jueves, 28 de marzo de 2013

Escrito (28/3/2013)



Éxtasis.
            El flujo resbalaba por entre sus dedos, pegajoso, húmedo y con olor penetrante… A medida que la excitación cobraba fuerza la velocidad de sus falanges aceleraban el pulso, introduciendo los dedos cada vez con más y más pasión, seguros, determinados, un dedo, dos dedos, tres dedos… chorreaba de placer y el “chof, chof” característico invadía no solo el espacio y el tiempo, sino también su alma: un estado sexual metafísico que traspasaba los placeres carnales y daba justo en el centro del espíritu, del universo entero comulgado con ese sujeto masturbatorio que poseía en sus dedos el poder del orgasmo, un orgasmo que se resiste a llegar y obliga a este muchacho a dar más brusquedad a sus movimientos digitales… es curioso como cuanto más amas más bruscos pueden ser los gestos sensualmente tiernos… la erección que sufría no terminaba de estallar y deseaba un clímax mutuo, a pesar de saber que eso era imposible: no puedes levantar a la gloria una vagina de madera.
            Rasgaba, penetraba y pellizcaba con sus dedos esas delicadas notas, esos suaves gemidos musicales que inundaban la sala por completo… el líquido lechoso, casi como el del éxtasis masculino, seguía baboseando sus dedos, devorándolos, apoderándose de ellos hasta el punto de concederles vida propia, al margen del cuerpo y la mente que en un principio los manejaba: se tornan los papeles y son ahora esas diminutas extremidades las que dominan a su poseedor, las que le retuercen los ojos hasta dejarlos en blanco y le obligan a babear de placer…
            Así es, el clímax de la guitarra… el músico con los ojos entrecerrados, nota como fluye la sangre, cortada por las cuerdas del instrumento y es como si encontrado inmerso en una suerte de ritual casi sádico, cuanto más aumenta el dolor por las yagas reventadas con más pasión ejecutaba las canciones... sexo corre a nivel físico gracias a ese ocho musical, Dios mismo es un juguete, un medio del placer anímico que padece este hombre con el solfeo arrancado a esta madera musical.
            Toca y toca, con los dedos ensangrentados, hinchados, morados… no hay dinero para púas cuando vives al día gracias a tu guitarra y la odias tanto que deseas destruirla contra el ampli, pero te lo impide veces el hambre, más veces el amor: solo lo contradictorio e inteligible es real.
            Con la piel de sus dedos despellajada en el suelo de ese escenario puesto por casualidad en un bar de borrachos, donde los únicos alcohólicos sentados a la mesa se encuentran allí no por la música –la aborrecen, les impiden oír sus propios egos-,sino por la cerveza y el ron de saldo, el artista continúa camino del orgasmo que está a punto de proporcionarle el do, el re, mi, el fa…
            Hoy apenas cobrará: poca comisión de una caja a penas inexistente… otra noche que pasará en la calle acurrucado junto a su guitarra… pero ajeno a los borrachos, al dolor, al hambre, a una distancia enorme del mundo y de sí mismo, el chico seguirá masturbando a su amor de pino hasta que su corazón lo tumbe, hasta que sus dedos se engarroten… la pasión huracanada de su arte le hace por unas horas sentir que vive.

martes, 26 de marzo de 2013

Escrito (26/3/2013)



