sábado, 22 de junio de 2013

Escrito (22/6/2013)

Y vio la luz.
            Sangre de la sábana al suelo e incluso en las paredes consecuencia de un parto brutal, grotesco, casi alielígena… el bebé logra rasgar el cascarón para nacer muerto, enrollado por el cuello con el cordón umbilical, estrangulado por la sonda que durante 36 semanas le ha permitido crecer, comer, respirar… el bebé estrangulado por una paradoja de sinsentido y cierto humor negro… un niño que nace nuevo por alguna explicación que se empeñan en dar los religiosos, pero que para unos padres primerizos con nueva casa, nueva vida, nueva esperanza se quedan inútiles, burlonas, cínicas y la única explicación posible es que la vida no es más que un revólver con dos balas con el tambor girando constantemente salvo cuando a Dios le apetece quitar el seguro, frenar el giro y apretar el caprichoso gatillo, un gatillo indiferente a edades, riquezas o países, un gatillo inocente pulsado por la mano de un espectador que fundó este teatro hace ya mucho y que en el reparto de papeles el bebé ahorcado no era más que un extra con la misión de que papá y mamá fueran personajes principales en un drama que durará dos vidas: la de él, la de ella… pareja que se rompe cuando su fruto se pudre en una caja de zapatos cerrada… la autopsia fue macabra: un bebé vacío igual que un cerdo boca abajo listo para el asadero por culpa de una burocracia que no entiende de personas, paternidades ni consuelos, sino de números, normas y formalismos… una burocracia que exige el destripamiento de un recién muerto por accidente impidiendo a sus familiares el último vistazo a través de los cristales de un féretro a tapa descubierta.
            Ella enloquecida de forma vitalicia, porque poseyó dentro de sí el privilegio envidiado por los varones desde el primer día: la capacidad de conocer a su propio hijo antes de que nazca… un privilegio maldito para una mujer que con chillidos de dolor, ira y alegría pasó de parir a una esperanza hecha carne a dar a luz a un tumor hinchado por la falta de aire…

            Él es más simple: los dolores masculinos suelen apagarse con llamas de alcohol y ya son tres meses los que lleva amarrado a la botella, atrapado igual que una mosca sin alas en el fondo de un vaso de leche caducada… golpes de whiskey, ron y vodka no tanto para olvidar, sino para castigar a su alma por su inutilidad paterna, por su impotencia salvadora, por su quietud en la sala del materno observando a la muerte jugar al póker con los médicos, mientras fumaba un puro segura de su victoria, en la misma sala donde solo fue capaz de quedarse mirando con lágrimas de nena corriendo por sus mejillas y sin dejar de grabar ni un instante de forma compulsiva la escena de entremés incluida en este drama... En el trabajo le permiten alargar la baja un par de semanas y su madre de vez en cuando le acerca una compra, le obliga a ducharse y le exige que haga la colada… de resto visitas fugaces de amigos con gemelos, paseos por el parque y perros sonrientes… tan fugaces que ya son cosas del ayer, como su hijo, pero un ayer que lo persigue, porque no es más que un hoy que dejó de existir… la última visita antes de ayer, por un gilipollas del trabajo apenas conocido con frase célebre que le costó tres puntos en la ceja: “Mejor que se muriera en la cama del hospital que dentro de diez años cuando ya le tuvieras cariño”. Como un resorte pinzado lanzó su vaso chato contra la sien del gilipollas del trabajo… un gilipollas incapaz de entender que el amor no es cuestión de tiempo, que el amor no es cuestión de razones, que el amor no es cuestión de calendarios… el amor es un cuchillo al rojo que se te clava en la carne provocándote dolor, daño, sufrimiento, alegría, confianza, seguridad… un cuchillo al rojo de doble filo que te penetra tan hondo que si te lo sacan de golpe la herida permanece profunda y abierta, porque no existe otra hoja con la misma medida y porque no existe alcohol suficiente capaz de cicatrizarla.

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