martes, 26 de marzo de 2013

Escrito (26/3/2013)



Tacones extraños.
            El pene estaba en su boca, aún a medio tragar: demasiado peso para tanto “Reynold”, única manera de arrancarse su propio miembro sin dolor, aunque quizás esa fue la excusa para tomar una droga que convierte la realidad en un lienzo visto tras gafas empañadas, tan borroso que se difumina hasta ser una imagen entre lo real y lo imaginario para desaparecer en la memoria. Un lienzo en el que ella nunca fue pintor, sino detalle y donde el pincel estaba movimentado por una mano invisible, pesada, inquisidora con un dedo señalante e hipócrita que empuja su conciencia contra sí misma, la obliga a observarse en un espejo valle-inclaniano en el que son ojos prestados quienes miran al sujeto del otro lado, un individuo que no es ella, que tiene sombra de barba y pelo en las tetas.
            La pinga arrancada, no cortada… la desesperación tras años de yo confuso convirtieron las tijeras en insuficientes: algo demasiado limpio para un pellejo tan odiado… no… mejor los alicates, esos alicates rumbrientos, únicos elementos machos permitidos en su caja de costuras, como si presajieran el futuro de un marica demasiado pobre para operarse, demasiado débil para ser ella. La principal fuente de ingresos provenía de la carga en el muelle de cajas de pescados: el aroma de cargueros koreanos semipodridos se mezclaban con carmín viejo y laca caducada en su peluca… un travesti que conservaba la fuerza de su hombría –no hay dinero ni siquiera para las hormonas- y cuyos músuculos autodespreciados por ser fieles al estereotipo varonil son los únicos capaces de ponerle al día, tres comidas, tres platos, tres heridas… sus compañeros confundían el cariño con la burla y la pena, profunda pena al maricón que incomprendido por quienes amaba con el corazón, deseaba con la polla, fue empujado al enclaustramiento del alma, porque cuando vives en un mundo donde los demonios en lugar de rabos y cuernos son apetecibles como pasteles recién sacados, el único refugio es el sagrario decrépito de un alma atrapada en cuerpo ajeno. Compañeros de trabajo cuyos algunos de ellos la buscaban, la adoraban, la deseaban en secreto hacia sus esposas en días de asueto…, sudor, cerveza y oliento a dientes amarillos acompañaban sus lascivas actitudes… hombres gordos, con bigotes sobreespesados y cadenas de oro en el pecho cuya educación impuesta les impide tener  loa suficiente hombría para ser homosexuales: una educación que los empuja a buscarla a ella, esquiva, oculta, estibador de día, putita de deseos bizarros en las madrugadas… no hay tiempo para condones, si estás mojado ¿para que usar el paraguas? Desgarran su ano dos, tres, a veces cuatro en una noche porque no es como ellos, porque no es persona, porque solo es una esclava de satisfacción, un elemento más de la noche, como el ron y el tabaco, un simple divertimento añadido en la marcha de los excesos: la golpean en el culo, tiran de su pelo y la obligan a inhalar “popper”, porque a menudo duele al entrar y la veslina no es suficiente… los escupitajos van dirigidos a su cara, no a su culo, porque odian la carne que follan: ven en esa albóndiga de cuerpo gastado y alma perdida al reflejo de quienes pudieron ser y se sienten tan divinos por una sola noche, que el animal se mezcla con la razón humana pariendo así una bestia, un engendruoso ser saturniano, voraz, que engulle a su paso todo rastro de bondad en el mundo, en el humano, en esa puta, rebajándola al nivel de la mierda que se queda a veces en sus putas tras el orgasmo… Lo peor es que ella sonríe, porque mientras recibe esa violación aceptada, por unas cuantas horas se siente mujer, él siente que es ella, que cuando se mire de nuevo en el espejo ese es su verdadero ser, el de los labios partidos por las hostias y el rimel corrido por el semen… su ser no es el de un deseo paterno de fútbol y boxeo, sino el de tacones, secretariado y amor transexualizado… un ser devorado por la realidad distorsionada de mentes anacrónicas.
            Fin de la mentira. Una pose última a lo diva: tacones rematando sus peludas piernas, bragas manchadas por la amputación del pene –su primera regla- y un traje estilo Marylin remangado hasta medio muslo… donde debería haber un sujetador se encontraban pezones grotestacamente hincados por inyecciones de silicona para el bricolaje… el pene, su pene –tan odiado el propio como deseado los extraños- a medio tragar oculto por la sangre, la saliva y la espuma: es su verdadera identidad comiendo el ancla que la ataba a la ficción… Las sirenas sonarán cuando ya nadie pueda volver a despertarla, porque ahora dormida, con sus venas cortadas, es cuando entra al sueño, ese espacio de la mente donde los débiles, los cobardes se permiten surfear sobre la fantasía… cobardes y débiles sin el valor de ser sí mismos, suicidados por nosotros, los inquisidores hipócritas que convertimos la realidad en pesadilla, la realidad en un cementerio de sepulcros blanqueados, donde únicamente permitimos el desarrollo del “yo” siempre y cuando no descoordine con el “nosotros”.

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