domingo, 30 de junio de 2013

Escrito (30/6/2013)

Poderes.
            Ocho hielos que se derriten en cuatro vasos de whiskey sobrevolados por mosquitas bobas de las que no saben picar… la puta con los labios predispuestos y pintados de morado engulle unas papas fritas aceitosas mientras uno de sus clientes, de los que acaban de alquilarla por seis horas como una hamaca en la playa, le echa el humo del puro en la cara: le resulta divertido verle enrojecer los ojos llenos de lágrimas, resignación y recuerdos de una vida que tal vez solo existió en el país de Peter Pan… unos ojos desorbitados por la coca sin la que no podría aguantar su décimo servicio en 30 horas: por suerte, los cuatro gordos del whiskey son gente adinerada que compran buen perico para su puta y la ayudan a esnifar con cucharita de plata y un billete de 500 enrollado finamente, porque la ostentación solo es satisfactoria cuando se destruye hasta la trivialidad lo que todos anhelan, pero solo es alcanzable para unos pocos: billetes enormes, coches con mira telescópica, mujeres con tacones que engulles papas y penes a pares…
            La luz del local chisporrotea por culpa del cable suelto. El anciano de siempre, el depravado que mira a hurtadillas tras la puerta del baño entornada para ver las bragas de chicas jóvenes meando de cuclillas encima del retrete mientras ordeña su miembro condenado de forma vitalicia a un amor solitario, egoísta y manual, se sienta en una silla a media altura de los taburetes de los cuatro señores y la puta: a los clientes les gusta oír cantar al viejo alcohólico al tiempo que apuran sus vasos y se ríen mientras le lanzan monedas de pocos céntimos al suelo para verlo recogerlas arrodillado como un perro pequeñito que se tira contra una hembra en celo con la vagina aún húmeda y cálida… un anciano cantor de voz ronca, consumida, desmigajada por años de tabaco negro, copas frías y cáncer de garganta… un anciano decadentado por vivir rápido, pensar vacío y caminar sin pasiones, con la única fijación de hacer unos cuantos bolos en escenarios de teatros olvidados con los clavos de la tarima pinchando los pies de los artistas o en bares sucios donde nadie presta atención a los payasos que incordian con su música, su comedia o su teclado polifónico, no dejando mantener la conversación entre comensales donde pagan con cenas frugales, birras bien frías y aplausos de compasión que celebran más el silencio del cantante que su desempeño tras el micro… aplausos que conducen al viejo masturbador hacia un pasado de triunfo, reconocimiento e incluso algo parecido al amor propio, donde la cerveza no se mendigaba haciendo reír a cuatro señores de pelo engominado, zapatos lustrosos y mujeres mamadoras… unos días del mañana que ya fue donde él era quien consumía los puros mojados en coñac, mientras otro tipo de putas, las que no se pagan con dinero, sino permitiéndoles revestirse con el reflejo de la gloria ajena, se sentaban en sus muslos acariciándole el pecho y limpiando su labio lleno de alcohol con pañuelos de seda que luego servirá para limpiar sus mejillas tras el paso por la cama.
            Cuatro whiskeys sorbidos sin sed, apetito ni gusto, viendo como su perrito se tira contra el suelo a por las migajas de un poder iluminado por fuegos fatuos… cuatro barrigas hinchadas al estilo de los cadáveres caídos en el mar, alimentadas a base de “on the rocks”, farlopa y filetes con salsa de pimienta… cuatro degenerados borrachos por demasiados ceros a la derecha tras un uno de su nóminas, haciendo olvidar a sus esposas con amnesia en forma de coche nuevo, cubertería de plata –salvo una cucharita- y viajes al Caribe, en los que mientras la mujer moja el pareo en las aguas de cristal a muchos grados, ellos hacen lo propio con su polla dentro de una negrita de catorce años, porque los billetes solo cambian de nombre en los lugares, pero en todas partes sirven para reducir a hombres, mujeres y viejos depravados al nivel de un bollito de crema industrial que se manufactura, tasa y empaqueta listo para la compra…
            Tiran lejos la última moneda porque están hartos del viejo patético y el anciano corre tras ella como poseído igual que un perro atacando su propia imagen en el espejo. La puta aún no ha terminado de comer el combinado, pero se le hace difícil trocear el filete, ya que, sus ojos están tan irritados que apenas puede ver y llora –no totalmente por culpa del humo- corriéndose el rímel de las pestañas… uno de los cuatro tira los restos de la carne al suelo porque sus huevos están a punto de estallar y arrastra a la mujer ebria, manchada, torpe hacia los contenedores detrás de la calle.

            No usa condones porque es una puta de bastante dinero y no tiene guarrerías –la salud también se mide en precios-, así que con una buena ostia en la nariz se acabaron los reproches de una prostituta aterrada por el bicho que yace con las bragas por los tobillos y la falda remangada boca arriba en la tapa de un cubo de basura al tiempo que su dueño de alquiler la bombea con el miembro hasta llegar la explosión: se corre fuera –más por un juego dominante que por consideración al útero prestado-, eyacula en el pelo de la mujer, para que quede constancia y la marca del macho alfa se vea en su regreso triunfante con los colegas al bar y mientras ella se intenta limpiar un poco, acuclillada entre contenedores buscando la mancha con un pequeño espejo roto de mano, él la mea al tiempo que fuma un nuevo puro y mira la luna menguante.

sábado, 29 de junio de 2013

Escrito (29/6/2013)

La isla.

Su estómago desborda por debajo de la camisilla llena con manchas de sudor y kétchup –la encontró tras alguna hamburguesería de barrio- porque en el siglo XXI, el siglo del nuevo milenio, el siglo de la vergüenza, la comida anacrónicamente plantada, los alimentos ecológicos cultivados por agricultores de colilla a medio apagar en la boca mientras aran con el sacho tierras polvorientas y desagradecidas que parecen rechazar cada golpe de la azada con una sonrisa cínica, mortal, es demasiado exclusiva para el bolsillo medio y los vagabundos sexagenarios solo pueden permitirse tres comidas diarias a base de hamburguesas a euros y pastelitos industriales comprados a granel… unas piernas hinchadas, amoratadas, supurando porquería amarillenta con una telita blanca alrededor de la carne como el suero solidificado cubriendo un queso tierno, asoman descuidadas a través de una tienda de campaña recogida de los contenedores: miles de historias con sonrisas, chicas de buenos pechos y ensaladillas rusas cociéndose al solo se guardan tras la lona de esa tienda: los ciclos son caracoles embusteros y con humor bastante negro que transforman objetos de alegría en recordatorio del sufrimiento, como los regalos de un padre idealizado que se largó a por tabaco acompañado de dos hermanitos bastardos… unas piernas podridas, muriéndose sin permiso de su dueño que dormita haciéndose una paja casi en sueños recordando la mujer que nunca existió o tal vez la esposa que jamás le llevará un café al sofá… unas piernas pudriéndose por dosis letal de azúcar sin cortar –la heroína blanca apta para y al alcance de todos los públicos- porque vivir en barrios donde las tortillas se cocinan con huevos en polvo y la mejor compañía para los hijos es “Dora la exploradora” mientras papá y mamá echan un polvo –cada uno en cuartos separados- hace plausible que los refrescos de cola azucarados sean cien veces más baratos que el agua cristalina –las botellas de agua son productos de lujo por su antigüedad y solo chicos concienciados con el medio ambiente, de los que compran pantacas a cien euros, pero rotos para empatizar con los sintecho- y un vagabundo jubilado con paga tan absurdamente pequeña que no da tiempo a la ira, sino a pensar en el mañana como un futuro utópico, deja crecer su barriga por debajo de la tela a base de carbohidratos, grasas trans y restos de pasta que el restaurante italiano tira al contenedor, idénticos, salseados, intactos –el mercado solo conoce de oferta y de demanda: “homo sapiens” es una equis eliminada hace tiempo en la ecuación del capital- que como en competencia con las moscas directamente del contenedor gracias a unas piernas incapaces de sostener años de comida rápida, líquidos carbonatados y carnes de caballo que aseguran que saben mugir. El tomate se le desliza entre los dedos manchando de índice a codo, igual que si fuese un cirujano en plena apendicitis descansando ante los focos blancos como cochitos en la feria… un ser vivo del que no sabemos donde está su almaticidad: come, bebe y caga de forma casi compulsiva como un ciempiés humano con línea directa entre boca y ano, soñando en que algún día tanta kaloría lo hará reventar, dejándole salir de la prisión de escombros, hipervelocidad y deshumanización que sufren las urbes del nuevo milenio.

