Adicto.
El moho cubre los chorros del fregadero como una plaga
amazónica que se alimenta en la humedad del descuido del ser que utiliza su
cuerpo de ataúd y abandona la resistencia del superviviente. Las cucarachas
hacen campaña de guerra contra las hormigas que lo consumen todo a su paso
igual que las células cancerígenas, sin importarles la familia, la lucha o la
esperanza en el futuro de la víctima… ellas se limitan a su actividad fágica
llenando el estómago insaciable del nido, libando los fluidos de insectos
incautos que corretean sobre el mármol del poyo ajenos a la guerra entre estos
dos grupos, caminando entre la muerte de la misma forma que niños afganos
jugando al fútbol usando minas terrestres como postes.
Los pañuelos embadurnados en semen inundan la cocina que
parece la cueva del oso Yogui: helados mohosos, bordes de pizzas congeladas, sándwiches
resecos con un par de mordiscos… alimento fácil, rápido, paradójico para
alguien que se ha intentado quitar del medio cuatro veces desde entonces: al
fin y al cabo quienes se tiran de las azoteas se quitan las gafas para no
enterrarse los cristales, porque en el siglo de la máquina expendedora donde
nada se desea, solo se exige, “ya-aquí-ahora”, incluso los suicidas aman el
placer fatuo… ellos eligen la muerte, no el dolor… ellos escogen la muerte como
puerta de emergencias para el dolor,… ellos deciden reventarse contra la acera
como un melocotón podrido estrujándose en un puño, porque solo el sueño perenne
los distrae de la melancolía agónica.
Limpiaba su culo, peinaba sus greñas canosas, metía la
papilla con grumos en su boca temblorosa llenándose de un puré hecho con
frutas, babas y agonía… una madre vegetal causa de un trombo en el cerebro… un
hijo abnegado, con obesidad mórbida, lumbalgia y pensión vitalicia… sin trabajo…
sin pasión… sin tiempo en sus costados… la única dedicación mental es cuidar de
una vieja inválida, cagona, retrasada: al menos de esta manera podía darle
rienda suelta a afición frustrada por la jardinería. La regaba cada mañana y
cada noche con un esponja y agua tibia en el plato… el abono cada tres horas
como a un bebé grotescamente gigante… la fotosíntesis a media tarde con el
solito de las seis… le estaban saliendo unas manchas negras en tallos y
cogollo, pero cuando pasas por los días con la misma conciencia que una
gárgola, acechante sin ver, oyendo sin conversar, la muerte es un continuum del
tiempo que llega sin sorpresas: quienes viven con la quinta y sin el freno de
mano puesto son los únicos con el privilegio a percibir la muerte soplándoles
la nuca.
Había que rodarla de un lado a otro para evitar que las
llagas siguieran creciendo, como mínimo, que no se convirtieran en necrosis
otra vez: la peste es igual que la de madera quemada, inunda la casa varios
días y enloquece al chihuahua… siempre debía tener un “flus-flus” con agua fría
para evitar que lamiera la carne podrida de la enferma.
Podas, riegas, limpias, alimentas, mimas un geranio, pero
de repente marchita, amarille y muere… con las viejas ocurre igual.
¿Dónde estoy yo ahora, quién coño soy? Algunos cordones
umbilicales sobreviven décadas al parto, pierden su materia y se convierten en
un cordón que somete a los hijos con más fuerza que la heroína… disuelven su
alma en los pechos y matriz de quienes los parió perdiendo su vida con el afán
de pagar una deuda inexistente. Si se muere la planta, ¿dónde queda la esencia
del jardinero?
Un hombre obeso, sexualmente infuncional, adicto a la
dependencia… un hombre rodeado de golosinas, hamburguesas, gaseosas y otros
paraísos en lata… un hombre demasiado cobarde para pasar activamente al otro
lado con su madre rezando porque la insulina o el corazón se disparen entre cucharada
y cucharada.
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