miércoles, 31 de julio de 2013

Escrito (31/7/2013)

Polvo.
            Chilla una madre con dolor ignorado: un hierro candente de ira le mutila las entrañas, le arranca a su cría del alma, le desgarra el útero ahora sin inquilino para tomarle al niño y comerlo igual que un cerdo pequeño que alimenta el estómago del odio, satisface el paladar de un muchacho imberbe jugando a ser soldado… las lágrimas de la mujer son un zumo agrio que hace caldo con la sangre infantil de un niño muerto aún caliente, aumentando el sabor del belicismo como un limón maduro rociado sobre calamares recién fritos. Las bombas juegan a la luz lejos, despacio, separadas, tapando los gritos de monjas violadas iniciadas en la brutalidad del sexo por venganza de machos reprimidos en el cloroformo de una religión anacrónica que entumece la mente de campesinos iletrados.
            Pequeñas llamas carbonizan el interior de una casita alimentándose de madera, colchas y recuerdos vencidos por el tiempo que jamás regresaran, iguales que una ola que explota en espuma contra la arena perdiéndose en la orilla para más nunca formar heridas sobre la marea… su dueño solloza con los brazos extendidos implorando a un dios ajeno, espectador y pasivo en su palco preferente que repartió algunos libros entre tribus iletradas dejándole el báculo de la decisión a unos pocos ilustrados que no usan el cuchillo para repartir el pan en trozos, sino para apuñalar al pastelero y quedarse ellos con el saco completo… el calor del fuego se pega a la piel de un hombre como los tomates creciendo aún en la mata en un día de Julio: se niega a abandonar el que es su hogar durante décadas y prefiere ser capturado, fusilado y sepultado a abandonar en el pueblo lo poco de sí mismo que la guerra aún no le ha desposeído.
            Un ojo divino lo observa todo desde la parte superior del marco: en lugar de pupila, un bombillo insuficiente que mantiene a los dos ejércitos en la penumbra obligándoles a disparar a sus propios hermanos porque tragados por la oscuridad de la insapiencia los soldados son inútiles en distinguir quienes son los verdaderos enemigos… Uniformes, cruces, tambores, himnos, slogans, águilas, hoces… toda una parafernalia de  que símbolos vacíos como la nuez sin fruto listos para partir en dos a un país que desea desde hace demasiadas vueltas de reloj comprender, entender, respetar su propia esencia… un estado cortando en dos mitades igual que una naranja lista para exprimir jugo de pueblerinos, niños y enfermos en una jarra demasiado harta de atiborrarse durante siglos con sangre sin culpa por culpa de generales, reyes y ministros que mandan a hijos de albañiles a un patio con leones y sin puertas, mientras sus hijos se forman para tomar la poltrona en tierras seguras con calles de gominolas y fachadas de piruletas.
            Un toro apático no puede esconder una mueca de cinismo, de sonreír liberado del ruedo, de complacerse viendo a los verdugos convertidos en víctimas de su propio capote… es un éxtasis masturbatorio escaparse de la espada, la banderilla y la lanza… en un país absorbido por la desesperación, la tiranía y la muerte asalvajada, el toro, el burro son los únicos que comprenden el horror: están condenados a que la bomba llena de bilis, hiel e ira les estallase en la cara de un pueblo donde los domingos en la plaza canalizan sus iras, miedos y apetitos de violencia burlando, masacrando y mutilando a un astado tembloroso que sueña mientras corre contra el rojo con que un día la estupidez de sus asesinos se volvería contra sí mismos destinándoles a cuatro décadas de opresión, miedo, silencio… y a de momento –solo de momento- a otras cuatro de pasividad, máscaras y yugos aceptados cambiando la quema de libros y la censura por porno en internet y fútbol los domingos.

            Las calles de una nación se pintan de rojo con tripas como pinceles… la balas dan en la cabeza de antiguos compañeros de trabajo con los que compartías bocadillos a las 15:00… la metralla estalla en una casa donde tomabas café los sábados por la tarde con los padres de tu esposa… la hoja del puñal se clava en el riñón de un primo lejano con el que solías jugar a las cartas algunos martes de sombra… Una nación empeñada en tomar bucles como normas perdiéndose en los mismos errores ancestrales… pero mientras Guernica solo sea un trozo de tela acumulando polvo en el Reina Sofía… pero mientras el arte siga preso en libros sin abrir, en canciones sin escuchar, en graffitis sin pintar… pero mientras la cultura siga convirtiéndose en el capricho privado de un puño de privilegiados… seguiremos escribiendo sobre guerras fraticidas del vecino contra el vecino.

lunes, 29 de julio de 2013

Escrito (29/7/2013)

Tentación, opresión, posesión.
            El sudor cae gota a gota como si la barbilla fuese una antigua pileta… es como si esas pequeñas gotitas quisieran hacerle un boquete en el muslo donde caen, penetrar la carne para que la infección pueda entrar más fácilmente hacia el alma… tiene temblores blancos en las manos como el cuerpo de un chihuahua con demasiado miedo… ambos oídos le pitan como una tetera descascarillada con orificios excesivamente pequeños… el silbido de los tímpanos lo exaspera, lo turba, lo marea, pero lo agradece: al menos tapan los susurros, los cuchicheos, los discursos melosos de cantores traviesos… Odiseo está en un cuarto de madera atravesando un nuevo mar de pajarracas, pero esta vez no existe nadie que lo ate, salvo unas manos, sus propias manos, sudorosas, agrietas, cobardes como para amarrar su pecado.
            Las sombras se alargan, los insectos cobran tamaños naturales, la araña le sonríe desde la silla sucia tejiendo un sudario como réquiem prematuro de un cavernícola del nuevo siglo pintando cuadros rupestres en la pantalla para diseños de publicidad: cheques de “Coca-cola”, nóminas de “Mercedes Benz”, transferencias de “Apple”… cuando el dinero llena el vacío de un globo que nunca estalla, que nunca se siente hinchado, que nunca sacia su necesidad de dilatarse, el apetito insatisfecho se convierte en los hilos de un monigote espasmódico que aprieta su soga alrededor de un cuello caprichoso, lo justo para ahogarle hasta comprar el nuevo aperitivo, pero nunca demasiado como para eliminar al cuerpo que lo mantiene, igual que la garrapata que no vacía por completo la sangre de su casero.
-Ven…
-Ven…
-Ven…
            Cuatro bocas le chillan susurros a las sienes…
-Ven…
-Ven…
-Ven…
            Seis vaginas tiernas se abren cerca de su boca…
-Ven…
-Ven…
-Ven…
            Huele la carne jugosa de un pato envenenado…
            Gira, se levanta, mira bajo la cama, dentro del armario… con cuidado, preparado, prevenido para ver al hombre con cuernos, rabo y patas de cabra, a la bruja fea y granuda con la escoba en la mano, al muñeco ensangrentado con un hacha entre las manos… pero la fealdad es cosa de ángeles, no de Satanás.
            Busca el foco de las voces, enciende la lámpara, rompe un jarrón grande contra el suelo: no hay nada… vuelve a la cama vencido, aterrado, exhausto…

            Sobre las sábanas, en vigilia temiendo a los demonios… mira hacia la mesilla de noche… un poco de cristal de la fiesta de anoche… lo disuelve… lo toma… se callan.

domingo, 28 de julio de 2013

Escrito (28/7/2013)

