Fraticidio.
“Llegará
el día en que los hombres serán juzgados por la muerte de un animal como hoy se
juzga el asesinato de un hombre.” Leonardo da Vinci.
En medio del séptimo círculo un caniche descuartizado,
sangrante, vivo… un caniche masticado hasta la mutilación obtusa de sus
semejantes, cuatro pibulls que por turnos son entrados al redil para atacar al
algodonado cachorro y así poder estimular su agresividad non-nata, porque al
igual que los sentimientos animales puros –amor, fidelidad, amistad…-vienen
soldados a su alma desde la placenta, la maldad, la monstruosidad, la
brutalidad solo se les inicia en ella por las bestias con pulgares que andan
con zapatos… entrenadores de perros de pelea que compran presas frescas,
tiernas para el despertar sanguinario de una raza con más mito que verdad sobre
sus nombres… traficantes de violencia, de lo más podrido del alma humana,
haciendo rodar una maquinaria de enfermedad mental, asco y exitación para
mentes débiles, cobardes, incapaces de plantar cara a su día a día pagando por
que se enfrenten entre sí criaturas más frágiles sin conocimiento de lo que
ocurre en esas arenas macabras… dinerales en las apuestas de gordos de alaridos
repugnantes, guturales que cuando no ganan sus perros les destruyen el cráneo
con dos piedras: la cabeza en medio, dentro el cerebro… el perro amarrado a un
árbol, meado, cagado, buscando compasión a través de sus pupilas vírgenes… pero
ya no es un campeón y su amo estampa ambas piedras contra sus sesos
desperdigándolos por dentro de la cabeza… la mayoría de los animales aún vive
tras el golpe y sus chillidos –semejantes a los de una gata en celo, a un niño
mal parido- se escuchan a lo largo de la finca entera, mientras sueltan su
correa del árbol para regocigarse mientras observan como el animal lucha no
tanto por su vida, sino por entender cuál ha sido su mal, que error ha
cometido, porqué la mano que lame, ama y perdona tras sus castigos provoca un
dolor tan ciego en sus sienes, en sus tímpanos, en su alma incomprendida
durante milenios…
Un perro más, un perro menos… no importa: para eso está
ella, gorda, cebada, indefensa… una perra eternamente atada a cuatro mastiles…
cuatro sogas… cuatro patas totalmente abiertas hasta partir las rótulas en
direcciones diagonales, con el chocho bien dispuesto para que los machos
desahoguen sus instintos y las bestias parlantes satisfagan sus necesidades de
cachorros bienvenidos a un mundo feliz donde desde ya antes de nacer se les
asignará una tarea –matar a sus hermanos para los que tengan pene, parir más
víctimas para los que tengan coño- y así cumplir con el regocijo de hombres con
demasiado dinero, poca humanidad y solo un mínimo de emociones, las del gusto
por la muerte, pues piensan que controlando la no-vida de estos animales se
acercarán más a lo divino: al fin y al cabo, los demonios no son más que
ángeles caídos por pretender ser dioses en un entorno con demasiada
competencia.
A la perra le sangra la vagina… se la han desgarrado
varias veces, varias parejas sexuales, varias montas… hoy han sido nueve presas
en celo follando y enganchando, follando y enganchando, follando y enganchando,
haciendo llorar a una hermana sujeta a cuatro columnas de cieno, mientras
negras palomas sobrevuelan el agua podrida del abrevadero situado junto al
campo de batalla… una perra apestando a semen, coágulos y decepción sin poder
defenderse, ya que, cuando su dueño observó que se reviraba contra los machos,
le arrancó los dientes, uno por uno, con alicates… al menos no sintió: dosis
doble de tranquis para evitar que lo mordiera… otros prefieren amarrarles el
hocico con cinta aislante…
Una orgía holocáustica en varios puntos simultáneos del
archipiélago… un holocausto que apenas es perseguido por la ley, por una ley
hipócrita que multa a los verdugos, pero sentencia a muerte a las víctimas… un
holocausto de nazis sin rostro de judios de cuatro patas que siempre a quienes
su infierno es condenado al anonimato.
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