viernes, 15 de febrero de 2013

Escrito

EL SÉPTIMO CÍRCULO
La peste a orines resecos, de varios días acumulados, convierten la estancia en románticamente insoportable: los parroquianos adoran la inmundicia y no podrían estar en ese local sin ella, ya que, simplemente, entrarían personas decentes, de esas de buena ropa –quizás corbata-,hijos, casa propia y todo el resto de la mierda… pero cuando eres un fracasado asumido, sin fuerzas para el ascenso, aunque con ciertas esperanzas de volver a convertirte en ser humano, el éxito ajeno se te antoja más doloroso que un cuchillo al rojo hendido en la carne de manera progresiva... El pub se ha transformado en una plaza de toros donde los miuras de su interior no desean que entre nadie y los espectadores externos a la corrida no desean entrar: un acuerdo tácito que beneficia a cualquiera.
            Sujetos consumidos de pelo a tuétano por las babas ardientes del licor, mirándose, oliéndose, odiándose… se matarían gustosos unos a otros por una nueva copa y no tanto por eso: se matarían con placer porque mirar la fealdad en el espejo siempre es repugnante y dispara los instintos más básicos, menos animales, más humanos.
            Pero el amor con disfraz de sexo a veces surge y ahí está ella: una borracha apodada como “La flaca”, con venas partidas, llena de morados en los flexos del codo, es codiciada por uno con bigote: sueña con pasar la lengua por su vagina meada, por las pústulas de su cara, por las tetas estriadas a la altura del infierno… es el deseo, el amor, el afán de compañía no correspondido lo que le hace mantenerse en pie, limpiar sus greñas brilladas en grasa y peinar la caspa de su bigote cada tarde, antes de despertarse para el nuevo impacto de felicidad embotellada.
            Baños untados en cristal, billetes blanquecinos, tarjetas de crédito desgastadas… detrás de los contenedores, en la callejuela, solo jeringuillas coaguladas, condones con leche aún caliente y de los más sanos, unos cuantos filtros… parece una guerra de naciones, es casi divertido: yonkis con desgarros en el ano por un nuevo pico caen sobre los vómitos de alcohólicos pestilentes, peleas de pastilleros… la coca pudre su nariz: si hiciéramos una radiografía a su cráneo, veríamos miles, cientos, millones de cucarachas microscópicas agujereando su cerebro, alimennt´ndose de las neuronas, mordiendo el pulsómetro de “violencia” en su mente… tipos que encontraron a sus mujeres mamando del falo de quien sí se preocupaba por ellas, matemáticos frustrados que debieron conformarse con ser profesores mediocres, putas tan ancianas y decrépitas, desdentadas, que olvidaron el sabor del pene hace muchos años y sobreviven como momias en formol, en maceración gracias a la bebida pagada por jóvenes rodeados por su futuro cada noche en ese bar, quienes disfrutan ver caer a esas viejas hasta la inconsciencia etílica: si hay suerte, se abrirán la cabeza contra el asfalto e incluso se clavarán cristales en las manos, justo entre los dedos, donde cortan los folios cuando joden.
            De repente, un espacio para el arte… un sexagenario huyente de su país por encapricharse de adolescentes, toca el piano… nadie sabe como llegó hasta allí, porqué existe ese dominó musical en medio de ese alma decadente, pero a menudo alegra las noches y a veces la autodestrucción colectiva incluso se detiene a escuchar al “piano-man”. No toca, no juega ni susurra con los dedos, solamente aporrea… do, re, mi, fa… do, re, mi, fa... el whisky es una esposa demasiado fuerte en sus muñecas que no le dan permiso para llegar a la última nota… siempre cae, escupe, se mea y vuelve a beber… pero sigue ejecutando la música porque le hace recordad que una vez estuvo vivo, cuando cataba el semen gratis, cuando creaba piezas por pasión, no por dinero o copas gratis… un piano convertido en agujero negro que mientras truena absorbe la realidad del local, de las existencias de sus parroquianos.
            Un reino de paraísos artificiales donde los contactos humanos se limitan a lo genital y a lo agresivo, devora el espíritu de sus clientes: de repente el local se convierte en Gaia cobrando vida propia, alimentándose del ánimo de todos cuanto pisan su suelo pegajoso… ellos lo saben: borrachos, farloperos,  jasquis… es el ambiente, no la droga lo que los consume de forma rápida –lenta para su gusto-,pero si tu mayor logro es el fracaso y ya hace muchos años que convertiste la humillación por una rubia sin pagar en éxito, solo el dolor profundo te hace sentir algo semejante a la felicidad... y es por ese motivo que aunque para despojos y botellas que se vacían cada noche, el pianista anónimo seguirá haciendo sonar “El séptimo bar”.