jueves, 27 de junio de 2013

Escrito (27/6/2013)


Namaste.
            Llora por un camino de tierra y muerte cortando la hemorragia con su palma izquierda, imaginando –fruto de la inocencia a punto de perderse- que si aprieta con mucha fuerza su boca podrá recuperar los dientes rotos que se quedaron hecho astillas bajo la ubre… una niña de 10 años que ya conoce el sexo sucio, violento, legal… matrimonio concertado por unos padres cuyas cartas en la mesa los obligaban a jugar la pareja de doses en un mundo de ases alimentando a una niña que sería repudiada por su condición de “ella”, por su vagina, por poseer útero que en países de agonía no es símbolo de vida nueva, sino de boca devoradora que arrasa con el alimento familiar: ocho hijos ya son demasiados para un arroz nacido del fango, el sudor y las moscas… la novena, la benjamina, la pequeña princesa de tez marrón como la suciedad del barro a orillas del río sagrado, no es más que un estorbo para la supervivencia y como las nuevas leyes prohíben hacerla pedazos para arrojarla a algún contenedor, mejor casarla con un anciano terrateniente que mantenga su estómago, alivie el peso a la familia y disfrute de su producto nuevito, con la flor por estrenar y unos labios vírgenes siempre sudando saliva lista para el placer… así es esta niña, atrapada en su propio cuerpo como un travesti aún sin operar, corriendo por un sendero de polvo con la barbilla ensangrentada por la sangre bucal: su pecado, fue mamar directamente de la teta de una vaca… a menudo el hambre es una ley mayor que las normas de libros divinos escritos por humanos, incuestionados durante generaciones, siendo miles, millones de páginas idénticas en el mundo diferenciadas solo por los tipos de barbarie: unos feligreses se mutilan la carne de la espalda con hojillas, cuerdas y cadenas persiguiendo a un ídolo de madera siguiendo los pasos de la cofradía, mientras que en la otra punta del mundo dos mujeres mueren –aplastamiento, golpe de calor, asfixia- por rezarle dando vueltas a un cubo de roca… roca igual que la que hay tirada por cientos de barrancos, pero que cobra un valor fanático por escribir a su alrededor mitos acerca de idiomas que se crean de la nada y carros de fuego que suben hasta el cielo –se ve que ejemplificar con milagros de lenguas de fuego ya estaba bajo el copy-right de otra secta más antigua-. Doble moral de las religiones sostenida por generaciones, siglos y milenios de sombras en llamas, de la razón sepultada por fe ciega, del avance pudriéndose por culpa del tufo de costumbres demasiado maceradas… millones de alma se purifican en el Ganges apartando de su lado con un palo los cadáveres pobres, inflados y plagados de moscas libando en sus ojos: pureza hindú en la superficie de las aguas, mientras que por el fondo bucea la infección, la enfermedad, la podredumbre humana más esencial de personas que cagan en la orilla y limpian su culo de mierda con las aguas santificadas… por ello no sorprende que el origen de este río fuera sudor de pies: parece que los dioses poseen un irónico, retorcido, sentido del humor…
Pureza llena de mierda… resumen e historia en común de ideologías con templos de oro en el centro de Roma, pecadizando la suveblación, apartando el incendio de las sombras, alumbrando con antorchas a millones de almas que claman la necesidad de un foco eléctrico… comer en banquetes con seis cubiertos a cada lado del plato para recaudar fondos con los que enviar legumbres, harina y leche en polvo a la India… quizás esa niña violada por su marido, por su dios, por su tradición, reciba un bocado de las sobras occidentales y ya más nunca le partan la boca los santones para enseñarle que la vida de una mujer vale menos que la boñiga de una vaca.

miércoles, 26 de junio de 2013

Escrito (26/6/2013)


I like it.

            La cara derretida, como plastilina amasada al calor de una estufa, tiembla aterrada debajo de la capucha blanca, cínico símbolo de la pureza para quien será castigada por adulterio… traición al macho alfa dominante y ser supremo de la creación a quién arrancaron una costilla demostrando que ella es propiedad masculina, compañera vitalicia, trozo de hueso con carne igual que una alita de pollo lista para ser devorada de la misma manera… chica casada siendo adolescente por la fuerza anacrónica de una tradición encadena a cuatro rocas para no fluir con los segundos… una joven demasiado fogaz, demasiado culta –libros escondidos bajo la cama de una verdadera madre coraje como la llamaríamos aquí-, demasiado enamorada de sentido común como para comprender porqué amarrar su pelo bajo velos de siete llaves, porqué ver la vida tras la red de una escafandra de tela, porqué estar relegada a parir hijos de un marido impuesto por ignorancia paterna desde el nacimiento hasta la tumba, siendo su doncella, su criada, su puta, con treinta años superándola en edad y amor único hacia las cabras de la dote: tetas como moneda de cambio, juguetes de satisfacción, marcas de desprecio infinito entre chilabas vacías agarrando fusiles fabricados en tierras enemigas y látigos tejidos con pelos de camello.

            La libertad es como los orines: si el cuerpo la condensa durante demasiado tiempo se vuelve pesada y dolorosa y la única forma de aliviarse es dejar que corra aunque manche, aunque huela, aunque incomode, dejar que fluya como la muerte a través del cáncer y revelarse, pelear o como en el caso de una mujer del próximo siglo atrapada en la Edad Media, de huir… una joven corriendo a través de un desierto de arena, odio y chillidos con vagina sonando a cerdas degolladas… una joven corriendo hacia el norte porque las leyendas cuentan que en la tierra de los ojos azules las mujeres andan con ropa de hombre y deciden incluso sobre su propio cuerpo –no saben que en la tierra de los ojos azules el velo se cambia por corona de cuentos y que la mujer es esclava de tacones rompe-tobillos, ropas con la insuficiente tela como para excitar al macho y sueldos varonilmente reducidos por el mismo trabajo, el mismo resultado, el mismo jefe pellizca-culos-… una joven corriendo hacia la nada, refugiada en una cueva por la bondad ilegal de un cabrero poco mayor que ella… días, semanas, meses… quizás solo dos tarde: tiempo justo para satisfacer las aspiraciones amorosas de una mujer harta de que la reduzcan a una entrepierna, a una fregona, a una madre, esposa, concubina ejemplo: a la mujer se la pare con un útero para recordarle que en su interior se encierra la capacidad de engendrar no solo hijos, sino ideas, pasiones, sueños… se la pare con una matriz para gritarle que cree cambio, avance y desarrollo… se la pare con un vientre listo para la maternidad no para marcarle un fin, sino para que se convierta en madre del cambio que Gaia clama con eco desde el fin… es en las manos femeninas de una mujer fugitiva, refugiada en la cueva de un cabrero, fornicando con el pastor entre comidas, donde se encierra el futuro de un país, un continente, un planeta… pero la capturan antes de que nada ocurra… es condenada sin ninguna jota –juez, jurado, juicio- y condenada al ácido en el rostro para borrarle la vergüenza… es increíble que un líquido tan incoloro como el agua pueda arder incluso más que un hielo derritiéndose, que la herradura de un caballo al rojo… condenada a 103 latigazos de pelo de camello, uno por cada día de cobijo junto al amor del cabrero, golpes flexibles que se hunden en la espalda cortándola, jironándola, despegándole trozos de piel y carne que llenarán luego el estómago de escarabajos de las dunas engordados durante demasiadas generaciones por sangre podrida de heroínas muertas por culpa de que el único libro permitido en su país no contenga versos rimados, fórmulas químicas o datos históricos, sino hechos del profeta, mitos sobre ángeles y suras escritas con puño de varón… condenada a guijarros partiendo su cráneo, desmigajando su cerebro, silenciando para siempre su boca… rocas lanzadas desde la sala de nuestro ordenador dándole a “me gusta” si “a ti también te indigna que la mujer sea objeto de represión”… seguro que esta noche dormiremos tranquilos sabiendo que una mujer deformada, apedreada y devorada por alimañas del desierto porque las putas no merecen un entierro, quizás se haya salvado gracias a un “me gusta”.

lunes, 24 de junio de 2013

Escrito (25/6/2013)


Encuentros.

