viernes, 23 de diciembre de 2011

Nuevo apoyo.

Otra estupenda baza en el blog: el escritor y estudiante de traducción e interpretación Vicente "Vince" que nos brinda su mano con su pagina "La magia del desastre"...Una literatura muy, muy peculiar en el sentido más positivo y amplio de la palabra. Espero que disfruten con la lectura de su blog al menos la mitad que yo mismo. Un saludo y gracias Vince!!!

miércoles, 21 de diciembre de 2011

¿Porqué elijo ser un luchador?

Doce úlceras en un ojo causadas por golpes y roces que me han quitado parte de la visión, artrosis en ambas rodillas por correr a diario desde hace diecisiete años, sordera parcial en el oído izquierdo de un golpe que recibí a los catorce, dos cicatrices en la cara por cortes, varios esguinces y cientos -quizá miles- de moretones. Sin contar las derrotas que he sufrido en competición, las parejas y amigos que tuve y no siguen a mi lado por dedicarle más tiempo al gimnasio que a su compañía o la dificultad enorme que conlleva compaginar varias horas de entrenamiento diario con trabajo y estudios…Y aún así, después de más de diecisiete años, sigo siendo un luchador. Hay quién me pregunta que porqué…esta es mi respuesta:         
   Los seres humanos tenemos una fuerza, una chispa, una especie de monstruo interno que gruñe dentro de nuestra boca del estómago pidiendo salir, crecer, desarrollarse…tenemos la opción de silenciar ese monstruo convirtiéndolo en un ser domesticado y moribundo que nos obliga a arrastrarnos por la vida como sujetos medianos, desapercibidos o bien podemos alimentar su potencia y convertirnos en eso para lo que nacimos ser: héroes. Si tomamos la segunda opción la única forma, al menos adecuada, que existe para alimentar al monstruo es la búsqueda del autoconocimiento, el seguimiento de la disciplina y pelear firmemente por aquello en lo que uno cree sin perjudicar a terceras personas…es decir, la mejor forma de acrecentar a esa bestia es mediante la superación personal la cual sé, he comprobado con creces que se logra, entre otras cosas, por medio de las artes marciales. Y cuando hablo de superarse a través de estos deportes de contacto no me refiero solo al hecho de los combates en sí, más bien de lo anterior, del entrenamiento diario el cual no dura solo las horas que pasamos en el dojo, sino las veinticuatro horas que tiene un día ¿Imposible? Ni mucho menos: los artistas marciales que decidimos competir precisamos poseer una serie de cualidades psicológicas, técnicas y físicas determinadas, las cuales requieren a parte del día a día en el gimnasio el seguimiento de una dieta específica de la que pocas veces podemos librarnos –la ingesta mínima y hasta nula de alcohol y refrescos, no tomar “comida basura”, comer entre cinco y seis veces diarias, cortar hidratos de carbono a partir de las cuatro de la tarde y un larguísimo etcétera-, así como del eliminar horas de diversión y “fiesta” para tener el cuerpo y la mente lo suficientemente reposadas, invertir en sueño tiempo que podríamos pasar con nuestras familias…Como se ve ser artista marcial no es algo que se reduce al tatami, pero tampoco es algo que deba subyugar las vidas de quienes las practicamos: es simplemente adaptar en la medida de lo posible nuestras vidas a las artes marciales. ¿Y porqué compensa? En mi caso personal es por el hecho de poder decir “de lo que soy capaz de hacer”, lo cual no es una cuestión de ego –plagiando a Bass Rutten diré que cualquier buen luchador suda tanto o más cuando nadie le ve que cuando tiene un público- sino de aprendizaje: siempre que añado peso a una barra que voy a levantar, que me despierto a las seis de la mañana para irme a correr o que me almuerzo una ensalada en vez de una pizza soy consciente de que si “soy capaz de hacer” esas acciones por el simple hecho de ganar un combate, de lo que seré capaz de hacer por cosas realmente importantes en la vida como mi sobrina, mis estudios, mi trabajo…será algo enorme y es en ese punto cuando comprendo que para mi las artes marciales, ser mejor o peor en ellas, no es un objetivo en sí mismo, sino un punto de inflexión, una forma de aprendizaje que me enseña constantemente a ser una mejor persona en el día a día, en lo cotidiano, que después de todo, es el trozo más grande e importante de nuestro existir.
