Carne
viva.
Sentados en una micromesa –baja, no
les queda otra por el tipo de silla- comparten arroz a la cubana… cada jueves y
sábado igual: el primer día reción sancochado, con un huevo por persona –hasta dos
si esa semana tocó hacer compra- y algunos plátanos fritos cortados en tres
para crear la sensación de mayor cantidad. No es rutina, simplemente el jueves
tienen “productos a uno” en el monstruomercado y los sábados aún están sanos
los restos. De beber, agua.
Le da de comer, tenedor a tenedor,
despacio, como si fuese su hija, la que iban a engendrar, pero que ahora solo
existe donde están todos los niños que nunca serán, niños que representan
esperanzas yermas de vientres estériles, testículos inútiles o bolsillos
vacíos: un lugar que seguramente tenga forma de inmenso condón lleno…
Tenedor a tenedor… mastica y
mastica… engulle y engulle… limpia su baba, sus mocos cuando se atraganta, las
manchas en sus mejillas de cutis infantil… encima es arroz, lo cual hace difícil que no tosa de vez en cuando.
Arroz… cada semana en tres ocasiones, a veces cuatro, porque cuando
tu familia se limita a compartir sangre, tu empleo se reduce a cuatro horas
diarias y una paga estatal no es suficientes, se convierte en imposible
elegir incluso entre lo más insignificante: es la miseria o la nada.
Incomprensiblemente para las mentes frívolas, nunca han perdido la
sonrisa, se mantienen felices cada día, porque aprendieron que la alegría se
encuentra en adaptar los deseos a las posibilidades, en superarse dentro de los
límites, estirándolos sin llegar a romper el elástico… porque es feliz limpiando
sus labios, besándolos, deslizando sus yemas sobre ellos. Se le cae compota de
pera a churretones por la barbilla y a él se le viene a la mente una escena
anterior al accidente, cuando aún practicaban sexo, cuando hacían el amor
mientras follaban, cuando el disparaba el semen encima de su boca, cálido,
espeso y ella lo recibía amorosa mientras se tocaba… hasta que ella alcanzase
el orgasmo él besaba esa misma boca, llena de olor a pescado y de sabor agrio,
pero sobre todo, con gusto a ellos, a amor, un amor que superaba sus prejuicios
heterosexuales, el asco en situaciones menos cálidas: no se desinhibía por la
excitación del momento, sino por las emociones reinantes entre ambos, por los
sentimientos que los mantenían atados el uno hacia el otro y viceversa, más
fuertes que bendiciones hechas por curas u otros chamanes, mejor escritos que
el grafito de documentos oficiales… ahora ya no es posible, pasó la época del
sexo entre ambos “¿no lo echas de menos?” es la pregunta que más le hacen los
idiotas, pero su respuesta es no, un no enorme: ¿para qué andar jodiendo con
desconocidas cuando aún puede hacer el amor con su mujer?Reducir el sexo a un
pene, a dos, a una vagina… es reducir la intimidad a glándulas, a trozos de
grasa y venas: qué patético.
Sigue siendo ella, aunque muerta de cuello para abajo, aunque se
partiera la crisma contra el parabrisas hace ocho años… le entran ganas de cagar
y la ayuda, la desnuda, la sienta en el plato de ducha, la consuela y mientras
limpia su culo la besa en la espalda, sin importar que ella no lo siente, pero
él sí y es lo que le importa: si tuviera alzeimer no sabría quien es, pero él
sí la conocería.
Y ahí están, con las manos y el culo lleno de mierda, pero muertos
de risa por una broma absurda que se ha dicho… felices… porque sigue siendo el
primer día, porque la fragmentación del tiempo es solo un invento humano, ya
que, los dioses son conscientes de que todos los días son el mismo, de que “hoy
es siempre todavía”, de que las horas son un alma inmensa donde todo fluye en
constante movimiento… y, a veces, solo a veces, cuando Dios deja de jugar a
hacerse el cínico te concede un don: encontrar a la persona precisa, al
compañero indicado, a veces sobre ruedas como en este caso, porque en el mundo,
el mayor regalo es la persona adecuada… la persona adecuada es un trozo de
tiempo hecho carne.
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