Pianoman.
Sus dedos se deslizan igual que la mantequilla sobre una
tostada demasiado ardiente crujiendo debajo del cuchillo … las notas fluyen de
la misma manera que el café derramado sobre el plato y el hedor de la música
inunda el pésimo local del mismo modo que los eucaliptus mojados de lluvia aromatizan
los bordes de la carretera. Suda sin camiseta: nueve horas sirviendo copas,
recogiendo las babas de borrachos en los vasos, barriendo servilletas en forma
de triángul con manchas de pintalabios en los bordes agotan su paciencia, su
ánimo, su humor… pero justamente de eso se trata, no de ser infatigable, sino
de andar muerto, con ojeras, pálido, se trata tener una rodilla en el suelo,
pero la otra pierna recta y a punto para salir contra los cien metros a toque
de pistola.
El bar oscuro, oliendo a condón usado, solitario sin el
foco rojo conectado y con las botellas a medio vaciar sobre la barra esperando
para que las recojan… pueden seguir un rato allí: Chopin ha entrado para tomar
unos chupitos y el sudor de cocainómano y ninfómana se va desvaneciendo del
aire ácido como el olor a vino viejo abriéndole paso a la “Nocturne”… luego
entran en juego algunos acordes del ciego Charles, porque la vida apacible
tiene que romperse en pedazos de vez en cuando, porque la vida tranquila de los
clásicos es buena para enjuagar el sudor cargando cajas de birras con cascos vacíos,
porque la música de Mozart, Beethoven y cia. es buena para relajar los
antebrazos engarrotados de abrir demasiadas botellas con el sacatapas… pero
para perderse, para olvidarse, para cerrar los ojos y dejarse caer en un
sumidero que lo traga todo con desganada avaricia solo son válidos los
pentagramas de viejos negros gamberros que se dedicaron años a patearse la
pasta en vena o también la de blancos alcohólicos rindiéndoles tributos a
autopistas hacia el cielo por las que jamás conducirá con un sueldo mínimo de
camarero, el último peldaño en el escalafón hostelero… rutina horrible de
trabajo, un par de polvos y algunas caricias sobre el lomo cuando lleva su
teclado a cuestas de antro en antro tocando a cambio de una comisión escasa o
en ocasiones por llenar la barriga con un par de rones… rutina horrible, pero
es feliz porque sonríe, porque hace lo que ama, porque todo se desvanece cuando
las yemas golpean el dominó del teclado y la calma vuelve al interior del
cráneo igual que con la heroína, pero sin el lastre de cagarse encima o vomitar
sangre entre pinchazos… se divierte y por eso no le importa fregar unos
retretes o pasarle el paño a las vitrinas cubiertas de polvo: en los curros de
oficinas con aire acondicionado, “señor X.” en la placa de la puerta y plaza
fija en el parking de la empresa no hay espacio para vivir el día día, porque
la seguridad del cheque a fin de mes le roba sabor a los segundos dejando una
vida muy bella, pero aún por estrenar… lo seguro es aburrido y aburrirse es el
cáncer de quien sabe que lleva algo grande por hacer, pero la hipoteca aún no
le ha dado permiso para dejarlo salir.
Mantiene los ojos tan cerrados que le duelen como el
corte con un folio entre los dedos… no para… golpea, aporrea, mutila las teclas…
está agotado, sudando, dolorido, pero así son los orgasmos, así es antes del
momento cumbre antes de eyacular cuando se te engarrota cada micra de la piel
hasta que estallas y entonces por fin comprendes que la felicidad solo puede provenir
del dolor, del dolor tan profundamente verdadero que la belleza se hace chica en
comparación a la agonía y por norma ya solo buscas lo hiriente, lo frenético, lo
tortuoso, porque por fin comprendes que la vida horrible es infinitamente más
sabrosa que la vida en calma… y te corres.
Jadea… babea… apesta… está contento: no ha sido su mejor
tocata, pero ¿a quién coño le interesa? El negocio está cerrado, son las cinco
de la mañana y los únicos que podrían escucharle están follando con
desconocidos, comiendo churros en la competencia o inflándose a cristal para
continuar las marchas en el sur de la ciudad: no le importa ni uno solo de
ellos… los artistas de verdad tocan para sí mismos: el público es solamente una
anécdota a menudo fastidiosa.
Deja la butaca, coge el balde, la fregona y empieza a
limpiar la vomitona que lleva un rato llamándolo desde debajo del futbolín.
Y rasca y pasa y embellece con lejía, siempre sonriendo:
muchas personas se mueren a diario limpiando mierda ajena frustrados por no
verse sobre la tarima de Broadway o tras la cámara de Hollywood, frustrados
porque no saben que los sueños comienzan a parirse tras la barra de un antro que
huele a pis de gato… frustrados porque ignoran que quien no tiene callos en las
palmas, ni cicatrices en el culo ni es amigo íntimo de la fealdad no merece
considerarse artista.
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