lunes, 10 de junio de 2013

Relato (10/6/2013)

Rimel.
            Una feminidad llevada hasta al absurdo porque no existe nada más ficticio que la caricatura, la parodia, que la realidad llevada hasta el extremo del ideal inalcanzable: la imitación no es más que un reflejo exagerado de la mentira.
            Unos labios hinchados a base de mordiscos, pintarrajeados con azul marica comprado en tiendas de chinos, porque hasta el glamour debe pagarse e incluso los artistas de boa, maquillaje y abrigos caros deben comer latas de vez en cuando para llegar a fin de mes... una voz prodigiosa de tenor atrapada en el cuerpo escultura de una Barbie destetada, con polla hasta la rodilla: años soñando con el sonido aflautado de los castratis, sabiendo que es imposible, que las hormonas se escapan del presupuesto, que la silicona está reservada para travestis creados por guiones de Almodóvar, no para los que actúan por cena, gasolina y tres billetes de 10 dos veces por semana… nada peor que sentir un pene donde tu cabeza te exige que debe haber un coño, salvo sentir un alma de artista enclaustrada en el cuerpo de un infame, de una vida mediana, ni siquiera mediocre (la mediocritud al menos rompe lo normal).
            Con raya en los ojos, boca cubierta de carmín y eternos tacones para tirar la basura en un barrio que huele a cloaca olvidado por los del sillón, con niños jugando al fútbol descalzo –las playeras tienen que durar hasta que crezca el pie- y padres que los apartan de su paso porque los niños con las niñas tienen que bailar: no hay espacio para ese niño que le gustaba pintarse las uñas con las amiguitas, que amaba cepillarle el pelo a sus hermanas y que soportaba como un verdadero macho las colillas de papá apagándose en su pecho: el dolor supuestamente habría de convertirlo en hombre, en uno de verdad, pero las mentes anacrónicas y vacías se olvidan de que el tesón de ser auténtico es la mayor fuerza de los diferentes.
            Abre el contenedor a duras penas –demasiado peso para brazos-pata-pollo- y tira la basura. Sube calle arriba para encontrase con sus amigas, las únicas, las que no juzgan, las que la tratan como una más, las que van al menos una vez mensual a su espectáculo y no critican que siempre haya un chico distinto entre bambalinas, porque esa es la única condición: pueden entrar todos a mi camerino, pero solo de uno en uno, porque el vicio no es para las damas y aunque te apetezca atragantarte con dos pollas en la boca a un tiempo, dejémoslo para las fantasías mastubatorias y mantengamos un sexo idílico, rosa, limpio… un sexo que ralle lo romántica y se acerque a ese amor con aroma de hombre que te abrace, sabiendo que los muchachos que entran en tu camerino jamás te lo darán: solo un grupo de fans, otros de morbosos que quieren joder que una tía que la tenga el doble que ellos… el sexo amoroso, el romanticismo, está reservado para vaginas reales, no imaginarias y los travestis viejos deben conformarse con migas de pan echadas para despistar el apetito.

            Ahí están sus amigas, en el eterno escalón de la entrada a casa: cuatro señoras de tetas por el ombligo y grasa desparramada, informe, bondadosa… con solo verlas la cara se ilumina con una sandía llena de carmín y purpurina y mientras camina hacia ella otra vez, hacía tiempo que no pasaba: un huevo le da justo en el centro de su peluca… tres chicos a caballo entre el niño y el hombre huyen riendo, doblados por las carcajadas… pero ella ni se inmuta, ni se limpia, ni se contraría… solo lágrimas secas y mudas, igual que el dolor agrio del cigarrillo apagándose en la carne… algún día será quien desea y quedaron atrás los barrios con olor a alcantarilla… aunque siempre vigilará desde el escenario buscando una vez al mes en la primera fila a esas cuatro señoras gordas.

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