Miseria.
            Hace ni cien años que nos cargamos a Federico porque le gustaba comer pollas: demasiado verde que se quedó sin escribir, pero ahora vivimos en el país del adelanto, donde sus versos son obligatorios en las clases de lengua del colegio y Pepe puede casarse con Pepo, ir de la mano, salpicarse la cara de semen legalmente… lo gay es la moda y como todas terminarán pasando, escurriéndose, marchitándose en el siglo del mil por hora donde las personas se consumen como hamburguesas precocinadas y se tiran al cubo cuando su sabor se vuelve soso y aburrido igual que sopa sin sal… cubos de basura donde él busca comida, mañana, tarde y noche, desayuno, almuerzo y cena… tres contenedores frente a la catedral -¿tanta mierda deben de tirar?- en la que familias enteras, católicas, con papi, mami, seis hijos, algún nieto, como manda la ley de Moisés, escuchan misa, toman helados y pasean por la plaza con cuidado de que el niño no se arrastre por el suelo con los pantalones blancos del Domingo, que la niña no corra demasiado rápido volándosele la falda y enseñando las braguitas, que el perro con cascabel al cuello no ladre, jadee ni tire de la correa bajo un sol de ira divina alumbrando a los feligreses con su amor atómico: niños enfermos de adultez a quien se les niega despellejarse las rodillas… no puedes ser un bueno hombre si nunca has llorado en el piso con la bicicleta al lado cubiertos de barro.
Rebusca en los contenedores frito por los tábanos aguijonándole la cara como tunos demasiado frescos, igual que los erizos gamberros que te pinchan los talones justo segundos antes de coger la ola… hace diez días se reventó la boca embriagado: los puntos del labio están descosidos, la carne está abierta, podrida y el hedor es idéntico al de coliflores podridas hirviéndose en un caldero de plomo viejo. También tiene nietos o algo así y cuando ve a los niños de la mano de papá los saluda con sus uñas negras, con una sonrisa color dálmata, con los ojos verdes mirando hacia ayer. La mayoría de los chicos se asustan, otros levantan su mano para devolver el “hola”, pero cuando el brazo aún no ha pasado del sobaco, sus madres le dan un tirón en la oreja aconsejándoles que “no le digas nada a ese señor”… pero pronto surge un nuevo peligro, un nuevo enemigo, un nuevo pervertidor: dos hombres de la mano paseando un carrito. Los miran con sus miradas piadosas como si acabaran de descubrir un Neardental comulgando en la iglesia: en las comunidades decentes no existe espacio para las aberraciones, así que se van apartando de la familia, cuchicheando entre ellos, escupiendo palabrotas por lo bajo –el valor es cosa de Jesús, no de cristianos- contra dos tipos que se aman contra la voluntad del Señor, porque en la Biblia está escrito “Ámense los unos a los otros”, pero en la letra pequeña, seguramente en alguna de las últimas páginas, hay un asterisco que dice “salvo homosexuales, islámicos, judíos, lesbianas” etc., etc. Son conscientes del desprecio e ignoran la parroquia porque están por encima de sus burlas: ven al vagabundo que sigue rebuscando en la basura y se cruzan de acera… no te equivoques: tampoco los maricas tienen derecho a lanzar la primera piedra.
Un anciano con la boca ardiéndole de dolor igual que mojo rancio, tratando de sacar la merienda de entre nuestros excesos… un olor picante a cobre… un manojo de pelos con salivo… un gato en la esquina del cubo con los ojos aún abiertos, dejando escapar 21 gramos sin remedio. Lo toca: muerto, pero cálido, así que hace pocas horas que haya muerto… en casa tiene una sartén… el gato debe ser doméstico porque está bastante gordo… quizás a la bombona el quede gas para encender el aceite… el gato no apesta ni tiene gusanos, su carne es limpia… con las limosnas le llega para litro y medio de aceite… el gato tiene el cuerpo parecido al de un pollo gigantesco… a lo mejor le sobra para mayonesa…

Hoy sí somos libres porque vivimos en el país donde los comepollas pueden decir “sí quiero” en el ayuntamiento, donde las cestas en la iglesia se llenan con monedas para pobres, donde se educa a los niños en la integración, la igualdad y el respeto para el prójimo… porque vivimos en el país del avance, donde ya no se fusila a los maricas, se encarcela a los pobres ni se pega a los niños en la escuela… vivimos en el país donde nos partimos el cuello si vemos a dos hombres de la mano, donde nos tapamos la nariz cuando pasamos junto a un yonqui en la basura, donde unos niños van a parques oxidados con suelo de tierra y otros a parques plastificados con suelos de goma blanda.

sábado, 27 de julio de 2013

Escrito (27/7/2013)

El cielo.
            La pared manchada de sangre por un golpeo incesante: en algún lugar leyó que el dolor obliga al cuerpo a crear endorfinas o tal vez lo estudió cuando aún andaba por tercero de enfermería. Cabezazos cortos, tímidos, débiles por el único instinto intacto de la conservación agrietan el cráneo deslizadamente, salpicando la cal con plasma y cráneo… tanta hípica ha terminado por inutilizar la función de su cerebro: se ha vuelto gandul como un ama de casa en domingos soleados que se niega a cocinar pudiendo pedir pizza por teléfono ¿para qué molestarse en crearle placer al organismo si mi dueño lo patea por la vena? El error de dar siempre al cuerpo lo que pide es que termina comportándose como un niño obeso y malcriado que desea todo en ya sin mover una uña y sufre dolores de parto, chillidos y sofocos cuando los mimos se le niegan…
            El calor te inunda, te protege, te desprende de ti mismo: nadas inmerso en un líquido amniótico construido por la química, flotando entre sustancias donde los ojos miran a través de gafas empañadas, observando tu carne, tu alma, tu mente desde fuera… el tiempo se ha ido de vacaciones, la conciencia deja que la amordacen, vivir no es sino un vago recuerdo y te conviertes en poco más que un espectador de tu propia comedia sintiendo el placer de la goma apretándose alrededor del bíceps, de la aguja fina, fría, cortante como un folio en mitad de dos dedos violando la vena dentro del codo, el cerebro empapándose de paraíso como si Dios mismo disfrazado de ramera estuviese acariciando tus genitales… pero incluso el paraíso tuvo un fin: ahora no se trata de morder frutas prohibidas, sino de chutarse opio, así que cuando se calma el veneno en la sangre, los cristales se secan y el fantasma regresa a su cuerpo, los vómitos, los calambres, los picores toman el control y el adicto se despelleja la piel rascándose, encharca el piso con meado y diarreas, llora buscando el consuelo en un compañero de inyecciones con los mocos derramados sobre la perilla encima de un colchón lleno de semen y pastel, con la televisión de fondo tratando de crear la sensación de compañía porque el mayor miedo del hombre es verse a solas con el monstruo del espejo, comprendiendo entonces que la imagen no es sino el reflejo verdadero de una realidad deformada por el ego y cuando entiende que un par de gramos le derrotan, le dominan, le humillan, el orgullo desaparece desvanecido como las sombras alargadas en un día de invierno tormentoso.
            Y la pared sigue manchada… y la jeringuilla sigue colgando clavada en la carne… y la vida seguiría móvil fuera si encontrase fuerzas para mirar por la ventana… su compañero ha despertado: arranca la jeringa del brazo de su hermano y se lo inyecta en el suyo propio buscando unas gotas de cielo, un poco de meado de ángel que embote su sentido, le ayude a olvidar el calor de su trastero, el hambre del plato, el que una vez tuvo nombre y apellidos y, sobre todo, a olvidarse de aquel bebé partido en la carretera por saltarse un stop macabramente oculto detrás de aquella hoja de palmera… quizás tenga suerte, una burbuja de aire se le cuele por el brazo y se ponga fin a la memoria… huir del pasado es complicado porque el tiempo es siempre uno, igual, idéntico… el tiempo es siempre el mismo, un continuo desplazamiento de los días iguales que un tren de juguete eléctrico pasando constantemente por los mismos puntos: solo el descarrilamiento es capaz de romper con ese bucle.

Desearían que esconderse de la realidad fuera tan sencillo como el niño que se resguarda tras la sábana pensando que si no es capaz de ver al hombre del saco a la inversa el monstruo lo dejará en paz, vivir tranquilo, dormir sin soñar… es más fácil tomar el camino cuesta bajo, convertirse en rueda, girar sin parar, autodestruirse… echarle un par de cojones, cargar con la culpa, limpiarla, es demasiado complicado: mejor convertirse en víctima… las víctimas voluntarias son el mayor asco inventado por el ser humano.

jueves, 25 de julio de 2013

Escrito (25/7/2013)