Tacones extraños.
            El pene estaba en su boca, aún a medio tragar: demasiado peso para tanto “Reynold”, única manera de arrancarse su propio miembro sin dolor, aunque quizás esa fue la excusa para tomar una droga que convierte la realidad en un lienzo visto tras gafas empañadas, tan borroso que se difumina hasta ser una imagen entre lo real y lo imaginario para desaparecer en la memoria. Un lienzo en el que ella nunca fue pintor, sino detalle y donde el pincel estaba movimentado por una mano invisible, pesada, inquisidora con un dedo señalante e hipócrita que empuja su conciencia contra sí misma, la obliga a observarse en un espejo valle-inclaniano en el que son ojos prestados quienes miran al sujeto del otro lado, un individuo que no es ella, que tiene sombra de barba y pelo en las tetas.
            La pinga arrancada, no cortada… la desesperación tras años de yo confuso convirtieron las tijeras en insuficientes: algo demasiado limpio para un pellejo tan odiado… no… mejor los alicates, esos alicates rumbrientos, únicos elementos machos permitidos en su caja de costuras, como si presajieran el futuro de un marica demasiado pobre para operarse, demasiado débil para ser ella. La principal fuente de ingresos provenía de la carga en el muelle de cajas de pescados: el aroma de cargueros koreanos semipodridos se mezclaban con carmín viejo y laca caducada en su peluca… un travesti que conservaba la fuerza de su hombría –no hay dinero ni siquiera para las hormonas- y cuyos músuculos autodespreciados por ser fieles al estereotipo varonil son los únicos capaces de ponerle al día, tres comidas, tres platos, tres heridas… sus compañeros confundían el cariño con la burla y la pena, profunda pena al maricón que incomprendido por quienes amaba con el corazón, deseaba con la polla, fue empujado al enclaustramiento del alma, porque cuando vives en un mundo donde los demonios en lugar de rabos y cuernos son apetecibles como pasteles recién sacados, el único refugio es el sagrario decrépito de un alma atrapada en cuerpo ajeno. Compañeros de trabajo cuyos algunos de ellos la buscaban, la adoraban, la deseaban en secreto hacia sus esposas en días de asueto…, sudor, cerveza y oliento a dientes amarillos acompañaban sus lascivas actitudes… hombres gordos, con bigotes sobreespesados y cadenas de oro en el pecho cuya educación impuesta les impide tener  loa suficiente hombría para ser homosexuales: una educación que los empuja a buscarla a ella, esquiva, oculta, estibador de día, putita de deseos bizarros en las madrugadas… no hay tiempo para condones, si estás mojado ¿para que usar el paraguas? Desgarran su ano dos, tres, a veces cuatro en una noche porque no es como ellos, porque no es persona, porque solo es una esclava de satisfacción, un elemento más de la noche, como el ron y el tabaco, un simple divertimento añadido en la marcha de los excesos: la golpean en el culo, tiran de su pelo y la obligan a inhalar “popper”, porque a menudo duele al entrar y la veslina no es suficiente… los escupitajos van dirigidos a su cara, no a su culo, porque odian la carne que follan: ven en esa albóndiga de cuerpo gastado y alma perdida al reflejo de quienes pudieron ser y se sienten tan divinos por una sola noche, que el animal se mezcla con la razón humana pariendo así una bestia, un engendruoso ser saturniano, voraz, que engulle a su paso todo rastro de bondad en el mundo, en el humano, en esa puta, rebajándola al nivel de la mierda que se queda a veces en sus putas tras el orgasmo… Lo peor es que ella sonríe, porque mientras recibe esa violación aceptada, por unas cuantas horas se siente mujer, él siente que es ella, que cuando se mire de nuevo en el espejo ese es su verdadero ser, el de los labios partidos por las hostias y el rimel corrido por el semen… su ser no es el de un deseo paterno de fútbol y boxeo, sino el de tacones, secretariado y amor transexualizado… un ser devorado por la realidad distorsionada de mentes anacrónicas.
            Fin de la mentira. Una pose última a lo diva: tacones rematando sus peludas piernas, bragas manchadas por la amputación del pene –su primera regla- y un traje estilo Marylin remangado hasta medio muslo… donde debería haber un sujetador se encontraban pezones grotestacamente hincados por inyecciones de silicona para el bricolaje… el pene, su pene –tan odiado el propio como deseado los extraños- a medio tragar oculto por la sangre, la saliva y la espuma: es su verdadera identidad comiendo el ancla que la ataba a la ficción… Las sirenas sonarán cuando ya nadie pueda volver a despertarla, porque ahora dormida, con sus venas cortadas, es cuando entra al sueño, ese espacio de la mente donde los débiles, los cobardes se permiten surfear sobre la fantasía… cobardes y débiles sin el valor de ser sí mismos, suicidados por nosotros, los inquisidores hipócritas que convertimos la realidad en pesadilla, la realidad en un cementerio de sepulcros blanqueados, donde únicamente permitimos el desarrollo del “yo” siempre y cuando no descoordine con el “nosotros”.

