miércoles, 29 de mayo de 2013

Escrito (29/5/2013)


Mentalmente.

            Los marretazo desprenden microbios de piedra… finos… pequeños… aguijonantes… se les meten en la piel del rostro, ardiéndoltes, como pequeñas picaduras de araña: tan insoportables como inevitable, con el contratiempo de que no pueden rascarse, ya que, los guantes con el que agarran semejante martillo de plomo son demasiado gordos y están cosidos al mono de cuerpo entero… 32 grados isleños con el porcentaje de humedad rozando lo tropical y el único alivio es más agua, el agua de una garrafa recalentada por el sol gradual de la mañana a la tarde: diez horas tirando las paredes de unos apartamentos de playa que nunca disfrutarán.

            Pequeños descanso para turnarse, así ha sido siempre: oficiales de pintura que trabajaron codo con codo desde que uno creó la empresa y que en los tiempos en los que al potaje ya no se le mete chorizo y morcilla, sino le echamos berros y piña, echaron a los empleados que se fueron como pollos sin cabeza cuando bajaron las ganancias, diversificaron los objetivos –los baldes de pintura ya no eran suficientes para llenar la olla- y son dos, la familia más minimalista…

            El sol es tan relativo como el tiempo: placer sensual cuando estás tumbado en arena amarilla notando los pechos de tu mujer y tu hijo corre hacia las olas… tortura monstruosa cuando como plomo derretido cuando el acero de veinte kilos destruye la rotación de tus hombros cuando golpeas un muro de picón y cemento… no hay más remedio que seguir para pagar letras, agua, luz, la cuidadora de una madre inválida, los libros del colegio, las cervezas de los domingos en la playa bajo ese hijo de puto del cielo que ejerce maldad y misericordia a su antojo como los dioses primitivos, como los dioses de la tele, como los dioses de papel y pintura…

            Son casi las seis, en unos minutos acabará la agonía y la señora de la casa es buena patrona: no vuelve hasta el Domingo, así que deja a los obreros quedarse en su casa para no pegarse la paliza de vuelta hasta la capital, siempre y cuando la mantengan limpia, no cojan nada de la nevera salvo el agua y no llamen a amigos ni mujeres para que los acompañen… es una extraña manía de los que crecen entre algodones: pensar que quienes sudan su nómina y beben cerveza marca blanca en lugar de cava con gin van a saquear sus manjares si ven una entrada secreta hacia una vida que desconocen y supuestamente anhelan… no comprenden que la honradez no depende del dinero o las posesiones, sino del grado de satisfacción al que aspires… a algunos les basta con esos pechos en el arena.

            Seis en punto. Deja caer la marreta al piso –se rompe un poco, ya le pondrán algo de relleno- y lo primero es desabrocharse el mono a duras penas, con desesperación, impaciente, igual que cuando tienes una cucaracha en la espalda y comienzas a dar vueltas como un perro en busca de la cola porque el insecto está en el sitio estratégico donde tus manos no alcanzan.

            Fin de la jornada… van al salón y sin ducharse, cogen el pequeño picnic de la nevera: embutidos, unas litronas, hachís y algunos pastelitos.

            “C’est la vie” exclama uno de los trabajoderes mientras suda con el culo el sofá blanco de la señora… el otro se tira desnudo en bomba al centro de la piscina, riendo como un niño que descubre la espuma de las olas por primera vez y el del sillón lo observa a medio andar entre la indiferencia y la nostalgia… ya son doce años… doce años de trabajos en común… doce años yendo de isla en isla participando en construcciones, arreglos y reformas… doce años vagando entre pueblos con la furgoneta cargando y descargando herramientas, cubos, sueños y experiencias… demasiadas anécdotas, tantas que las que ha vivido con él eclipsan las familiares, las de los asaderos en el barrio, las del fútbol veterano…

            Demasiado tiempo vivido en común, solidificando los lazos, haciendo pequeña la sangre.

            Se levanta del sofá y le acerca una lata prohíbida de la nevera: si es por él, arriesgarse vale la pena.

            “Toma, ya no queda cerveza y el agua está caliente”.

            “Son de la bruja”

            “Que le den por culo”.

            Sale de la piscina y se sienta en el mismo suelo a beber el refresco. El sol ya no está de mal humor, así que decide disparar rayos agradables.

            “¿Te acuerdas de cuando estuvimos mes y medio en la isla grande para hacer unas oficinas, cuando todavía teníamos a unas treinta personas en plantilla?¡Qué mal lo pasaste cuando pillaste la gripe!.”

            “¡Joder!¡Cuarenta y uno de fiebre!Si  hubiera estado solo en la habitación estaría muerto… o vegetal… no lo se, la verdad que me echaste una mano.”

            Coge los restos de su cerveza y también se sienta en el suelo. Prefiere quitarse los pantalones antes para no mojarlos, pero se deja la camiseta, porque para él el solo siempre es un enemigo ulcerante.

            “Muchos ratos juntos… nunca demasiados”.

            Se acercan… se juntan… sus brazos se rozan… el de la birra comienza a deslizar su mano desde el pecho hasta la cintura logrando alcanzar los testículos de su compañero.

            “¡Quita!”es su  primera reacción “¿eres maricón?”

            “No, solo soy un hombre… ¿y tú?”

            Tras un silencio dejándose acariciar unas bolas sudadas es capaz de responder.

            “Lo mismo supongo”.

            Empiezan a besarse, con la lengua muy hondo, caricias, pellizcos algún empujón lleno de rabia, la rabia del amor reprimido durante más de una década, la peor rabia… y no: ninguno es maricón, ninguno ha sido atraído por hombres jamás, ninguno había chupado una polla hasta dentro de cinco minutos… los varones no les atraen, solo se atraen el uno al otro… solo se atraen dos corazones con miles de kilómetros en común, sentados en la furgoneta compartiendo cuentas, chistes y riñas… solo se atraen dos amigos que han llorado el uno en el hombro del otro por la muerte de un hijo o por una madre que dejenera a la velocidad de la noche… no son maricones, solo se aman en silencio desde hace años… porque el amor no es genital, el amor no es romántico, el amor no es velas en una mesa a media noche… el amor es limpiar el culo del ser febril y levantarte cada dos horas en la noche para ponerle paños fríos en la frente… se folla bien cuando lo reduces a dos penes, a dos anos, a pene y vagina, a dos vaginas, pero se folla con éxtasis cuando follas con psicología… ellos son dos obreros que no están follando un hombre a otro hombre, sino un corazón a un corazón, una mente a una mente… ya lo dijo aquel rubio: “¡hay que follarse a las mentes!”… y a los corazones unidos por experiencias compartidas.

lunes, 27 de mayo de 2013

Escrito (28/5/2013)

