Sin retorno.
El líquido de la máquina de oxígeno burbujea como una
sopa hirviendo al fuego, como el agua de los macarrones a punto de
desparramarse… el agujero en la laringe apenas hace efecto y no puede
deshacerse del enjambre de tubos, agujas y cacharros que la mantienen soldada a
la vida de una forma antinatural, ilógica, contraria, tan descabellado como
intentar sacar el hielo de una botella helada sin esperar a que se descongele. Años
de tabaco, colas frías y pastillas para la tos tratando de borrar una carraspera
incesante que irritaba la garganta y la paciencia de su dueña con un cigarrillo
siempre en la boca, soltando por la nariz el poco humo que no tragaba igual que
una dragona sin escamas ni dama a la que proteger.
Veinte
kilos… seis tallas… veintiún gramos perdidos que se desvanecen en una cáscara
frágil y fina como las alas de un escarabajo seco al sol: un cuerpo consumido
por el asco a la comida que se alimenta solo por el suero, el agua y el aire
acondicionado de un cuarto de cuidados intensivos deprimente como todos,
solitario, lleno de chillidos mudos de pacientes que quizás nunca existieron
salvo en la imaginación de una mujer que se mea en los pañales aterrada porque
ahora la muerte no es cosa de ataúdes, telediarios o tanatorios, sino algo tan real,
tangible e inevitable como ver la yema en un huevo crudo… ahora te arrepientes
de chupar los filtros, de llevar siempre un mechero a mano, de guardar paquetes
ocultos a tus hijos en la taza del retrete… pero el tiempo es como un disparo
demasiado orgulloso para dar segundas opciones y una vez que aprietas el gatillo
solo queda esperar que la bala cruce ambas sienes manchando las sábanas de
sangre.
“Si lo
dejo engordaré”, “si no me ha matado en treinta años no lo va a hacer ahora”, “tú
tienes el vicio de comer, yo el de fumar”… cuando los decididos encuentran
muros ven objetos para tomar impulso… cuando los fracasados encuentra muros ven
excusas irrefutables para mantenerse en su decadencia… parches, cigarros
electrónicos, chicles de nicotina… gastos de dinero para una mamá que perdió el
respeto de sus hijos, una esposa que defraudó la confianza de su marido: no
existe mayor traición que escupir en el apoyo desinteresado.
Pulmón derecho del color y el tamaño de una castaña asada
en Navidad… pulmón derecho extirpado: riesgo de metástasis.
Su marido dormita en un sofá de cuero falso negro, tratando
de mantener la vigilia a base de cafés aguados en máquinas de pasillo de esas
que recalientan el agua usada de la fregona y se aprovechan del sueño, el “marketing”
y la desesperación ajena para venderse publicitando algo así como “capuccino
expresso doble moka”: aceptamos creerlo porque cuando la esperanza no es más
que un chiste oscuro puesto en la mano de desconocidos con estetoscopios,
guantes y una letra inteligible lo que se toca, se huele, se oye, se ve… es una
mentira macabra de algún dios bufón y la realidad no está presente porque
podamos palparla, degustarla o clasificarla, sino que es una proyección mental
que existe simplemente porque creemos en ella.
Abre los ojos… se gira hacia el esposo… trata de quitarse
la mascarilla para comunicarse tras dos días anclada a la cama, pero él se lo
impide, la obliga a dejarse el plástico en la boca… forcejean, lo araña, se
rinde… parece que la necesidad de comunicarse es fuerte como la nicotina, placentera
como el buen sexo antes de la siesta… seguramente es lo último que tenga que
decir, así que permite que pierda un par de minutos extra de vida sin el
respirador.
-Acuérdate del alpiste para
el canario.
Efectivamente, más tarde sabrían que fueron sus últimas
palabras. No “te quiero”, no “gracias por estar a mi lado”, no “adiós” o
simplemente una sonrisa cansada… quizás la muerte sea algo tan grande que para
olvidarla nos centremos en lo trivial… dos décadas de matrimonio que se sellan
con una frase típica del ascensor.
Mira a su mujer fijamente… lentamente… pacientemente…
siente que la ira, la rabia, la impotencia le chirrían en los dientes como si
mordiera hielo picado: la culpa por las caladas después del desayuno… la culpa
por chamuscar la colcha con las cenizas de la noche… la culpa por apestar de
humo el baño mientras cagaba… la culpa porque un hombre de casi 70 años se
queda solo, sin anilla, sin muleta para recorrer el último trecho porque la
negligencia suicida de su mujer le impidieron usar el amor para derrotar la
debilidad… necesita ahogar la decepción y por primera vez desde el ingreso sale
del hospital: buscará un par de copas y porqué no, un cigarrito.
Entre cubata y cubata llega un mensaje de su hija que
leerá cuando conecte el móvil… “Mamá acaba de morir”… cuando lo lea, justo en
ese momento, se dará cuenta de que tiró por la cloaca años de compañía,
discusiones, aprendizaje, llantos, besos… por un ataque de nervios regados con
alcohol… cuando la muerte tira los dados nadie puede cambia el resultado del
juego y mejor que mantengas la sangre fría por si sale el doble-uno.
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