Sin retorno.
            El líquido de la máquina de oxígeno burbujea como una sopa hirviendo al fuego, como el agua de los macarrones a punto de desparramarse… el agujero en la laringe apenas hace efecto y no puede deshacerse del enjambre de tubos, agujas y cacharros que la mantienen soldada a la vida de una forma antinatural, ilógica, contraria, tan descabellado como intentar sacar el hielo de una botella helada sin esperar a que se descongele. Años de tabaco, colas frías y pastillas para la tos tratando de borrar una carraspera incesante que irritaba la garganta y la paciencia de su dueña con un cigarrillo siempre en la boca, soltando por la nariz el poco humo que no tragaba igual que una dragona sin escamas ni dama a la que proteger.
Veinte kilos… seis tallas… veintiún gramos perdidos que se desvanecen en una cáscara frágil y fina como las alas de un escarabajo seco al sol: un cuerpo consumido por el asco a la comida que se alimenta solo por el suero, el agua y el aire acondicionado de un cuarto de cuidados intensivos deprimente como todos, solitario, lleno de chillidos mudos de pacientes que quizás nunca existieron salvo en la imaginación de una mujer que se mea en los pañales aterrada porque ahora la muerte no es cosa de ataúdes, telediarios o tanatorios, sino algo tan real, tangible e inevitable como ver la yema en un huevo crudo… ahora te arrepientes de chupar los filtros, de llevar siempre un mechero a mano, de guardar paquetes ocultos a tus hijos en la taza del retrete… pero el tiempo es como un disparo demasiado orgulloso para dar segundas opciones y una vez que aprietas el gatillo solo queda esperar que la bala cruce ambas sienes manchando las sábanas de sangre.
                        “Si lo dejo engordaré”, “si no me ha matado en treinta años no lo va a hacer ahora”, “tú tienes el vicio de comer, yo el de fumar”… cuando los decididos encuentran muros ven objetos para tomar impulso… cuando los fracasados encuentra muros ven excusas irrefutables para mantenerse en su decadencia… parches, cigarros electrónicos, chicles de nicotina… gastos de dinero para una mamá que perdió el respeto de sus hijos, una esposa que defraudó la confianza de su marido: no existe mayor traición que escupir en el apoyo desinteresado.
            Pulmón derecho del color y el tamaño de una castaña asada en Navidad… pulmón derecho extirpado: riesgo de metástasis.
            Su marido dormita en un sofá de cuero falso negro, tratando de mantener la vigilia a base de cafés aguados en máquinas de pasillo de esas que recalientan el agua usada de la fregona y se aprovechan del sueño, el “marketing” y la desesperación ajena para venderse publicitando algo así como “capuccino expresso doble moka”: aceptamos creerlo porque cuando la esperanza no es más que un chiste oscuro puesto en la mano de desconocidos con estetoscopios, guantes y una letra inteligible lo que se toca, se huele, se oye, se ve… es una mentira macabra de algún dios bufón y la realidad no está presente porque podamos palparla, degustarla o clasificarla, sino que es una proyección mental que existe simplemente porque creemos en ella.
            Abre los ojos… se gira hacia el esposo… trata de quitarse la mascarilla para comunicarse tras dos días anclada a la cama, pero él se lo impide, la obliga a dejarse el plástico en la boca… forcejean, lo araña, se rinde… parece que la necesidad de comunicarse es fuerte como la nicotina, placentera como el buen sexo antes de la siesta… seguramente es lo último que tenga que decir, así que permite que pierda un par de minutos extra de vida sin el respirador.
-Acuérdate del alpiste para el canario.
            Efectivamente, más tarde sabrían que fueron sus últimas palabras. No “te quiero”, no “gracias por estar a mi lado”, no “adiós” o simplemente una sonrisa cansada… quizás la muerte sea algo tan grande que para olvidarla nos centremos en lo trivial… dos décadas de matrimonio que se sellan con una frase típica del ascensor.
            Mira a su mujer fijamente… lentamente… pacientemente… siente que la ira, la rabia, la impotencia le chirrían en los dientes como si mordiera hielo picado: la culpa por las caladas después del desayuno… la culpa por chamuscar la colcha con las cenizas de la noche… la culpa por apestar de humo el baño mientras cagaba… la culpa porque un hombre de casi 70 años se queda solo, sin anilla, sin muleta para recorrer el último trecho porque la negligencia suicida de su mujer le impidieron usar el amor para derrotar la debilidad… necesita ahogar la decepción y por primera vez desde el ingreso sale del hospital: buscará un par de copas y porqué no, un cigarrito.

            Entre cubata y cubata llega un mensaje de su hija que leerá cuando conecte el móvil… “Mamá acaba de morir”… cuando lo lea, justo en ese momento, se dará cuenta de que tiró por la cloaca años de compañía, discusiones, aprendizaje, llantos, besos… por un ataque de nervios regados con alcohol… cuando la muerte tira los dados nadie puede cambia el resultado del juego y mejor que mantengas la sangre fría por si sale el doble-uno.

miércoles, 24 de julio de 2013

Relato (24/7/2013)

Adicto.
            El moho cubre los chorros del fregadero como una plaga amazónica que se alimenta en la humedad del descuido del ser que utiliza su cuerpo de ataúd y abandona la resistencia del superviviente. Las cucarachas hacen campaña de guerra contra las hormigas que lo consumen todo a su paso igual que las células cancerígenas, sin importarles la familia, la lucha o la esperanza en el futuro de la víctima… ellas se limitan a su actividad fágica llenando el estómago insaciable del nido, libando los fluidos de insectos incautos que corretean sobre el mármol del poyo ajenos a la guerra entre estos dos grupos, caminando entre la muerte de la misma forma que niños afganos jugando al fútbol usando minas terrestres como postes.
            Los pañuelos embadurnados en semen inundan la cocina que parece la cueva del oso Yogui: helados mohosos, bordes de pizzas congeladas, sándwiches resecos con un par de mordiscos… alimento fácil, rápido, paradójico para alguien que se ha intentado quitar del medio cuatro veces desde entonces: al fin y al cabo quienes se tiran de las azoteas se quitan las gafas para no enterrarse los cristales, porque en el siglo de la máquina expendedora donde nada se desea, solo se exige, “ya-aquí-ahora”, incluso los suicidas aman el placer fatuo… ellos eligen la muerte, no el dolor… ellos escogen la muerte como puerta de emergencias para el dolor,… ellos deciden reventarse contra la acera como un melocotón podrido estrujándose en un puño, porque solo el sueño perenne los distrae de la melancolía agónica.
            Limpiaba su culo, peinaba sus greñas canosas, metía la papilla con grumos en su boca temblorosa llenándose de un puré hecho con frutas, babas y agonía… una madre vegetal causa de un trombo en el cerebro… un hijo abnegado, con obesidad mórbida, lumbalgia y pensión vitalicia… sin trabajo… sin pasión… sin tiempo en sus costados… la única dedicación mental es cuidar de una vieja inválida, cagona, retrasada: al menos de esta manera podía darle rienda suelta a afición frustrada por la jardinería. La regaba cada mañana y cada noche con un esponja y agua tibia en el plato… el abono cada tres horas como a un bebé grotescamente gigante… la fotosíntesis a media tarde con el solito de las seis… le estaban saliendo unas manchas negras en tallos y cogollo, pero cuando pasas por los días con la misma conciencia que una gárgola, acechante sin ver, oyendo sin conversar, la muerte es un continuum del tiempo que llega sin sorpresas: quienes viven con la quinta y sin el freno de mano puesto son los únicos con el privilegio a percibir la muerte soplándoles la nuca.
            Había que rodarla de un lado a otro para evitar que las llagas siguieran creciendo, como mínimo, que no se convirtieran en necrosis otra vez: la peste es igual que la de madera quemada, inunda la casa varios días y enloquece al chihuahua… siempre debía tener un “flus-flus” con agua fría para evitar que lamiera la carne podrida de la enferma.
            Podas, riegas, limpias, alimentas, mimas un geranio, pero de repente marchita, amarille y muere… con las viejas ocurre igual.
            ¿Dónde estoy yo ahora, quién coño soy? Algunos cordones umbilicales sobreviven décadas al parto, pierden su materia y se convierten en un cordón que somete a los hijos con más fuerza que la heroína… disuelven su alma en los pechos y matriz de quienes los parió perdiendo su vida con el afán de pagar una deuda inexistente. Si se muere la planta, ¿dónde queda la esencia del jardinero?

            Un hombre obeso, sexualmente infuncional, adicto a la dependencia… un hombre rodeado de golosinas, hamburguesas, gaseosas y otros paraísos en lata… un hombre demasiado cobarde para pasar activamente al otro lado con su madre rezando porque la insulina o el corazón se disparen entre cucharada y cucharada.

martes, 23 de julio de 2013

Escrito (24/7/2013)

