miércoles, 24 de julio de 2013

Relato (24/7/2013)

Adicto.
            El moho cubre los chorros del fregadero como una plaga amazónica que se alimenta en la humedad del descuido del ser que utiliza su cuerpo de ataúd y abandona la resistencia del superviviente. Las cucarachas hacen campaña de guerra contra las hormigas que lo consumen todo a su paso igual que las células cancerígenas, sin importarles la familia, la lucha o la esperanza en el futuro de la víctima… ellas se limitan a su actividad fágica llenando el estómago insaciable del nido, libando los fluidos de insectos incautos que corretean sobre el mármol del poyo ajenos a la guerra entre estos dos grupos, caminando entre la muerte de la misma forma que niños afganos jugando al fútbol usando minas terrestres como postes.
            Los pañuelos embadurnados en semen inundan la cocina que parece la cueva del oso Yogui: helados mohosos, bordes de pizzas congeladas, sándwiches resecos con un par de mordiscos… alimento fácil, rápido, paradójico para alguien que se ha intentado quitar del medio cuatro veces desde entonces: al fin y al cabo quienes se tiran de las azoteas se quitan las gafas para no enterrarse los cristales, porque en el siglo de la máquina expendedora donde nada se desea, solo se exige, “ya-aquí-ahora”, incluso los suicidas aman el placer fatuo… ellos eligen la muerte, no el dolor… ellos escogen la muerte como puerta de emergencias para el dolor,… ellos deciden reventarse contra la acera como un melocotón podrido estrujándose en un puño, porque solo el sueño perenne los distrae de la melancolía agónica.
            Limpiaba su culo, peinaba sus greñas canosas, metía la papilla con grumos en su boca temblorosa llenándose de un puré hecho con frutas, babas y agonía… una madre vegetal causa de un trombo en el cerebro… un hijo abnegado, con obesidad mórbida, lumbalgia y pensión vitalicia… sin trabajo… sin pasión… sin tiempo en sus costados… la única dedicación mental es cuidar de una vieja inválida, cagona, retrasada: al menos de esta manera podía darle rienda suelta a afición frustrada por la jardinería. La regaba cada mañana y cada noche con un esponja y agua tibia en el plato… el abono cada tres horas como a un bebé grotescamente gigante… la fotosíntesis a media tarde con el solito de las seis… le estaban saliendo unas manchas negras en tallos y cogollo, pero cuando pasas por los días con la misma conciencia que una gárgola, acechante sin ver, oyendo sin conversar, la muerte es un continuum del tiempo que llega sin sorpresas: quienes viven con la quinta y sin el freno de mano puesto son los únicos con el privilegio a percibir la muerte soplándoles la nuca.
            Había que rodarla de un lado a otro para evitar que las llagas siguieran creciendo, como mínimo, que no se convirtieran en necrosis otra vez: la peste es igual que la de madera quemada, inunda la casa varios días y enloquece al chihuahua… siempre debía tener un “flus-flus” con agua fría para evitar que lamiera la carne podrida de la enferma.
            Podas, riegas, limpias, alimentas, mimas un geranio, pero de repente marchita, amarille y muere… con las viejas ocurre igual.
            ¿Dónde estoy yo ahora, quién coño soy? Algunos cordones umbilicales sobreviven décadas al parto, pierden su materia y se convierten en un cordón que somete a los hijos con más fuerza que la heroína… disuelven su alma en los pechos y matriz de quienes los parió perdiendo su vida con el afán de pagar una deuda inexistente. Si se muere la planta, ¿dónde queda la esencia del jardinero?

            Un hombre obeso, sexualmente infuncional, adicto a la dependencia… un hombre rodeado de golosinas, hamburguesas, gaseosas y otros paraísos en lata… un hombre demasiado cobarde para pasar activamente al otro lado con su madre rezando porque la insulina o el corazón se disparen entre cucharada y cucharada.

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