            Retumba suave un piano con sonido a malta y cebada… un tocador de dedos cojos que apenas soporta su poco talento y destruye cada compás con notas arrastradas por la apatía, la mecanicidad y la ansiedad de saber que su vaso aún sigue medio vacío y debe terminar pronto la canción si quiere apurarlo hasta el fondo del cristal antes del cierre, cuando aún queden clientes que puedan invitarle a una nueva copa…

            Mala música, bebida cara y camareras feas, pero al público no parece importarle: es un lugar oscuro, como muchos otros sin luz en la ciudad, pero al menos este abre hasta las 4:00 y puedes empatar la borrachera con el trabajo, con la cola del paro, con llevar los niños al cole cogidos de la mano, con gafas de sol tapando las ojeras y un pañuelo rojo de tela disimulando la sangre nasal… el pianista no es más que un monito que en lugar de dos platillos tiene 88 teclas, 52 blancas con 36 huecos negros –similar a su propia dentadura- y los alcohólicos del otro lado del escenario tiran monedas a su monito, lo invitan a nuevos rones y soportan las conversaciones ególatras de un viejo sucio, borracho y con ecos de un pasado de esplendor musical que se va consumiendo al ritmo de las velas que adornan los estantes del local…mierda de persona, mierda de música y mierda de charla, pero la alternativa al sonido es el silencio, un silencio que abre paso al pensamiento, esa garrapata come-cerebros que devora la mente desde su interior igual que un gusano atrapado en la manzana… pensamientos nocturnos cargados de culpa, remordimiento y ayer… pensamientos que gritan susurros insoportables un domingo a las 3 de la mañana cuando los bares están cerrados… hoy que se puede se debe callar a esa puta pensante y disfrutar del velo de la noche que borrar los errores de la luz como la esponja húmeda sobre una pizarra infantil.

            Quince desgraciados trasnochadores escuchando la violación de Chopin a manos de un pervertido sediento de birras y aplausos… quince desgraciados con mujeres peludas, golfas o desapasionadas en sus camas esperando el fin de mes de quince vagos borrachuzos que revientan en dos noches de botellas lo mismo que dos carros llenos con cola, pizzas y yogures… quince desgraciados lanzándo sus pupilas cotra la puerta: el umbral atravesado por la dama de triste figura… única mujer de la noche… cuello amoratado… pelo grasiento… brazos perforados… hermosa, bella, sexual… se sienta en la barra, pide un vaso de cualquier mierda con mucho hielo y coloca uno de los cubitos sobre la quemadura de su yugular: la nueva costumbre del cabrón es apagar colillas encendidas en su piel para dejar la “marca del macho”, un cobarde sin identidad que confunde amar con poseer, con los huevos demasiado vacíos para enfrentarse a su jefe gordo con tirantes y puros de tres euros, descargando su frustración, pasividad y cobardía con una niña hecha mujer con demasiada prontitud –a tu hermanita la parieron cuando mamá tenía prácticamente tus mismos años y los huevos con papas fritas se sacan fregando pisos y escaleras desde que los niños se van a clase hasta que el portero cierra los portales-,  una mujer acostumbrada al desprecio de un padre soldado al sofá del televisro grande, un padre que acariciaba el coño de su hija, mucho más suave que el de la esposa, golpeaba su cabeza en noches de parranda mucho más blanda que el de la mujer y guardaba su mejor corrida para la boca de la primogénita… dos décadas de brutalidad incomprensible bastan para confundir abusos con amor y pasar de llamar “papá” a llamar “marido” se hace sencillo cuando tu vida hace años que se transformó en el nuevo y décimo círculo…

            Sentada en la barra iluminada por bombillos decadentes, dejando filtrar los “do, re, mi, fa, sol” del viejo inútil sentado en la butaca y dejando calentarse el cuba-libre entre sus palmas llenas de callos en forma de mango de fregona, tres amigos se le acercan… “bella”… “cachonda”… “preciosa”… “guapa”… cumplidos que no oía desde los quince, cuando los amigos de papá entraban uno a uno en su cuarto para descargarse, vestirse y meterle dos buenas ostias para silenciar el llanto adolescente… tres amigos que por una vez desde hace mucho la hacen sentirse deseada, admirada, incluso puede que querida… “a mi casa se puede llegar caminando” sugiere uno de los sátiros… “pero todos junto, porque de uno en uno se hace de día”… propuesta aceptada por los cuatro… esta noche ella va a montar en calabaza con tres príncipes azules… tres príncipes azules en un coito yermo de condones, respeto ni satisfacción… un coito repleto de golpes, escupitajos y labios partidos sin voz… un coito con sábanas llenas de semen, sangre y lágrimas… semen de tres penes, sangre de dos fosas, lágrimas de un alma rota por infinita vez… las princesas en la vida real también tienen toque de queda: son las seis de la mañana y debes volver a casa… te espera tu amante esposo, te espera tu protector compañero, te espera otro diente roto “contra la puerta”… no olvides la marca en tu cuello: eres una propiedad exclusiva.

domingo, 23 de junio de 2013

Escrito (23/6/2013)


¿Coges la 17?

            1 de Julio.

            Un sobaco peludo y con canas, de una mujer aceleradamente vieja, más en aspecto que en carnet, justo al lado de su nariz… olor amarillo, duro y aceitoso, del que se queda clavado en la garganta igual que la mantequilla fundida sobre la tostada… la mujer es anormalmente alta y los churretes de sudor acumulado tiempo atrás le descienden por la teta izquierda cayendo hasta la pierna sin depilar del mismo lado. No son lo únicos: además de la axila huelente debe soportar la peste del culo de bebé que becerra desconsolado intentando morder la teta de una madre casi adolescente que juega con el móvil y que menea al niño mecánicamente con la pierna… un anciano sube en la siguiente parada y pisa a este chico con ira carnal bufiando acerca de que la educación se ha perdido y de que jóvenes con pelos en los cojones son incapaces de cederle un sitio… el muchacho siente el ardor ácido en el estómago, el calor sofocante en las tripas, el odio misantrópico en las sienes que le laten como granos de pus a punto de explosionar… un chico atrapado entre la mediocritud de un graduado escolar de instituto deficientes y cajas de pizzas a domicilio repartidas por infrasueldo y ridículas propinas: diez horas al día, seis días a la semana… una moto que se quedará la empresa cuando le rescindand el contrato y que debe ir pagando él mismo a plazos con el descuento de su jornal… si no te gusta, tenemos a treinta desgraciados como tú babeando por el puesto.

            El niño vuelve a cagarse, la mujer se aire el sobaco con una revista y el borracho sentado en la escalera vomita vino al por mayor: la jediondez inunda la guagua convirtiéndola en una fosa común de no-muertos derecha al reino del queso y el peperonni, con salsa boloñesa, jalisco o barbacoa y compañeros universitarios que a pesar de correr con su misma fortuna lo miran por encima del hombro porque su papel pone “Factuldad” en lugar de “Instituto”: todos cagamos por el mismo agujero, pero algunos creemos que el nuestro huele a colonia de bebé.

            2 de Julio.

-¿Dónde está ese analfabeto, el gilipollas de la gorra?-chilla el encargado-pizzero, un niñato licenciado en filología hará un par de meses, apenas más tres o cuatro años más grande que el repartidor atrapado en un atasco dentro del sarcófago rodante.

            El muchacho llega con expresión aterrada en los ojos –si pierde este empleo, se acabó, vuelta a vivir con unos padres que si no le escupen es por no tener que fregar luego el suelo, en un edificio donde albañiles, un abogado y niñas de su edad universitarias con tetitas dulces y culos por estrenar lo miran con sonrisas petulantes, cínicas y soberbias-, arrivando a la pizzería jadeante, empapado y casi azul: la guagua se rompió tres paradas antes del destino, como quince minutos antes de la hora de fichar y ha corrido en sprint cerca de un kilómetro.

-¡Me la sudan tus excusas!¡No me saqué una carrera para aguantar vagos niñatos!

            Hora de entrar: 18:00, hora de llegada: 18:06… le descuentan la primera hora y lo envían a los repartos de las casas pijas, lejos del casco donde te abren criados, niños o abuelos que nunca llevan suelto en el bolsillo.

            3 de Julio.

            Está con una muñeca rota al intentar frenar la caída y por suerte el uniforme es rojo: así la sangre de la nariz reventada se disimula un poco más cuando vuelve al curro en la guagua… dejó la moto aparcada prácticamente en las escaleras del portal por miedo a la fama criminal del barrio y mientras subía la “cuatro quesos” al segundo, tres chavales 4x4 robaban las otras tres pizzas del portabultos… el chico se lanzó casi incosciente por el pánico –si desvalijan un solo pedal debe pagarlo él de su bolsillo- contra los gamberros… ahora no solo se ha quedado sin las pizzas, sino sin ruedas, sin zapatos y sin dignidad…

            Por suerte siempre lleva un bono en el bolsillo y ya que sabe que iban a descontarle una millonada, decide pasar antes por el ambulatorio a que le punteen la ceja sin anestesia, le curen las heridas sin que antes le limpien la mierda del asfalto alrededor de los cortes y a que le pasen la factura por correo al ir al centro de salud más cercano, no al que está empadronado.