martes, 19 de marzo de 2013

Escrito (19/03/2013)


Doble máscara.
Se estima que el Estado gana más de 11.000.000.000 de euros en impuestos recaudados gracias a la venta de tabaco y alcohol.
            Las migajas de seso vivo salpican sus botas. No es de extrañar: después de veinticinco o treinta pisotones incluso el cráneo se abre como una almeja al vapor y deja salir su contenido disparado… cuatro chicos, apenas de su misma edad centran su ira acumulada en este niño convertido en objeto de la cinefilia de Dios, de ese dios cínico y bromista que nos suelta en un  teatro sin guiones y se sienta a vernos desde el palco. Un niño que sale en busca de diversiones desconocidas y se topa con cuatro jinetes sin caballo buscando como llenar un hueco que se ahonda con cada gesto por colmarlo.
            De fondo música House, la calle encharcada con sangre y cerveza. El estómago a punto de estallar: parece un hígado de pato destinado al paté… ironías, supongo. En su boca el gusto cobrizo de la sangre, pero el miedo pasa a terror cuando se percata de que el flujo no fluye por sus labios rotos, sino que llega desde su garganta desmigajada: ante el nuevo susto grita, pero solo se oye el chillido en su cerebro… lo único que consigue con su grito mudo es aumentar el torrente sanguíneo que le recuerda la inevitabilidad de su no-vida, que ya ve como un alivio, un alivio que se une a la tortura resistiéndose a llegar: para hombre enterrado vivo la muerte es su mejor amante y el ansia lo apodera gracias a la impotencia de evitar su final: si pierdes tu elección ¿qué eres?
            Uno de los cuatro chicos se ensaña con la sien del muchacho quien tiembla involuntariamente de cintura para abajo, meado, cagado, con piernas tiradas por hilos invisibles de un titiritero sádico, con macabro estilo. Mayor mierda es la que hieden los corazones de sus amigos, los amigos de la marioneta, los amigos demasiado pijos, demasiado niños, que conocen el dinero, pero no su valor y hoy decidieron salir a la calle para jugar a ser neo-gánsters… el resultado es “game over”, pero en la vida real no existe la opción del “continue”, no puedes apagar y encender o echar una nueva moneda… cada fallo cometido tiene solución, pero su coste es grande, colosal en muchos casos: una garrapata que se acopla en el centro de tu cerebro y de vez en cuando muerde con sus colmillos, recordándote que no hiciste lo que debías, que no defendiste a tu colega, que te escondiste tras una columna como putas apiñadas contra el frío sin nisiquiera gritar socorro, observando, como Dios, pero desde las barricadas: tarde o temprano tendrá que volver deshonrados a la arena.
            Golpe tras golpe, golpe tras golpe… úlceras, huesos rotos, perforaciones y por fin… la patada final que descoyunta las cervicales.
            Cuatro jinetes sin caballo, que ni siquiera han empezado a afeitarse, prosiguen pateando un cuerpo inerte, desvivo, proyectando su odio en un desconocido: el origen del mismo también lo es.
            Son juzgados: 18, 19, 20 y 22 años… todos a la cárcel. En sus análisis, altas dosis de alcohol, el equivalente a botella y media cada uno, cantidades de alcohol que adquirieron de manera enteramente legal: basta con tener la edad y las monedas mínimas para comprarlo.
            Fumar marihuana en vías públicas conlleva multas de entre tres cientos y treinta mil euros… dos caras, doble juego, cero ética.

martes, 12 de marzo de 2013

Escrito (12/3/2013)


