En
picado.
Mea sus bragas “Gucci” sin darse
cuenta de que se las ha quitado: hace ya cuatro días que no se muda, cuatro
días en los que estallidos de polvo antes de entrar al bar y picadas en la vena
para antes de entrar en la cama la mantienen en antinatural equilibrio mientras
su ropa interior sigue igual, intacta, inmóvil, pegada a la vagina por la
humedad mezcla del flujo que resbala cuando nota el roce de sus compañeros y de
la orina fresca que escapa a su control por culpa de la ancianidad prematura
que conlleva incontinencia delantera… una mujer con la piel reseca por la
amargura contenida en los taburetes del bar y con ojos tristes de cachorro
suplicante ante la mesa del comedor escapándosele la memoria de padres ricos
con billetes en lugar de abrazos… saliendo a la caza de cariño artificial del
que encuentras por las noches entre botellas semivacías, condones usados y
colchones de desconocidos con restos de semen, flujo y olvido, sabiendo que por
la mañana habrá un adiós sin beso –igual que el de papá antes de irte al cole-
y que con el nuevo oscurecer serás de nuevo una vampira sedienta de cubata
frío, humo podrido y amor falsificado…
Pobre niña rica mojando sus
braguitas entre dos contenedores mientras le pasan una jeringa aún con sangre
en la punta –ya es hora de dormir- y casi sin buscar la vena, pues la costumbre
es soberana de la técnica, inyecta el líquido somnífero con el que quizás encuentre
a una familia como las de los dibujos infantiles con parejas de la mano, perros
con la lengua fuera y un sol de carita sonriente… sonrisa que siempre odió
porque sabía que se estaba burlando de ella con un cínico sentido del humor,
recordándole que por regalo de cumpleaños encontraría pasteles, bicis, y si lo recuerda,
un mensaje en Facebook de papá enviado desde la oficina… pero la droga solo
oscurece la memoria, no la aniquila, por lo que pasado el efecto de la vacuna
el sol de carita sonriente volverá a quemarla viva y su única solución es
compartir jeringas con seres desgraciados: la familia es sangre y compartir, se
supone… siguiendo esta norma quizás las familias más reales son las de
caballeros del jaco que se prestan púas infectadas, elásticos ennegrecidos y
cucharas carcomidas…
El caballo tiene demasiado corte y
el efecto es incapaz de comenzar, ¿qué diría mamá si te viese meada, colocada y
rodeada de gentuza? Llora lágrimas que creyó haber secado en su infancia, considerando
que en sí misma es un fracaso por la decepción que supone a su madre explicar
que tiene “una hija especial” a la cual quiere mucho, quiere loca, quiere tanto
que envía dinero dos veces al mes para comida, techo y braguitas de diseño…
llora mientras sus hermanos de sangre, metal y química la consuelan, pero
prefiere caminar sola calle abajo intentando que La Luna –siempre seria, sin
sonrisas- la consuele…
La miran, señalan y desprecian:
jóvenes con pechos que llegan hasta el domingo que viene y chicos con penes
hasta el medio-muslo que ya más nunca catará, se burlan de una vieja loca y
adicta que cuenta historias inventadas sobre apellidos de oro que ya hace mucho
que dejaron de brillar… una vieja loca y adicta sabedora de que su escape no
existe en ningún medio inventado por la vida ni sus hombres… una loca y adicta
que mira al suelo cuando anda porque el cielo se olvidó de ella desde antes de
parirse…
Se agacha a recoger una colilla aún
media fumada y la ve: una botella rota, justo por la mitad, con un diente de
vidrio que sobresale… un diente sin mella completamente liso… un diente
trasparente, limpio, brillante por el reflejo de su amiga La Luna seria… agarra
esa botella con el diente… debe tener cuidado de no cortarse ningún tendón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario