas, su máquina de coser, su brocha fina pasando por temporadas de
desesperación y creatividad oculta desafiado por el hambre, la tentación y el
demonio en búsqueda de maricas desesperados, un demonio que astuto dejó los
cuernos colgados en el perchero del infierno y se disfrazó con carteras llenas,
culos apretados, soluciones rápidas… tres viejos, “maduritos interesantes” con
pasta se ofrecen a pagar un mes de alquiler, un piano nuevo y un par de
partituras clásicas, a cambio solo una corrida por cabeza y silencio tan espeso
como los charcos de esperma en una alfombra persa. El trato es simple y tan
solo sería una vez, jamás lo había hecho, nunca volvería a repetirse, es un hombre
íntegro que demasiadas veces cambió la creatividad de la aguja por la tosquedad
del martillo: por una vez elegiría el “easy mode”. Pero a la integridad le
basta un único patinazo diminuto para desnucarse escaleras abajo: el mal
sobrevive galopando en un charco de aceite porqué vive acostumbrada a ahogarse
en su propia fatuidad, pero la honestidad es demasiado orgullosa, tanto como
una mujer despechada a la que una única, primera, irrepetible traición le sobra
para desear vengarse y el SIDA no parece una mala opción de vendetta.
Le dan seis meses, seis años, seis
días… depende de la ineptitud del médico el tiempo varía, pero se la suda,
porque lo único que puede aliviarlo una migaja no son quinielas de chamanes
pedantes por haberse leído un par de libros más que el brujo de una tribu
descalza: es aporrear iracundo el teclado comprado con cheques de salud al
portador, soñando con que el odio de sus blancas, de sus negras llegue hasta la
butaca del auditorio donde se sienta embelesado su verdugo, soñando con que en el
salón del vampiro cuelgue su lienzo pintado con esputos, soñando con que la
bufanda cosida con la sangre infectada de sus yagas ahorque el cuello de su
guadaña… el poder del artista con una causa supera la letalidad de los
ejércitos: por eso los chicos del sofá que raptan la libertad de los países,
entierran sus urnas, amordazan a sus intelectuales, lo que queman son libros,
partituras y periódicos, nunca videoconsolas de última generación o botellas de
whiskey barato.
El sudor sella la marca de su culo a
una butaca desatornillada: es la hora del almuerzo. Abre la nevera y solamente
un desayuno, un almuerzo, una cena… un melocotón, una caja de magdalenas, un
yogur de crema: la enfermedad vuelve los estómagos débiles, caprichosos y
atrofiados… es de noche y la primera cucharada le resulta tan simple, tan
inocente, tan libre de juicio, culpa o amargor que durante unos segundos el
mundo no es más que una línea dibujándose desde el final sin el peso de tener que
dirigirse hacia ningún lado en concreto: tan solo tejer sin patrones, tocar sin
pentagramas, pintar sin marcos… Y dejándose abducir entre las notas expectantes
de Ludwig, Ludovico y Lee Ru-Ma, agradece a lo miserable de su estado que por
fin haya aprendido a valorar el sabor tan dulce de lo insignificantemente
cercano.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)