Paraísos artificiales.
            Hay una perra pescadilla lamiendo su propio coño… sin parar, sin descanso, consumida por la ansiedad del gusto… se corre y su obsesión es tan colosal que olvida comer, mear, amamantar: en su mente volver a tener hambre onanista la posee y es un enanito chillón quien muerde sus neuronas si se atreve a desear algo que no sea el placer.
            Llena de mierda, con los pelos empegostados, similares a rastas cuya única limpieza es el corte integral, una mierda que hace tiempo infectó su ano, sumado a las costras blanquecinas creadas por las pulgas… en las orejas el nido de garrapatas es tan brutal que se le caen hacia abajo del peso.
            Sus crías lloran desnutridas, desconsoladas, tratando de comprender el porqué de la desatención materna, el porqué te ignora quien se supone que más debe amarte… pero lloran sin ladrar: el sonido que emiten se acerca más al de piídos de pollos desplumados en la nieve. Seis cachorros paridos, solo dos supervivientes: a veces dudo de quienes fueron los afortunados… para una perra demasiado joven son tumores con bocas molestas que salieron de su matriz en un momento inoportuno…
            Ahí vuelven las ganas, el ansia, el apetito controlador… se muerde el clítoris, con los dientillos delanteros  hasta dejárselo en carne viva: ¿qué más da? El remordimiento vendrá después, mucho después, cuando el estallido de gozo se pare pasando de realidad a recuerdo, de recuerdo a tortura…
            Una perra que se parece a una boa engulléndose a sí misma: comienza por la vagina y termina con su alma… una perra que puso su autodestrucción de placer por encima de sus propios cachorros… y al lado de esta familia canina, está su dueña, como de veinte años, poco más... la observamos echa un ovillo, sobre el colchón en el suelo,  similar a la forma que adoptas cuando tienes un dolor aguijuno en el estómago… en el brazo aún cuelga la jeringuilla  y la cara parece un queso Emmental en penoso estado: verdoso y agujereado.
            A sus pies, la hija, con las costillas pegadas al traje de antes de ayer, jugando con la maquinita portátil, sin sonreír, sin llorar, sin expresar… solo juega, se distrae: ya se acostumbró hace tiempo a ver a su madre con los mocos derramándosele alrededor de la comisura, manchando la sábana de sangre, vómito y sudor amarillo…
            Para sobrevivir, pollas borrachas y sin filtro, que igual les da una modelo que una yonki: también quieren su trozo de cielo artificial pagándolo a cinco euros la mamada o quince el completo… treinta, si te corres dentro.
            Desde hace años, una niña a cargo de otra y solo ese orgasmo en forma de aguja la salva durante un par de horas diarias: es como  una tela de cebolla traslúcida que al menos ciertos instantes al día, difumina una realidad, la suya, asqueante… una realidad que la convierte en harina mientras otros la amasamos.

viernes, 8 de marzo de 2013

Escrito (8/3/2013)


Publicidad.
            Su calavera parecía no tener cubierta propia, sino piel prestada, injertada a trozos, chupada, con la textura propia del papel de celofán y tan despreciable como ese mismo papel seco junto a uñas que lo rozan.
            Su cuello es similar a pene de niño sin circuncidar, despertando en su primera erección: aunque recto, delgado y frágil, lleno de venas repugnantes e hinchadas de sangre lila… a penas puede cumplir son su función.
            Las clavículas empiezan en dos bolas de billar descalcificadas, amarillentas, seguidas por esos largos palos que te recuerdan a las alitas de pollo: poca carne, excesivo pellejo… de los hombros salen el húmero, del que cuelga un tríceps semimuerto, igual que si tomamos una bolsa de basura de las que chorrean y la rellenamos con carne picada y podrida… amárrala a un palo-escoba y formarás un brazo famélico, del que se sujetan desganadas fibras musculares autofágicas.
            Las manos coronan sus brazos: manos casi bidimensionales finalizadas en falanges huesudas como alfileres, pero largas, lo cual es una ventaja a la hora de vomitar… uno solo de esos dedos de uñas amarillentas, atravesando su garganta y es cuestión de segundos que la bilis, los grumos y la sangre estallen de su boca.
            Su teta es agrietada, sin vida, sin ganas de que alguien la chupe ni la desee, coronada con un pezón color rojo “polla de perro” que repugnaría incluso a la más lesbiana de las mujeres: su aureola copia la imagen de  un cráter lunar y el botó se hunde entre una riada de varices.
            Debajo de sus pechos los costillales, delgados como ramitas formando nidos: estoy convencido de que tan solo con una mano podría coger las siete costillas y apretando, quebrarlas todas de una vez, simplemente formando un puño con ellas entre mis dedos… estos huesos soltarían polvo y astillas que irían derechos a inyectarse contra unos pulmones casi inútiles.
            El muslo apelmazado contra un grotesco fémur, todo soportado por esas rodillas desgastadas de  tanto hincarse frente al retrete: una y otra vez, una y otra vez, al menos dos –máximo tres- veces diarias… con cada comida la siguiente purga. Los vapores del vómito la hacen sentirse victoriosa, así que no le importan los ojos hinchados por el vapor, el hambre ni el cerebro que huyendo de la jaqueca intenta escapar a través de las cuencas… cada vez que se desloma contra el váter, una a una sus veinticuatro vértebras salen a flote, como gigantesco granos de pus a punto de estallar, eso que tienen la cabeza blanca y jugosa.
            Se amarra bien la 38, se excota marcando el esternón, peina su pajillento pelo y sale a la calle, a la guerra, a triunfar… pero pocos se dan la vuelta a su paso para echarle un ojo y quien lo hace, es por el morbo de observar un monstruo andante, un ser que John Constantine quizás mataría al confundirlo con un cadáver andante, un sujeto parido por anuncios de “Mango” y “Pantene”.
            A su paso carteles, luminosos, escaparates… repletos de photoshop, de imágenes inalcanzables, embusteras para mentes tiernas… modelos de belleza anémica y entro toda esa publicidad, un niño tan negro como desnutrido en cuya frente reza “Ayuda al Sudán”...

