martes, 8 de enero de 2013

Vuelta a la carga (relato)


Entre el combate, el curro y demás llevo muchos meses sin escribir, pero nunca lo he abandonado: mis seres queridos, las artes marciales y la literatura son un todo para mi, el triángulo de mi equilibrio emocional.

Aquí está el nuevo escrito (en breve lo subiré a mi blog ki-enelpapel.blogspot.com):

Water
Sujetaba su pelo sucio, aceitoso y salpicado, un cabello goteleado por los pequeños coágulos que rebotaban en el agua sucia del fondo del retrete… tal era la fuerza de su vómito: una guerra ardiente en su garganta tratando de arrojar no solo el visco mezcla de hiel, sangre y tropezones del poco alimento que había conseguido tragar, sino una batalla contra la propia enfermedad, como intentando expulsar de sí misma la porquería por medio de las brutales arcadas que convulsionan su diafragma y fragmentan su esófago. Dos horribles horas en aquel baño minúsculo en el que apenas cabía un gato, pero donde se aferraban el uno al otro esas personas como si fuese el último refugio, el escondite que los libraría del resto de la humanidad… dos horas muertas, silenciosas, salvo por el rugir de la bilis saliendo de ese cuerpo marchito, flaco y amarillento, similar a un galgo apaleado… dos horas sin mediar palabra que siniestramente lo llenaban: en año y medio la relación que compartían se quedaba más y cada vez más sin sonidos, pero él no le da importancia, pues sabe que si en el buen jazz las notas más profundas son las que no se tocan en las buenas conversaciones la palabra más significativa que se escucha es el silencio.
            Dos años desde el diagnóstico. Quistes, quimioterapia, ilusión, hundimiento, pastillas, dietas, dientes amarillos, podridos, caídos… pelo inexistente y un horror a no tener enemigo contra el que luchar: se desconoce su origen, se esfuma la esperanza de la muerte al no ser terminal, pero se alarga la angustia de la vida al no encontrarse cura… dolor de la inexactitud, del inentendimiento, del porqué en el hígado si nunca bebió, de porqué ojos inyectados de ese nauseabundo olor a rojo, vasos rotos en la esclerótica por el esfuerzo de vomitar con el estómago vacío.
            Dos interminables horas de sudor frío, gemidos y lágrimas sin sentimientos donde él no puede hacer más que sujetarle su cabello… una peluca, pero “su” cabello orgullosamente colocado como corona de campeona alrededor de un cráneo liso señal de lucha.
Iris amarillentas mezcladas con un antiguo azul verdoso que aún excita sus emociones. Él no puede parar de mirar esos ojos, de encontrarse a sí mismo en aquella pupila, no por esas mariconadas de pupilas que se clavan en otras pupilas, sino por la alegría de ver una sonrisa en su ella enferma, casi podrida, pero ella, “ella”, siempre ella a pesar de los cambios del entorno y del cuerpo… lo que cuenta es el sentir, no el entendimiento.
“Déjala” es lo que le dicen algunos, incluso su madre y hasta su suegro en ocasiones de total derrotismo. “No puedes amargarte la vida sin saber cómo acabará esto”. Él escupiría gustoso a cada cobarde que dice que la abandone, a cada ignorante que no comprende que él elige seguir con ella, porque si bien “amar” es el verbo que transforma el universo, “elegir” es sin duda el verbo que diferencia al hombre del títere, al guerrero del conformista… la persona que ama y elige encierra en sí la conquista del mundo, pero también alberga algo superior: el dominio de su ego. Elige amarla, esperarla y apoyarla durante ese caos de incertidumbre porque recibe lo mismo de ella: algunos piensan que él da demasiado, otros que no lo suficiente, pero el pensamiento ajeno importa menos que la mierda que le sale a ella del cuerpo, ya que, lo único relevante es su sentimiento, la inmensa felicidad compartida, porque desde la primera vez que sujetó su frente, durante la primera arcada, tras la primera sesión, comprendió que la felicidad no siempre –casi nunca- está en verdes praderas con conejos blancos, sino en baños de hospitales con olor a orín y lejía… nadie comprende, pero no importa, porque él sabe que la felicidad, su felicidad no es una mujer sana, complaciente y esbelta… su felicidad es mantener la ilusión, que no el conocimiento, de volver a encontrar pelos rubios, largos y naturales sobre la almohada al despertar, mientras ahora limpia los esputos sanguinolentos de su boca.