domingo, 18 de marzo de 2012

Otra vez comedia

Pues aquí está el vídeo de mi nuevo monólogo en mi sexta actuación en la que hice dos pases... es la primera vez que actúe totalmente solo ante el peligro, pues en esta noche no habían más cómicos a parte de mi. Espero que se rían mucho, un abrazo!!!

http://www.youtube.com/watch?v=yetUDaQzZS0&feature=youtu.be

miércoles, 7 de marzo de 2012

Escrito: un relato, por fin.

Entre la comedia, estudios, buscando trabajo y mi última faceta del teatro apenas he tenido tiempo para escribir en la forma que más me gusta, que es esta del relato/cuento. Espero no haberme oxidado. Un abrazo!!!

No me des arena de beber
El perro lamía sus heridas de forma desesperada, rabiosa: era un animal pacífico linealmente, pero desarrollaba picos de lujuriosa voracidad cuando la sangre coagulada entraba en contacto con su nariz. Las yagas crujientes por fuera, jugosas por dentro, rellenas de pus y sangre lo enloquecían hasta el punto de que cuando él intentaba apartarlo lo mordía con fiereza, gruñía, recibía esperpénticas patadas y hasta golpes de palo y, a pesar, continuaba en su búsqueda de sangre. Era inevitable. Se rindió, sucumbió, el perro lo suicidó. Dejaba que el animal saciara su sed de enfermedad, confiando en que toda la pus que le sacara a ella lo reventara por dentro, como si la muerte del perro significase la vida de la enferma. Cuando uno está enamorado, pero sin entender al foco de su enamoramiento, se autodestuyen creyendo en la magia inútil de la esperanza en lo absurdo, en lo inesperado, en lo fantástico.
El perro llegó al orgasmo. La sangre lo transforma, lo lleva al clímax y vuelve a convertirse en sí mismo, en un cachorrito manso y juguetón al que todos -incluso él- adoran... Aunque quizás no sea sino otra ilusión creada por la risa del mundo y el verdadero yo perruno se encuentra en el que vacía las llagas de la herida y es ese cachorro manso el mentiroso, el impostor, el títere que nos domina haciéndonos creer que el amor mueve nuestras entrañas... Un cachorro dócil de mirar encantador, hipnotizante, que solo quiere ocultar a la bestia que se esconde tras de sí... El placer de probar los coágulos es tan enorme, una heroína tan poderosa que vende su yo la mayor parte del tiempo a cambio de otro pico.
Él la idealiza, más bien se olvidó de su parte podrida. Está plagada de pústulas por todas partes, normal en alguien que desde hace tres años vive tachada en una cama moviendo solo la mano izquierda y la cabeza. La peor es la gigantesca yaga de su espalda, costrosa, traslúcida, plagada de parásitos blancos semejantes a espermatozoides de tamaño despampanante que flotan y se dejan ver provocando las arcadas de cuantos la visitan -no muchos- salvo las de él que la besa: no sabemos si besa esa herida repugnante por el sentimiento que desprende hacia ella o por el orgullo que lo obliga a comprobar una y otra vez si aún la sigue amando.
Le coge la mano izquierda y ella cierra sus dedos, ya no por cariño -lo perdió hace tiempo, aunque su cobardía le impida reconocerlo abiertamente-, sino por un acto reflejo, semejante al de esa araña que cuando muere repliega las patas sobre sí misma clavando los ocho aguijones bien adentro del abdomen estallando cada víscera de su cuerpo, convirtiéndolas a todas en una masa de veneno y escatología... De repente se percata de que la tomó de la mano y la suelta con pánico: se siente dolido por el rechazo, pero piensa que no es más que un error, un despiste provocado por la morfina que la hace divagar.
-Aquí apesta-dice él de pronto.
-Me habré cagado-piensa ella en voz alta.
-No, eso ya no me huele... es otra cosa.
Da vueltas por la habitación y se encuentra con un ramo de rosas frescas, relucientes y estéticamente bellas.
-Es esto.
Las tira con rabia a través de la ventana, donde irán a parar al callejón de los meados.
La intenta coger de nuevo de la mano, pero esta vez la araña no se inmuta y él, con rabia entristecida se despide.
-¿Nos vemos mañana?Te echo de menos cuando te vas-dice ella.
-Claro... yo siempre vuelvo... ocurra lo que ocurra siempre vuelvo... ese es el problema.
Baja los cinco tramos de escaleras y se encuentra con el otro.
-¿Te vas?
-Sí.
-Cabizbajo otra vez... ¿cuando vas a darte cuenta de que has perdido?
-Cuando sienta que he perdido.
-Nadie se da cuenta de algo así... pero bueno, al menos consuélate con algo: ella te necesita.
-Yo preferiría que me ame.
Atraviesa las calles sufriendo la necesidad de llorar, sin liberar las lágrimas, pues su orgullo es más grande que su sentimiento.
La enfermedad es cada vez peor, peor, peor y la mata: le dio tiempo a despedirse de todos, salvo de él, porque justo el día que ella dejó de vivir no estuvo: pensó que había perdido, decidió descansar al menos un momento y justo en esa pausa ella decidió marcharse. Ya no lo soportó más y lloró una tristeza contenida durante un tiempo absurdamente grande, como cuando duermes de golpe todo el insomnio.
El otro que también iba a verla lo trató de consolar explicándole que en el fondo ella lo quería, que siempre fue su amiga.
-Darme amistad estando enamorado, es darme alimento estando sediento.
La amistad es suculenta, pero no siempre sacia.