martes, 2 de julio de 2013

Relato (2/7/2013)

Show must go on.
            Huele a manzana podrida… camufla el calimocho en una botella grande de “Coca-cola” porque emborracharse en el trabajo está prohibido –hay que llegar ebrio desde casa- y solamente soporta el peso de la radial, alcoholizado, semicomatoso, en estado de sopor, con un par de litros de vino en bodega de cartón, tratando de olvidar mientras pica ladrillos que hasta hace menos de una década vestía blusas de leñador americano y manchaba la pared de blanco planteando ecuaciones de tercer grado a chicos los muchos llenos de desgana, pero unos cuanto –nunca, nunca demasiados- plagados de objetivos en su pecho creciendo como púas en la espalda de un puercoespín parido hace pocos días… profesor en matemáticas rollizo, sonriente, calvo al estilo de los huevos duros, con una suavidad tan tierna que apetecía acariciar su alopecia tratando de palmear el conocimiento que albergara su cráneo… los martillos hidráulicos hacen sudar demasiado y a quien cambia la tiza por el destornillador plano el sudor se le eleva al cubo: el mono es un traje-saúna y adelgaza tan rápido y por días que su esternón es idéntico al de un pollo asado sin pechugas… la barriga parece un globo a medio pinchar lleno solo por bocatas de chorizo en el descanso y alcohol de a cincuenta céntimos la garrafa porque ya lo dijo mi hermano el boxeador: así es como se calla la conciencia.
            Un trabajo insoportable no tanto por la extenuación física, sino por la frustración de haber traicionado a sus neuronas, de congelar al tiempo despacio al ritmo del gira gira de la mezcladora, segundos que se estiran como un chicle masticado con desgana cuya pompa jamás revienta… ocho años atrapado entre vigas y cemento, justos los mismos que tenía su hijo al ingresar en su primera obra, justo dos menos que cuando se privatizó la educación y los antiguos maestros fueron relegados a un segundo plano cambiados por el 2x1 de chiquillos recién graduados en magisterio –doble de trabajo, por casi la mitad de un sueldo-. Son 10, 11, 12 horas cargando, clavando y cortando: salir con la luz del sol, regresar a casa con la de las farolas y encontrarte con un tipo que te pasa seis cabeza sin distinguir si es tu hijo o el que se folla a tu señora: para ti el sexo se relega a manchar de semen un cartón  usado como cama a la hora del bocadillo tras la verja oxidada del barranco, con revistas de hojas salpicadas y medias pajas por rutina sin placer.
            Las chispas de la radial le perforan los pómulos, los párpados, los labios… la careta solo aumenta el sofoco y cuando tu rostro no es más que el recuerdo de épocas mejores difíciles de regresar, mejor conviertes tu cara en monstruo y así excusarte con el espejo cuando te chilla por las mañana para saciar su sed de vanidad.
            El vino es un cristal convexo que desvirtúa las imágenes del cerebro: el peligro no es más que un gatito recién nacido y al profesor no le preocupa pelearse contra el hormigón con una radial que gira como una noria pasada de anfetaminas… pero la realidad, siempre puta realidad, es tosca, arisca, implacable, hace ojos sordos para los proyectos de la mente y sigue fiel a su ama la ley natural… el disco de la radial se suelta… taja el tendón de Aquiles del peón que tambaleándose, retorciéndose de dolor como una libélula sin alas devorada por escarabajos, camina sin ver para tropezarse en el hueco del futuro ascensor… al menos el calor del metal ha cerrado la herida casi instantáneamente… cráneo abierto.
            Por la mañana el primero en entrar es el encargado… sigue el rastro de la sangre aún sin secar del todo, consistente no más que un color en banco recién pintado y encuentra el cadáver del profesor-obrero.
            Llama a sangre fría al jefe del montaje y antes de llegar los primeros compañeros que asustados por lo rojo jamás preguntaran por el camarada, descubren una solución:

-Echa cemento antes de que entren estos cabrones, tapa el cuerpo y sigue con el segundo piso… la obra debe continuar.

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