Polvo.
Chilla una madre con dolor ignorado: un hierro candente de
ira le mutila las entrañas, le arranca a su cría del alma, le desgarra el útero
ahora sin inquilino para tomarle al niño y comerlo igual que un cerdo pequeño
que alimenta el estómago del odio, satisface el paladar de un muchacho imberbe
jugando a ser soldado… las lágrimas de la mujer son un zumo agrio que hace
caldo con la sangre infantil de un niño muerto aún caliente, aumentando el
sabor del belicismo como un limón maduro rociado sobre calamares recién fritos.
Las bombas juegan a la luz lejos, despacio, separadas, tapando los gritos de
monjas violadas iniciadas en la brutalidad del sexo por venganza de machos
reprimidos en el cloroformo de una religión anacrónica que entumece la mente de
campesinos iletrados.
Pequeñas llamas carbonizan el interior de una casita
alimentándose de madera, colchas y recuerdos vencidos por el tiempo que jamás
regresaran, iguales que una ola que explota en espuma contra la arena
perdiéndose en la orilla para más nunca formar heridas sobre la marea… su dueño
solloza con los brazos extendidos implorando a un dios ajeno, espectador y pasivo
en su palco preferente que repartió algunos libros entre tribus iletradas
dejándole el báculo de la decisión a unos pocos ilustrados que no usan el
cuchillo para repartir el pan en trozos, sino para apuñalar al pastelero y
quedarse ellos con el saco completo… el calor del fuego se pega a la piel de un
hombre como los tomates creciendo aún en la mata en un día de Julio: se niega a
abandonar el que es su hogar durante décadas y prefiere ser capturado, fusilado
y sepultado a abandonar en el pueblo lo poco de sí mismo que la guerra aún no
le ha desposeído.
Un ojo divino lo observa todo desde la parte superior del
marco: en lugar de pupila, un bombillo insuficiente que mantiene a los dos
ejércitos en la penumbra obligándoles a disparar a sus propios hermanos porque tragados
por la oscuridad de la insapiencia los soldados son inútiles en distinguir
quienes son los verdaderos enemigos… Uniformes, cruces, tambores, himnos,
slogans, águilas, hoces… toda una parafernalia de que símbolos vacíos como la nuez sin fruto
listos para partir en dos a un país que desea desde hace demasiadas vueltas de
reloj comprender, entender, respetar su propia esencia… un estado cortando en
dos mitades igual que una naranja lista para exprimir jugo de pueblerinos,
niños y enfermos en una jarra demasiado harta de atiborrarse durante siglos con
sangre sin culpa por culpa de generales, reyes y ministros que mandan a hijos
de albañiles a un patio con leones y sin puertas, mientras sus hijos se forman
para tomar la poltrona en tierras seguras con calles de gominolas y fachadas de
piruletas.
Un toro apático no puede esconder una mueca de cinismo, de
sonreír liberado del ruedo, de complacerse viendo a los verdugos convertidos en
víctimas de su propio capote… es un éxtasis masturbatorio escaparse de la
espada, la banderilla y la lanza… en un país absorbido por la desesperación, la
tiranía y la muerte asalvajada, el toro, el burro son los únicos que comprenden
el horror: están condenados a que la bomba llena de bilis, hiel e ira les
estallase en la cara de un pueblo donde los domingos en la plaza canalizan sus
iras, miedos y apetitos de violencia burlando, masacrando y mutilando a un
astado tembloroso que sueña mientras corre contra el rojo con que un día la
estupidez de sus asesinos se volvería contra sí mismos destinándoles a cuatro
décadas de opresión, miedo, silencio… y a de momento –solo de momento- a otras
cuatro de pasividad, máscaras y yugos aceptados cambiando la quema de libros y
la censura por porno en internet y fútbol los domingos.
Las calles de una nación se pintan de rojo con tripas
como pinceles… la balas dan en la cabeza de antiguos compañeros de trabajo con
los que compartías bocadillos a las 15:00… la metralla estalla en una casa
donde tomabas café los sábados por la tarde con los padres de tu esposa… la
hoja del puñal se clava en el riñón de un primo lejano con el que solías jugar
a las cartas algunos martes de sombra… Una nación empeñada en tomar bucles como
normas perdiéndose en los mismos errores ancestrales… pero mientras Guernica solo sea un trozo de tela
acumulando polvo en el Reina Sofía… pero mientras el arte siga preso en libros
sin abrir, en canciones sin escuchar, en graffitis sin pintar… pero mientras la
cultura siga convirtiéndose en el capricho privado de un puño de privilegiados…
seguiremos escribiendo sobre guerras fraticidas del vecino contra el vecino.
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