domingo, 30 de junio de 2013

Escrito (30/6/2013)

Poderes.
            Ocho hielos que se derriten en cuatro vasos de whiskey sobrevolados por mosquitas bobas de las que no saben picar… la puta con los labios predispuestos y pintados de morado engulle unas papas fritas aceitosas mientras uno de sus clientes, de los que acaban de alquilarla por seis horas como una hamaca en la playa, le echa el humo del puro en la cara: le resulta divertido verle enrojecer los ojos llenos de lágrimas, resignación y recuerdos de una vida que tal vez solo existió en el país de Peter Pan… unos ojos desorbitados por la coca sin la que no podría aguantar su décimo servicio en 30 horas: por suerte, los cuatro gordos del whiskey son gente adinerada que compran buen perico para su puta y la ayudan a esnifar con cucharita de plata y un billete de 500 enrollado finamente, porque la ostentación solo es satisfactoria cuando se destruye hasta la trivialidad lo que todos anhelan, pero solo es alcanzable para unos pocos: billetes enormes, coches con mira telescópica, mujeres con tacones que engulles papas y penes a pares…
            La luz del local chisporrotea por culpa del cable suelto. El anciano de siempre, el depravado que mira a hurtadillas tras la puerta del baño entornada para ver las bragas de chicas jóvenes meando de cuclillas encima del retrete mientras ordeña su miembro condenado de forma vitalicia a un amor solitario, egoísta y manual, se sienta en una silla a media altura de los taburetes de los cuatro señores y la puta: a los clientes les gusta oír cantar al viejo alcohólico al tiempo que apuran sus vasos y se ríen mientras le lanzan monedas de pocos céntimos al suelo para verlo recogerlas arrodillado como un perro pequeñito que se tira contra una hembra en celo con la vagina aún húmeda y cálida… un anciano cantor de voz ronca, consumida, desmigajada por años de tabaco negro, copas frías y cáncer de garganta… un anciano decadentado por vivir rápido, pensar vacío y caminar sin pasiones, con la única fijación de hacer unos cuantos bolos en escenarios de teatros olvidados con los clavos de la tarima pinchando los pies de los artistas o en bares sucios donde nadie presta atención a los payasos que incordian con su música, su comedia o su teclado polifónico, no dejando mantener la conversación entre comensales donde pagan con cenas frugales, birras bien frías y aplausos de compasión que celebran más el silencio del cantante que su desempeño tras el micro… aplausos que conducen al viejo masturbador hacia un pasado de triunfo, reconocimiento e incluso algo parecido al amor propio, donde la cerveza no se mendigaba haciendo reír a cuatro señores de pelo engominado, zapatos lustrosos y mujeres mamadoras… unos días del mañana que ya fue donde él era quien consumía los puros mojados en coñac, mientras otro tipo de putas, las que no se pagan con dinero, sino permitiéndoles revestirse con el reflejo de la gloria ajena, se sentaban en sus muslos acariciándole el pecho y limpiando su labio lleno de alcohol con pañuelos de seda que luego servirá para limpiar sus mejillas tras el paso por la cama.
            Cuatro whiskeys sorbidos sin sed, apetito ni gusto, viendo como su perrito se tira contra el suelo a por las migajas de un poder iluminado por fuegos fatuos… cuatro barrigas hinchadas al estilo de los cadáveres caídos en el mar, alimentadas a base de “on the rocks”, farlopa y filetes con salsa de pimienta… cuatro degenerados borrachos por demasiados ceros a la derecha tras un uno de su nóminas, haciendo olvidar a sus esposas con amnesia en forma de coche nuevo, cubertería de plata –salvo una cucharita- y viajes al Caribe, en los que mientras la mujer moja el pareo en las aguas de cristal a muchos grados, ellos hacen lo propio con su polla dentro de una negrita de catorce años, porque los billetes solo cambian de nombre en los lugares, pero en todas partes sirven para reducir a hombres, mujeres y viejos depravados al nivel de un bollito de crema industrial que se manufactura, tasa y empaqueta listo para la compra…
            Tiran lejos la última moneda porque están hartos del viejo patético y el anciano corre tras ella como poseído igual que un perro atacando su propia imagen en el espejo. La puta aún no ha terminado de comer el combinado, pero se le hace difícil trocear el filete, ya que, sus ojos están tan irritados que apenas puede ver y llora –no totalmente por culpa del humo- corriéndose el rímel de las pestañas… uno de los cuatro tira los restos de la carne al suelo porque sus huevos están a punto de estallar y arrastra a la mujer ebria, manchada, torpe hacia los contenedores detrás de la calle.

            No usa condones porque es una puta de bastante dinero y no tiene guarrerías –la salud también se mide en precios-, así que con una buena ostia en la nariz se acabaron los reproches de una prostituta aterrada por el bicho que yace con las bragas por los tobillos y la falda remangada boca arriba en la tapa de un cubo de basura al tiempo que su dueño de alquiler la bombea con el miembro hasta llegar la explosión: se corre fuera –más por un juego dominante que por consideración al útero prestado-, eyacula en el pelo de la mujer, para que quede constancia y la marca del macho alfa se vea en su regreso triunfante con los colegas al bar y mientras ella se intenta limpiar un poco, acuclillada entre contenedores buscando la mancha con un pequeño espejo roto de mano, él la mea al tiempo que fuma un nuevo puro y mira la luna menguante.

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