Caprichos.
            Un trozo de piña cae al sofá blanco manchándolo todo con salsa de tomate y jugo: ya es el quinto triángulo… mamá corre con el “fuchi-fuchi” desesperada a limpiar la marca de perezosa glotonería marcada en el mueble mientras ella apenas masticando, engullendo como las ocas, ni siquiera levanta los pies, tirana, irascible, pervertida por actitudes adultas… ella solo se afana en continuar con la pizza hawaiana y cuando su madre tapa los dibujos grita, desesperado, igual que con el desgarro de un perro que aulla las sirenas de ambulancia, dejando caer la porción entera –a propósito- sobre el sofá.
            “Ten cuidado, mi amor” es la única reprimenda… le da un nuevo vaso de refresco –el de limón no le gusta y entero, lo hace cambiar por el de fresa- y le va calentando los gofres en el microondas: deben estar calientes, con el chocolate derretido justo al acabar o habrá una nueva huella de zapato en la puerta de la cocina.
            La “Barbie” a un metro escaso… la mira… la penetra… la fulmina… arranca su cabeza de un mordisco y tira el resto por la ventana.
            “Quiero otra, estaba muy vieja.”
            “Esta tarde mismo compramos una.”
            “¡Ahora!”
            Papá coge la cartera y va a una hiperjuguetería… deben alimentar pronto los deseos napoleónicos de sus tirabuzones rubios, porque igual de rápido cambia el apetito de un objeto a otro: cuando no le recordamos a nuestros que, salvo la muerte, nada es gratis, se acostumbran al ritmo de la máquina expendedora… apetitos saciados al instante por una cantidad determinada de dinero: bocadillos, condones, refrescos… pronto tetas de plástico y corazones rotos de repuesto (incluso el desamor es algo bueno si te has olvidado de sentir).
            Mamá hace la cama, recoge el cuarto, la cocina, friega suelos, plancha… diez años… diez años de ineptitud… diez años de escasa atención paterna ¿quieres un abrazo, que te escuche, que seque tus lágrimas? Toma dos pasteles, un osito de peluche nuevo y déjame tranquila, que a mi los niños solo me gustan cuando juegan vestidos de princesa y se manchan la boca con el chupa-chups de los paseos.

            Criada como una putita a la que le compran silencio y paz con juguetes, golosinas y pelis de ratones gigantes con voz de mariquita, pronto será una buena puta… por suerte, su metabolismo es demasiado rápido y en un par de años comenzará a meterse los dedos en la boca cuando empiece a leer revistas con el canon de belleza de la mujer sin curvas en el culo, solo en las costillas… en unos años los antojos de “Barbies”, chocolate y cines los miércoles se cambiarán por peticiones de tacones, trajes caros y coca “fify-fifty”: ni muy buena ni muy cortada… papá y mamá pueden darte las dos primeras, pero para el polvo tendrás que tragar muchas corridas en baños de discoteca… en realidad no buscas el subidón del tiro por la nariz, ni que te digan lo hermosa que eres ni que bien te queda el tatuaje a la altura del chocho… lo buscas a él… pero papá sigue sin hacerte puto caso y no lo encuentras en ningún hombre maduro por muchos penes que sigas dejándote meter… la buscas a ella… pero mamá no está en unas amigas tan perdidas como tu alma inmadura y malcriada, forjada a base de deseos colmados y caprichos saciados a la velocidad de la máquina expendedora… abrazos y cachetes que nunca se dieron ahora los cambias por polvos en el callejón de atrás con las bragas por los tobillos y su colega grabando con el móvil, esperando su turno… en un alma desabrigada por ausencia de cariño incluso el sexo vacío, sucio, como aquella “Barbie” demasiado vieja, se convierte en una buena opción.

Escrito (27/5/2013)


En la esquina del salón olvidada…

            Toda la puta noche repartiendo hielo entre chiringuitos… las fiestas solo son divertidas cuando no las trabajas: es duro ver divertirse a borrachos, gastar dinero sin saber su valor, caerse al suelo intoxicados, mientras tú refrescas sus bebidas, endormeces sus mentes y solo te falta ponerles los condones cuando ligan…

            Diez horas seguidas: son las 6 a.m. y por fin en casa… la cama es una ditopía que habrá de esperar a realizarse y se pone a leer un libro que lleva en la casa desde antes de que ellos fuesen realquilados con la teletienda de fondo –su compañero de piso es incapaz de dormir si no le susurran luz y le brillan voces cerca-.A las doce del mediodía tendrá que ir al mercado a descargar mercancía sobrante y de ella se llevarán una buena parte… frutas, verduras, a veces cae algún queso e incluso unos pescados si las moscas ya los rondan: es sábado, demasiado caro devolverlo al “Merca” y los puesteros pueden ahorrarse pagar en euros dando excedentes en nómina invisible, explotando la necesidad ajena (el hambre es tan aguda que cierra las puertas del pudor y el asco tanto como el caballo y te sientes agradecido por lo que una cabra vomitaría servido en un plato de oro).

            Dormir no vale la pena –ya lo hará a la vuelta- y en los libros puede recoger algo de la culutra que los del sofá, el coñac y el puro quieren robarnos… su compañero aún tiene el pene en la mano y una costra traslúcida en el pubis: habrá visto el porno de las cadenas locales y se olvidó de los pañuelos.

            “Tío, se hace tarde”.

            “¿Ya es mediodía?”

            “Casi, pero mejor vamos yendo”.

            Chándal, gorra, buenas bolsas de tela –incluso en esto hemos retrocedido a los ’50- y a cargar. De once a tres: dos antiguos profesores, parados a favor de coches oficiales, descargando y cargando, descargando y cargando… apestando a sudor de pino y con astllas entre los dedos, donde más jode… ambos se sienten orgullosos: no son ni mendigos ni delincuentes, por mucho que los del sofá los empuje a ello.

            Diez, once, doce… quince horas de trabajo infrapagado entre bar y mercado… más de veinte sin dormir… el judío aquel es listo y si el tiempo es relativo, la distancia lo es aún más cuando tienes ojos cargados de sueño, rabia y esperanza… el sofá, con un muelle roto que se pincha en el culo si te olvidas de su ubicacón, resulta más acogedor…

            “Solo una cabezada… no más de cuatro horas, tienes que hacer las series…”. Único pensamiento antes de dormir aún vestido con el chándal con manchas de jugo de papaya y restos de escamas… macedonia de vieja: en los nuevos restaurantes, donde los gilipollas con demasiado dinero pagan sueldos enteros por canapés como primer plato, sería el plato estrella.

            Suena el despertardor… cuatro horas justas… poco más de la mitad realmente dormidas… ni se cambia: así suda la misma ropa guarra y ahorra polvos de la lavadora.

            Se enfunda unos guantes con velcro podrido que tiene que ajustarle su compañero con cinta carrocera para no romperse las muñecas… Allí lo tiene, parcheado con trozos de blusas inútiles, relleno con goma de coche de la época en que curraba en el taller, colgado con una cadena absurdamente grande para el tamaña de la tacha cambada que colocó en el techo…

            “¿Me aguantas el saco?”

            “Bueno”.

            Hoy tocan tres minutos de directo con la izquierda, tres con la derecha, tres de ganchos, tres de rodillas… mejor ir minuto a minuto: el mayor error de un corredor de fondo es pensar en el kilómetro 42 desde el primero.

            “Sin dormir y con tanta piña y cajas, te vas a matar el corazón”asegura su amigo.

            “Sin esto ya me habría muerto por ahorcamiento hace años… o peor: ya se me hubiera desconectado el alma”.

            Golpear al saco de la esquina del salón lo hace sentirse vacío de mente, lleno de espíritu… lo hace sentir simplemente, olvidar, evitar, no-pensar… lo hace saber que no es camarero, ni mozo, ni pobre… gracias a ese saco, a dormir cinco o seis horas diarias y a subirse a un ring por bolsas que apenas cubren lo que pierde por el día libre puede decir “soy luchador de Muay Thai”…

            “Me gusta sufrir para saber quien soy”.

domingo, 26 de mayo de 2013

Escrito (26/05/2013)


Sueños rotos por “Conejo”.