            Hasta este punto puedo resumir que practico artes marciales porque el esforzarme por medio de ellas para romper mis límites como peleador al mismo tiempo hace que rompa las barreras que me dificultan ser mejor persona. Pero además hago esta actividad y no otra porque al menos para alguien como yo es lo más arduo, doliente y sacrificado que conozco. Uno no solo no debe rechazar la adversidad y el sufrimiento que se encontrará cuando quiere conquistar un determinado objetivo, sino que debe incluso elegirlo y amarlo, llegar a un punto en el que adore y hasta busque pasarlo mal en el transcurso que le llevará a cumplir su sueño. Espero que no se me malinterprete: no pretendo hacer apología del masoquismo, ni mucho menos…tan solo trato de expresar que cuando alguien tiene dentro de sí mismo, junto con ese monstruo, un deseo, una meta, una razón de vivir, tiene que alejarse del camino fácil y seguro –seguro en el sentido de ya conocido, de ya precaminado- y buscar siempre el proceso más duro que le pueda llevar a lograrlo, pues lo más importante de un sueño no es la conquista en sí de este –eso debería ser tan solo un plus-, sino lo principal es el proceso que nos lleva a conseguirlo el cual nos permite conocernos, definirnos y hacernos como personas. Cuanto “peor” es ese proceso más fuerte nos hará, mayor será el grado de autoconocimiento porque nadie puede saber quien es realmente si no se encuentra cara a cara con el miedo, la duda y la dificultad, en el límite justo de sus posibilidades y trata de vencerlos –vencerse a  sí mismo en realidad- para saber hasta donde esta dispuesto a llegar por lo que quiere, por lo que cree, por lo que es importante en su vida. Una forma de poner esto en práctica en el gimnasio es algo tan simple como hacer sparrings con los compañeros más duros siempre que tengamos oportunidad, trabajar al ciento por ciento de la capacidad aunque el entrenador no lo haya pedido, refinar constantemente un movimiento en particular y practicar el que no sabemos hasta que salga…hechos tan simples que trasladados a fuera del tatami nos convertirán en hombres de honor.
            Además de lo anterior, está claro que el momento en sí de la competición es algo que merece la pena. El estado en el que uno se encuentra es algo muy contradictorio, paradójico…de alguna manera raya lo antinatural: en vez de evitar el dolor como sería lo instintivo te metes de lleno en él…sometes tu cuerpo, tu cerebro a niveles de estrés y tensión casi insanos…el corazón sufre unos cambios de ritmo que le hacen llegar a la taquicardia varias veces durante el combate…y así todo compensa pelear y mucho. El enfoque que debes tener en lo que estás haciendo es tan enorme que mientras luchas es como si la mente automáticamente supiese a que atender, que voces escuchar, que precisa mirar…y, por ello, mientras luchas, solo existes tú, el contrincante, Dios y tu esquina, más nada: no existe el público, no existe la derrota, no existe la victoria…tu tiempo es el presente, tu espacio es el tatami o el ring y lo único que hay es la pelea, ni siquiera ganar o perder. Es un estado de libertad y de ausencia de pensamientos tan grande que es siniestramente hermoso y uno de los poquísimos momentos de mi vida en los que puedo decir “soy libre, soy feliz”. Aunque estoy convencido –y lo pongo en práctica- de que cuando uno lucha ha de hacerlo principalmente por sí mismo –si no eres capaz de luchar por ti en primera instancia, te será imposible luchar por quienes te rodean- también