miércoles, 6 de marzo de 2013

Escrito (6/3/2013)


Carne viva.
            Sentados en una micromesa –baja, no les queda otra por el tipo de silla- comparten arroz a la cubana… cada jueves y sábado igual: el primer día reción sancochado, con un huevo por persona –hasta dos si esa semana tocó hacer compra- y algunos plátanos fritos cortados en tres para crear la sensación de mayor cantidad. No es rutina, simplemente el jueves tienen “productos a uno” en el monstruomercado y los sábados aún están sanos los restos. De beber, agua.
            Le da de comer, tenedor a tenedor, despacio, como si fuese su hija, la que iban a engendrar, pero que ahora solo existe donde están todos los niños que nunca serán, niños que representan esperanzas yermas de vientres estériles, testículos inútiles o bolsillos vacíos: un lugar que seguramente tenga forma de inmenso condón lleno…
 Tenedor a tenedor… mastica y mastica… engulle y engulle… limpia su baba, sus mocos cuando se atraganta, las manchas en sus mejillas de cutis infantil… encima es arroz, lo cual hace difícil que no tosa de vez en cuando.
Arroz… cada semana en tres ocasiones, a veces cuatro, porque cuando tu familia se limita a compartir sangre, tu empleo se reduce a cuatro horas diarias y una paga estatal no es suficientes, se convierte en imposible elegir incluso entre lo más insignificante: es la miseria o la nada.
Incomprensiblemente para las mentes frívolas, nunca han perdido la sonrisa, se mantienen felices cada día, porque aprendieron que la alegría se encuentra en adaptar los deseos a las posibilidades, en superarse dentro de los límites, estirándolos sin llegar a romper el elástico… porque es feliz limpiando sus labios, besándolos, deslizando sus yemas sobre ellos. Se le cae compota de pera a churretones por la barbilla y a él se le viene a la mente una escena anterior al accidente, cuando aún practicaban sexo, cuando hacían el amor mientras follaban, cuando el disparaba el semen encima de su boca, cálido, espeso y ella lo recibía amorosa mientras se tocaba… hasta que ella alcanzase el orgasmo él besaba esa misma boca, llena de olor a pescado y de sabor agrio, pero sobre todo, con gusto a ellos, a amor, un amor que superaba sus prejuicios heterosexuales, el asco en situaciones menos cálidas: no se desinhibía por la excitación del momento, sino por las emociones reinantes entre ambos, por los sentimientos que los mantenían atados el uno hacia el otro y viceversa, más fuertes que bendiciones hechas por curas u otros chamanes, mejor escritos que el grafito de documentos oficiales… ahora ya no es posible, pasó la época del sexo entre ambos “¿no lo echas de menos?” es la pregunta que más le hacen los idiotas, pero su respuesta es no, un no enorme: ¿para qué andar jodiendo con desconocidas cuando aún puede hacer el amor con su mujer?Reducir el sexo a un pene, a dos, a una vagina… es reducir la intimidad a glándulas, a trozos de grasa y venas: qué patético.
Sigue siendo ella, aunque muerta de cuello para abajo, aunque se partiera la crisma contra el parabrisas hace ocho años… le entran ganas de cagar y la ayuda, la desnuda, la sienta en el plato de ducha, la consuela y mientras limpia su culo la besa en la espalda, sin importar que ella no lo siente, pero él sí y es lo que le importa: si tuviera alzeimer no sabría quien es, pero él sí la conocería.
Y ahí están, con las manos y el culo lleno de mierda, pero muertos de risa por una broma absurda que se ha dicho… felices… porque sigue siendo el primer día, porque la fragmentación del tiempo es solo un invento humano, ya que, los dioses son conscientes de que todos los días son el mismo, de que “hoy es siempre todavía”, de que las horas son un alma inmensa donde todo fluye en constante movimiento… y, a veces, solo a veces, cuando Dios deja de jugar a hacerse el cínico te concede un don: encontrar a la persona precisa, al compañero indicado, a veces sobre ruedas como en este caso, porque en el mundo, el mayor regalo es la persona adecuada… la persona adecuada es un trozo de tiempo hecho carne. 