            Frota, duro, con estropajo de metal y sin guantes: los callos en sus manos son escudo suficiente… manos varoniles… manos desproporcionalmente grandes con respeto al cuerpo enano y obeso de una mujer alimentada a base de pizzas congeladas, pasta “Hacendado” y bollos de chocolate a 1 euro… compras baratas, enfermizas, llenadoras de humo en el estómago, asesinas de hambre y salud… unas manos hechas para el volley-ball, superior en fuerza, destreza, rabia a la de las contrarias del equipo… manos de hombre adulto cosidas con carne a muñones de bebé…

            Sigue frotando, tratando de sacar esa mancha de semen, sangre de desvirgue –a él le gustan jóvenes- y lapo empegostada en la alfombra india… un directivo calvo, con bigote, cuerpo hecho a medida bajo bisturís y tetas aún sin desarrollar pagadas con dinero de almas con demasiada carne, poco espíritu… Su esposa finge no saberlo por protección a sus hijos: en el contrato del casamiento los bienes no se separaron y una mujer florero con menos arte que los cuadros abstractos hechos por concursantes de “Gran Hermano” depende de la humillación para sobrevivir lo mismo que del agua… Por suerte para la mujer que está limpiando la alfombra los tiempos de jugadora de volley ya pasaron y es horrible… sumamente horrible, con muslos a trozos entre el verde de las venas hinchadas y el rojo de la piel con urticaria… la barriga pequeña, pero fofa –al menos tapa el corte de la cesaria- y tetas con la consistencia de una papaya demasiado madura al sol… la cara con el doble de años que su d.n.i. y el corazón con el triple… todo un templo destruído, altar de su alma triste. ¿Porqué no tendría este aspecto a los 17?¿Porqué debía tener figura de supermodelo en aquel polvo?¿Porqué sus pechos aún rezumaban sexo cuando chocaban al saltar?Enamoraste al listo del barrio, el que te pasaba doce años, el que te prometía amor eterno las tardes en el cine, las tardes a escondidas de mamá, las tardes iniciándote en los porros y el sexo por el culo… 26 de Julio de 2017: 9 meses antes del cumpleaños de tu hija… no era la primera vez que follaste con él, pero sí la primera que te convenció para dejarte hacer sin condón, para que te dejaras correr dentro –“por una vez sería demasiada mala suerte”-, para que te dejaras grabar con el móvil para sus futuras pajas… apenas unos diez minutos en los que sentiste más las tortas en el culo y los jalones del pelo que las embestidas con el pene… se corre, se gira, se duerme… tú llorosa y preocupada como una pitonisa que ve el futuro claro como un muro en sus pupilas…

            Dos meses sin regla y se confirma… se debieron haber acabado las canchas para ti, pero no tenías el dinero para abortar, te aterra pedir ayuda a un padre con la mano demasiado suelta o a una madre de anacrónicas ideas, así que seguiste jugando, entrenando, con mayor ahínco que hasta entonces, por ver si las barrigas contra el cemento del pabellón intentando darle a la pelota se cargaban a ese tumor que te iba creciendo en el vientre… solo sirvieron para parir una hija que raya lo subnormal.

            Entra el cerdo con bigote –los escudos de billetes rompen la fuerza de los juzgados- y pisa lo fregado. Rebusca en los cajones, encuentra los capuchones del pene y llama del móvil secreto –solo lo han visto él, el chulo y la chacha- en busca de medias mujeres: por suerte en las naciones de cemento, gasoil y cobartas, donde un árbol en maceta se llama parque, comprar personas-trabajadores-putas está más agilizado teniendo dinero del que no hace ruido que conseguir aparcamiento un Domingo en zona azul.

            Más fácil que una pizza: se la llevan calentita a la oficina en una hora, cuando hayan cerrado la jornada.

            El tipo sale, vuelve a pisar, tira una colilla caliente en la alfombra… el fuego del cigarrillo prende un poco la lejía, desprende un vaho químico que inunda el cuarto… Ella se levanta, apaga los ventiladores, cierra la ventana, apaga la luz… desea llenarse de ese vapor, de esa nube fantasmal, tóxica que embota neuronas y sirve de máquina del tiempo hasta canchas de parquet en partidos oficiales… “cri-cri… cri-cri… cri-cri”… es Pepito dentro de su cabeza que la obliga a despertarse, a espabilar: cuando salga tiene que ir en guagua hasta el hospital-materno-infantil: a su hija quinceañera le toca ecografía.

jueves, 23 de mayo de 2013

Escrito (25/5/2013)


Industria.
            Era una familia de alcohólicos negros, moros y blancos: como los niños de “Beneton”, pero sin glamour. Vivían entre las tuneras del paterre cercano al inmenso centro comercial casi abandonado por el desuso de los antiguos clientes los cuales se trasladaban hacia los nuevos hipermercados más grandes, modernos y con mayores opciones de ocio como ñus en busca de pastos… el consumidor medio es idéntico al consumidor de pornografía: quien ve porno se habitúa a escenas de sexo tradicional, de las de condón y misionero y se siente obligado por impulsos brutales a buscar vídeos cargados de vejación, brutalidad e imposible para el fornicador del día a día… la tienda del barrio, con su señor amable apuntando en la libreta y sus pasteles caseros ya no son suficientes y tus impulsos te imponen buscar cajeras descorazonadas, con mente robótica y bollos industriales… por eso tan gordos… por eso padecen de colesterol… por eso estos vagabundos, borrachos y sin techo, que entre pagas y limosnas apenas llegan a los 400 euros mensuales por cabeza, tienen barrigas, tetas y muslos rebosantes de grasa, pues la tónica general de los países desarrollados de alma opaca en este siglo es invertir cientos y cientos si deseas comer sano y mantener una figura apolónica, mientras que los jacosos y los pobres padecen infartos de miocardio porque comprar un paquete de seis bollos sale menos de la mitad que una bolsa de seis peras: es la paradoja de una especie autofágica, criminal, a caballo entre el esperpento y la parodia, que hace milenios que olvidó tanto su alma como su animalidad y que con el tiempo ha decidido convertirse en la niña malcriada de la Naturaleza que le consiente todos sus caprichos destructivos sabiendo que algún día penará a sus hijos de dos patas cara a la pared mientras mamá los sodomiza con rabia acumulada por los siglos de los siglos…
            Ocho alcohólicos viviendo en un paterre… siete hombres, una mujer… dos dados… los hombres los tiran, los soplan, los manosean… la suma mayor le dará el premio y hoy le tocó a él: camina sonriente y tambaleante hacia su trofeo… ella, también sonriendo, ya se está bajando las bragas, subiendo la falda, dejando al descubierto su chocho canoso, jediondo y enfermo para que la quinta polla de hoy –vender polvos también les pone un cartón de vino a la mesa- escupa su placer viscoso, cálido, pegajoso… comienzan el coito, follan, disfrutan más por el sol en sus cuerpos que por el acto sexual: su cuerpo está demasiado anestesiado por el licor, su mente apagada por las embolias cuajadas y sus almas podridas por la aceleración del mundo que abandonaron hace ya mucho… follan sin condones, porque ambos pillaron el bicho a través de las agujas hace tiempo y las erupciones de la sífilis ni duele ni pica… un hígado tan roto por la birra que no importa que la venéreas lo estrujen unos cuantos gramos más.
            Tres de los borrachos se hacen pajas: cada mano a un pene ajeno... los otros dos acarician al perro… lo observan… lo mantienen amarrado –ya lleva así seis días-… lo cogen por las patas traseras… el más bebido de la pareja coge en su puño las orejas del animal y con la mano del cuchillo clava su hoja, temblando, pero certera, en la garganta del sabueso: hace tiempo leyó que así la sangre fluye mejor y más rápido que si lo degüella. El plasma brota desde la garganta del perro manchando sus manos, sus patas, su espíritu… recoge la sangre en un cubo mientras su compañero la va mezclando con el vino: el calor de ambos líquidos les ayudará a pasar mejor la humedad fría de las noches isleñas.
            El improvisado cerdo corre en seco, trata de escapar, gime… la carne es muy cara amigo y solo con unos bollos resecos no se llena lo suficiente el estómago como para soportar tantos litros de paraíso en tetrabrick.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Escrito (23/5/2013)