-Señor, tardé en llegar porque me dieron una paliza y me han robado la moto, las tres piz…

-¡Me la sudan tus excusas!¡No…

            4 de Julio.

            Cinco pizzas, de cinco clientes, de cinco barrios distintos están amontonadas: un repartidor enfermo, otro en la calle y un tercero con la nariz partida que no llega al trabajo… desesperados, los empleados de cocina cambian gorro por casco, pero aún así es inviable sacar adelante los pedidos en la noche de la final cuando faltan dos empleados.

-¡Voy a matar a ese gilipollas!¡Hasta que se le acabe el contrato va a estar repartiendo en la zona de los ricos!

            Enciende la tele para intentar despejarse un poco… las noticias… solo un tipo esposado con la cara cubierta por una chaqueta roja y dos polis arrastrándolo hasta la comisaría.

            “Un chico de 20 años que responde a las iniciales J.C., mata a disparos a los viajeros de la guagua 17 cuando se encontraba de camino al trabajo…”.

sábado, 22 de junio de 2013

Relato (22/06/2013)

Fast food.
“Homo hominis lupus est” Thomas Hobbes
            Diez arañas gordas, peludas, preñadas… las alimenta con biberón como a dulces hijos recién paridos sin pechos que los amamanten… les cepilla el pelo, les coloca al sol, les susurra nanas en la oscuridad para regalarles un sueño apacible… diez arañas a punto de reventar unas crías que las devorarán vivas por las patas sin mordisquear la cabeza hasta que el suplicio sea tan insoportable que el desmayo llegue antes de la muerte.
            Hora del parto… cada una expulsa cientos de huevos que eclosionan seres informas, lechosos y traslúcidos que se rinden al canibalismo como fuente de supervivencia: el instinto de conservación vence una vez más al amor fraterno… su cuidado observa la masacre sin regocijo, asco ni temor y se limita, una vez que sus hijos son adultos y han acabado con la despensa materna, a arrancarle las alas a una libélula para tirársela al enjambre de ocho patas por cada dos colmillos ensangrentados…
            Pasan semanas… 200 arañas… diez gorriones… el cuidador limpia sus plumas, se pone gusanos en la garganta para regurgitárselos en la punta del pico y espera a que los arácnidos sean adultos: una vez alcanzada la madures tira las arañas a las aves que se lanzan más por apetito que por hambre contra las peludas y arrancan las patas del almuerzo en irónica justicia… diez gorriones que se frotan las alas de placer por el sabor de la carne cruda, cuasi líquida, con sabor a pollo de 200 bichos sin esperanza…
            Pasan dos meses… diez gorriones… tres gatos… el cuidador arranca con navaja las alas de los pájaros para que no puedan escapar y lanza los cuerpos mutilados de las plumas a los mininos desbocados por el hambre, gordos por la espera, prepotentes por las caricias… tres gatos amórficamente grandes salvados del callejón que hoy duermen en camas de mil euros cada una, tomando leche de soja en polvo y gorriones frescos para desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena.
            Pasan tres años… cinco gatos… un pit-bull… el cuidador parte las doce patas de los gatos para que no puedan huir y lanza los cuerpos inválidos de los gatos al perro salivante, iracundo y rabioso que espera desde hace tan poco rato como el ayer los tres archienemigos colocados en bandeja de plata asada… un perro devorador de tripas maullantes cuyo apetito proviene de un odio ancestral impuesto por tópicos humanos.
            Pasan dos décadas… un pit-bull… un hombre... el cuidador parte el cuello al perro y lo trocea en lonchas finas para freírlas y colocarlas en el cuenco de este hombre encadenado hace treinta años, cebado por pasteles, frutas y helado… un hombre convertido en bestia por la promesa carnívora de un filete atrapado en algún camino entre la realidad y la utopía… un hombre con cadenas que desollan sus muñecas rollizas sin piel desde hace mucho, jadeando impaciente por filetes con salsa argentina.

            Pasan unos minutos… un hombre… un hombre… el cuidador dispara en los sesos del gordo alimentado con golosinas y carne de perro… lo descuartiza, despelleja y prepara al fuego lento de una hoya con sopa de verduras listo para servir a un hombre famélico que lleva esperando más de tres décadas y unos minutos para disfrutar comiendo el ser colocado en el cenit de la cadena alimenticia…

Escrito (22/6/2013)

Y vio la luz.
            Sangre de la sábana al suelo e incluso en las paredes consecuencia de un parto brutal, grotesco, casi alielígena… el bebé logra rasgar el cascarón para nacer muerto, enrollado por el cuello con el cordón umbilical, estrangulado por la sonda que durante 36 semanas le ha permitido crecer, comer, respirar… el bebé estrangulado por una paradoja de sinsentido y cierto humor negro… un niño que nace nuevo por alguna explicación que se empeñan en dar los religiosos, pero que para unos padres primerizos con nueva casa, nueva vida, nueva esperanza se quedan inútiles, burlonas, cínicas y la única explicación posible es que la vida no es más que un revólver con dos balas con el tambor girando constantemente salvo cuando a Dios le apetece quitar el seguro, frenar el giro y apretar el caprichoso gatillo, un gatillo indiferente a edades, riquezas o países, un gatillo inocente pulsado por la mano de un espectador que fundó este teatro hace ya mucho y que en el reparto de papeles el bebé ahorcado no era más que un extra con la misión de que papá y mamá fueran personajes principales en un drama que durará dos vidas: la de él, la de ella… pareja que se rompe cuando su fruto se pudre en una caja de zapatos cerrada… la autopsia fue macabra: un bebé vacío igual que un cerdo boca abajo listo para el asadero por culpa de una burocracia que no entiende de personas, paternidades ni consuelos, sino de números, normas y formalismos… una burocracia que exige el destripamiento de un recién muerto por accidente impidiendo a sus familiares el último vistazo a través de los cristales de un féretro a tapa descubierta.
            Ella enloquecida de forma vitalicia, porque poseyó dentro de sí el privilegio envidiado por los varones desde el primer día: la capacidad de conocer a su propio hijo antes de que nazca… un privilegio maldito para una mujer que con chillidos de dolor, ira y alegría pasó de parir a una esperanza hecha carne a dar a luz a un tumor hinchado por la falta de aire…

            Él es más simple: los dolores masculinos suelen apagarse con llamas de alcohol y ya son tres meses los que lleva amarrado a la botella, atrapado igual que una mosca sin alas en el fondo de un vaso de leche caducada… golpes de whiskey, ron y vodka no tanto para olvidar, sino para castigar a su alma por su inutilidad paterna, por su impotencia salvadora, por su quietud en la sala del materno observando a la muerte jugar al póker con los médicos, mientras fumaba un puro segura de su victoria, en la misma sala donde solo fue capaz de quedarse mirando con lágrimas de nena corriendo por sus mejillas y sin dejar de grabar ni un instante de forma compulsiva la escena de entremés incluida en este drama... En el trabajo le permiten alargar la baja un par de semanas y su madre de vez en cuando le acerca una compra, le obliga a ducharse y le exige que haga la colada… de resto visitas fugaces de amigos con gemelos, paseos por el parque y perros sonrientes… tan fugaces que ya son cosas del ayer, como su hijo, pero un ayer que lo persigue, porque no es más que un hoy que dejó de existir… la última visita antes de ayer, por un gilipollas del trabajo apenas conocido con frase célebre que le costó tres puntos en la ceja: “Mejor que se muriera en la cama del hospital que dentro de diez años cuando ya le tuvieras cariño”. Como un resorte pinzado lanzó su vaso chato contra la sien del gilipollas del trabajo… un gilipollas incapaz de entender que el amor no es cuestión de tiempo, que el amor no es cuestión de razones, que el amor no es cuestión de calendarios… el amor es un cuchillo al rojo que se te clava en la carne provocándote dolor, daño, sufrimiento, alegría, confianza, seguridad… un cuchillo al rojo de doble filo que te penetra tan hondo que si te lo sacan de golpe la herida permanece profunda y abierta, porque no existe otra hoja con la misma medida y porque no existe alcohol suficiente capaz de cicatrizarla.

viernes, 21 de junio de 2013

Relato (21/6/2013)


Generaciones.