El castillo.
            Tira la segunda colilla y enciende el próximo: siempre la primera calada es la mejor… el calor del primer estallido astilla la garganta, insufla los pulmones y embota el cerebro, lo tranquiliza, lo mata unos pequeños instantes… tabaco con tan solo una chinita de hachís –en el quinto mes de embarazo el niño puede quedarse idiota-, lo suficiente para que su boca sepa a sueño, ese gusto pastoso que se queda en el paladar como un olor espeso cuando nos despertamos de la siesta en un domingo al sol después del vino y la paella… ese gusto impregnante como la cola derretida que inunda el interior entero de la boca… ese gusto a caramelo insípido que despierta la vaguedad de los músculos anclándole a la cama, pidiéndole minutos extras al reloj, arañándole segundos al despertador… diecinueve años, en paro, segundo hijo, segundo novio, demasiado estrés: hasta el ginecólogo le aconsejó no dejarlo de golpe porque la ansiedad podría ser más perjudicial para el feto que la posible quema de neuronas.
            Está fumando con sus amigas como cualquier tarde en el segundo piso del barrio: es un vecindario construido en escalera de menos a más, con ladrillos, piedra volcánica y cemento, sin albañiles, solo la desesperación de 70 años de familias emigrantes en su propia nación expulsadas de los edificios con pladul por nóminas ridículamente pequeñas. La base del barrio está amurallada: aprovecharon el muro que construyeron hace un par de siglos los lugareños para defenderse de los piratas, pero ahora son los otros, lo de los barrios colindantes quienes se alegran de que exista esa cadena de piedra para separarlos… el muro hoy es inverso porque no está para impedir la entrada, sino para dificultar la salida.
-¿Qué haces ahí?¿Porqué no estás en casa de tu madre?
            Es el novio… el hombre… el macho alfa… ella esconde la barbilla contra el pecho como una paloma avergonzada y suplicante lanza un vistazo en busca de auxilio a sus amigas cuando la agarra del brazo dejándole cinco marcas: ellas han pasado por lo mismo, así que solo es cuestión de asumir, tragar, dejar de buscarle explicaciones y procurar tener siempre la comida a tiempo, las piernas abiertas a gusto del consumidor y el culo, las tetas y los ojos siempre destacando con potingues, dietas y gimnasio.
-¡No quiero que salgas cuando yo estoy fuera de casa!
            La zarandea, la retuerce, la empuja… se choca de barriga contra un poste de la luz y rompe a llorar pensando en el feto, mientras él la levanta en volandas por los sobacos y la obliga a caminar ¿qué importa un niño roto en las tripas de una mujer? Es suya, es para disfrutar, es una pieza en su colección de medallas: las mujeres son como las cucharas de plástico que cuando las partes buscas otra con la que seguir satisfaciendo los apetitos.
            De camino a casa son inertes al cuadro de niños en el parque jugando entre condones usados… viejas santiguándose que follaron los suficiente para tener seis hijos… una marica loca de 54 años, traje absurdamente corto, carrito de la compra siempre lleno –vive de hacer recados a las ancianas piadosas- y tacones, maquillaje y alma siempre desgastados… pobre… descorchada… anoréxicamente delgada, porque los gays de “Queer as folk” se quedaron atrapados en la pantalla, pero en la isla, en esta isla los niños maricones que sueñan con poseer vaginas de látex, los raritos del cole que intercambian pajas fugaces en los recreos, los travestis locales que anhelan cambiar sus dos testículos por un par de tetas, son pobres, parias, no bailan hasta el amanecer en discotecas de diseño y sufren la desatención de una comunidad incapaz de comprender: los hombres las ven como enfermas, las mujeres como perturbados y los pocos que las aceptan lo hacen desde la distancia. Una mujer obligada por Dios a disfrazarse de varón por un sentido del humor macabro o quizás sea la venganza que le está regalando a Adán. Las operaciones son muy caras y debes ahorrar para hacer de tu cuerpo una Jenga de carne poniendo de abajo, quitando de arriba… ahora tengo 2000 euros: tratamiento hormonal… ahora 1500: implantes… conseguí 3000: puedo elegir entre extirpar pene o implantes de pelo… pero los ahorros se agotan, la seguridad social es troglodita y no queda más remedio que convertirse en un ser “medio”, mitad y mitad, vuelta y vuelta, a caballo entre la mujer y el hombre, en la duermevela que separa el “ser” y del “soy”.
            Es un sobreesfuerzo llegar arriba de la cuesta con tacones y más cuando eres objeto de miradas huidizas, cuchicheos capciosos y bromas de mal gusto…“¡Maricón!”… salen corriendo… le han tirado un par de huevos podridos… se siente princesa, así que continúa andando sin satisfascerles con siquiera una mueca… además, a ella no le importa porque su padre ya la preparó para los suplicios: media noche, un viernes, el viejo la ha visto besarse con el hijo del carnicero… “Toma, métetelo, porque eso es lo que te espera si sigues pecando” le dijo su padre dejando el mango de un martillo sobre la cama: si no se penetraba a sí mismo temía que la paliza fuese aún más desgarradora… aunque tras aquel día las “palizas terapéuticas para curar el mariconismo” llegaron igualmente, su fin, hacerlo un macho”, convertirlo en un hombre a través del dolor, porque los hombres nunca expresan, nunca enculan, nunca lloran… pero sí los travestis con carritos de la compra desordenando obsesivamente los cajones de ayer buscando el porqué al escupitajo de un padre que se supone debe amarte de forma incondicional, injuiciante, incontable… pero a veces es mejor cerrar las gavetas con llave y centrarte no en la persona que eres, sino en la que buscas convertirte: una vez que la encuentres no pensarás, serás feliz, porque al fin dejarás de ser como los perros y más nunca ladrarás al que está en el espejo por las mañanas mientras se cepillan los dientes mirándose cara a cara.

            Un marica travestido, viejo, decrépito que huele a yema recalentada y que sonríe siempre con la barbilla apuntando por encima de lafrente: en un barrio donde las zorras fingen ser princesas, donde los chulos fingen ser caballeros, donde los pobres fingen comer carne y pescado siete veces por semana… un travesti es el único con cojones para caminar por la calle sin colgarse ninguna máscara.

lunes, 22 de julio de 2013

Escrito (22/7/2013)

¿Qué tiene que hacer un perro para vivir?
            Llevo unas seis horas lanzándole la pelota al perro… viene y va… viene y va… viene y va… supongo que en el fondo lo hace por condescendencia y que lo que más le gustaría en el mundo es que me comprase un boomerang. Es temprano, hay luz y probablemente sea miércoles… o jueves… me da igual: hace año y medio que no curro y mucho más tiempo que dejé el colegio… los días son solamente el mismo, uno, pesado y espeso cuando las latas de cerveza se dosifican sobre escaleritas hirviendo de una puerta a mediamañana, tu única compañía es un obseso del tenis que disfruta manchándose la lengua con una pelota sucia de hollín y la calle está vacía porque tras dos meses nadie se ha molestado aún en asfaltar los socavones de las lluvias.
            El perro es feo como una suegra tópica, los dientes de abajo le sobresalen hasta la nariz como si fuese un tiburón sin morro, el pelo colocado a ráfagas encima de un lomo huesudo, picante y amarillo caca… me divierte ver sus orejas chocándole contra el cráneo cada vez que le tiro la pelota lejos… es un perro tonto, de estos que cuando finges lanzarles el juguete aceleran igualmente tratando de tomar una pelota invisible, aunque pienso que quizás saben el engaño, pero les da igual, porque disfrutan corriendo, no son como nosotros, porque las personas sí que somos tontas: los ricos pagarían a alguien para que fuesen a buscarles la pelota más cara del planeta, se la limpiaran, se la colocasen sobre una bandeja de plata desde la que la observarían un par de veces al día, hasta que se olvidaran de ella sin haberla disfrutado, sin haberla lanzado, sin haberla perseguido… los pobres envidiaríamos esa pelota, pelearíamos toda la vida en un trabajo de mierda para conseguirla, sufriendo, quitándonos comida de los dientes con tal de ahorrar un par de euros para acercarnos más a esa mierda amarilla que no necesitamos, que en el fondo ni siquiera deseamos, pero que nos matamos por conseguirla porque otro con una cartera más gruesa, con una casa más grande y con una cara más estirada la tiene en su vitrina… cuando después de ahorrar quince años por fin tuviésemos esa pelota, igual que los ricos la encerraríamos como un trofeo en el único armario con puertas de cristal para que se dedique a coger polvo durante otros quince años hasta que se pierda en alguna mudanza… me gusta el perro tonto: usa la bola para ejercitarse, para divertirse, para agotarse con la lengua colgándole sobre un lado, llegar a casa para tomar un buen cuenco de agua del chorro y dormir junto a ella, destrozada, sucia y maloliente, mientras un chico le rasca detrás de las orejas… no necesita una vitrina dorada con un trofeo dentro: prefiero correr y que le rasquen.
            Continúo con el animal tirándole la esfera… debe de ser sábado después de todo: las 11 de la mañana y grupo de niño como de entre once y trece años suben las escaleras hacia mi calle con una pelota de fútbol que lleva el hermanito de uno de ellos: tres años, sucio, mocoso y empujando la bola casi tan grande como él… me da asco… no soy un cabrón, pero no puedo evitarlo: cubierto de tierra, viscoso y obligando trabajosamente a rodar a esa pelota me recuerda a un escarabajo pelotero alimentándose de mierda… lo peor es que tal vez su hermano le diga que se siente conmigo en las escaleras, me pida que lo vigile y no pueda beberme el caldo de birra tranquilo con mi amigo el mil-leches (nunca le he puesto nombre: no soy Adán, así que no tengo derecho a nombrar a alguien que no poseo… los hijos y las mascotas deberían llamarse “tú”, “gato”, “¡ey!” hasta que ellos mismo tomen conciencia de lo que son y decidan de que forma debemos dirigirnos a ellos).
            Lo primero es montar la portería, discutir, pelearse sobre quien será el portero –nadie quiere estar bajo el larguero, sino correr, pasar, saltar metiendo goles, olvidando que a veces la mejor iniciativa es estarse quieto, expectante, alerta- y elegir una pared con las ventanas lo más altas posibles: ahí usarán la tiza para dibujar los tres palos… el Ayuntamiento prometió una cancha de futbito y baloncesto hará tres años, en las anteriores elecciones e incluso cumplieron parcialmente… en la plazoleta de la iglesia colocaron una portería –sin red-, así que los muchachos del barrio hartos de correr tras el balón cada vez que metían un tanto, decidieron subir de nuevo, regresar a las dos dimensiones y llevar con ellos el campo metido siempre en el bolsillo… los sueños verdaderamente grandes suelen caber incluso en un dedal.
-Yo me pido a Messi.
-Yo a Cristiano.
-Yo a Iniesta.
            Nombres de ídolos que ni siquiera saben que estos niños existen, lloran con sus lesiones o sudan viéndoles tirar un penalti… algunos van más allá y no solo ignoran que existen: se las suda… Chicos que por reyes piden la blusa con el 9, el 15, el 22 o cualquier otro, pero “la oficial”, para que no ser rían de ellos en clase y así fantasean en una portería que se borra cuando fallan los chutes con ser tal o cual delantero… ¿porqué nadie les educa para que de mayores quieran ser ellos mismos?
            Llevo un rato observándoles y noto que una pezuña me raspa el muslo: se me había olvidado el perro, así que le lanzo de nuevo su querida pelota… viene y va, viene y va… los muchachos se pelean, se abrazan, se insultan… desean ser futbolistas para jugar en campos donde las porterías tengan redes y los del ayuntamiento se hagan fotos con ellos… todo el mundo desea ser futbolista, bombero, cantante… por eso a este es a quien más envidio de todo el barrio: él solo tiene que ser perro para ser feliz.

