viernes, 5 de julio de 2013

Escrito (5/7/2013)

Sal del bloque.
            Un pit-bull casi desollado de cola a botón, con la lengua babeando espuma por el esfuerzo: el tipo aún le destruye a base de latigazos, con un almohada amarrada al brazo izquierdo para protegerse de los mordiscos… su fin no es someter al perro, sino volverlo agresivo, asesino, humano, le han pagado dos gramos a un jacoso con aspecto de espárrago triguero para que apalice al animal y así sus dientes aún de leche se desvirguen, tomen gusto por la sangre de camello ajeno, de placas, de morosos con tatuajes verdes, narices podridas y oxído en los flexos de los codos… una criatura pervertida por la codicia que se estanca en la punta de la pirámide alimenticia cuyo único consuelo es que su amo de vez en cuando pare al yonqui, le obligue a fumar unos platinazos y de a su macabra mascota un poco de agua y algo de carne cruda: los lacayos, incluso si usan pezuñas no zapatos, deben saber bien quien les protege, quien les cuida, quien les da su sucedáneo de felicidad enlatada…
            Ancianas muertas de miedo se acurrucan contra sus ventanas con sigilosa morbosidad, escuchando los aullidos del cachorro mientras se santiguan, regocijándose en su piedad: no son más que putas que miran entre dedos los cráneos escachados en un accidente de moto en la autovía… tres jóvenes empapados en alcohol y boliches aplauden la paliza al tiempo que vitorean a su cuarto compañero, el de la manguera, el líder de los ratones, sonriéndoles con un piano en su boca y saludando con el brazo de la almohada de donde cuelga un zombie canino.
            Un barrio donde paro, mamás de quince años y ancianos cobijando a sus hijos que regresan con los nietos a una casa descorchada por la humedad, se refugia en el humo de hierba, crak, los polvos del caballo galopando contra la tierra del parque con la palmera, única palmera, seca y comida por los pulgones, blanca como la otra polvajera… un barrio hundido en los vapores, en la niebla estupefaciente igual que un Londres en decadencia tras el apocalipsis de las mentes.
            El perro llora, reclama el perdón en sus ojos que no comprenden, que no conocen, que no han visto jamás el odio… el animal muerde por su inteligencia, consciente de que de esa forma agrada al amo y quizás así reciba una caricia en el lomo de vértebras dislocadas… sangre resecada mancha la acera donde pasean Nancys con tetas cuya aspiración es operarse para enseñarlas, sentirse deseadas, montarse en el coche de quien pasea los pit-bulls… sombra de ojos, maquillaje morena con los labios blancos, como soplar dentro de un bote de cacao en polvo y el pelo hasta el culo acabado en flecha como señalando que hay permiso para entrar por la puerta trasera: jovencitas que de tanto jugar con Nancy decidieron seguir sus pasos, dejar el cole pronto e ir de dueño en dueño –en el barrio no solo hay perros de cuatro patas- intentando conseguir a base de gargantas profundas un amor que jamás llega, condenadas a la lejía, la fregona y la bata de por vida, cuando el peso de las tetas las tumben hacia las rodillas y cuatro partos sumen diez a la 38.

            Mocos de placer vacío asomándose por la comisura de drogadictos sin pipa en la cáscara… mujeres reducidas a vaginas por ansias de atención olvidada en casa de papá… un animal amarrado a la palmera seca, blanca, consumida, agonizando babeante sabiendo de su futuro de gladiador con el pulgar boca abajo… en el segundo piso del bloque un chaval se para entre página y página, descansando de las matemáticas del instituto que estudia a la luz de la farola -con seis en casa hay que cortarse con el interruptor- que cuelga bajo su ventana… un chaval que aborrece la penitenciaria de asfalto, aceleración y olvido burocrático donde nació lejos de los dúplex con chimenea y plasma para suerte de sus dueños, sabiendo que en algún lugar entre el libro y la calle debe estar la llave para escurrirse entre los barrotes.

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