            El piso vuelve a mearse porque la sonda de un hospital de seguridad social cavernícola se parte con los movimientos del enfermo… por suerte esta vez no hay coágulos: últimamente le salen costras de sangre negra solidificada, como copos de avena demasiado duros que estallan su pene de dolor… el chico prefiero no llamara a la celadora –le avergüenza no tanto el trabajo extra que le provoca, sino que a su padre, uno de los mejores pívots de hace cuatro décadas en estas islas, lo vean convertido en un vegetal fresco en su carcasa, pero con la semilla totalmente en putrefacción- y limpia los orines con una toalla que huele a amoniaco de tanto uso, pues la fregona que trajo de casa está totalmente enchumbada en fluidos humanos… de rodillas, compartiendo la humillación de su padre durante unos minutos, rezando para morir con cierta dignidad, para morir sin que sus propios hijos lo duchen con esponja, para morir en su cama, rodeado de su famlia, con un coñac en la copa y diciendo –puede que hasta escribiendo- unas últimas palabras lúcidas sabiendo que le ha ganado la batalla al cuerpo y que él todavía no ha tomado el control del cerebro… desea morir con la cabeza en el timón para no verse con sondas por culo y polla ni una bolsa de excrementos sujetadas al propio hígado…

            Por mucho que frote lo único que consigue es empegostar más el suelo con porquería enferma y por ello sale al pasillo para llamar a la señorita –puto timbre de aviso siempre estropeado-.Sale y la visión es deprimente: ancianos empastillados tambaleándose sobre un gotero de aluminio que incluso pesa más que ellos, mujeres llorando derrotadas en las esquinas de los pasillos por culpa de cánceres triunfantes y enfermeras compartiendo el café –el quinto café- de la mañana entre risas, chismografía y pasteles pequeñitos, ajenas a la muerte, el dolor, el desconsuelo, habiendo perdido la ilusión en el mismo momento que firmaron el título, se pusieron la bata y se dieron cuenta de que para salvar vidas no es suficiente con poner vías y provocar lavativas: también se debe alternar con médicos gilipollas y enfermos insoportables… ilusión perdida cuando las niñas de 18 años soñaban con ponerse el uniforme para inyectar culos y luego usarlo en la cama con algún cirujano guapete, engordando por bollería industrial y café de máquina expendedora, símbolo maldito de la generación “fast-food” –kalorías rápidas, sexo esporádico, drogas de pronto alcance-. El cortado ya está frío, pero la lengua todavía quema… el chico no puede esperar más y pide a gritos ayuda con su padre.

-Tiene que esperar, acabamos de terminar el turno.

-¡Mi padre se ahoga en vapores de mierda!

            Una discusión acalaroda que dura seis, quizás ocho minutos, los justos para fregar un suelo… cuando la ira se introduce en el puño izquierdo, escuchan al enfermo toser incontrolado.

            El hijo entra y coloca la vasinilla debajo de la barbilla de su viejo para que pueda escupir la sangre agusto… en su mente fantasmagórica seguro que todavía sueña con filetes de ajo y perejil, sus preferidos antes de que la infección se apoderase del estómago para asentar su campamento en los intestinos y presentar campaña contra la sangre.

            Escupe, esputa, espira: lo coágulos ya encontraron otra vía por donde escapar del cuerpo.

            El chaval trata de consolar a su padre recordándole las visiones de una madre, esposa, amiga en la playa enseñando a caminar a su nieto por la orilla escapando de la espuma riendo a carcajadas espanta-tiburones… hablándole de la parrilla eléctrica con la que volverán a planchar los filetes cuando abandone la clínica… bromeando de cómo ya no necesitaría pantalones con bolsillos gracias a una bolsa vitaliciamente amarrada a su cuerpo…

-Escupe viejo y mánchate la barba lo que quieras que esta tarde toca que te afeite.

-¿Sabes que por mucho que le hables no puede responderte? La infección llegó antes de ayer al cerebro-asegura la auxiliar.

            El muchacho raya el odio:

-Cuando yo tenía seis meses también era incapaz.

jueves, 20 de junio de 2013

Escrito (21/6/2013)

En picado.
            Mea sus bragas “Gucci” sin darse cuenta de que se las ha quitado: hace ya cuatro días que no se muda, cuatro días en los que estallidos de polvo antes de entrar al bar y picadas en la vena para antes de entrar en la cama la mantienen en antinatural equilibrio mientras su ropa interior sigue igual, intacta, inmóvil, pegada a la vagina por la humedad mezcla del flujo que resbala cuando nota el roce de sus compañeros y de la orina fresca que escapa a su control por culpa de la ancianidad prematura que conlleva incontinencia delantera… una mujer con la piel reseca por la amargura contenida en los taburetes del bar y con ojos tristes de cachorro suplicante ante la mesa del comedor escapándosele la memoria de padres ricos con billetes en lugar de abrazos… saliendo a la caza de cariño artificial del que encuentras por las noches entre botellas semivacías, condones usados y colchones de desconocidos con restos de semen, flujo y olvido, sabiendo que por la mañana habrá un adiós sin beso –igual que el de papá antes de irte al cole- y que con el nuevo oscurecer serás de nuevo una vampira sedienta de cubata frío, humo podrido y amor falsificado…
            Pobre niña rica mojando sus braguitas entre dos contenedores mientras le pasan una jeringa aún con sangre en la punta –ya es hora de dormir- y casi sin buscar la vena, pues la costumbre es soberana de la técnica, inyecta el líquido somnífero con el que quizás encuentre a una familia como las de los dibujos infantiles con parejas de la mano, perros con la lengua fuera y un sol de carita sonriente… sonrisa que siempre odió porque sabía que se estaba burlando de ella con un cínico sentido del humor, recordándole que por regalo de cumpleaños encontraría pasteles, bicis, y si lo recuerda, un mensaje en Facebook de papá enviado desde la oficina… pero la droga solo oscurece la memoria, no la aniquila, por lo que pasado el efecto de la vacuna el sol de carita sonriente volverá a quemarla viva y su única solución es compartir jeringas con seres desgraciados: la familia es sangre y compartir, se supone… siguiendo esta norma quizás las familias más reales son las de caballeros del jaco que se prestan púas infectadas, elásticos ennegrecidos y cucharas carcomidas…
            El caballo tiene demasiado corte y el efecto es incapaz de comenzar, ¿qué diría mamá si te viese meada, colocada y rodeada de gentuza? Llora lágrimas que creyó haber secado en su infancia, considerando que en sí misma es un fracaso por la decepción que supone a su madre explicar que tiene “una hija especial” a la cual quiere mucho, quiere loca, quiere tanto que envía dinero dos veces al mes para comida, techo y braguitas de diseño… llora mientras sus hermanos de sangre, metal y química la consuelan, pero prefiere caminar sola calle abajo intentando que La Luna –siempre seria, sin sonrisas- la consuele…
            La miran, señalan y desprecian: jóvenes con pechos que llegan hasta el domingo que viene y chicos con penes hasta el medio-muslo que ya más nunca catará, se burlan de una vieja loca y adicta que cuenta historias inventadas sobre apellidos de oro que ya hace mucho que dejaron de brillar… una vieja loca y adicta sabedora de que su escape no existe en ningún medio inventado por la vida ni sus hombres… una loca y adicta que mira al suelo cuando anda porque el cielo se olvidó de ella desde antes de parirse…

            Se agacha a recoger una colilla aún media fumada y la ve: una botella rota, justo por la mitad, con un diente de vidrio que sobresale… un diente sin mella completamente liso… un diente trasparente, limpio, brillante por el reflejo de su amiga La Luna seria… agarra esa botella con el diente… debe tener cuidado de no cortarse ningún tendón.

Escrito (20/6/2013)


Nocilla Dream 2.

            Cuatro seres desfigurados por la grasa comiendo nocilla a cucharadas mientras ven cotilleos en el televisor: papá asfixiado por su papada, mamá con sudor viejo entre las lorzas, la princesa de la casa con varices prematuras en muslos casi inservibles, el campeón con la columna como un interrogante por el peso de sus tetas masculinas… todos desnudos, rozándose sus pieles porque la ropa les hace insoportable la temperatura del verano: las focas están hechas par los casquetes. Un sofá de cuero blanco amarillecido por culpa del sudor que supura azúcares industriales, grasas transgénicas, colorantes artificiales… cada uno con un bol de roscas nadando en matequilla y tratando de compensar el sabor salado el bote de crema de chocolate comida a cucharadas, porque el pan es un intermediario que solo sirve para matar los sabores y con la cuchara es pura mierda sin cortar cuyas endorfinas van derechas al cerebro: un tirito de coca se castiga con la ley, con la estigma social y con la moralidad casposa del gobierno, pero los impuestos de alcohol, tabaco y bollerías industriales sirven para pagar coches oficiales y aparcamientos cerca del congreso.