domingo, 21 de julio de 2013

Escrito (21/7/2013)

Aromas.
            En la terraza dándole el viento se deja caer sobre el asiento con una blusa de leñador lesbiana salpicada por grasa de pulpo: los brazos abiertos en cruz como si acabase de recibir un disparo en el pecho o igual que si se hubiera desplomado en la silla tras demasiadas horas corriendo alrededor de la manzana… un par de horas inertes con tres vasos vacíos –los camareros ni siquiera se molestan ya en recogerlos- y otro a la mitad, con la espuma aún sobresaliendo del cristal con un par de moscas flotando sobre ellas como microscópicas surfistas aladas… los ojos entre abiertos derritiéndose al sol como caramelos de anís en el suelo… churretes de cerveza caen de la barbilla al pecho, todos salvo aquellos que se atrapan en su bigote sin recortar con pelillos blancos, rojos y negros sobre un labio superior agrietado por la sal de tanto maní reseco. Viejo decrépito, acabado, cansado de campanas oxidadas que dejaron de sonar hace años,  bamboleando sordas al son de un ritmo que pocos pueden bailar, recordándole que las decisiones son llaves maestras de un solo uso por lo que debió haber elegido mejor en que puerta utilizarlas… dos elecciones, dos llaves, dos cerrojos… no siempre espera el dragón tras un marco y los ponis tras el otro: a menudo debemos escoger entre ahogarnos con la mierda o bien en comerla servidas en platos de cartón, pero eligiendo al menos no vegetamos llorosos sobre un sofá de esparto… eligiendo determinamos el rumbo de nuestra desgracia para al menos darle un toque romántico… eligiendo al menos somos… el verbo elegir es la palabra más bella de cualquier lenguaje porque su significado diferencia a los hombres de la marionetas.
            Ya va por la quinta caña… la mezcla de lúpulo, malta y cebada es como el agua de lluvia apelmazada en el parabrisas cálido de la mente: empaña la realidad que lo devora todo al otro lado transformando al dolor en una imagen vacía y a la tristeza en un hielo inútil incapaz de congelar el tiempo. La única tara del alcohol como antídoto para el recuerdo se debe a que solo es un remedio momentáneo a menos que se beba constantemente con pasión… una borrachera continua es más sencilla que hacer girar las manecillas en dirección contraria, más probable que encontrar una nueva cerradura, más cómodo que cogerle el teléfono al alma y decirle que la perdonas.
            Recuerdos... la amnesia debería ser una opción de serie en los humanos… Olvidar el pasado, borrarlo, matarlo, durante un par de horas pedir permiso a Dios para  que me preste un poco de su eternidad, echar típex en las escenas de ayer, desvanecer eo recluido en el “hoy es siempre todavía” y dejarse derretir con los segundos para por fin fluir no solo en una, sino en todas direcciones… Pero hoy es el mejor día, “hoy” es el único día al que se puede palpar con los dedos y queda seguir caminando hasta el siguiente “hoy”… o encadenarlo en el limbo a base de birras, petas y tranquis.
            Una mosca salta de la espuma al párpado obligándole a desengarrotarse, despertándole de golpe como una buena pesadilla, devolviéndole al asco del ahora para atraparlo de nuevo en su propia esencia despreciada… tiene hambre: había olvidado el plato con tacos de pescado… toma uno, lo moja en aceita y cuando estalla en la boca le piensa –no siempre hacen falta magdalenas para recuperar tiempos perdidos- de la misma manera que cuando dormían juntos a las 3 de la mañana rendidos tras los conciertos en cafés: uno el ejecutor, el otro la víctima… uno el artista, el otro la inspiración… uno rasgando las notas, el otro los aplausos… le observa detrás de los ojos, le huele, le palpa a la vez que imagina como ahora se estará duchando en algún piso que nunca pisará, suponiendo que ahora riñe, llora y sonríe con algún tipo bajo, risueño y rellenito como siempre le gustaron, esperando que en algún punto de su “hoy” no lo haya olvidado y que por fin le perdonara que eligiese abrir la puerta de las actuaciones en Miami a mil euros la hora en lugar de conformarse con el pentagrama por las noches, con la carga de ladrillos por la mañana y con los abrazos, peleas y paseos en los entretiempos, siempre desconsolados, siempre hambrientos, pero siempre juntos…
            Pareja rota… llantos en el rellano de una escalera… avión hacia la tierra de las hamburguesas de kilo y medio, para regresar 15 meses después con un contrato rescindido: las notas son peores que los libros, aún más rencorosas cuando se las separan de su musa... estaba lejos, los teatros con el cartel de completo no compensan un par de copas con él tras los bolos en garitos de 30 butacas y que te descubra un productor amigo de Tito Puentes sabe a mierda… la música que sale del corazón distraído de un músico apenado sabe a mierda… que desconocidos te supliquen que los folles, que te paren por la calle para abrazarte como si fueses un sobrino que vuelve del Erasmus o que viejas negras con culos como gallinas deseen hacerse fotos contigo, sabe a mierda… los últimos ahorros se los gastó en pagar la cláusula, liberarse de su nostalgia y tomar un avión rumbo hacia hace un año y pico en busca de su amor, pero se olvidó de un detalle: Disney está muerto, sepultado y congelado… en la vida real donde las princesas también se manchan el culo cuando cagan y en la que los niños con diez años también mueren de cáncer, los exnovios no te esperan durante cinco décadas como si viviéramos en los tiempos del cólera: te guardan luto un par de semanas y a por otra pinga, otra mente, otra oportunidad… en la realidad, donde las llaves son de cristal y se rompen después de girarse dentro de la cerradura, si cometes un error lo cagas, lo pagas y si tienes huevos lo superas… o te conviertes en un alcohólico llorica incapaz de seguir andando.
            Imaginar que ahora se pueda estar acariciándose con ese tío bajo, risueño y rellenito actúa igual que echarle un jarro de ácido sulfúrico frío en la cara… una chica, jovencita, lleva toda la tarde en la esquina de la catedral con la funda abierta en el suelo, la silla crujiendo cada vez que se acomoda y el saxofón chillando does, res y míes no demasiado buenos, tampoco malos, suficientes para ser agradables. Cincuenta años puede que no sean tantos para perder la práctica.
-¿Me lo prestas?
            La muchacha se asombra, pero accede: el viejo le da miedo y piensa que negarse puede dar lugar a una escenita.
            Diez litros de media diarios pasan facturas… los dedos le tiemblan… la boca está resecada… las melodías se mezclan en el disco duro… pero el solo quiere olvidar por un rato más y ya no le queda ni un duro para cerveza.

