sábado, 18 de diciembre de 2010

Plato fuerte

Bueno como es obvio eso de al menos dos publicaciones por semana no está siendo posible por temas de estudio, trabajo, entrenamientos...así que a partir de ahora prefiero no prometer ningún tiempo para mis entradas y hacerlas sin más.

Y aquí viene, sin esperas:

Con un kilo de carmín
Un parque que antaño fue el centro neurálgico de esta ciudad, donde los turistas vomitaban dinero en tiendas de indios, ahora amarillentos y con los ojos rasgados y los nativos jóvenes, ahora viejos que apestan a vino y sudor, jugaban al dominó, al tute o simplemente pasaban las horas viendo pasear los "chonis" y las suecas -sinónimo de putas en el tiempo- mientras apuraban sus rones solidificados con chochos y aceitunas. Hoy, ese parque ya no es el cerebro de la capital, sino más bien una arteria rota y sangrante, llena de esputos, agujas sanguinolentas y excrementos personales que una vez al año, por febrero, se viste de gala para el mundo, se adorna con plumas, trompetas, maquillaje y fantasía, se traen a godos para que presenten espectáculos que olvidaron hace tiempo sus raíces isleñas y que en la actualidad solo pretenden ser una excusa para vender drogas de todo tipo, no solo las estigmatizadas por la comunidad, sino las aceptadas, aquellas igual o superiormente dañinas con las que los cabildos, por poner un ejemplo, ganan fortunas gracias a sus impuestos con los que igual se gastan millones y millones en una campaña antitabaco que te subvencionan los voladores de San Juan con ron Hartemi y cigarrillos Crüger. Singular espacio donde las viejitas se agarran bien fuerte del brazo de su compañera y apretujan el bolso contra el sobaco cuando pasan cerca de esos moros que ya llevan demasiado tiempo invadiendo el parque, cerca de los jacosos que impregnan el espacio gaseoso con vapores de amoniaco, cerca de prostitutas extraviadas -nacionales o no, porque así somos, de mente abierta- del puerto y cerca de maricas sesentones tratando de recuperar el tiempo perdido mientras los machotes  los señalamos con el dedo y les escupimos las espaldas. Los mismos árabes por los que gritamos "Sáhara libre", los mismos drogadictos por los que hacemos un rastrillo benéfico en las navidades, las mismas prostitutas que aparecen estrechándole la mano a la consejala y los mismos gays a los que damos permiso para celebrar su orgullo una semana anualmente, siempre y cuando no se olviden de volver a la gaveta pasado esos siete días, porque por muy santos que creamos ser, por mucho corazón vacío de interés que digamos poseer, por mucha conciencia social que pretendamos crear, en el fondo son basura, superficie, limpiaderos de conciencia más fantásticos que la catapulta infernal de los gemelos Derrick, pues a la hora de la verdad todos pasamos de prisa y sin mirar al lado del negro que pide en el Corte Inglés, nos tapamos la nariz cuando los mendigos están meados encima, nos escandalizamos de dos hombres que se besan los labios en mitad de la calle y, en definitiva, nuestro deseo es que una lluvia como la que ansiaba Travis Bickle caiga de una maldita vez sobre esa escoria ciudadana, ya que, al fin y al cabo, la vida sería más fácil sin tener que fingir.
De entre esta putrefacción de la que todos formamos parte, a veces surgen personas y no me refiero a ángeles de la guarda: personas, animales humanos en lugar de bestias humanas, cuya forma de vida no se basa en la doble moral del "puedogastarmecincuentaeurosenunacomidasinpreocuparmedelosniñitosnegrosquepasanhambreporquetodoslosmesesledoydiezeurosalacruzroja", sino que en la escucha, en el hablar poco y actuar lo suficiente, en el amor propio, en el vivir su vida, porque no ayuda el que más hace sino el que menos estorba. De entre estas verdaderas personas había una mujer, de la cual la mayoría-sobre todo los que no nacimos durante su vida- poseemos su imagen de vieja tierna llena de pintura, con ridículo sombreado en los ojos que la hacía parecer un mapache arrugado y anoréxico, ataviada con trajitos estilo Minie Mouse y coletas como las niñas de primaria. Pero, sobre todo, la conocemos como una mujer que a pesar de sus desgracias por los desamoríos en el pueblo de las rocas, decidió bajar -no se sabe cuando, pues como todo lo eterno, ella siempre estuvo ahí- a la capital de la provincia, a ese parquito al que hace tiempo visitaba Atlántico y en el que los turistas se apiñaban junto a este personaje histórico para fotografiarse con ella. Un emblema vivo de las ocho islas no tan afortunadas como se piensa/pensamos, pero que si vale la pena vivir en ellas, no es tanto por su mar, por su olor, por su atmósfera, sino porque de vez en cuando, en estos cachitos de tierra hechos a base de picón y fuego, los mismos materiales que el infierno, surgen personas como ella, alrededor de las cuales apetece estar...aún de su estatua, rodeada de sus verdaderos amigos, los felinos, a quienes no humillaré diciendo la tópica frase "son más humanos que las personas", porque más bien su orgullo y el amor que desprenden se basa en que "aceptan que son animales, sin pretensiones, no como nosotros". Y ahí está su imagen, inamobible...hay muchas más estatuas de otros personajes: de Prieto en Triana, de Tomás Morales en su calle tocaya, de Galdós en el teatro...todas cagadas por palomas, carcomidas por el mar, el viento o ambos fenómenos, olvidadas...pero la de ella, sigue impecable, como el cuerpo de los santos de los que que se asegura se mantienen incorruptos y ahí van tanto turistas y nativos de las islas a sacarse fotos junto a ella, porque aunque sean los grandes nombres quienes pasan a la historia, son las personas pequeñas quienes la transforman.

http://www.youtube.com/watch?v=LBX-CNB_f_U&feature=related

sábado, 4 de diciembre de 2010

Aperitivo

Pues eso: un aperitivo a las entradas de esta semana. A continuación, una reflexión cortita que puse en mi facebook. Espero que disfruten leyéndola tanto como yo escrbiéndola:

Pelear por nuestros intereses, objetivos y metas no es un derecho: es una obligación. Tenemos el compromiso moral hacia quienes nos rodean de no cesar en nuestra lucha, pues a menudo, existen personas que sintiéndose débiles por sí mismas para entrar en batalla por conseguir sus sueños, deciden hacerlo al observar a quienes se atrevieron antes ke ellos.