Anestesia.
            El vómito es rojizo, espeso, no por culpa de la sangre, sino por la media botella de absenta anisado que lleva en pulmones e hígado durante la última hora y media… Un vómito en el que flotan los pedazos de carne de la hamburguesa a un euro que tomó creyendo engañar así al cerebro con el mito de que el milagro obra a la inversa convirtiendo el alcohol en agua si llevas algo en el estómago… trozos de carne muerta, seca y pasada, igual que un cerebro de las antiguas vacas locas…
            Algunos de los tropezones del picadillo se pegan a su perilla y solo cuando los vapores de hiel, alcohol y lejía del suelo llegan a sus ojos reconoce donde está: su antro… su santuario… su hogar… el negocio donde tantos amigos-vaso-tubo ha hecho en las últimas noches… el negocio en el que violar su mente con penetraciones de J.B., polvo y un poco de maría las noches en que el bar está en pañales porque no hay examen al siguiente día… el negocio que crea un muro de ladrillo sellado a base de cristal y coca, protegido por dos fieles sujetos con joroba: un muro contra el que chocar el cerebro, desmigajarlo, ofrecerlo en sacrificio caníbal a los ángeles de los paraísos artificiales… Durante algunas horas su mente descansa al margen de una realidad con segundos viscosos, densos, demasiado largos que se pegan al alma como mocos verdes y flemáticos tan desagradables como inútiles: solo son un recuerdo de que tu vida está corriendo váter abajo…
            Los bombillos del escenario chocan con la negritud de las paredes… suficiente brillo como para reventar las escleróticas inyectadas en sangre, sacarlas de sus cuencas, dilatar sus pupilas más allá de las esnifadas… Un luz suficiente para ver el desastre: su cartera está vacía y apenas tiene dinero para pagar la noche de pensión y quizás un último homenaje del olvido.
            No tiene dinero para alcohol… no tiene dinero para polvo… incluso un edén ficticio debe pagarse y cuando los vicios del hombre dominan sus tripas, el pudor desaparece… con una pajita comienza a sorber el vómito de la mesa tratando de recuperar el absenta, ron y vino regurgitados a lo largo de la madrugada, como el perro que hinca su panza con un pollo el doble de su cabeza, lo escupe con una costra blanca y blanduzca, igual que la grasa congelada, pero vuelve a comerlo por si mañana ya no queda alimento en la nevera del amo…
            Algunos tropezones taponan la pajita, la llenan, la hacen inútil, así que desestima el uso de la cañita y comienza a lamer directamente de la mesa… por último lame las suelas que pisan el suelo emborrachado.
            “Hora del cierre”-avisa el camarero.
            Resignado sale del local en busca de una puta –como los hermanos Pinzones- y con ella amarrado de su cintura por el brazo sube las escaleras de la pensión habiendo olvidado… habiendo olvidado la habitación 314… habiendo olvidado que mañana le toca a él quedarse con ella, no a su hija… habiendo olvidado 23 años de matrimonio… habiendo olvidado la quimioterapia, dolores y llantos de su mujer con tumores malignos devorando colon e intestinos…
            Tiene la misma emoción en su garganta que los gorilas salvajes cuando son encarcelados en el zoo… sin fuerza, esperanza ni ilusiones, la puta no es un pasatiempo… la puta no es una infidelidad directa… la puta no es más que un “Valium”: necesita dormir, no hay dinero para tranquis ni ganas de mover la muñeca… pagar por una mamada mediocre es más cómodo que hacerse una paja de buenas noches.

martes, 21 de mayo de 2013

Escrito (22/5/2013)


For free.
            Se lanzan a los plátanos podridos, blanquecinos, amoscados igual que cerdos a bellotas: un estómago contraído desde hace días es más poderoso que el decoro de las buenas formas…
            Los gatos juegan con pescados muertos hace una semana, ahogados por el aire, mientras los adultos –apenas han comenzado a cargar ese adjetivo- separan los humanamente comestibles de los que usarán como carnaza para atraer a viejas y meros hasta los anzuelos… el pan solo llena estómagos de mamíferos con cerebro inútil en dos patas.
            Ahí siguen los niños… sucios… morenos… con ropa eterna igual que los dibujos animados… chiquillos hartos de las frutas y verduras que sobran de las ventas: darían lo que fuese por arrastrar en  las arterias el mitológico colesterol, símbolo de ricos que pueden permitirse carne y señal de quienes se alimentan teniendo en cuenta al paladar por encima de los intestinos… Niños con lomos agrietados por las costillas, con pus en los oídos porque el frasco contra la otitis vale casi tanto como la leche del hermano pequeño… S.S. es un cuento de viejos del ayer.
            Montañas de peras, pomelos, melocotones… rezumando jugo como mantequilla caliente por el borde de la tostada… azúcar pura que alimenta la golosina de los hijos, que atrae a mosquitos sin trompeta y a bocas de parados con demasiadas letras fuera de los libros…
            Cada sábado el mercado cierra hasta la mañana del lunes y aquello que no se vende se tira a los contenedores de detrás… las sociedades no son distintas a la relación que existe entre la mierda de una vaca y el escarabajo pelotero: los desperdicios de los gordos son los tesoros de los enanos… decenas de padres y madres se amontonan con sus hijos tras el mercado esperando encontrar su trozo de boñiga con la que llenar la despensa un par de días: alimentos que ayer pensábamos que podrían hacer vomitar a una cabra hoy son la base de la cadena alimenticia de muchas casas en este país.
            Algunos verduleros ya saben de la estrategia de los escarabajos y procuran hacer cagar a sus perros sobre la mercancía, mearla, echarle raticida para así no dar más opciones que la compra del producto: destruir unos alimentos encarece la venta de otros y en un país donde nos anestesiamos a base de J.B. y polvos mágicos de viernes a domingo para aguantar toda una semana sin fútbol ni bakalao, unos cuantos céntimos valen copas en la disco… además, una norma rige en nuestro estado: ¿porqué habría de regalar lo que tanto trabajo me cuesta conseguir?Mejor tirar a la basura parte de mi esfuerzo a que parásitos lo aprovechen.
            La policía se acerca… esta vez solo son cuatro… suficientes… Toman a un viejo que estiraba la mano a por una piña y entre dos le piden la documentación… el anciano no oye, no reacciona, no comprende… vuelven a pedirle… mira a las placas tratando de averiguar la línea que igual ley con moral… al tercer aviso pierden la paciencia y le dan un bofetón, alguien se interpone, lo defiende, insulta a los guardias y ahí comienza la disciplinación: dos uniformados lo reducen al suelo mientras otro se ensaña vértebra por vértebra hasta dar con la porra en el oído… el hilillo de sangre roja, espesa y sorda pretenden que sirva de ejemplo al resto del grupo… hace falta un puñado de policías para reducir a padres desempleados, a estudiantes desencantados, a trabajadores desposeídos de derechos… tan solo necesitan a un juez amigo para liberar de culpas a terroristas y aristócratas.
            “¿Porqué hacen esto?” alguien lo pregunta con un sentimiento a caballo entre decepción, ira y tristeza… contestan pronto: “Quienes viven explotando la necesidad no desean que sepas que tus hijos tienen derecho a vivir gratis”.

lunes, 20 de mayo de 2013

Escrito (20/5/2013)


Democracia.