            Un bote gigante que se van pasando unos a otros seguidos por dos faroles desconsolados de un bulldog engalgecido por culpa de un hogar en el que nunca sobra nada de los calderos… un perro que debe conformarse con estar sobre las rodillas de su ama y lamer directamente la crema que se escapa de la boca de la gorda manchándole los labios… ella apenas se da cuenta del cánido beso y se enfada con su hijo por tirar roscas al suelo: el enfado pasa pronto cuando la hermanita se tira de bruces contra la moqueta y directamente con la lengua las recoge sorbiendo granos fritos de millo, pequeñas ovejitas saladas sin cabeza…

            Seis cervezas –dos gastadas, una a medias- apolladas en los huevos de papá: con una mano levanta su barriga, con la otra agarra la lata: comer deprisa y sin beber es malo para la salud, así que nada mejor que un zumo de cereales para pasar el tentempié.

            Bol, tarro, latas… todo sobre el suelo o el sofá, porque aún están sobre la mesa los restos del almuerzo –magdalenas, sardinas, pizza, algo de pan con matequilla, litros vacíos de cola…- y arrastrar por un conjunto familiar de más de 400 kilos para limpiar los desperdicios no compensa a la hora de siesta: ya se recogerá cuando los mosquitos colonicen el salón y la peste de la basura sin bajar desde hace un par de días invada el cuarto haciendo imposible saborear los nuevos alimentos.

            Cuatro gordos frente al televisor devorando kalorías sin gusto, orden ni disfrute: el estómago se relega de papel principal a tramoyista y el mando de la escena lo lleva la batuta del paladar a quien solo le seduce el placer vacío como sexo sin amor o pajas sin presión… el cuerpo quiere sabores, no satisfacción –hace rato que el hambre murió dando paso a la gula- y la lengua disparada por la ingesta de grasas en su forma más pura pasa del dulce al agrio y del suave al crujiente con la velocidad de un chirrido de saltamontes.

            En la tele alguna final, de algún reality, de alguna cadena con cuernos y rabo… los obesos desean saber quien el ganador… el engullimiento no se frena mientras entrevistan al tercer clasificado en directo… dolor en el brazo izquierdo… la presentadora comienza a preguntarle en qué gastará su premio… jadeo incontrolable… el chico aprovecha para disculparse con su novia el “desliz” cometido en la casa con cámaras… el corazón se desboca… la cornuda besa a su novio en los labios… el infarto es fulminante: el niño, en proporción el más gordito, covulsiona con los ojos en blanco sobre el sofá mientras el bulldog lame del pecho los resto de cacao que se le cayeron al resbalársele la cuchara durante las sacudidas... aún tiene la boca llena de mondongo y es incapaz de pedir ayuda… su hermana, papá y mamá, no son conscientes de la muerte que está en su propio sillón, en su propio salón, en su propio cuerpo… el pequeño de cien kilos continúa echando espuma negra y cagándose encima con los esfínteres fuera de sí, mientras tres ositos a su lado se atragantan placenteramente soñando con Nocilla light mientras observan el televisor, dejando que las grasas y las hondas desquebrajen su cerebro igual que una calabaza dentro del potaje al fuego.

martes, 18 de junio de 2013

Escrito (20/6/2013)

104 Farenheit.
            Una cucaracha se la pasea por la piel de la mejilla cosquilleando su rostro de forma tan insoportablemente placentera que le era imposible deshacerse de sus seis patitas acosadoras, de sus antenas sempremóviles, de sus alas con ruido chirriante en cada salto… quizás el talento musical de los mosquitos, el zumbido circular de las moscas y el que las cucarachas tengan alas, son bromas macabras de Dios que disfruta observando desde su butaca como corren adultos con zapatillas en la mano tras insectos con coraza de plastilina que se infiltran por rendijas y se atrapan frente a ventanales abiertos.
            Una cucaracha haciendo temblar sus alas sobre la cara de un alcohólico dormido sobre el escalón de un portal, sabiendo que por la mañana la vieja del segundo lo barrera con el cepillo –la mierda es mierda en forma de zurullo, papeles o persona- y le dará pequeños puntapiés con zapatos agujereados de enfermera, esos que parecen un queso de gruyer amasado con garrafas… hasta entonces, con el estómago caliente gracias al vodka sin nombre y a la chaqueta de cuero que le regaló algún heavy sin neuronas, pero corazón, disfrutará durante horas de la no conciencia, de la no existencia activa, de la no preocupación por el mañana… con el sol las viejas salen como vampiros invertidos camino de la iglesia barriendo vagabundos, pero las noches son para los licántropos que enloquecen con la luna redonda y un hombre sobre el escalón de un portal no espanta el cosquilleo de una cucaracha de vientre esquelético porque le recuerda a las caricias con la yema de mamá, una madre rubia, gorda y cariñosa, con el ojo eternamente ennegrecido, el alma eternamente partida y la garganta eternamente entrelazada… una madre que cada noche antes de acostarse paseaba sus seis dedos –los otros llevaban tiempo escayolados- por el pelo rizado de su hijo traspasándoles mediante sus huellas dactilares seguridad, amor y amargura fingida con maquillaje, sombra aquí y sombra allá por las mañanas antes de llevarlo al cole… una madre esposa de la bestia parida por la hipocresía de la piña social que hace campaña contra el alcoholismo en institutos, pero permite al padre de un alumno de pelo rizado beber una botella de “Jack Daniels” de chapa a culo antes de la ducha previa al coito… un padre respetado por sus clientes, empleados y hasta competidores, que apaga con fuego de 40º su garganta aún llena de despotismo y agresividad… una garganta desamarrada creadora de gritos, insultos y preguntas infundadas hacia una mujer cuyo único fin en la vida es servir de escudo al pequeño que aún cree en Melchor y que se mea temblando con solo sentir el paso izquierdo de su padre…
            Labios rotos, codos dislocados, moretones verdes… y una vagina desgarrada por el saberse un útil sin mujer que la rodee, un objeto de diversión poco superior a la consola y el billar del garaje, un agujero de los placeres y deseos del hombre atrapado en una vida de mando si liderazgo, miedo sin respeto y masculinidad sin hombría… un hombre que sin su dosis de 40 grados, 40 penetraciones y 40 hostias nocturnas no se siente macho…
            Un niño que lo siente todo pared con pared desde el cuarto, que pide a Dios nuestro y de las cucarachas sin alas, que mamá deje de llorar o que al menos, los golpes suene más y duelan menos…
            Dos…cuatro… seis años y la noche de los 40 sigue siendo una rutina… el niño es casi hombre y ya tiene cuerpo suficiente para soportar parte de los guantazos… la carga se comparte ahora entre madre e hijo, per la falta de costumbre con la piel estriada por el dolor, obligan al niño de las meadas en la cama a escapar de su casa, a huir de su propia existencia, a abandonar a una madre que tras la desaparición del hijo moriría de anemia galopante según los médicos… de tristeza desbordante según las cajas vacías de “Prozac”…
            El hijo huido se siente cerdo-traidor, pero de volver al palacio sabe que nadie pondrá sobre su cuerpo el mejor vestido, que nadie colocará en su dedo ningún anillo, que nadie matará para festejar al becerro gordo… una cárcel sin caricias de seis dedos con un alcaide preso de sí mismo por culpa de un ego henchido por corbatas y palmadas en la espalda de superiores con americana…

            La calle es un presidio sin barrotes y para el olvido de la culpa nada como la medicina de papá, nada como esos 40 grados del viejo ogro que anulan el cerebro, callan la conciencia y doblegan la culpabilidad… nada como seis patitas sucias emulando durante algunas horas los dedos semprimuertos de mamá.

lunes, 17 de junio de 2013

Relato (17/6/2013)


Belleza varada.

