martes, 2 de julio de 2013

Escrito (2/7/2013)

Hora del cigarrito.
            Las ampollas nacen prácticamente al instante de tocar el metal hirviendo como agua que se arroja sobre cara de brujas… sangra la piel, se borran las huellas, las uñas se reblandecen hasta tomar la consistencia de macarrones demasiado cocidos, pero el horario no perdona, se acaba el turno y el socarrat no debe pegarse al fondo de un caldero que si queda inútil saldrá del bolsillo de una cocinera con tetas chupadas al estilo de pimientos morrones que habiendo dado de mamar a tres bocas lloronas ya gastó su leche y ahora debe llenarles el buche con sudor y sacrificio…
            Las manos en carne viva se despellejan al contacto del estropajo con bucles aluminio entrelazados y detergente de vinagre, limón y sal: los guantes de goma son lujos no contemplados en el albarán de un jefe comelón en el bufet del hotel, que solo conoce la cocina porque desde allí salen los olores que salivan en su boca a las 14:00 y para quien un grupo de trabajadoras con redecillas en el pelo luchando en medio de vapores sofocantes, cacerolas eyaculando aceite magmática y cucarachas volonas que se empeñan en camuflarse entre las aceitunas de la ensaladilla, para él son números, estadísticas, mujeres que están en los fogones solamente porque en la inspección a aquellos africanos –ocho negros en un cuarto con sofá y tres camas… aquí al menos tienen comida, refugio y empleo: porqué joderán tanto al empresario-. La mujer rasca el arroz con cuchara de palo e ira de hierro, obligando al esfínter a retener la cagada, porque una señora de 45 años no se siente cómoda pidiendo a la jefa de cocina –rubia, niña, tetuda- permiso para ir al lavabo: los minutos son céntimos en hoteles de cinco estrellas como el escudo de Brasil y si tienes que ir al baño vente cagada de casa, aquí se viene a trabajar… los orines se permiten como gesto de empatía: la vasija está guardada en el cuarto de las ollas.
            Saca la porquería del fondo del caldero, pero las heridas aún no tienen tiempo para descansar: hoy toca pescado y antes de cambiar el turno debe preparar el alioli… pela ajos, pícalos, machácalos en el mortero y siente como su agüilla, espesa, traslúcida, líquido preseminal abrasador te escurre entre tus dedos, impregna con su líquido los cortes abiertos en tus palmas, escuece desde dentro sin posibilidad de alivio como la sarna en las patas despellejadas por mordiscos de dientitos de un perro desesperado que ignora que la arañas se camuflan tras la piel haciendo un juego del escondite macabro, cínico, cruel con su casero… La mujer agradece que el jugo de los ajos le haya insensibilizado las manos y ahora por lo menos será indiferente a la lejía que utilizará para limpiar detrás de las neveras: mierda acumulada de día en día hasta sumar quince, porque se deben reducir gastos al mínimo exponente… hotel de pulserita-todo-incluido, olvidando el llanto de pequeñas tiendas con olor a vinagre y aceite, donde las calculadoras aún son de papel, anilla y lápiz, en las que te sonríen mientras te empaquetan  los bocadillos de mortadela para la playa recién hechos y te preguntan por los niños que ya deben estar muy grandes… europeos de piel blanca como papel de culo enrojecidos por un sol cómplices de las islas que acuchilla con los rayos sus petulantes pieles, prefieren servirse platos hasta arriba en el self-service de mojo, morena y ensalada, para escupir las espinas al suelo, machar los manteles por los chorros de grasa que resbalan por el pecho desde la barbilla y tirar a la basura platos casi enteros de alimentos desperdiciados fieles al slogan vírico del nuevo milenio: “se dueño de lo que pagas: el dinero te permite incluso destruir aquello que compras y consumes”.  
            Gatos mórbidamente gordos se pasean con la barriga a punto de vencer a las patas en su carrera hacia el suelo buscan compulsivamente restos en la parte trasera de los comedores: los más afortunados solamente reciben una patada del metre en el culo, mientras otros mueren ajusticiados por el rodillo contra la cabeza de algún freganchín con la orden de “disparar a matar” si ve bichos por la zona.
            Las llagas han explotado, la lejía la trasporta al purgatorio, el reloj parece ir hacia la izquierda… aún quedan 16 minutos para la salida y es incapaz de ni siquiera fregar una cuchara para el postre… Casi media tarde: hora de comer…coge el plato de bistecs con papas fritas y algo de verdura casi intacto que algún guiri olvidó echar a los gatos y que devuelven a la cocina con la esperanza de tener croquetas para el menú de la cena… se acomoda con medio vaso de cerveza sin gas en el cuarto de los contadores y fuma mientras devora la carne, con el tubérculo y la ensalada, con las manos ensangrentadas y los tobillos inflados llenos de varices, pensando en qué hará de cenar para los niños esa noche.

            Mañana la echarán por robar comida y descansar en horas de trabajo: siempre hay cámaras donde menos te lo esperas.

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