Tentación, opresión,
posesión.
El sudor cae gota a gota como si la barbilla fuese una
antigua pileta… es como si esas pequeñas gotitas quisieran hacerle un boquete
en el muslo donde caen, penetrar la carne para que la infección pueda entrar
más fácilmente hacia el alma… tiene temblores blancos en las manos como el
cuerpo de un chihuahua con demasiado miedo… ambos oídos le pitan como una
tetera descascarillada con orificios excesivamente pequeños… el silbido de los
tímpanos lo exaspera, lo turba, lo marea, pero lo agradece: al menos tapan los
susurros, los cuchicheos, los discursos melosos de cantores traviesos… Odiseo
está en un cuarto de madera atravesando un nuevo mar de pajarracas, pero esta
vez no existe nadie que lo ate, salvo unas manos, sus propias manos, sudorosas,
agrietas, cobardes como para amarrar su pecado.
Las sombras se alargan, los insectos cobran tamaños
naturales, la araña le sonríe desde la silla sucia tejiendo un sudario como réquiem
prematuro de un cavernícola del nuevo siglo pintando cuadros rupestres en la
pantalla para diseños de publicidad: cheques de “Coca-cola”, nóminas de “Mercedes
Benz”, transferencias de “Apple”… cuando el dinero llena el vacío de un globo
que nunca estalla, que nunca se siente hinchado, que nunca sacia su necesidad
de dilatarse, el apetito insatisfecho se convierte en los hilos de un monigote
espasmódico que aprieta su soga alrededor de un cuello caprichoso, lo justo
para ahogarle hasta comprar el nuevo aperitivo, pero nunca demasiado como para
eliminar al cuerpo que lo mantiene, igual que la garrapata que no vacía por
completo la sangre de su casero.
-Ven…
-Ven…
-Ven…
Cuatro bocas le chillan susurros a las sienes…
-Ven…
-Ven…
-Ven…
Seis vaginas tiernas se abren cerca de su boca…
-Ven…
-Ven…
-Ven…
Huele la carne jugosa de un pato envenenado…
Gira, se levanta, mira bajo la cama, dentro del armario…
con cuidado, preparado, prevenido para ver al hombre con cuernos, rabo y patas
de cabra, a la bruja fea y granuda con la escoba en la mano, al muñeco
ensangrentado con un hacha entre las manos… pero la fealdad es cosa de ángeles,
no de Satanás.
Busca el foco de las voces, enciende la lámpara, rompe un
jarrón grande contra el suelo: no hay nada… vuelve a la cama vencido, aterrado,
exhausto…
Sobre las sábanas, en vigilia temiendo a los demonios…
mira hacia la mesilla de noche… un poco de cristal de la fiesta de anoche… lo
disuelve… lo toma… se callan.
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