            Los trozos de sirena ya estaban resecos al sol, llevan varios días jareándose: el resto de la cola se vendieron a la conservera que se instaló hace un mes en la playa… la parte superior la tiraron a un contenedor de vidrio también hecha trizas sabiendo que jamás echarían de menos a una amiga que vino del mar, a un ser que todos creen inexistente, una criatura ignorada por su monstruosidad…

Es el día quqe la capturaron… los pescadores avergonzados apenas miran la cola despedazada de la media mujer y mandan a algunos chicos a cargarla en el camión. Horas antes, desde el barco, un hombre enganchó un pez demasiado grande para ser un atún, pero no tan fuerte como un tiburón: pensaron unos instantes que podría ser un mero de los enormes, de los que con su boca forman un agujero negro que se traga la luz del mar… pidió ayuda a sus compañeros para jalar de la caña atrapada en las anillas de la proa y junto a dos grumetes lograron robarle al agua el fruto incestuoso de la tierra con el mar… una mujer-pez asustada… desubicada… presa del pánico por verse rodeada de piernas, dos bultos grotescos saliendo de la cintura de los sirenos terrestres, porque todos los bichos que pensamos poseemos un prisma reducido por la costumbre de lo siempre-visto y si bien la belleza es única, escondida y escurridiza en todo el universo, la monstruosidad, repugnancia y terror se maquilla adecuadamente en función del baile en el que tenga cita esa noche.

Su mitad humana superaba en millones de decibelios a cualquier mujer terrenal o divina con la que jamás hubiesen transmitido fluidos… la cola contenía carne de pez –por el olor y la textura semejante a la de una vieja- como para avastecer a un restaurante durante semana y media… pero debían devolverla al mar: los monstruos deben quedarse debajo de la cama… otros pensaron en engrilletarla para exponerla en un museo y los menos diabólicos sugirieron dejarla descansar en la pecera hasta tomar una decisión…

El solo pica, las ideas solo sirven para hervir más el cerebro y cuatro meses sin ver a sus eposas con alguna escapada de alta mar en el culo de sus compañeros son insoportablemente duros… así que él fue el primero en bajarse la cremallera… obligó a la polizón a subcionar su pene, a chuparlo, a salivarlo hasta correrse –su conciencia al menos le hizo avisarla-… tras el capitán vino el timonel… el jefe de máquinas… el cocinero… y tras satisfacerse los quince miembros de la tripulación ya no podían devolverla al mar: cuando un pez se clava el anzuelo queda inútil, inservible, desprotegido bajo el agua…

Quince hombres que sin saberlo acaban de hipotecar su alma por una cláusula firmada con semen eran incapaces de decidir sobre una criatura de hermosura infectada… rompe el cristal… coge el hacha… dal el primer golpe… fuel primero en desamarrarse los pantalones y ahora es el primero en dar el corte inicial. La sirena grita, porque ha empezado desde la cola e ignorando su dolor va pasando el hacha a sus compañeros que impulsados por el miedo, la culpa y el éxtasis orgiástico de sexo, violencia y desalmación, clavan el metal en una quimera llorosa pidiendo a gritos compasión de unas bestias llegadas desde la tierra…

Estoque final: el hacha directo al cráneo.

Solo quedan pocos cientos de metros hasta el muelle y ninguno se atreve a recordar, a expresar, a sentir…

-Hemos destruído la hermosura –se atreve a pronunciar el grumete.

-La conservera no entiende de hermosura –única respuesta.

Escrito (17/6/2013)


De luz y de color.

            Las hojillas del acantilado abrieron su vientre dejando los intestinos ensangrentados fuera de su panza… el cayuco se atronó contra las rocas cuando el timón oxidado y maldito, fuera de circulación en Europa por su falta de eficació, quedó atascado en el motor… una barcaza con diez negritos atrapados al son de la espuma traicionera que tiene la sal podrida por culpa del hedor de los bañistas que se meten en ella, una espuma selectiva que juega a las olas con los niños rubios del norte regalándoles arena para sus inicios arquitectónicos y que condena al suicidio asistido a los padres negros del sur regalándoles promesas de tres platos, dos teles y un futuro… una espuma enfurecida y egoísta de su tierra incapaz de compartir el maná, guardando en sus entrañas el secreto, asesinado por la industria, de la felicidad…

            Nueve negritos han muerto: ninguno ahorcado, pero también sin aire, porque bajo el agua solo respiran los peces de colores, no hay espacio para el pez aceitunado… un negrito sobrevive en la ambulancia camino del hospital, donde una vez cosido, curado y puede que hasta cebado, pasará los próximos meses acinado con otros negritos como él limpiando coches bajo el solo, soñando con que uno como ellos, al menos una de las ruedas más que sea, llegarán a estar en su poder y podrá pasear a su mujer, a su niño, a su madre por el norte y que vean desde lo alto el mar que los liberó… pero se olvida de que no es casualidad que el mundo tenga dos hemisferios y solo en el que se puede ver la Estrella Polar hay lugar para los sueños, para los coches caros, para la vida con desayunos de películas a base de tostadas, zumo y bollos, con una madre recién follada y sin despeinarse por un marido con cartera de cuero y quizás hasta cobarta… porque incluso en el hemisferio blanco esos desayunos solo existen en películas producidas para echar la siesta con ruido de fondo por la tele y los del norte solo desean vallar sus espacios para imposibilitar a los intrusos coger los tenedores y quitarles su trozo de pastel… solo un trozo: el resto de la tarta lo comen, disfrutan y tiran sus restos al retrete los que viven esas películas y las ven en pantallas de plasma gigantes.

            Un negrito en la ambulancia que se abre paso haciendo sonar la sirena, sonido del requiem luminoso por los enfermos agónicos… ya llega al hospital… sudoroso… sangriento… desconcertado… el requiem sigue pidiendo paso en el aparcamiento y las viejas se santiguan compulsivamente como perros aullando al son del “nino-nino”.

            Se apiñan todas juntas contra los sanitarios que les impiden el paso: la pención no da para el bingo y el cine de hoy en día las aburre demasiado… observan como bajan la camilla y ven al último negrito muerto, casi descuartizado y con ojos desorbitados por el hombre que acaba de ostiarse a mil por hora contra la verdad…

            Alguna vieja se santigua de nuevo… la mayoría vuelven a la sala de espera casi decepcionadas…

sábado, 15 de junio de 2013

Escrito (15/6/2013)


Sin cuentos ni hadas.

            Se tiró un pedo tan fuerte que el perro saltó desde el colchón que por suerte está directamente en el piso, sin somier, solo baldosas y gomaespuma… un perro feo, negro y despellejado por un atropello anterior a la familia cuya falta de raza se compensa con la campechanía, simpleza e incondicionalidad de su amor, al igual que esas chicas plebeyas que sin pintarse ni ir con diademas de princesa aman a jóvenes gorditos, con la poya pequeña y algo tímidos: desgraciados unidos por la necesidad de cariño en guerra contra un teatro cargado de papeles absurdos… ellos duermen en el suelo con un perro feo a sus pies, porque prefieren la improvisación a los textos prefabricados, escritos por masas de guionistas con demasiado cerebro, con poca alma, un alma sola, única, compartida entre demasiados cuerpos zombificados por las pautas del que dirán…

            Un perro asustado y un pedo con olor a coliflor podrida hirviéndose en agua marrón de fregar… un marido agarrado a su teta riéndose por el sonido y el tufo, reminiscencia del gamberrismo infantil.

            Ella sigue durmiendo y el la observa cálida, retorcida, con los pezones agrietados… comienza a acariciarla con su dedo índice de barbilla a pies… la primera parada es en un sobaco con pelillos fetales, entre cortos y largos, una axila afeitada hace dos, quizás tres o hasta cuatro días la última vez –con 54 años casi nadie se fija en esta parte de su propio aspecto… menos aún cuando se garantiza la pasión ciega de un hombre, el hombre, su hombre tras casi tres décadas- y desde ahí persigue una larguísima estría que le abarca todo el costado hasta llegar a los dos tajos de la cesárea: cuando vio abrir el vientre de su esposa en el quirófano en lugar de desmayarse o salir corriendo, sonrió al recordarle el corte con las lonchas de carne una abierta a cada lado a los peces cocinados a la espalda… “pescadito” es el mote cariñoso hacia su amada, porque el “cariño”, el “churri” o el “corazón” son palabras polisignificativas de historia anónima, escrita por los mismos guionistas de alma en multipropiedad… piropos que gustan a princesas con tacones, faldas estrechas y mechas en el pelo, halagadas por cachas de gimnasio con el tatuaje de moda saliéndosele por la espalda… cuando pase la temporada del trival para eso existe el láser.