            La mierda se habrá secado a la altura de los contramuslos cuando su mujer lo encuentre colgado de la lámpara… una carísima lámpara que decidieron comprar como único capricho aquel año… bendita lámpara capaz de soportar su peso: así no se vió obligado a colocar la horca en el árbol donde trepan sus hijo… en el árbol del parque donde hasta hace cinco años reinaba el césped, los remos y la risa… en el árbol donde anidan las palomas pintando el suelo con sus cagadas blancas…

            La guitarra destruida odiadamente contra el piso del salón… astillada… con toda las notas que le quedan abortadas por el golpe seco, brusco del suicida… una obra de arte, pura artesanía, desmigajada a lo largo de la alfombra… del salón en el ángulo oscuro cubierta de polvo veíase la guitarra: cuando llegó el paro sus cuerdas podía poner arroz con verduras y huevo cinco o seis veces por semana para comer, una taza de leche, gofio y azúcar por cabeza para el desayuno y la cena… unos dedos prodigiosos, igualmente útiles para encofrar paredes que para despertar de la madera suspiros de jazz, blues o rock, que cortados por la avaricia de jefes sin liderazgo que recortan plantillas: ¿para qué pagar a dos si puedo pagarle al mimo uno y medio trabajándome el doble?Un instrumento inútil para clavar tachas o cavar zanjas cuyo precio máximo en locale que compran sus pentagramas por porcentajes de caja absurdamente ridículos y un par de copas para embotar el ánimo del artista cuando negocian el caché…

            Décadas de actividad, luchando por el gofio y el agua, pudriéndose los pulmones con el cemento, con el tabaco del almuerzo, desgarrándose el esófago con el agua congelada de los trabajos bajo el sol con tal de poner unos zapatos en los pies de sus hijos, un bote de “Prozac” en la mesilla de su esposa… su amante esposa… una novia fuerte, alegre, vital que tras dos partos casi continuos y una vacante más entre las cajeras –la barriga entorpece su trabajo… nuevas leyes, nuevas facilidades para el despido… más barata una indemnización que un sueldo “poco merecido” a ojos de encargados- se vira en una mujer triste, desesperada y con pupila opaca… primero el chocolate, luego las pizzas, la tele –bendita tele que requiere menos calorías que el simple mirar a una pared en blanco… chute de control y endorfinas directo al hipotálamo- y, por último, las pastillas… medicación oculta en los rincones más cercanos al techo que su  marido encuentra: no es culpa de ella… es culpa del demonio verde que habita en su conciencia, que la anula como ser humano, que por la noche la perfora con escenas de dos bocas babeadas, ruidosas, mocosas y sin comer: dos bocas que paridas pasaron a ser no solamente dos bocas que alimentar, sino dos mentes que educar, dos culos que limpiar, dos cuerpos que abrigar… dos bocas que la devoran y vomitan constantemente pidiendo amor, alimento, cultura… lo que les pertenece por derecho, la ley les arrebató y ella, saturada, rendida, suicidada, es incapaz de darle… una paga con la que el estado se limpia conciencias burocráticas no es  acercable al nivel de dos sueldos ganados con sudores de hiel.

            Se fueron las épocas de las sonrisas… se fueron las épocas de los juguetes nuevos en Reyes y cumpleaños… se fueron las épocas del fútbol en el estadio los domingos… llegan las épocas de la guerra sin disparos, del terrorismo estadual… llegan las épocas de señores y señoras con barriga y trajes pagados por el ahorcado que solucionan nuestras vidas en búnqueres de coñac, puros y butacas de congresos…

            Se lo pensó mucho… fue al parque y paseó, bajo el árbol de sus hijos, bajo el culo de las palomas pensando, viéndolas volar, soñando por un instante que es águila, dueño de su vida y su destino, sin cadenas hipotecarias ni deudas en papeles… soñando por un instante hasta que mira al suelo y ve mierda de paloma en sus zapatos viejos…

            Poca cultura –los señores de la barriga y el traje se la han cargado-, poca oportunidad –toda está en países teutones y es para gente joven, no para cuarentones con talento justito  par la guitarra y un grado medio-, poca esperanza y valor de seguir viviendo… una boca menos si el muriese y una paga más –viudedad- para alimentar a las que quedan…

            La lámpara… esa lámpara capricho de aquel año cuando reinaban las buenas vacas y el arroz solo era para la guarnición… esa lámpara donde se apretó el nudo… esa lámpara alumbrado la llegada de su esposa que esa mañana tras dos años cobró valor para ir a por el pan…

sábado, 18 de mayo de 2013

Escrito (18/5/2013)


Antropofagia.

            El café es magma volcánico resbalándoles por el esófago… Medio litro de negro mezclado con medio bote de leche condensada: el azucar concentrado actúa de cemento cubriendo las microúlceras de la lengua provocadas por el calor punzante del líquido… No necesita despertarse, al contrario, son las 6 de la mañana y tras la última corrida ya son doce horas sin juntar pestaña… el café es solo un ritual más del tópico de la vida del bohemio vividor… una jarra que no limpia por ser recuerdo del viaje a parís, enorme, con doble asa, permitiéndo que los chorros de cafeína se le desparramen por la cara, le manchen la barba milimetradamente descuidada, lo espabile contrarestando tantísimos chupitos de absenta…

            Desnudo, sin depilar el vello púbico que casi le llega al ombligo y con una “pin-up” tatuada en el gemelo, abre el congelador, llena el fregadero hasta arriba, mete la cabeza… odia a su naturaleza por impedirle seguir ahí debajo, manter boca y nariz hundidas bajo el charco, por no anular su sentido de supervivencia… el tormento para un alma vacía apetente de estímulos cada día más brutales es el aburrimiento y si ni la vida, ni los chochos, ni las drogas calman tu hambre, pasar la línea hacia la inmensa muerte es el cenit de la curiosidad saciada…

            Tiene un ruido de electroencefalograma plano turbándole el cerebro y los ojos irritados, rojos, con las venas a punto de estallar, igual que nadara sin gafas en una piscina con demasiado cloro y orines…

            Se sienta en el puf de cuero cubierto por el manto hecho a rueca según la tradición india, según le dijeron en Bangladesh, según le explicó el gurú a quien manda dos cientos euros al mes por permitirle el regreso al ashram el próximo verano y sentado la observa… quirúrjicamente hermosa… teñida… exuberante… las tetas son tan grandes que cuando se gira una de ellas cae del sofa… Es igual que una muñeca rusa: toda su belleza está en la pintura y ahí, en ese sofá, recién follada, con sus agujeros penetrados, el rimel corrido y restos de semen en barriga, pecho y boca, despierta al bicho del aburrimiento que otra vez muerde el cerebro de su inquilino.

            Enciende un saque… se levanta… se acerca despacio… desea que se vaya, le escupe en la cara para despertarla, tira una ceniza hirviendo sobre el pezón, la mea… ni se inmuta: buena combinación para el sueño y el sexo bestialmente vacío la del ron con los tranquis… el barbudo se desespera tanto que tira contra la pared su huevo de cristal de bohemia: la odia, ni su cuerpo desea ya, solo que despierte y se largue… los monstruos no desean que los espejos duren demasiado tiempo en su sofá.

            El tick en el ojo, la taticardia, se suena –todavía queda algo de polvo en las fosas- el sueño no lo domina… coca, café, taurina… noches cargadas de drogas, mujeres sin nombre y aceleración… la aceleración es a la pasión lo que los palitos al cangrejo…

            Desespera y nota que se empalma ¡bendita erección!Una nueva eyaculación quizás lo tranquilice.

