lunes, 22 de julio de 2013

Escrito (22/7/2013)

¿Qué tiene que hacer un perro para vivir?
            Llevo unas seis horas lanzándole la pelota al perro… viene y va… viene y va… viene y va… supongo que en el fondo lo hace por condescendencia y que lo que más le gustaría en el mundo es que me comprase un boomerang. Es temprano, hay luz y probablemente sea miércoles… o jueves… me da igual: hace año y medio que no curro y mucho más tiempo que dejé el colegio… los días son solamente el mismo, uno, pesado y espeso cuando las latas de cerveza se dosifican sobre escaleritas hirviendo de una puerta a mediamañana, tu única compañía es un obseso del tenis que disfruta manchándose la lengua con una pelota sucia de hollín y la calle está vacía porque tras dos meses nadie se ha molestado aún en asfaltar los socavones de las lluvias.
            El perro es feo como una suegra tópica, los dientes de abajo le sobresalen hasta la nariz como si fuese un tiburón sin morro, el pelo colocado a ráfagas encima de un lomo huesudo, picante y amarillo caca… me divierte ver sus orejas chocándole contra el cráneo cada vez que le tiro la pelota lejos… es un perro tonto, de estos que cuando finges lanzarles el juguete aceleran igualmente tratando de tomar una pelota invisible, aunque pienso que quizás saben el engaño, pero les da igual, porque disfrutan corriendo, no son como nosotros, porque las personas sí que somos tontas: los ricos pagarían a alguien para que fuesen a buscarles la pelota más cara del planeta, se la limpiaran, se la colocasen sobre una bandeja de plata desde la que la observarían un par de veces al día, hasta que se olvidaran de ella sin haberla disfrutado, sin haberla lanzado, sin haberla perseguido… los pobres envidiaríamos esa pelota, pelearíamos toda la vida en un trabajo de mierda para conseguirla, sufriendo, quitándonos comida de los dientes con tal de ahorrar un par de euros para acercarnos más a esa mierda amarilla que no necesitamos, que en el fondo ni siquiera deseamos, pero que nos matamos por conseguirla porque otro con una cartera más gruesa, con una casa más grande y con una cara más estirada la tiene en su vitrina… cuando después de ahorrar quince años por fin tuviésemos esa pelota, igual que los ricos la encerraríamos como un trofeo en el único armario con puertas de cristal para que se dedique a coger polvo durante otros quince años hasta que se pierda en alguna mudanza… me gusta el perro tonto: usa la bola para ejercitarse, para divertirse, para agotarse con la lengua colgándole sobre un lado, llegar a casa para tomar un buen cuenco de agua del chorro y dormir junto a ella, destrozada, sucia y maloliente, mientras un chico le rasca detrás de las orejas… no necesita una vitrina dorada con un trofeo dentro: prefiero correr y que le rasquen.
            Continúo con el animal tirándole la esfera… debe de ser sábado después de todo: las 11 de la mañana y grupo de niño como de entre once y trece años suben las escaleras hacia mi calle con una pelota de fútbol que lleva el hermanito de uno de ellos: tres años, sucio, mocoso y empujando la bola casi tan grande como él… me da asco… no soy un cabrón, pero no puedo evitarlo: cubierto de tierra, viscoso y obligando trabajosamente a rodar a esa pelota me recuerda a un escarabajo pelotero alimentándose de mierda… lo peor es que tal vez su hermano le diga que se siente conmigo en las escaleras, me pida que lo vigile y no pueda beberme el caldo de birra tranquilo con mi amigo el mil-leches (nunca le he puesto nombre: no soy Adán, así que no tengo derecho a nombrar a alguien que no poseo… los hijos y las mascotas deberían llamarse “tú”, “gato”, “¡ey!” hasta que ellos mismo tomen conciencia de lo que son y decidan de que forma debemos dirigirnos a ellos).
            Lo primero es montar la portería, discutir, pelearse sobre quien será el portero –nadie quiere estar bajo el larguero, sino correr, pasar, saltar metiendo goles, olvidando que a veces la mejor iniciativa es estarse quieto, expectante, alerta- y elegir una pared con las ventanas lo más altas posibles: ahí usarán la tiza para dibujar los tres palos… el Ayuntamiento prometió una cancha de futbito y baloncesto hará tres años, en las anteriores elecciones e incluso cumplieron parcialmente… en la plazoleta de la iglesia colocaron una portería –sin red-, así que los muchachos del barrio hartos de correr tras el balón cada vez que metían un tanto, decidieron subir de nuevo, regresar a las dos dimensiones y llevar con ellos el campo metido siempre en el bolsillo… los sueños verdaderamente grandes suelen caber incluso en un dedal.
-Yo me pido a Messi.
-Yo a Cristiano.
-Yo a Iniesta.
            Nombres de ídolos que ni siquiera saben que estos niños existen, lloran con sus lesiones o sudan viéndoles tirar un penalti… algunos van más allá y no solo ignoran que existen: se las suda… Chicos que por reyes piden la blusa con el 9, el 15, el 22 o cualquier otro, pero “la oficial”, para que no ser rían de ellos en clase y así fantasean en una portería que se borra cuando fallan los chutes con ser tal o cual delantero… ¿porqué nadie les educa para que de mayores quieran ser ellos mismos?
            Llevo un rato observándoles y noto que una pezuña me raspa el muslo: se me había olvidado el perro, así que le lanzo de nuevo su querida pelota… viene y va, viene y va… los muchachos se pelean, se abrazan, se insultan… desean ser futbolistas para jugar en campos donde las porterías tengan redes y los del ayuntamiento se hagan fotos con ellos… todo el mundo desea ser futbolista, bombero, cantante… por eso a este es a quien más envidio de todo el barrio: él solo tiene que ser perro para ser feliz.

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