            Se detiene unos minutos infinitamente agotables para pasear la llema de sus dedos por la raja de su pescadito… mientras, mete en su boca los pezones desgastados por el tiempo, la tristeza, la alegría, la leche, la vida… su vagina, velluda y ya más cerrada que hace unas juventudes, comienza a lubricar, momento que aprovecha para estimular el clítorex con una digitación de pianista mientras continúa babeando dulce y lascivamente los senos, unos senos que tras el primer chorro de mamancia pasó de pera golden a pimiento de piquillo, pero que con el transcurso de los años han aumentado en exitación para su hombre porque “te quiero como el primer día” es una frase cutre de don juanes lectores de “Crepúsculo”… el amor verdadero se acrecienta para aumentar instante tras instante en el “hoy es siempre todavía” del tiempo, porque el amor verdadero, como el de los perros feos y despellejados, es un globo que se hincha con cuidado para que no explote, se deja reposar un tiempo para desinflar el exceso y luego se vuelve a soplar dentro con pasión resucitada hasta que los cachetes se llagan por dentro del esfuerzo en soltar aire… el amor es un globo que se trata con fuerza furiosa y delicadeza infantil hacia el juguete favorito, todo a partes iguales… el amor son casi tres décadas haciendo chorrear una vagina peluda por los dedos de un calvo con bigote, el amor son casi tres décadas compartiendo el potaje de los sábados y saliendo a comer dos veces al mes al chino, el amor  son casi tres décadas de crecimiento común y familiar mientras el pelo, las tetas y el sueldo se caen… el amor es algo muy distinto de cuentos y leyendas escritos por guionistas con demasiada Cenicienta en el cerebro.

viernes, 14 de junio de 2013

Escrito (14/6/2013)


Acoso.

            El cuarto chicle que pegan esta semana en su pelo: hace tiempo que no le hacían esta putada, pero las bromas son como la campana del líbido, cobrando gracia hasta el punto culmen, para luego descender en picado tras la explosión y emperzar de cero… La rodearon entre cuatro chicas, cuatro jinetes sin montura, cuatro pijas tan faltas de atención como la víctima y tras llenarla de escupitajos, moretones y mordiscos decidieron pegar su chicle salivado en el pelo grasiento de una niña treceañera gorda, desfigurada, insalubre por las comidas de una madre que confunde amor con aperitivos colesterlóricos y cuidado con horas de películas románticas puestas en la pantalla borradora de cerebros.

            Camina hacia casa con las lágrimas deslizándose sobre los cachetes, quedando atrapadas en los hoyos de la celulitis, confundiéndose con el sudor pardo, aceitoso de un corazón demasiado pequeño para bombearle a cien mil gramos… los pies están destrozados y llenos de bolsas por el contacto contra el asfalto ardiente, de los cristales que se clavan en sus plantas y la mierda aún fresca sin recoger de dueños con poca empatía social: los zapatos cuelgan de la canasta del instituto y los profesores fuman a escondidas en el cuarto de las pesas mientras ya tienen escritas un par de notas de castigo prefabricadas avisando a los padres de las acosadoras acerca de la inminente expulsión si vuelve a suceder algo semejante… echan una bronca que suena robotizada y continúan con el cigarrillo esta vez en la sala de profesores al ritmo del gira gira de la cucharita del café, mientras se quejan de la gorda-niña-mimada que no sabe defenderse ella sola y que mejor cerrase la boca a la hora del almuerzo en lugar de andar jodiendo con los llantos…

            Sigue llorando… sus lágrimas no son gotas de humillación, sino gotas de pintura que escriben un “S.O.S.” silencioso dirigido a papá y  a mamá, ignorantes del código del silencio, desesperado por la no comunicación de una hija que se limita a callar durante los atracones a la mesa y a encerrarse durante horas en el baño… padres ignorantes que olvidan que las notas más importantes son las que no aparecen en el pentagrama, que los significados más profundos son los silencios entre palabras…

            Llega a casa con el chicle aún caliente revolviendo su pelo… pies negros y pegajosos de mierda ciudadana… ojos hinchados por escupitajos de amargura… un eterno pulover negro enfundado de cuello a muñecas en pleno mes de Agosto…

            Entra a la cocina, abre la nevera, coge la bandeja de pastelitos “¿Qué te pas?”, pregunta mamá… coge la bandeja de pastelitos y corre silenciosa –siempre silenciosa- hasta el baño para forzar su hígado con el azúcar y la crema refinados…

            Se acaba el dulce: ¿dónde está mi consuelo? Dos segundos en el paladar, una eternidad en la conciencia… se siente gorda, sucia, asquerosa… merece un castigo… se remanga el pulover y allí, en su fofa piel, se notan los cortes –con mayor o menor profundidad- por cada uno de los desprecios sufridos por culpa de la triple C infernal: Casa-Cole-Cabeza… Una hojilla a veces es justa para olvidar unos minutos sus cadenas.

            Corta sobre el lavabamos que ya suelta agua procurando no dejar huellas de sangres, no para evitar preocupaciones paternas, sino para que nadie tenga un motivo extra para continuar machacando su cerebro, perturbando su mutismo, torturando su soledad… cuchillas compradas con la exuberante paga y que así papá no se de cuenta de que le faltan herramientas con las que rasurarse la barba.

            Los cortes la alivian… poco a poco va llegando hasta los bíceps: pronto no habrán más huecos en los brazos, pero mejor: quizás entonces, solo entonces, se atreverá a llegar al cuello… el “S.O.S” total…

jueves, 13 de junio de 2013

Escrito (13/6/2013)

Ácido óxido.
            Abre un agujero con la broca justo en el centro de las dos lámparas pegadas a la pared… perfora con el taladro hasta que golpea una tubería y el chorro de agua salta hacia su cara como la eyaculación de un actor porno… dentro del agua, cientos, quizá miles de hormigas que arrancadas del metal saltan furiosas contra el rostro del taladrador… unas comienzan a morder, a picar, a pellizcar con sus dos hojas los mofletes del muchacho mientras otras se entretienen en penetrar la esclerótica para depositar allí sus huevos, futuras larvas que nadaran en el globo ocular devorando la visión de su inquilino… ardor cítrico en sus pupilas arañadas por unas uñas negras del trabajo, raspadas con la desesperación de un hombre amarrado bajo el charco que sufre no tanto el temor de la muerte, sino la impotencia, la espera, la agonía burlesca previa al desenlace…
            Se revuelca por el suelo buscando consuelo en el frescor de las baldosas del pasillo, retorciéndose igual que una perra con tumor en los ovarios devorada en el vientre por cachorros sin formar… de repente se choca con el insecticida y sin pensar –pensar está sobrevalorado- quita la vida a estos monstruos rociándose la cara, envenenando sus pulmones, abrasando con el producto los jirones de su piel…
            Termina el suplicio. No más hormigas: únicamente la sensación de las patitas violando su piel, dando una patada en la puerta para entrar sin permiso y adueñarse de su propio control…
            El cuadro sigue tumbado en la esquina y apura el cubata servido con pajita tratando de tranquilizar los últimos nervios.
            Una herida en el muslo… supurante… efervescente… picante… arranca un trozo de tela del pantalón, ya que, la tela le impide aliviarse con el rascado, un rascado que parece acelerante del picor en vez de alivio –pasa como con el amor, donde las discusiones, las buenas discusiones donde se levanta la voz más de lo debido y hasta se rompe algún vaso contra la pared porque ella falló tu frente, dan lugar a los polvos más deliciosos, sucios y húmedos de la pareja…- ese picor crece con el roce de las uñas… desesperado corre contra el gotelé, vuelve a retorcerse como una alimaña devorada viva por las llenas, corre hasta la cocina… allí agarra el rallador de queso y comienza a picar su carne del muslo, desgarrándola, ensangrentándola, desmigajándola… pero el picor sigue ahí, creciendo y torturante.
            Vuelve al pasillo llorando como un niño con juguete roto para darse cuenta de que de la herida le brotan miles, millones de hormigas que poco a poco suben y bajan a lo largo de la pierna, doliéndole como una cuchilla de afeitar cortando su ojo…
            Desesperado y de nuevo en la cocina, se hace con el cuchillo de cierra para el pan y comienza a amputarse la extremidad a la altura de la ingle, pero el acero hierve como una vagina penetrada y lo lanza contra el poyo…
            Decide aplastar a las hormigas con sus manos, luchando contra el pica-pica, pero pronto cae en la cuenta de que las hormigas son destellos imaginados de una mente agotada… no son reales, solo tan reales como su cerebro lo permite, puede deshacerse de ellas de inmediato… pero elige tomar la pastilla azul y las hormigas continúan mordiendo, inoculando su ácido en el muslo…

            Su mente, su peor aliada… las hormigas le revientan, le sangran, le torturan… la cabeza le arde desesperada, las sienes le laten… el taladro en el suelo… las sienes son blandas… aprieta el botón… la broca gira… las sienes son blandas…