            No abre la boca… su pene es demasiado grueso para esos labios entrecerrados por el casi coma, así que decide ir hacia abajo, penetrar el óvalo… demasiado seco… busca la vaselina y no queda: se siente más contrariado que cuando te dan ganas de cagar nada más ducharte. Va a la despensa y coge el tarro de margarina ecológica…

            Unta casi media tarrina y comienza a masturbarse con su coño… cuando lleva unos diez minutos, la chica despierta sobresaltada, pero se deja hacer, sin ganas, sin placer, como la vida misma: si consumimos “Coca-colas” sin sed, ¿porqué no personas sin amor?

            Se corre dentro y a ninguno le importa: los ochenta han vuelto, así que el sida está de moda.

            Termina, la coge bruscamente por el brazo, tira su ropa al pasillo, la deja desnuda entre su piso y el “B”… un cigoto en la barriga y dos almas pudriéndose en la aceleración del autoconsumo.

jueves, 16 de mayo de 2013

Escrito (17/5/2013)


Conflicto.

            Diez deditos… diez deditos ensangrentados… diez deditos ensangrentados, volando, lejos, muy lejos de la mano, del muñón que ha quedado al niño: un trozo de carne amputada que comerán los chacales de las dunas, pero ni una sola lágrima, pues el impacto, el dolor, el terror es tan horripilante que su cara queda desencajada ante la explosión de la mina, esa mina-trampa en forma de juguete perpetrada por mentes de naciones civilizadas, países donde las leyes impiden la laboridad infantil y cuyas fábricas de armas venden metralletas a niños soldados que juegan a ser hombres… Un niño sin mano al intentar coger aquel muñeco: los juguetes nuevos son leyendas, unicornios azules que solamente existen en canciones ñoñas y en la utópica fantasía de una mente cruda, infante, aún sin madurar completamente… Un niño con muñón y arapos, consumido por el odio inculcado a fuego como tatuaje bovino, rodeado de adultos vestidos con fusiles que se visten con chaquetas de aspecto metálico.

            Tu compañero sonríe viendo la mutilación del chaval, espera ansioso… desea el momento… se relame como un perro que escucha el paquete de las galletas… y de repente, sale: el abuelo del chico va en su socorro y cuando le falta solo un metro recibe un tiro limpio del soldado que a punta estaba de correrse por saberse perpetrador de una muerte a punto… una bala incandescente, rojiza, rápida… tres centímetros de guadaña desparraman sesos y pedazos de cráneo por el suelo de oriente próximo… las pupilas del niño se dilatan por horror al tiempo que el fusilero recarga para disparar en su rodilla: no desea matarlo pronto… prefiere provocar heridas con el hierro en busca de incautos que corran en ayuda de su víctima… Dispara a la otra rodilla, a la mano que aún queda, a la entrepierna… hoy no existe suerte: los amigos del muchacho aprendieron la lección y se refugian en sus chozas… pronto acudirán las bestias… pronto llegarán las moscas verdes… pronto, el niño comenzará a llenarse de gases y coágulos para desparramar sus fluídos sobre el desierto rezando porque el perro que cuida la granja decida morder pronto su cuello…

            El francotirador se frustra: una sola muerte… dos menos que ayer. Se dirige hacia “el árbol del espía”… un matojo de poco más de metro y medio del que cuelga un soldado del ejército contrario, desnudo, cortado, amoratado… el soldado de tu batallón, el soldado de tu patria, el soldado bueno coge un par de cuchillas y las frota de canto contra el pecho, la lengua, los dedos del detenido… es tortura, pero justificada, pues al fin y al cabo lo haces por amor a tu país… los cascos azules miran hacia direcciones opuestas porque en la guerra hay demasiadas balas en el aire con nombres aún por conocer… un hombre con traje de soldado, el uniforme de los asesinos a sueldo del estado, masacrando a otro ser humano con morboso placer… además, tampoco está haciendo algo del todo monstruoso: seguramente ese tipo del árbol tenga información privilegiada sobre algún ataque de cabreros con armas de segunda mano y en tus manos se encuentra el uso de cualquier medio para sacar esa información… si lo descuartizas bien, con tortura, pero con cuidado, manteniéndole la vida, quizás te de la información necesario para convertirte en el que salve al campamento, en el que evite la muerte de miles pagado con el sufrimiento de un enemigo –pago más que aceptable-…cuando los cadáveres no son padres, hijos, tíos, novios de nadie, sino números de una estadística, un hombre cuenta lo mismo que una cebolla más o menos  en la sopa: la ética se dobla endeble como una espada a medio forgar y por las mismas acciones que en un país sin conflicto irías a la cárcel… te pondrán un medalla…

            Grita, se desangra, se cae a pedazos, pero no dice información –no existen palabras para describir lo inexistente-, así que el soldado decide dirigirse al poblado en busca del otro desahogo: un pasatiempo con velo en el cuerpo y agujero entre los muslos… un pasatiempo que se abre por un plato de comida… un pasatiempo que perdió la fe en el hombre entre el ruido de los disparos y cuya venganza contra su especie es transpasar la gonorrea a cuantos más incautos le sea posible… El condón más próximo se sitúa en algún anuncio de la radio, así que el gozo es mayor y cuando nazca el bastardo tiro en la nuca y la zanja: otra cebolla más del caldo.

            Contemplas estas acciones aterrado… observas la Gomorra pasándos del mito a la realidad… miras arrepentido de haberte alistado voluntario en las filas de una guerra que sigues sin comprender: miles de euros no son suficientes a cambio de cerrar los ojos y continuar viendo a aquel medio niño manchando de mierda y sangre el piso con sus intestinos, mientras lo arrastrabas a la fosa comunal… por suerte aquí el opio es tan fácil como conseguir tabaco en una máquina del primer mundo… opio para calmar a Satanás en tu cabeza cuando las estrellas y coca para despertar al mercenario patriótico que debe disparar bajo el sol.

            Puta guerra que convierte a hombres, mujeres, niños… en cebollas para la sopa.

martes, 14 de mayo de 2013

Escrito (15/5/2013)


Conteo Regresivo.
            Uno…
            Se encuentra completamente tranquilo en su sofá de cuero blanco trasgruñando con los ojos las luces de la noche… luces urbanas que en su orgullo del avance voráginoso destierran a la luna de su labor principal.
            Dos…
            Un gato, su gato, un gato gordo, naranja, atigrado, gandul y desparramando su grasa por lo ancho del alfeizar, jugando con el esqueleto del ratón muerto que encontró hace una semana… huesos como ramitas desquebrajadas de los que se unen grotescamente una cabeza de roedor completa, sana, casi viva… un papahuevo en miniatura juguete entre las garras del felino, observado por un dueño desganado que igual le importa tanto un ratón corriendo por la casa que un cadáver de pechos grandes encima de su pubis.
            Tres…
            El cristal está entre-abierto y la lluvia finita, acuchillante, le impacta en el rostro como sangre contra el suelo cayendo desde una vaca parturienta en el establo… nota su textura, su golpeteo constante, su cálida frialdad… uno, máximo dos metros lo separan del marco, pero levantarse sería, a gran escala, igual de incómodo que soportar una noche entera aguado por el cielo.
            Cuatro…
            El huevo batido sobre el arroz con verduras y soja se ha quedado frío hace rato, sin textura e insípido… ¿para qué calentarlo si pronto volverá a enfriarse? La cerveza de la cena a medio acabar en la lata le ayuda a embotar despreocupación.
            Cinco…
            Pasa el camión de la basura con su aroma a peste apelmazada, mezclada y revuelta, igual que el olor a pastelería: todos deseamos comer un dulce con sabor a “olor de pastelería”, pero es una frustración que arrastraremos de la cuna hasta la tumba… él se presenta indiferente ante el cubo, ante los gritos de los basureros, ante la amalgama de desperdicios… hederá de todas formas tanto si se quejase como si se alegrara por la recogida de los cubos.
            Seis…
            Un idiota en la radio está tocando unos pequeños blues desafinados, sin ritmos y tristes no por su sentido, sino por su incompetencia musical… Lluvia, cena fría, blues, peste y luz artificial: todo es tan colosalmente depresivo que es imposible parar de sonreír.
            Siete…
            Un revolver, un tambor, una bala… sentado en su sofá de cuero blanco, frente al gato gordo, con la comida fría, con la lluvia sobre la cara, con el ratón descarnado, con la peste ambientando decide jugar a la ruleta rusa no por sentirse triste, tampoco alegre… simple curiosidad nihilista de ver como es la inexistencia tras la muerte. Una bala de entre ocho posibles… ya van siete disparos con “click” en lugar de “pum”.
            Ocho…

Escrito (14/5/2013)


Felicidad enlatada.