es cierto que cualquiera que entramos a un área de competición tenemos clavados decenas, miles y hasta millones en el caso de luchadores de renombre de ojos que nos observan. Un competidor de artes marciales tiene la responsabilidad ética de saber que cuando esta sobre la lona lo que hace, como actúa, es un ejemplo para esos ojos…y más aun su trabajo diario para llegar a estar en esa lona. Quien este de público sin que nos conozca ni practique artes marciales no sabrá la dedicación que ponemos para estar luchando…sin embargo, las personas allegadas a nosotros, como familiares, amigos, compañeros de entrenamiento (que en el fondo todos formamos una familia) saben que lo que hacemos empezó mucho tiempo antes al momento en el que nos llaman por megafonía para entrar al tatami o en el que salimos del vestuario acompañados por la música: son conscientes de que lo que hacemos es una cuestión de fe. Y la fe no es esperar a que Dios o la vida te den las cosas, ni mucho menos: la cuestión de fe es un triángulo formado por esperanza, esfuerzo y sacrificio…esperanza para tener paciencia, no rendirnos y creer firmemente en nosotros mismos, en nuestras posibilidades, creer en que al margen de lo que digan los demás, de lo que piensen, siempre que creamos de corazón en una causa, en un objetivo, es posible, se puede conseguir…esfuerzo para hacer ciertas acciones que solo haríamos por una meta que tan solo nosotros mismos –ni siquiera nuestro entrenador o nuestros seres queridos- somos capaces de ver como por ejemplo correr kilómetros y kilómetros para ganar fondo, lanzar una combinación al saco cientos de veces…y sacrificio para lo contrario, para dejar de hacer ciertas cosas que solo abandonaríamos por ese objetivo, como puede ser abandonar horas de sueño y cambiarlas por horas en el dojo, dejar de pasar tiempo con nuestros amigos…Ese proceso de fe –esperanza, esfuerzo y sacrificio- que nos lleva a subirnos al ring, al tatami, inconscientemente hace que le digamos a quienes conocen ese camino que hemos andado que es posible, les inspiramos a saber que si nosotros conseguimos nuestro sueño como suele decirse con sudor, sangre y lágrimas, ellos también pueden conquistar el suyo, ya sea pelear, ser actriz, conseguir un mejor trabajo, unos estudios…lo que sea es posible, porque para conseguirlo solo existe unos requisitos muy simples que no por simples dejan de ser difíciles, gracias a Dios, que no son otros que tener fe, no hacer daño a nadie y creer en uno mismo. En definitiva a nuestros seres queridos que ven como arriesgamos nuestra integridad física en competición lo que les estamos diciendo no es otra cosa que “¡Ey! Si eres una buena persona que tiene fe, que crees en tus posibilidades y luchas por tus sueños y por tu felicidad adecuadamente, sin perjudicar la ajena, antes o después, conseguirás todo lo que te mereces!”.
            Y por último, practico artes marciales porque a mi padre no lo saludo con un beso en la cara, pero a mis compañeros de entrenamiento sí. ¿Significa que quiero menos a mi padre que a ellos? Ni mucho menos. Lo que eso significa es que tu equipo, con el paso del tiempo y basándose en un objetivo, principios y forma de vida en común y, sobre todo, tras el paso de horas y horas compartidas tanto en los campeonatos como fuera de ellos, se va convirtiendo en tu familia, porque al fin y al cabo más sólidos que los lazos de la sangre son los lazos de la experiencia compartida.
            En definitiva, yo no soy un luchador, porque uno solo puede ser lo que nace siendo…yo elijo ser un luchador, porque así me hice a mi mismo. Elijo ser un luchador porque elijo ser libre, elijo ser una inspiración con mi fe para quienes me rodean, elijo ser una mejor persona y elijo no rendirme ante las adversidades.
            Todos estamos destinados a hacer grandes cosas en la vida: únicamente tenemos que alimentar al monstruo si queremos conseguirlo.