martes, 5 de marzo de 2013

Escrito (5/3/2013)

Caníbal.


El corazón le estallará, literalmente: siente como los ahogados, una desesperación que no tiene que ver nada con la asfixia, ni siquiera con el sentimiento de saberse inminentemente muerto, sino más bien con la brutal idea de descubrir que todo es mentira, que el hombre no es divino y que la muerte lo domina a su antojo.
            Ahogándose, lleno de quemaduras, cocinado vivo… el vapor le impide apenas ver, así que busca a tientas con las manos una escapatoria: peor... se llaga las manos a cada toque contra el metal y desesperado comienza a gritar desesperado recordando que el agua encharcará antes sus pulmones si lo hace.
            Lo sacaron de su medio natural mientras dormía, amarrado, cegado: para evitar su defensa le amarraron los dedos los unos con los otros y antes de lanzarlo al caldero hirviente le partieron sus codos a golpe de martillo… además, una ceja se le rompe por al haberse golpeado contra el fondo de la olla: el chef caníbal no puso miramientos, porque al fin y al cabo, no es hombre, es comida... tampoco: lujo para el paladar, no necesidades del estómago.
            El calor aumenta de manera gradual y este plato viviente desesperado se choca una y otra vez contra las paredes metálicas… una y otra vez… sangre… una y otra vez… cadera rota… una y otra vez… cerebro machacado.
            Las paredes de sus venas revientas por la mayor fluidez del flujo y está sangrando en su interior: el sabor cobrizo se le queda en la garganta, pero apenas tiene el consuelo de escupir… con cada escupitajo se le seca más la lengua hervida y desea la muerte que cínicamente se niega a rescatarlo.
            Pasan unos quince minutos y lo sacan del caldero: “termina la agonía”, pensó… erró… los caníbales le colocan sobre una bandeja, lo untan de mantequilla y uno en cada punto comienzan a tirar de sus extremidades buscando el arrancárselas. Son incapaces, así que el chef principal agarra unas tenazas descomunales y se las clava a mita del tronco: un cuerno en el estómago y otro en la columna. Ahora sí: ahora bien sujeto es cosa fácil desmembrarlo.
            Durante el almuerzo, traen un Bull-dog francés adulto. Entra un camarero. Hace correr al perro, más rápido, más rápido, más rápido… lo revienta de agotamiento, se oye el estallido de su hígado… uno de los comensales, se ha entretenido durante los aperitivos clavando tenedores en el cuerpo del animal, viéndole sangrar.
            Finalmente el perro muere, porque el jefe de cocina parte su cuello.
            Cierra el libro, asqueado, provocado por la escena que acaba de leer descrita. Para comer langosta hervida y en la tele una corrida de toros.