Mar.
La sangre resbala sobre la acera mientras un grupo de
personas se apiña contra la pareja de policías: uno saca el arme y pega un par
de tiros al aire… las ovejas son asustadizas y el ruido fuerte es útil para
descomponer al rebaño en individuos sueltos: quizás con los vecinos pase igual.
Huyen, balbucean, gritan desde las ventanas a salvo por
los barrotes para proteger a quien ¿los
que se encierran tras ellos en sus casas o los que pasean por fuera en barrios
colindantes? La marabunta de ciudadanos corre a refugiarse en los bloques al
tiempo que el poli con la pistola en mano les apunta sonriente desafiándolos a
gritos: cuando das a un pitufo placa y pistola le sucede como a los chihuahuas
que sabiendo que el otro perro tiene correa y bozal ignora su propio tamaño
para sentir una falsa emoción de grandeza… toma a un idiota que creció
deslumbrado con las películas americanas de detectives, déjale aprobar unas
oposiciones equivalentes al graduado escolar, dale un uniforme, una gorra y un
cinturón con cachivaches que le haga imaginarse un superhéroe de tebeos y
habrás creado a un robot, a un fanático, a un soldado de batalla que nació en
los mismos bloques donde ahora imparte ley olvidando sus raíces, olvidando que otro
día él también jugó a la pelota en mitad del asfalto, olvidando que otro día él
también pintó las paredes con absurdos eslogans llenos de infantiles
esperanzas, olvidando que otro día él también observaba secarse la hierba en el
parque de su plaza, con los remos oxidados y los yonquis compartiendo vino y
aguja sobre el césped, mientras otros niños, otros padres, otros parques con
suelo de goma y toboganes sempribrillantes como voladores recién estallados
estaban embutidos en burbujas de cristal blindado a prueba de intrusos de extrarradio.
A sus pies yace el muchacho con la cabeza ensangrentada:
su delito fue demasiada chulería como suele ir siempre soldada a niños de 17
años… no lleva casco… la moto tiene el ruido trucado… hoy quiero masturbarme
con mi reflejo de semidios… así que paran al chico, le obligan a juntar las
manos contra el capó y cuando se niega a bajarse los pantalones para descubrir
posibles drogas la paciencia del policía más joven –cinco quizás seis como
máximo años mayor que el detenido- implosiona como una estrella que se muere y
lanza al chaval al suelo.
-Ten cuidado… pueden
verte-consejo de agente experto.
En efecto: los amigos que juegan al dominó sentados en el
banco de piedra se dan cuenta de que él está con los vaqueros por las rodillas,
tirado contra el piso y con una bota clavada en la mejilla como un cazador que
oprime el cuerpo de un oso frente a la cámara… el niño se resiste y ante la
desesperación de su captor, le pisa la cabeza: debe imponer orden, disciplina,
justicia, así que el águila desempolva sus alas, despliega sus alas y coloca un
yugo en el cuello del joven que difícilmente se despertará en la U.V.I.: las
botas policiales son muy pesadas.
-¡Abusadores!¡Abusadores!
Es el grito que se escucha del viejo al niño, del padre
al primo, del moro al blanco, porque la desgracia es la mayor fuerza conocida
capaz de unir a una hilera de individuos.
Corren… chillan… toman palos, ladrillos, piedras… es
cuando el del pisotón recuerda que igual que los generales romanos que ganan la
batalla no es más que un hombre y se vale del hierro para protegerse: tiros al
aire como advertencia, igual que el tiburón enseña los dientes a las sardinas
para demostrar su poder… las sardinas siempre cometen el mismo error y es que a
menudo olvidan que juntas suman más mordiscos que un par de tiburones.
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