            Pasaba la tarde rascándose los hongos de la cara a la puerta del templo católico. Algunos eran frescos y aún rojos por la brevedad de su erupción y otros, los más picajosos, los que estaban cargados de incosolable desesperación, estaban resecos, con una costra blanquecina a su alrededor… rasca y rasca con las uñas podridas en mierda de pájaro, perro y hachís –único remedio para un sueño tranquilo lejos de la realidad… unas horas de paz en el cielo de la ficción- entrando en una pescadilla viciosa: se alivia el picor, se infectan, aumenta el picor, rasca, se infectan, se alivia el… Pequeñitos, pero esparcidos a lo largo del rostro como miles de pulgas con agijón avispero que mutilan su cara… el afeitado es un alivo: la hojilla destrulle estos microchampiñones dándole igual que su sangre bacterizada se extienda al cuello, la frente, incluso el pecho… no importa el pecho, allí exite algo peor: la garrapata traspasada desde su perro. Se arrancó con su navaja a este inquilino con la mala suerte de dejar sus patas en el interior del costado creándose una zona entre verdosa y morada que se iba apoderando del torso lentamente… por suerte, no tiene demasiado lomo del que apoderarse. “Vete al médico”, es fácil decirlo para personas alejadas del templo de Hades, pero en un país donde entre todos pagamos dietas de cien pavos al día y coches oficiales a quienes violan y desvalijan la sanidad pública, curarse es un lujo restringido para el alcance de quien vive entre jeringuillas y vinos en cartón.

            Se rasca, se corta, se clava la punta del metal… no existe el alivio: irónica alegoría del estado de su alma. Como único respiro, acariciar a su único amigo, su compañero de hocico y cuatro patas que se entretiene por las noches lamiendo las llagas del caminar descalzo de su dueño… Un perro pequeño sin correa que no se desprende de la inútil compañía de su amo, tan flaco como el caballo de aquel viejo loco de La Mancha y con una sonrisa sempriterna en la mirada… El adicto se responsabiliza de este can por amor, por agradecimiento a su fidelidad, por compañía, por ética responsabilidad, pero sobre todo, se hace cargo del peludo porque este animal es una materialización zoológica del microscópico trozo inocente de su alma… si muere, se pudre o se revienta el perro, se terminó el juego… hasta nunca parte niña de mi soledad.

            Salen los feligreses tras el culta y se dedican a manchar con cobre la gorra del vagabundo: pequeñas monedas… qué barato les sale limpiar su conciencia. Un niño juega a robar la alcancía y el animal enseña los dientes… un perro tan pervertido por la asquerosidad de los humanos que incluso él valora la muerte del dinero… tan feliz que sería desconociendo los billetes, conformándose con caricias, huesos de pollo y polvos furtivos con perrillas en el parque… se nos olvidó cuando rompimos con el mono que la vida es sumamente sencilla, bella por su fruacidad, por su detallismo y simplicidad… inventamos las palabras “mío”, “tuyo”, “propiedad” y se acabó la sonrisa con los cielos despejados en la arena agarrados a la teta de la esposa… cambiamos la tranquilidad, la mirada pura de los hijos, por la prisa, el agobio y la riqueza alejante.

            Ya es la hora… comienzan los escalofríos, el hambre sin apetito… rasca, rasca… el picor está en la cara, en el cuello, ahora en la barriga… baja a la entrepierna, a la canilla ¿lo hongos no estaban solo en la zona de la barba? No son ellos, no son los aguijones quienes pinchan, son las otras agujas quienes llaman… “Vamos a casa, mi coleguita” dice al perro.

            Llegan… sientan… respiran… come un bocado de aquel pan con chorizo y moho, aparta los condones rellenos de anoche y en una caja pulcra están su paraíso en miniatura: cuchara, mechero, elástico e inyección…

            La coloca en el metal y con el fuego le va dando calor, la prende, la derrite… la cuchara también se funde y van cayendo diminutas gotas como el caramelo líquido que su madre le echaba hasta ayer, hoy, hace mil años en el flan… gotas de caramelo al hierro derramándose sobre su pulgar, perforando aún más esa bolsa provocada con esmero tras años de vicio vacuo, de felicdad ficticia que bloque las neuronas del recuerdo durante un par de horas –tres con suerte- reuniéndolo con Alicia en el mundo del conejo…

            Ladra, ladra, ladra desesperadamente porque ya no huele el alma de su dueño… ahora le muerde el bajo de los pantalones, la pantarrilla, el gemelo… una patada… un descomunal puntapié que parte el colmillo de su mascota… “¡Los siento!¡Dios lo siento, perdóname!” grita al conciensarce del castigo sin culpa provocado a su compañero, a su  alma buena, a quien ahora llora y gime… él también llora, desconsolado, como cuando se le caía en flan con caramelo… se chuta… durante un para de horas –tres con suerte- olvidará la patada a su amigo, el pan con moho, la realidad apestando…

domingo, 12 de mayo de 2013

Escrito (13/05/2013)