            Una corchea, dos negras, alguna redonda… poco a poco sale una canción… poco a poco los domingueros se le acercan… poco a poco el tiempo por fin se congela y parece que las notas ya han hecho las paces con el anciano: al fin y al cabo, aunque sea en imagen, con odio, pena y remordimiento, les ha devuelto a su musa.

sábado, 20 de julio de 2013

Escrito (20/7/2013)

Pianoman.
            Sus dedos se deslizan igual que la mantequilla sobre una tostada demasiado ardiente crujiendo debajo del cuchillo … las notas fluyen de la misma manera que el café derramado sobre el plato y el hedor de la música inunda el pésimo local del mismo modo que los eucaliptus mojados de lluvia aromatizan los bordes de la carretera. Suda sin camiseta: nueve horas sirviendo copas, recogiendo las babas de borrachos en los vasos, barriendo servilletas en forma de triángul con manchas de pintalabios en los bordes agotan su paciencia, su ánimo, su humor… pero justamente de eso se trata, no de ser infatigable, sino de andar muerto, con ojeras, pálido, se trata tener una rodilla en el suelo, pero la otra pierna recta y a punto para salir contra los cien metros a toque de pistola.
            El bar oscuro, oliendo a condón usado, solitario sin el foco rojo conectado y con las botellas a medio vaciar sobre la barra esperando para que las recojan… pueden seguir un rato allí: Chopin ha entrado para tomar unos chupitos y el sudor de cocainómano y ninfómana se va desvaneciendo del aire ácido como el olor a vino viejo abriéndole paso a la “Nocturne”… luego entran en juego algunos acordes del ciego Charles, porque la vida apacible tiene que romperse en pedazos de vez en cuando, porque la vida tranquila de los clásicos es buena para enjuagar el sudor cargando cajas de birras con cascos vacíos, porque la música de Mozart, Beethoven y cia. es buena para relajar los antebrazos engarrotados de abrir demasiadas botellas con el sacatapas… pero para perderse, para olvidarse, para cerrar los ojos y dejarse caer en un sumidero que lo traga todo con desganada avaricia solo son válidos los pentagramas de viejos negros gamberros que se dedicaron años a patearse la pasta en vena o también la de blancos alcohólicos rindiéndoles tributos a autopistas hacia el cielo por las que jamás conducirá con un sueldo mínimo de camarero, el último peldaño en el escalafón hostelero… rutina horrible de trabajo, un par de polvos y algunas caricias sobre el lomo cuando lleva su teclado a cuestas de antro en antro tocando a cambio de una comisión escasa o en ocasiones por llenar la barriga con un par de rones… rutina horrible, pero es feliz porque sonríe, porque hace lo que ama, porque todo se desvanece cuando las yemas golpean el dominó del teclado y la calma vuelve al interior del cráneo igual que con la heroína, pero sin el lastre de cagarse encima o vomitar sangre entre pinchazos… se divierte y por eso no le importa fregar unos retretes o pasarle el paño a las vitrinas cubiertas de polvo: en los curros de oficinas con aire acondicionado, “señor X.” en la placa de la puerta y plaza fija en el parking de la empresa no hay espacio para vivir el día día, porque la seguridad del cheque a fin de mes le roba sabor a los segundos dejando una vida muy bella, pero aún por estrenar… lo seguro es aburrido y aburrirse es el cáncer de quien sabe que lleva algo grande por hacer, pero la hipoteca aún no le ha dado permiso para dejarlo salir.
            Mantiene los ojos tan cerrados que le duelen como el corte con un folio entre los dedos… no para… golpea, aporrea, mutila las teclas… está agotado, sudando, dolorido, pero así son los orgasmos, así es antes del momento cumbre antes de eyacular cuando se te engarrota cada micra de la piel hasta que estallas y entonces por fin comprendes que la felicidad solo puede provenir del dolor, del dolor tan profundamente verdadero que la belleza se hace chica en comparación a la agonía y por norma ya solo buscas lo hiriente, lo frenético, lo tortuoso, porque por fin comprendes que la vida horrible es infinitamente más sabrosa que la vida en calma… y te corres.
            Jadea… babea… apesta… está contento: no ha sido su mejor tocata, pero ¿a quién coño le interesa? El negocio está cerrado, son las cinco de la mañana y los únicos que podrían escucharle están follando con desconocidos, comiendo churros en la competencia o inflándose a cristal para continuar las marchas en el sur de la ciudad: no le importa ni uno solo de ellos… los artistas de verdad tocan para sí mismos: el público es solamente una anécdota a menudo fastidiosa.
            Deja la butaca, coge el balde, la fregona y empieza a limpiar la vomitona que lleva un rato llamándolo desde debajo del futbolín.

            Y rasca y pasa y embellece con lejía, siempre sonriendo: muchas personas se mueren a diario limpiando mierda ajena frustrados por no verse sobre la tarima de Broadway o tras la cámara de Hollywood, frustrados porque no saben que los sueños comienzan a parirse tras la barra de un antro que huele a pis de gato… frustrados porque ignoran que quien no tiene callos en las palmas, ni cicatrices en el culo ni es amigo íntimo de la fealdad no merece considerarse artista.

viernes, 19 de julio de 2013

Relato (19/7/2013)

Mar.
            La sangre resbala sobre la acera mientras un grupo de personas se apiña contra la pareja de policías: uno saca el arme y pega un par de tiros al aire… las ovejas son asustadizas y el ruido fuerte es útil para descomponer al rebaño en individuos sueltos: quizás con los vecinos pase igual.
            Huyen, balbucean, gritan desde las ventanas a salvo por los barrotes para proteger  a quien ¿los que se encierran tras ellos en sus casas o los que pasean por fuera en barrios colindantes? La marabunta de ciudadanos corre a refugiarse en los bloques al tiempo que el poli con la pistola en mano les apunta sonriente desafiándolos a gritos: cuando das a un pitufo placa y pistola le sucede como a los chihuahuas que sabiendo que el otro perro tiene correa y bozal ignora su propio tamaño para sentir una falsa emoción de grandeza… toma a un idiota que creció deslumbrado con las películas americanas de detectives, déjale aprobar unas oposiciones equivalentes al graduado escolar, dale un uniforme, una gorra y un cinturón con cachivaches que le haga imaginarse un superhéroe de tebeos y habrás creado a un robot, a un fanático, a un soldado de batalla que nació en los mismos bloques donde ahora imparte ley olvidando sus raíces, olvidando que otro día él también jugó a la pelota en mitad del asfalto, olvidando que otro día él también pintó las paredes con absurdos eslogans llenos de infantiles esperanzas, olvidando que otro día él también observaba secarse la hierba en el parque de su plaza, con los remos oxidados y los yonquis compartiendo vino y aguja sobre el césped, mientras otros niños, otros padres, otros parques con suelo de goma y toboganes sempribrillantes como voladores recién estallados estaban embutidos en burbujas de cristal blindado a prueba de intrusos de extrarradio.
            A sus pies yace el muchacho con la cabeza ensangrentada: su delito fue demasiada chulería como suele ir siempre soldada a niños de 17 años… no lleva casco… la moto tiene el ruido trucado… hoy quiero masturbarme con mi reflejo de semidios… así que paran al chico, le obligan a juntar las manos contra el capó y cuando se niega a bajarse los pantalones para descubrir posibles drogas la paciencia del policía más joven –cinco quizás seis como máximo años mayor que el detenido- implosiona como una estrella que se muere y lanza al chaval al suelo.
-Ten cuidado… pueden verte-consejo de agente experto.
            En efecto: los amigos que juegan al dominó sentados en el banco de piedra se dan cuenta de que él está con los vaqueros por las rodillas, tirado contra el piso y con una bota clavada en la mejilla como un cazador que oprime el cuerpo de un oso frente a la cámara… el niño se resiste y ante la desesperación de su captor, le pisa la cabeza: debe imponer orden, disciplina, justicia, así que el águila desempolva sus alas, despliega sus alas y coloca un yugo en el cuello del joven que difícilmente se despertará en la U.V.I.: las botas policiales son muy pesadas.
-¡Abusadores!¡Abusadores!
            Es el grito que se escucha del viejo al niño, del padre al primo, del moro al blanco, porque la desgracia es la mayor fuerza conocida capaz de unir a una hilera de individuos.

