Solo.
Pisa una mierda de perro aún fresca porque solo es media
tarde y hace poco que los chuchos han salido a pasear… media tarde de un sábado…
media tarde de un sábado de verano… no gruñe, no maldice, no piensa en su
desgracia: simplemente limpia la suela con un par de pañuelos mientras se
descojona imaginando al animal con las patas enguruñadas haciendo fuerza por el
ano… es bonito saber que de algo tan repugnante se puede obtener tanto placer:
el gusto por cagar es esperanzador.
Olerá a caca el resto del día, cuando se sienten las
moscas se le lanzarán a las botas igual que los sargos contra un charco en
marea baja, pero nada le importa, simplemente ha salido a pasear, a disfrutar de
una buena tarde y un poco de mierda no va a echarle los planes por tierra.
Toma alguna cerveza con un poco de tortilla recalentada,
lee unos cómicos en la tienda, se sienta un rato a ver los tres cuartos de culo
que sobresalen por las minifaldas de las chicas y cuando se acerca la hora se
pone en la cola: uno de los cines más pequeños, obsoletos e incómodos de la
ciudad que quizás por su inmundicia quizás por su propaganda de “alternativo”
quizás por llevarlo un par de viejos gays que tuvieron valor para ir siempre de
la mano se haya mantenido en pie con entradas a 3 euros y botellas de cola a
punto de caducarse… La fila mide unos ocho metros de largo –es viernes de
estreno-, hace calor con el aire roto y un par de niños malcriados corren dando
empujones mientras papá se limita a amenazarlos con el “van a ver cuando
lleguemos a casa”, pero al igual que con la mierda no se desespera: nunca ha
comprendido el porqué hay quien siente incomodidad en las colas, la ansiedad
por ser primeros en una carrera sin superación ni premios, el que personas
pasen noches a la intemperie por ahorrarse la serpiente es absurdo, pues las
mismas horas que pasas velando de noche, en guardia, serían exactamente las
mismas que vas a pasar detrás de una vieja con el pelo rizado y demasiada
gomina por llegar el último a la cola… no importa: solo son asientos y lo que
importa es ver la película.
Entra a la sala… butacas en blanco que confirman su
teoría… una moqueta roja desgasta, limpia solo dos veces por semana donde solo
con los restos de la primera fila pueden merendar dos niños obesos a la hora
del recreo. Las roscas se le pegan a la suela por culpa de la mierda en los
zapatos: nota el pegue como resina líquida que atrapa a las hormigas cuando
buscan los pulgones… “crac-crac”… un sonido semejando al de un serrucho afónico
que incluso relaja sus cerebro, lo incita a imaginar, a viajar sin dolores de
cabeza igual que una buena droga sin cortar… imagina que debajo de su calzado
existen cientos de historias solo de esa semana… quizás semen de una mamada
furtiva en los últimos asientos… llantos de un niño al que aterra la oscuridad…
el refresco de un muchacho que toca teta esa noche por primera vez… caramelo
derretido, corrida, lágrimas… belleza… porque en eso se basa la hermosura, porque en eso se esconde
los secretos del planeta, porque en eso nos reducimos en última instancia: tan
solo somos semen, flujo, sangre, babas… fluidos… fluidos que separados provocan
arcadas, pero que juntos paren sexo… fluidos que puestos en un bote no son más
que muestra en el laboratorio, pero que corriendo por las venas son vida en
forma de cachorro… fluidos que esputados en una servilleta son solo saliva,
pero que mezclados en la boca con cerveza son gloria embotellada… de la mierda
el placer, del asco el éxtasis, de la tierra muerta vida… paradojas: solo lo
contradictorio es bello, porque solo de lo contradictorio surge el caos y las
estrellas no son más que caos atómico quemándose en la distancia, el amor es
solamente caos hormonal combustionando dentro de las tripas… la tranquilidad es
un queso fresco puesto en la trampa para partirnos el cuello, subyugarnos a la
mediocritu: el caos es un amante insatisfecho, agotador y agradecido que pide
siempre lo mejor y aunque nos desgasta entre las sábanas siempre regala algo de
sí mismo, de su divinidad, de su grandeza… siempre nos recuerda que solo somos
carne débil dispuesta a rendirse y nos ofrece la oportunidad de superar el
sueño, el cansancio, el hambre y poder ir por la calle pensando “joder, de lo
que soy capaz”.
Acaba la sesión. Tiene que abrir el pub. Música heavy,
rock y metal de 23:00 a 4:50. Una pasión que le dio su caos en forma de 1.60,
ojos azules y pelo moreno… un año de fluidos, pasión y búsqueda donde el fin de
todo surgió de la nada, de lo impensable, de lo ínfimo igual que una melodía
que se arranca desde cuerdas de guitarra: el arte se desprende de lo inerte.
Doce meses únicos –tal vez no los mejores, seguramente tampoco los peores,
simplemente especiales- que fueron iguales que probar pescado crudo por primera
vez: te has quedado satisfecho, pero nunca volverías a repetirlo.
No ha habido otra desde entonces y ya pasa una década:
vive dos calles por detrás de su negocio, casi día a día la ve pasear a esos
dos niños rubios con el pelo rizado, le evita el contacto por miedo a un “saludo
de ascensor”… no dice nada… no pregunta nada… no desea nada: el año pasó y
ahora no le quedan más que sus paseos sobre moquetas pegajosas y sus discos de
guitarras, bajos y baterías… la vida tiene que seguir a pesar de la mierda en
los zapatos.
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