miércoles, 6 de marzo de 2013

Escrito (6/3/2013)


Carne viva.
            Sentados en una micromesa –baja, no les queda otra por el tipo de silla- comparten arroz a la cubana… cada jueves y sábado igual: el primer día reción sancochado, con un huevo por persona –hasta dos si esa semana tocó hacer compra- y algunos plátanos fritos cortados en tres para crear la sensación de mayor cantidad. No es rutina, simplemente el jueves tienen “productos a uno” en el monstruomercado y los sábados aún están sanos los restos. De beber, agua.
            Le da de comer, tenedor a tenedor, despacio, como si fuese su hija, la que iban a engendrar, pero que ahora solo existe donde están todos los niños que nunca serán, niños que representan esperanzas yermas de vientres estériles, testículos inútiles o bolsillos vacíos: un lugar que seguramente tenga forma de inmenso condón lleno…
 Tenedor a tenedor… mastica y mastica… engulle y engulle… limpia su baba, sus mocos cuando se atraganta, las manchas en sus mejillas de cutis infantil… encima es arroz, lo cual hace difícil que no tosa de vez en cuando.
Arroz… cada semana en tres ocasiones, a veces cuatro, porque cuando tu familia se limita a compartir sangre, tu empleo se reduce a cuatro horas diarias y una paga estatal no es suficientes, se convierte en imposible elegir incluso entre lo más insignificante: es la miseria o la nada.
Incomprensiblemente para las mentes frívolas, nunca han perdido la sonrisa, se mantienen felices cada día, porque aprendieron que la alegría se encuentra en adaptar los deseos a las posibilidades, en superarse dentro de los límites, estirándolos sin llegar a romper el elástico… porque es feliz limpiando sus labios, besándolos, deslizando sus yemas sobre ellos. Se le cae compota de pera a churretones por la barbilla y a él se le viene a la mente una escena anterior al accidente, cuando aún practicaban sexo, cuando hacían el amor mientras follaban, cuando el disparaba el semen encima de su boca, cálido, espeso y ella lo recibía amorosa mientras se tocaba… hasta que ella alcanzase el orgasmo él besaba esa misma boca, llena de olor a pescado y de sabor agrio, pero sobre todo, con gusto a ellos, a amor, un amor que superaba sus prejuicios heterosexuales, el asco en situaciones menos cálidas: no se desinhibía por la excitación del momento, sino por las emociones reinantes entre ambos, por los sentimientos que los mantenían atados el uno hacia el otro y viceversa, más fuertes que bendiciones hechas por curas u otros chamanes, mejor escritos que el grafito de documentos oficiales… ahora ya no es posible, pasó la época del sexo entre ambos “¿no lo echas de menos?” es la pregunta que más le hacen los idiotas, pero su respuesta es no, un no enorme: ¿para qué andar jodiendo con desconocidas cuando aún puede hacer el amor con su mujer?Reducir el sexo a un pene, a dos, a una vagina… es reducir la intimidad a glándulas, a trozos de grasa y venas: qué patético.
Sigue siendo ella, aunque muerta de cuello para abajo, aunque se partiera la crisma contra el parabrisas hace ocho años… le entran ganas de cagar y la ayuda, la desnuda, la sienta en el plato de ducha, la consuela y mientras limpia su culo la besa en la espalda, sin importar que ella no lo siente, pero él sí y es lo que le importa: si tuviera alzeimer no sabría quien es, pero él sí la conocería.
Y ahí están, con las manos y el culo lleno de mierda, pero muertos de risa por una broma absurda que se ha dicho… felices… porque sigue siendo el primer día, porque la fragmentación del tiempo es solo un invento humano, ya que, los dioses son conscientes de que todos los días son el mismo, de que “hoy es siempre todavía”, de que las horas son un alma inmensa donde todo fluye en constante movimiento… y, a veces, solo a veces, cuando Dios deja de jugar a hacerse el cínico te concede un don: encontrar a la persona precisa, al compañero indicado, a veces sobre ruedas como en este caso, porque en el mundo, el mayor regalo es la persona adecuada… la persona adecuada es un trozo de tiempo hecho carne. 

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