            Corren… chillan… toman palos, ladrillos, piedras… es cuando el del pisotón recuerda que igual que los generales romanos que ganan la batalla no es más que un hombre y se vale del hierro para protegerse: tiros al aire como advertencia, igual que el tiburón enseña los dientes a las sardinas para demostrar su poder… las sardinas siempre cometen el mismo error y es que a menudo olvidan que juntas suman más mordiscos que un par de tiburones. 

jueves, 18 de julio de 2013

Escrito (19/7/2013)

Miau.
            El sudor frío lo atrapa y la garganta le arde al contacto con el aire. Uñas engarrotadas contra el colchón… corazón pateando el pectoral izquierdo a desritmo… pupilas hiperdilatadas igual que cuando te parten un diente sin avisarte de la caída contra el suelo. Palpa el colchón en busca de orines recordando viejos tiempos de la infancia tortuosa, cuando era demasiado grande para dormir en la alcoba de papá y mamá, demasiado grande para llevar pañales, demasiado grande para usar el orinal: la próstata no estuvo de acuerdo con que lo hiciesen adulto antes de tiempo y protestaba enchumbando las sábanas cada domingo…
            La pesadilla fue horrible: por suerte el cerebro humano está sobrevalorado y ahora tan solo recuerda ráfagas, reflechones, escenas sueltas de monstruos antropofágicos con colmillos desgarradores… su hijo en un hoyo oculto por diez patas… su propia sangre manchando las mariposas de colorines revoloteando cerca de las bestias... por suerte todo ha sido un sueño y en la cama ninguno se cumple en realidad.
            Su cerebro le recuerda que es mentira… que los monstruos son cosas de niños y viejas de rosario… que los espíritus malvados no visten con cuernos y rabo, sino con penes descomunales y cheques en blanco… pero le aterra cerrar los párpados sintiendo en la nuca el cosquilleo de un vaho dulzón que le aguijonea las cervicales igual que un escorpión en celo: solo en casa –mamá e hijo en casa de la abuela-,así que la presencia de un inquilino en su colchón es solamente fantasía dibujada por la pizza y el vino de la cena.
            Son las 3:00 de la madrugada: aún no se ha incorporado, yace boca arriba obligándose a respira, se tumba sobre el costado izquierdo y los ve… dos ojos clavados que lo observan desde el armario, apaciguados, desafiantes, amarillos… seguramente el gato ande buscando calor entre los abrigos y haya decidido gastar una broma de mal gusto… pero algo en su mente le traiciona. ¿Y si no es el animal? ¿Y si es la infidelidad con la prima de ella que busca hacer justicia? ¿Y si son los ojos de Dios que cansado de su palco ha bajado hasta el gallinero para contemplar a sus actores en primera fila?
            El sudor es amarillo, espeso y jediondo, como las jareas puestas demasiado tiempo al sol… los ojos le observan y trata de buscar bigotes, cuatro patas, maullidos… explicaciones cerebrales para una obviedad aterradora: es el gato, solo el gato, pero… ¿y si no?
            El corazón se instala en las sienes… palpitan… crepitean… aúllan dentro del cráneo… el vaho ya no es dulzón, sino picante, pero la cama está en el centro, así que no puede proteger su espalda contra la pared: gira desesperado el cuello confundiendo ropa con maniacos asesinos, dejando escapar unas gotas de pis adulto, aterrorizado con ruidos comunes que pintados por la oscuridad y la fantasía son gruñidos de quimeras fantasmagóricas asesinas de pecadores en secreto.
            “Debe ser el gato, seguro que es el gato”, pero… ¿y si no? Todo se resolvería levantándose de la cama, yendo hasta el armario, comprobando que los dos ojos son de la mascota, cogerlo por el pellejo del pescuezo y arrojarlo al pasillo lejos de la alcoba… pero cuando miras debajo de la cama no estás preparado para conversar con el coco: la duda es menos aterradora que la realidad, así que es preferible mantener la vigilia hasta que amanezca y torturarse la calma mirando a unos ojos que han ganado el combate desde el pesaje… mirada fría, tranquila e inmóvil con la seguridad del que sí sabe la verdad.
            “Deber ser el gato, seguro que es el gato”, pero… ¿y si no? Se retuerce como una serpiente, como una mujer a punto del orgasmo buscando al monstruo que le escupe aliento en la nuca… no hay nadie en el cuarto… la lámpara está sin bombillo… el interruptor al lado del armario que lo aterra, que lo domina, que lo subyuga… dos ojos amarillos que parecen sonreír sin boca: la noche juega al escondite con la imaginación de los humanos y se divierte haciendo temblar a la criatura con mayor coeficiente de Gaia: milenios de evolución, pero aún creyendo en los duendes.
            “Debe ser el gato, seguro que es el gato” y por fin cierra los ojos… el bicho le lame la oreja izquierda y al borde del infarto se despierta. Tras el susto inicial, se siente aliviado sabiendo que tenía razón, que no está solo, que el animal estaba todo el tiempo dentro del cuarto… coge al bicho sobre sus rodillas y lo acaricia sonriendo con calma… el animal encima de sus piernas, entre sus manos, lamiendo su barbilla… mira hacia el armario… el gato en su regazo, dos ojos amarillos, penetrantes y perversos dentro del armario…

            ¿Y si no es el gato?

Escrito (18/7/2013)

Solo.
            Pisa una mierda de perro aún fresca porque solo es media tarde y hace poco que los chuchos han salido a pasear… media tarde de un sábado… media tarde de un sábado de verano… no gruñe, no maldice, no piensa en su desgracia: simplemente limpia la suela con un par de pañuelos mientras se descojona imaginando al animal con las patas enguruñadas haciendo fuerza por el ano… es bonito saber que de algo tan repugnante se puede obtener tanto placer: el gusto por cagar es esperanzador.
            Olerá a caca el resto del día, cuando se sienten las moscas se le lanzarán a las botas igual que los sargos contra un charco en marea baja, pero nada le importa, simplemente ha salido a pasear, a disfrutar de una buena tarde y un poco de mierda no va a echarle los planes por tierra.
            Toma alguna cerveza con un poco de tortilla recalentada, lee unos cómicos en la tienda, se sienta un rato a ver los tres cuartos de culo que sobresalen por las minifaldas de las chicas y cuando se acerca la hora se pone en la cola: uno de los cines más pequeños, obsoletos e incómodos de la ciudad que quizás por su inmundicia quizás por su propaganda de “alternativo” quizás por llevarlo un par de viejos gays que tuvieron valor para ir siempre de la mano se haya mantenido en pie con entradas a 3 euros y botellas de cola a punto de caducarse… La fila mide unos ocho metros de largo –es viernes de estreno-, hace calor con el aire roto y un par de niños malcriados corren dando empujones mientras papá se limita a amenazarlos con el “van a ver cuando lleguemos a casa”, pero al igual que con la mierda no se desespera: nunca ha comprendido el porqué hay quien siente incomodidad en las colas, la ansiedad por ser primeros en una carrera sin superación ni premios, el que personas pasen noches a la intemperie por ahorrarse la serpiente es absurdo, pues las mismas horas que pasas velando de noche, en guardia, serían exactamente las mismas que vas a pasar detrás de una vieja con el pelo rizado y demasiada gomina por llegar el último a la cola… no importa: solo son asientos y lo que importa es ver la película.
            Entra a la sala… butacas en blanco que confirman su teoría… una moqueta roja desgasta, limpia solo dos veces por semana donde solo con los restos de la primera fila pueden merendar dos niños obesos a la hora del recreo. Las roscas se le pegan a la suela por culpa de la mierda en los zapatos: nota el pegue como resina líquida que atrapa a las hormigas cuando buscan los pulgones… “crac-crac”… un sonido semejando al de un serrucho afónico que incluso relaja sus cerebro, lo incita a imaginar, a viajar sin dolores de cabeza igual que una buena droga sin cortar… imagina que debajo de su calzado existen cientos de historias solo de esa semana… quizás semen de una mamada furtiva en los últimos asientos… llantos de un niño al que aterra la oscuridad… el refresco de un muchacho que toca teta esa noche por primera vez… caramelo derretido, corrida, lágrimas… belleza… porque en eso se  basa la hermosura, porque en eso se esconde los secretos del planeta, porque en eso nos reducimos en última instancia: tan solo somos semen, flujo, sangre, babas… fluidos… fluidos que separados provocan arcadas, pero que juntos paren sexo… fluidos que puestos en un bote no son más que muestra en el laboratorio, pero que corriendo por las venas son vida en forma de cachorro… fluidos que esputados en una servilleta son solo saliva, pero que mezclados en la boca con cerveza son gloria embotellada… de la mierda el placer, del asco el éxtasis, de la tierra muerta vida… paradojas: solo lo contradictorio es bello, porque solo de lo contradictorio surge el caos y las estrellas no son más que caos atómico quemándose en la distancia, el amor es solamente caos hormonal combustionando dentro de las tripas… la tranquilidad es un queso fresco puesto en la trampa para partirnos el cuello, subyugarnos a la mediocritu: el caos es un amante insatisfecho, agotador y agradecido que pide siempre lo mejor y aunque nos desgasta entre las sábanas siempre regala algo de sí mismo, de su divinidad, de su grandeza… siempre nos recuerda que solo somos carne débil dispuesta a rendirse y nos ofrece la oportunidad de superar el sueño, el cansancio, el hambre y poder ir por la calle pensando “joder, de lo que soy capaz”.
            Acaba la sesión. Tiene que abrir el pub. Música heavy, rock y metal de 23:00 a 4:50. Una pasión que le dio su caos en forma de 1.60, ojos azules y pelo moreno… un año de fluidos, pasión y búsqueda donde el fin de todo surgió de la nada, de lo impensable, de lo ínfimo igual que una melodía que se arranca desde cuerdas de guitarra: el arte se desprende de lo inerte. Doce meses únicos –tal vez no los mejores, seguramente tampoco los peores, simplemente especiales- que fueron iguales que probar pescado crudo por primera vez: te has quedado satisfecho, pero nunca volverías a repetirlo.