 Marchitando
            Un perro con tantísimas garrapatas en las orejas que le colgaban por culpa del peso de los insectos… la causa del descuido: unos dueños, compañeros de vida, demasiado ancianos aún para cuidarse a sí mismos, mucho menos a un animal cuyo lomo parecía una pared descorchada gracias a los huecos calvos por la ausencia de pelo ya fuera por el eccema o por los mordiscos de perros más sanos y fuertes en el parque… querría evitar las peleas, pero su correa es una vieja cuerda deshilachada amarrada de aquella forma sobre el cuello de la mascota… el único nexo de unión entre soga y mano, fuerza desnutrida en manos de viejo.
            Un perro fiel como todos, famélico, despelado, con llagas en la lengua por el olvido de una buena comida… un perro hecho tirajos sobre la falda de su amo, un ser tan profundamente amoroso como inútil: pañales para la incontinencia demasiado cargados de excrementos y humedad –se acabó el dinero para la enfermera y la sanidad pública no cubre gastos de muertos inminentes- le rozan el culo formándole costra entre las nalgas… albornoz cosido con tela de toalla que apenas llegaba a cubrir hasta la mitad de sus canillas, huesudas tibias como palos de bambú finos y secos por el sol, adornados con llagas blanquecinas… Come un plátano –de los pocos alimentos posiblemente masticables por sus paletas-, mientras el perro lame los restos de su boca y él lo acaricia con la mano sobrante… de fondo la ruidosa verborrea de algún programa casposo en la tele y llevando el compás, el sonido de la aspiradora acariciando el suelo de la alcoba: su mujer debía estar limpiando de cara a la vista de su hijo… la quinta visita en un mes… la quinta espera vacía.
            Los claves de ayer se marchitan en el jarrón nuevo sobre la mesa, flores apoyadas a través del cristal sobre dos volúmenes de  libros leídos, releídos y olvidados… el viejo disfruta de fruta, visión y compañero como un niño sintiendo el derretir del polo sobre boca y mano en un día de playa demasiado abrasador…
            No hay visión más hermosa: es ella vestida por un traje sin mangas con estampado estilo “cortina del salón”… un traje demasiado corto por ser comprado de joven, cuando las tetas aún no colgaban y el pelo estaba en la cabeza, no en axilas y bigote… un traje que se empeñaba en seguir usando en la senectud a pesar de que sus pelos del coño pasaban frío por debajo del corte del vestido.
            Peluda, estornudando zafiamente por el polvo que arrastra el aspirador, brillante por el sudor de hoy y ayer, pero así todo el viejo no imagina una escena más hermosa... la remata el perro cagando en mitad de la alfombra: ahí se quedará hasta la tarde, que ella no puede agacharse y él tiene poco tiempo para disfrutar de los primeros rayos del sol desparramándose sobre el sofá… lo primero debe ser lo importante.
            Con la grasa de sus brazos tira libros, almohadas y hasta un vaso mientras limpia con el aparato: maldice con cada microaccidente y empuja al perro –“sale”- con el pie: el bicho busca refugio en su dueño.
            Cuando va por la mitad su esposa se tira tal peo que inunda el cuarto con ese incienso propio de las alcantarillas que se abren de repente a primera hora de la mañana, cuando aún hace poco viento como para dispersar el olor de la cloaca, pero lo justo como para permitir que el olor a huevos podridos en el microondas se quede impregnado durante pocos metros a la redonda… Un peo fétido y espeso, que si abres la boca te ahorras una buena comida… su reacción fue… tirarse otro, idéntico y reír, ambos ríen, incluso el perro ríe aullando… y los tres se aman, flacos, pellejudos y con trozos de pelo por caerse… la vida es inteligente y está programada para que con el paso del tiempo el amor no se base en mentiras piadosas como lo bonito o lo pasional… la vida le enseñó que en el amor la comprensión, la compenetración y el apoyo mutuo es primordial, pero no lo más importante… basta con querer a secas, sin preguntas, que las personas estamos hechas para el amor, no para el entendimiento.

Escrito (12/5/2013)


Los genes de la guerra.

            Los excrementos se le habían desparramado por entre los órganos, tripas y abdominales abultándole la barriga, dándole aspecto a su vientre de chicle “Bubaloo”, pero relleno con mierda en lugar de fresa… Su pulmón izquierdo empezaba a crecer de nuevo, pero jamás pasaría del tamaño de una mandarina: ya desde la bronquitis ese lado quedó muy afectado y cuando se convirtió en pulmonía apenas existió marcha atrás… Unos pequeños ojos que se entreabren, se entrecierran, igual que cuando el sol golpea contra las rocas de la barra y te obliga a cubrirte con la mano… unos ojos que conservan su mirada, fuerte, orgullosa, con toques de infantil ilusión e inocencia, la mirada de un chico que vive con su madre, ve a su novia los fines de semana y algún que otro martes, que suda con el sacho arreglando los jardines del ayuntamiento y que se siente campeón e incluso algo más grande: un guerrero. Termina sus turnos y apenas come un sandwich o una fruta para no cortar la digestión cuando esté en el gimnasio… entra al dojo, se ajusta las vendas, se enfunda el bucal, coloca sus tobilleras y comienza el sueño hecho carne, el espacio dulce de una vida por lo demás ni agria ni bella, sino sosesaga, apacible, tranquila… triste e insulsa si no fuera por las discusiones con ella, por las caricias, coscorrones y besos de sus hijos y una vida inapetecible si no fuera por el kickboxing… talento, voluntad y forma física de ser un campeón mundial si no tuviera que ganar el sueldo con la rosa y el hierro, si viviese en un país que reconociera el esfuerzo no solo de deportes con balón ni que encumbrara a héroes a comemierdas del corazón que tienen la supina soberbia de llamarse periodistas… un campeón mundial encerrado en el cuerpo de un kickboxer local, famoso entre pocos, admirado por todos y querido por suficientes. El kickboxing que como el buen veneno que sabe a miel en dosis justas, lo que vino sirviéndole como carretera hacia el cielo lo colocó también en el camino grande hacia el infierno: se obsesionó por bajar aquel par de quilos de cara a la pelea y salió con solo una bolsa de basura como abrigo a correr de madrugada, por la avenida, con el viento de frente y el rocío brutal del Atlántico humedeciéndole el esqueleto, echumbándole la garganta, los pulmones, infectándolo con un mal que le arrebatará durante meses en la cama su principal razón por ser, aunque jamás la ilusión, el afán de lucha, porque ganar es una posibilidad remota, pero persiste sabiendo que solo fracasa quien se rinde y únicamente vence quien pierde en la batalla.

            Como cicatriz de la herida sus guantes al junto la almohada: su hijo utiliza un peluche para pasar el miedo durante la oscuridad nocturno, ¿porqué el padre no habría de agarrarse al cuero sintético y el velcro que siempre lo ha mantenido pegado como lengua al hielo a la vida? A los pies del camastro, su madre, quien culpa con sincero odio a este deporte en el que su benjamín entró casi por casualidad –recuerda cuando fue a apuntarlo en natación y por tener que esperar un mes le permitió practicar mientras este brutal juego incomprensible-: de ser por ella quemaría hoy mismo esos guantes, utilizaría los tatamis como rellenos de colchones y el ring del gimnasio lo cogería para hacerse puertas nuevas en su casa… pero como todo odio en el fondo encierra un gran amor, porque en la habitación número 314 solo han pasado veinte personas sin ser padre, madre o novia… diecinueve guerreros y un sensei… veinte amigos, hermanos, padres, novios, compañeros…

            Es el turno de él, del que pelea la próxima semana y ha venido a enseñarle al enfermo el cartel de la velada, las fotos de la promoción, la hipócrita y minúsculamente publicada reseña en el periódico que infla su orgullo aún sin mencionar el nombre del púgil, tan solo un “joven isleño”: engodo para algunos aficionados al arte marcial que de otra manera no habrían comprado nunca el periódico.

            Debe enseñarle este recorte él mismo, poniéndolo frente a la cara de su amigo postrado la hoja, pues los tubos lo mantienen anclado a la cama y tiene tantas vías pinchadas para antibióticos, suero y morfina, que los moretones en ambos flexos de sus codos le provocan una infernal agonía si tuviera que doblarlos para leer.

-Si no es pinta de marica loca en el periódico.

-Mejor marica loca que jacoso en cama.

            “Psss” y risa… El visitante huele la caca –no puede levantarse ni para ir al baño- y tras darle un beso en la frente empieza a cambiar al otro guerrero. Su madre sigue sin comprender porqué todos los chicos que por allí pasan no la dejan a ella, su madre, sangre de su sangre, darle el potaje, cambiarle los pañales, afeitarle… no comprende porqué desconocidos con genes ajenos a los de su hijo actúan con un amor tan o más profundo que el de hermanos y primos… no comprende que los veinte y su hijo poseen una meta, un objetivo hacial e que caminan a distintas velocidades, pero en una única dirección… no comprende que son años, décadas en algunos casos de risas, llantos, peleas y abrazos en común… no comprende que más fuertes que los lazos de la sangre son los lazos de la experiencia compartida.