Paraísos
artificiales.
Hay una perra pescadilla lamiendo
su propio coño… sin parar, sin descanso, consumida por la ansiedad del gusto…
se corre y su obsesión es tan colosal que olvida comer, mear, amamantar: en su
mente volver a tener hambre onanista la posee y es un enanito chillón quien
muerde sus neuronas si se atreve a desear algo que no sea el placer.
Llena de mierda, con los pelos
empegostados, similares a rastas cuya única limpieza es el corte integral, una
mierda que hace tiempo infectó su ano, sumado a las costras blanquecinas
creadas por las pulgas… en las orejas el nido de garrapatas es tan brutal que
se le caen hacia abajo del peso.
Sus crías lloran desnutridas,
desconsoladas, tratando de comprender el porqué de la desatención materna, el
porqué te ignora quien se supone que más debe amarte… pero lloran sin ladrar:
el sonido que emiten se acerca más al de piídos de pollos desplumados en la
nieve. Seis cachorros paridos, solo dos supervivientes: a veces dudo de quienes
fueron los afortunados… para una perra demasiado joven son tumores con bocas
molestas que salieron de su matriz en un momento inoportuno…
Ahí vuelven las ganas, el ansia, el
apetito controlador… se muerde el clítoris, con los dientillos delanteros hasta dejárselo en carne viva: ¿qué más da?
El remordimiento vendrá después, mucho después, cuando el estallido de gozo se
pare pasando de realidad a recuerdo, de recuerdo a tortura…
Una perra que se parece a una boa
engulléndose a sí misma: comienza por la vagina y termina con su alma… una
perra que puso su autodestrucción de placer por encima de sus propios cachorros…
y al lado de esta familia canina, está su dueña, como de veinte años, poco más...
la observamos echa un ovillo, sobre el colchón en el suelo, similar a la forma que adoptas cuando tienes
un dolor aguijuno en el estómago… en el brazo aún cuelga la jeringuilla y la cara parece un queso Emmental en penoso
estado: verdoso y agujereado.
A sus pies, la hija, con las
costillas pegadas al traje de antes de ayer, jugando con la maquinita portátil,
sin sonreír, sin llorar, sin expresar… solo juega, se distrae: ya se acostumbró
hace tiempo a ver a su madre con los mocos derramándosele alrededor de la
comisura, manchando la sábana de sangre, vómito y sudor amarillo…
Para sobrevivir, pollas borrachas y sin
filtro, que igual les da una modelo que una yonki: también quieren su trozo de
cielo artificial pagándolo a cinco euros la mamada o quince el completo…
treinta, si te corres dentro.
Desde hace años, una niña a cargo de
otra y solo ese orgasmo en forma de aguja la salva durante un par de horas
diarias: es como una tela de cebolla
traslúcida que al menos ciertos instantes al día, difumina una realidad, la
suya, asqueante… una realidad que la convierte en harina mientras otros la
amasamos.
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