            No ha habido otra desde entonces y ya pasa una década: vive dos calles por detrás de su negocio, casi día a día la ve pasear a esos dos niños rubios con el pelo rizado, le evita el contacto por miedo a un “saludo de ascensor”… no dice nada… no pregunta nada… no desea nada: el año pasó y ahora no le quedan más que sus paseos sobre moquetas pegajosas y sus discos de guitarras, bajos y baterías… la vida tiene que seguir a pesar de la mierda en los zapatos.

miércoles, 17 de julio de 2013

Escrito (17/7/2013)

¿Y qué?
            Con los dedos amoratados, hinchados y cosquilleantes por estar siempre dormidos estira la mano hasta coger la quinta miloja… una anciana de siete décadas, postrada en una silla de ruedas que le queda tan pequeña que parece una niña demasiado grande sobre una moto de plástico: su obesidad desparrama las lonchas de carne por encima de las ruedas hasta el punto que a veces hace dudar sobre si en lugar de sentarla allí cada mañana en realidad la dejaron sobre el asiento cuando era delgada y la obligaron a alimentarse cada dos horas con zumo de grasa y buñuelos de chocolate… el peso es tan enorme que le resulta un mayor esfuerzo obligar a las ruedas a girar que cuando aún andaba con la muleta.
            Tiene el culo escocido: los donuts le inflaman las almorranas y lo bollos le obligan a cagar líquido… el pañal lleva sucio desde anoche y su nieto no va a llegar hasta las 10 de la mañana. Es sábado: día libre del chaval, como para casi todos… un nieto pajillero que esconde su cara granuda bajo una barba espesa, sin novia, caminando cabizabajo por las aceras mirando de reojo ese muslo, ese culo, ese medio pezón que más tarde en su cuarto harán un Frankestein sensual, lascivo, pornográfico capaz de satisfacer las cada vez más simples, vacías aspiraciones del muchacho: virgen a los 26, así que hace algunos años que decidió subir el listón al máximo… de esa manera quizás se folle a la primera que pase por debajo.
            Con un plan paralelo de descargar porno, comer perritos al microondas y malgastar –o no- papel higiénico, visitar a la vieja no parece mala opción cuando sabe que un billete de diez lo espera al final de cada paseo y que al menos una mujer, femenina, que incluso conoce el sexo, le llamará “guapo” y le apretará los cachetes con cariño, con fuerza, con sinceridad… una vez incluso le surgió una erección… no le dio vergüenza, al contrario: fue al baño, bajó la cremallera…
            La vieja mantiene su voracidad, su apetito, su hambre lingüístico, no estomacal… cáncer del norte en el siglo de la máquina expendedora: los humanos robamos la necesidad del prójimo para satisfacer los excesos asesinos de quienes poseen monedas para alimentar a la industria del “fast-food”, del “fat-food”, del “human-food”: antropofagia encefálica alimentada con bollería en cadena, vacas caníbales, pollos insomnes y sazonada con la sal de la caja hipnotizadora. La insulina cuesta barata, así que a cada bocado de palmera se insufla un chute y la compensación mantiene su salud un día más contra el reloj… Doce pasteles y media docena más apresados en el congelador resignándose, aceptando que el indulto es cosa de películas.
            Se oye la cerradura –el masturbador tiene su propio juego- y la mujer se traga como un pato el último mordisco tratando de evitar la bronca, olvidando que las migas en la pelusa de su barbilla la delatarán igualmente: comportamiento infantil porque la diferencia entre un cuerpo arrugado por el parto y otro con pliegues de despedida no son más que bastantes centímetros y unos cuantos años.
-Abuela, no me joda.
-Total…
            No charlan. No ríen. No viven… harta, la mujer se quita el respirador de la nariz, abre su bolso puesto sobre la mesa y cuando toma el paquete se da cuenta de que no le queda ningún cigarro dentro.
-Por Dios abuela, se está muriendo y todavía tiene ganas de fumar.
            Diabetes… cáncer… un disparo en la cabeza… supongo que a ciertas edades la muerte no es más que una realidad única que juega a disfrazarse con diferentes telas, pero que al final de la fiesta se la reconoce por su innegable puntualidad: nadie se muere a la víspera, nadie se muere después.
-Niño, tengo 70 años… no follo, no siento, no me follan desde hace ocho, cuando se murió el viejo: no siento deseo hacia mi… las cataratas no me dejan leer el periódico, los poemas, las recetas… no puedo levantarme de esta silla para ir a caminar junto al agua, mi cerebro ya no vale para escuchar el cine, ver la radio… la televisión es pienso y yo me acostumbré desde joven al bicho muerto… mi alma hace años que está enclaustrada que es una mosca torpe que ve las ventanas abiertas, pero se empeña en escapar por una rendija atascada por el hollín… mi alma está atrapada en un cuerpo inútil que perdió la capacidad de servirle de ruedas para acelerar, de fórceps para ensancharse, de riego para crecer… cuando el alma está secuestrada por la carne el único consuelo es alimentar, abonar, dar placer a esa misma cárcel de piel, músculos y hueso para al menos sentir que algo, ficticio, minúsculo y asesino, aún puede controlarse… la vejez, la invalides, me impide ser dueña total de mi vida… al menos déjame serlo de mi muerte.
            Lo único que se escucha es el zumbido de la nevera, el goteo del chorro, el tintineo de los fluorescentes… el nieto coge la chaqueta y las llaves.

-¿De qué marca quieres el tabaco?

martes, 16 de julio de 2013

Escrito (16/7/2013)

Banquete.
            Doce hombres sentados de tres a tres en cada lado de una mesa… doce hombre vestidos de tres a tres con chaqueta y corbata, casaca, kimono, poncho… doce hombres devorando sobre una mesa sin ningún concierto metiéndose en la boca cuadraditos de chocolate con pedacitos de salmón, mus de limón con berenjenas, conejo frito con sardinas crudas… no importa, han pagado por ello y tienen el privilegio… mejor, el derecho de comer como les apetezca en un orden desmesurado sin observar las cantidades de alimento que tiran al piso, intactos, enteros, comestibles.
            Bajo sus pies 24 hombres jóvenes, casi adolescentes, tocan a dos por cabeza: los chicos están famélicos y desnutridos, haces seis semanas que los alimentan solo con lechuga, agua y arroz y las costillas libran batalla contra la carne como si quisiesen salir disparadas… las dos docenas se reparten el trabajo: la mitad limpian los desperdicios de los comensales, limpian su mierda en los retretes, secan el sudor de la gula que corre a chorros desde la nuca hasta el culo mientras que los otros doce chupan el pene de sus amos, les alaban, les aplauden a cada bocado de pastel, carne o pechuga como si acabasen de ganar un campeonato mundial… los detestan, pero los señores son sus dueños… los odian, pero los señores les reparten las raciones de arroz para comer y a veces hasta les dan un pequeño trozo de tarta, minúsculo, lo suficiente para esperar más dulce y así ser sumisos con el sueño de que algún día “habrá más”… los aborrecen, pero felando sus pollas quizás consigan la libertad y puedan algún día ser sí mismos en sus propias casas celebrando sus propias comilonas…
            Uno de los anfitriones se aburre de comer: no está harto, simplemente se aburre de la mecánica del masticar-tragar-cagar, así que coge a un chico y mientras lo encula le aplasta la cara contra un pudin… el muchacho siente el dolor en su ano, el asco por notar un vaho pegajoso como la cola al sol en la madera sin secar, la humillación por ser un ser humano reducido a un juguete poco más que un patito de goma para perros… el muchacho siente que no es muchacho, pero mientras penetran sus nalgas aprovecha para atiborrarse de la golosina hasta que el amo se aburra también de la mecánica del mete-saca y lo tire a la papelera junto a los huesos de pollo, los envoltorios de chocolatinas, las botellas de cava… unos gordos venidos de todas partes sometiendo al doble.
            Los comelones se aburren… hacen retirar la comida… salen al patio… dan orden a unos mayordomos de que en el patio central amontonen los restos de la cena y que den un arma a cada joven: el que gane no solo podrá conseguir el banquete, sino la libertad perenne… solo puede quedar uno en pie… solo pueden conseguir el premio mediante la corrupción, mediante la cosificación de sí mismos, mediante la traición de sus iguales…

            La carnicería comienza: se desmiembran, se mutilan, se asesinan entre lágrimas porque incluso durmiendo sobre la colcha de una pensión del infierno hay espacio para el cariño, para la camaradería, para la complicidad… se apuñalan corazones, cerebros y almas por conseguir un premio que apenas le servirá al estómago un par de días, que su paladar olvidará en un par de horas… mientras, los anfitriones, los que organizaron el banquete, los que observan el macabro juego fuman puros y rezan por que se mantenga la ignorancia entre los esclavos: son el doble, poseen armas… y siguen sin saber quien es el enemigo.