La peste a
orines resecos, de varios días acumulados, convierten la estancia en
románticamente insoportable: los parroquianos adoran la inmundicia y no podrían
estar en ese local sin ella, ya que, simplemente, entrarían personas decentes,
de esas de buena ropa –quizás corbata-,hijos, casa propia y todo el resto de la
mierda… pero cuando eres un fracasado asumido, sin fuerzas para el ascenso, aunque
con ciertas esperanzas de volver a convertirte en ser humano, el
éxito ajeno se te antoja más doloroso que un cuchillo al rojo hendido en la
carne de manera progresiva... El pub se ha transformado en una plaza de toros donde los miuras de su interior no desean que entre nadie y los espectadores externos a la corrida no desean entrar: un acuerdo tácito que beneficia a cualquiera.
Sujetos consumidos
de pelo a tuétano por las babas ardientes del licor, mirándose, oliéndose,
odiándose… se matarían gustosos unos a otros por una nueva copa y no tanto por eso:
se matarían con placer porque mirar la fealdad en el espejo siempre es repugnante y
dispara los instintos más básicos, menos animales, más humanos.
Pero el amor con
disfraz de sexo a veces surge y ahí está ella: una borracha apodada como “La
flaca”, con venas partidas, llena de morados en los flexos del codo, es
codiciada por uno con bigote: sueña con pasar la lengua por su vagina meada,
por las pústulas de su cara, por las tetas estriadas a la altura del infierno…
es el deseo, el amor, el afán de compañía no correspondido lo que le hace
mantenerse en pie, limpiar sus greñas brilladas en grasa y peinar la caspa de
su bigote cada tarde, antes de despertarse para el nuevo impacto de felicidad
embotellada.
Baños untados en cristal,
billetes blanquecinos, tarjetas de crédito desgastadas… detrás de los
contenedores, en la callejuela, solo jeringuillas coaguladas, condones con
leche aún caliente y de los más sanos, unos cuantos filtros… parece una guerra
de naciones, es casi divertido: yonkis con desgarros en el ano por un nuevo pico
caen sobre los vómitos de alcohólicos pestilentes, peleas de pastilleros… la
coca pudre su nariz: si hiciéramos una radiografía a su cráneo, veríamos miles,
cientos, millones de cucarachas microscópicas agujereando su cerebro,
alimennt´ndose de las neuronas, mordiendo el pulsómetro de “violencia” en su
mente… tipos que encontraron a sus mujeres mamando del falo de quien sí se
preocupaba por ellas, matemáticos frustrados que debieron conformarse con ser
profesores mediocres, putas tan ancianas y decrépitas, desdentadas, que
olvidaron el sabor del pene hace muchos años y sobreviven como momias en
formol, en maceración gracias a la bebida pagada por jóvenes rodeados por su
futuro cada noche en ese bar, quienes disfrutan ver caer a esas viejas hasta la
inconsciencia etílica: si hay suerte, se abrirán la cabeza contra el asfalto e
incluso se clavarán cristales en las manos, justo entre los dedos, donde cortan
los folios cuando joden.
De repente, un
espacio para el arte… un sexagenario huyente de su país por encapricharse de adolescentes,
toca el piano… nadie sabe como llegó hasta allí, porqué existe ese dominó
musical en medio de ese alma decadente, pero a menudo alegra las noches y a
veces la autodestrucción colectiva incluso se detiene a escuchar al “piano-man”.
No toca, no juega ni susurra con los dedos, solamente aporrea… do, re, mi, fa…
do, re, mi, fa... el whisky es una esposa demasiado fuerte en sus muñecas que
no le dan permiso para llegar a la última nota… siempre cae, escupe, se mea y
vuelve a beber… pero sigue ejecutando la música porque le hace recordad que una
vez estuvo vivo, cuando cataba el semen gratis, cuando creaba piezas por
pasión, no por dinero o copas gratis… un piano convertido en agujero negro que
mientras truena absorbe la realidad del local, de las existencias de sus
parroquianos.
Un reino de
paraísos artificiales donde los contactos humanos se limitan a lo genital y a
lo agresivo, devora el espíritu de sus clientes: de repente el local se
convierte en Gaia cobrando vida propia, alimentándose del ánimo de todos cuanto
pisan su suelo pegajoso… ellos lo saben: borrachos, farloperos, jasquis… es el ambiente, no la droga lo que
los consume de forma rápida –lenta para su gusto-,pero si tu mayor logro es
el fracaso y ya hace muchos años que convertiste la humillación por una
rubia sin pagar en éxito, solo el dolor profundo te hace sentir algo semejante
a la felicidad... y es por ese motivo que aunque para despojos y botellas que se
vacían cada noche, el pianista anónimo seguirá haciendo sonar “El séptimo bar”.
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