Homo hominis…
El cuerpo parece un bocadillo de embutido echado a perder
cuando el enfermero lo tapa con esa manta hecha con papel de platina porque en
el fondo la vida es eso: nacer, comer, excretar, quizás follar y al final del
todo terminar con el cuerpo hinchado rezumando líquido podrido que huele a vinagre
viejo, atraer las moscas y en el mejor de los casos meterte detrás de una loza
de cemento para que durante el primer mes te den el coñazo dos o tres al día –familiares,
tu mujer, la otra-, el primer año quizás vaya tu esposa y ese buen amigo una
vez en semana y el primer lustro un cura aburrido pase por delante del nicho,
tire alguna bendición y si la vejiga le grita, mearse a escondidas en tu “R.I.P.”
con tal de no caminar hasta los baños… en los casos más comunes para
vagabundos, ancianos sin familia y niños que nacen antes de hablar, de dejarse
conocer, te meten en una fosa junto a otro par de cartas anónimas de Dios y
eres “1569-J”en algún archivo de defunciones.
Causa de la muerte oficial: heridas múltiples de arma
blanca en cuello y tórax… causa de la muerte real: escasez de roca para fumar
en los bloques. Normalmente la droga no es sino una escalera sin relleno donde
al subirla acabas tropezando sin remedio, unos peldaños que se suben
descendiendo hasta las más altas capas de la miseria como diría el gracioso del
bigote, en búsqueda de sensaciones inauditas para las que el químico del
cerebro no tiene los ingredientes necesarios… euforia, relax, orgasmo, amistad:
vivimos en el siglo de la “máquina expendedora” donde el hombre tiene derecho
al todo, inmediatez del ya y acceso ilimitado al capricho… vivimos en el siglo
de lo fácil, en el que los sentimientos se enlatan macerados como raspas de
atún en adobo y conseguimos las corridas con chutes en lugar de polvos, jugamos
al tenis con raquetas virtuales desde el sofá de casa y dentro de poco los
embriones no se gestarán como gesto de amor, como expresión última de la unión
entre la pareja, no se engendrará con la idea de educar a una descendencia
digna del mundo: dentro de poco los embriones se criarán como cactus enanos en
macetas de vidrio, se triturarán y se venderán como paté de alta gama a ricos
aburridos faltos de estímulos en el neocortex porque la única razón de que la
carne humana no se haya comercializado en restaurantes de “fast-food” con
dependientes andróginos con la cara llena de acné no es por ética ni legalidad,
sino por no haberse descubierto aún como hacer buen marketing de una hamburguesa doble con queso con cuarto de libra de
bebé rosadito… después de todo la antropofagia humana comenzó antes de que dios
se disfrazara de pordiosero, pero los humanos no se sirven con una manzana en
la boca listos en bandeja de barro caliente, sino que se depilan, se esculturizan,
se retocan a golpe cirugía y fotoshot
y se venden por catálogos en tiendas de moda, burdeles de barrio, películas
pornográficas… el hombre es una boa que comienza a ingerirse por la cola y al
no tener forma de seguir tragando a medida que se engulle decidió desembocar su
ira contra Gaia, devorarse a sí mismo educadamente y por pedazos, como tomar
pizza con cuchillo y tenedor.
Un muerto más en el suelo, un toxicómano menos al que
esconder cuando nos visiten los turistas, un nuevo detenido: la vida es un
ciclo donde antes nos asesinábamos con huesos de cabra y rocas y ahora nos
pinchamos con destornilladores oxidados y arrojamos bombas de racimo.
Miramos en la dirección equivocada: torpedos nucleares,
guerra bacteriológica, terrorismo internacional… las verdaderas armas de
destrucción masiva están escondidas en forma de condones rotos en el baño de
una discoteca donde se dan por culo un par de desconocidos que se asquean del
amor, del compromiso, del paseo a la luz de la luna… las balas más mortíferas
son fotos de modelos con siete costillas sobresalientes que enseñan a niñas con
tetas de pezones gigantes a vomitar tres veces al día, una tras cada comida… el
peor terrorismo son pollas descomunales siempre erectas en anuncios de
alargamiento de pene invitando a los niños a que cambien la biblioteca por el
gimnasio: es simple, un par de pastillas y el músculo hace pop.
El cadáver se levanta mientras unas pocas viejas se
santiguan mirando al muerto con solemne tristeza ensayada regocijándose en su
estómago, relamiéndose en el ego porque con el triple de años han sido capaces
de engañar a la guadaña… solo los ancianos observan: el tiempo para la gente
mayor es un amasijo informe que no tiene dirección obligatoria… el resto de
vecinos fornica en sus casas, va al trabajo, da de comer a sus hijos, siempre
rápido, siempre ajenos, siempre en automático, porque en el siglo de la “máquina
expendedora” no hay ni un minuto que perder para ir hacia ninguna parte.
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