El puto Huxley.
Cola, chocolate y galletas abastecen su boca derramada de
endorfinas mientras mira un televisor –gratis- que ocupa la pared del cuarto de
extremo a extremo… las migajas le caen sobre el pecho picándole igual que una
etiqueta de la camisa nueva en su espalda: las hormigas le suben por los brazos
y se encargan de limpiar los pectorales llevando los restos hasta el nido,
porque la equidad parece que está sustentada en que los microscópicos e
invisibles se alimenten con las sobras de los cerdos energúmenos.
La pantalla se divide en tres: a la izquierda un par de
hombres fornican con una joven mulata anal y oralmente, de forma simultánea
mientras la chica babea, gime y se corre de gusto mientras los muchachos se
relamen, se turnan, se imaginan dueños de un objeto vivo a quien no le importa
ser cosificada, porque desde niña estuvo entrenada para eso –los conceptos de
bien y mal son fantasmas obsoletos en un mundo donde la verdadera religión es
el hedonismo en el que el verdadero dios no es más que el disparo de placer-; a
la derecha anuncian que el alcalde, como hace mensualmente, el próximo domingo
al salir de la misa -obligatoria para los menores, puesto que su formación es
la base del estado- estará con un grupo de policías urbanos repartiendo por
cabeza seis billetes de cien, ocho cajas de pasteles y un kilo de morfina solo
para aquellos que caminen con la mano alzada y lleven el símbolo del partido
único en el pecho, una pequeña oveja con colmillos antinaturalmente largos… no
es obligatorio, pero quienes visten con ropa sin el animal en su camisa normalmente
viven en la zona antigua, donde la luz aún se paga y en el que los alimentos no
salen de latas, sino de animales vivos como hace siglo y medio; en el centro
del televisor un señor hermoso, andrógino, elegante canta más que narra el
parte diario acerca de la información estatal… la selección de sustball gana
los mundiales por segundo año consecutivo –esta noche la carroza pública de la
victoria repartirá un videojuego nuevo a los chicos y putas gratis para los
adultos-, aparecen imágenes de los soldados en el extranjero fumando hierba,
jugando cartas y comiendo enormes pilas de spaguettis… nunca salen disparos,
cuerpos, bombardeos… es como si la guerra fuera un hecho lejano, irreal, una
imagen intermedia caminando de lo tangible al espejismo y vuelta como una pesadilla
de la que te levantas demasiado pronto con tu cerebro aun tratando de distinguir
entre el asesino del sueño y el montón de ropa sobre la silla, con el sudor
amarillo apestando las paredes del cuarto y las babas chorreando esperma sobre
la funda de la almohada.
A veces la pantalla se queda totalmente negra salvo por un
señor bajito, guapo y con bigote que asegura que “el estado va bien” mientras
las sondas del sofá administran oxitocina sintética cortesía del gobierno… el
sujeto continúa ingiriendo hamburguesas precocinadas con el tamaño justo para
que quepan entera en la boca como roscas de millo, cagando a la vez que devora
carne entera como ocas, mientras la mierda no pasa por el retrete, sino que se
expulsa directamente al suelo… no tiene que preocuparse por recoger las heces,
por desinfectar los pisos, o por limpiarse el culo: la robótica se ha
desarrollado tanto que no es necesario desempeñar ni siquiera tareas triviales
como fregar azulejos, limpiarse los dientes o limpiar las migas del mantel…
incluso el coito se reserva para los actores pornográficos y se alivia de ese
esfuerzo físico a los ciudadanos cultivando a los bebés in-vitro, sacando el
esperma con electroeyaculación, los óvulos con una larga jeringuilla… el placer
del sexo es un cóctel de laboratorio a vece de distintas hormas que se
embotella como la “Coca-cola” y se regala un par de veces por semana en los
bazares estatales, gratis, sin esfuerzo, sin pasión… fácil.
Es una nación sin muertes violentas, sin asesinatos ni
homicidios, sin ni siquiera peleas fuera de los pabellones… una vez cada cinco
semanas en los estadios gubernamentales se presentan doce voluntarios del país –normalmente
suelen ser de los barrios antiguos, donde la gente aún sufre partos- y se les
invita a luchar con armas que no sean de fuego hasta la muerte: nadie ha
rechazado jamás el honor y no es obligatorio asistir a los juegos, pero se
recomiendo hacerlo como forma de expulsar de manera legal, cívica, moral,
supervisada por los jefes del estado, toda la ira, violencia y odio de los
ciudadanos: quienes asisten reciben dosis extra de morfina en los repartos y
cirugía plástica gratuita.
Vivimos en el país de la felicidad donde no existe el
paro, porque no es necesario trabajar, en el país de la felicidad donde no se
construyen teatros, bibliotecas ni congresos porque nadie decide, nadie
aprende, todo se da hecho y la cultura es un peso fatigoso destinado a los
héroes de la clase política quienes se reservan la verdad, la toma de
decisiones y la consumición de alimentos no sintetizados en favor de nuestro
bien, en el país de la felicidad donde no existen enfermedades porque en las
granjas de fetos se nos colocan los genes de manera ordenada mejor que el
propio Dios tan sencillo como una Jenga que nunca se derriba… la única muerte
es el suicidio asistido entre narcóticos, sostenido con fondos públicos que el
país de nunca jamás regala a sus ciudadanos gordos, ociosos y apáticos quienes
aburridos suelen solicitar este regalo antes de llegar a los 35 años.
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