lunes, 1 de julio de 2013

Escrito (1/7/2013)

Verano azul.
            Tira la botella de ron vacía sobre la cabeza del perro: lo ha visto aullando contra ambulancias invisibles en el fondo del contenedor, pero una vida a cuatro patas importa lo mismo que las cáscaras de plátano que envuelven su pelaje y no importa partir el cráneo con vidrios rotos de un ser que ladra réquiems desesperados a la luna ausente.
            Sus ojos blancos por larvas de mosquitos nacidos en fruta podrida ya solo miran hacia dentro, hacia la época de cachorro, hacia la época de los niños jugando en su lomo al caballito, hacia la época en la que un lazo adornó su cuello aún sin pelo colocado bajo el árbol que adorna el solsticio de invierno, entre las pelotas de fútbol y las bicis de color rojo y rosa –para el niño, para la niña-. Un 24 de Diciembre mojado en lágrimas de felicidad de unos hijos malcriados con armarios llenos de juguetes rotos que disfrutan del cachorro como un peluche con pilas ingastables, tirando de sus orejas, cabalgando en su espalda, amarrando su hocico con cinta aislante y divertirse con la asfixia animal… él lo perdona, porque las almas bípedas son las únicas que albergan rencor y lame las palmas de los niños con sumisa fidelidad ciega, acurrucado en las piernas de un padre que le saca de paseo dos, máximo tres veces a la semana –en función de la necesidad de cerveza y helados en la nevera-, que patea el culo del perro cuando le interrumpe el paso en el pasillo o cuando un mal día con el aire acondicionado roto en el despacho le envuelven la pierna en ira cobarde contra compañeros gilipollas, descargándola contra el cuerpo de un ser inocuo de maldad con solo trasparencia y perdón por pecados no cometidos entre párpados…
            Los niños crecen y ya no divierte mortificar a Kron… la madre está harta de limpiar cagadas del pasillo y de cortar pelos de culo empegostados por la mierda… los días malos y sin aire aumentan con la falta de clientes y cuando los únicos momentos de sosiego y algo similar a la felicidad en lata de berberechos es escapar un día de vereno entre espuma y arena, un perro es demasiada carga en el portabultos y abandonarlo a solas en el piso molesta a los vecinos que no soportan ladridos de auxilio, arañazos tras la puerta ni aullidos agudos como tenedores contra el plato, la opción más humana es envolverlo en un plástico negro –lleno con media sandía podrida y unos cuantos panes duros para amortizar la bolsa- y tirarlo donde nadie quiere respirar profundamente.
            Decenas de mosca comen, acrecientan y desgarran sus heridas abiertas rojamente y ni siquiera posee el consuelo de espantarlas: su cola está mutilada a partir de la segunda vértebra, porque no es su cola, es la cola del amo que decidió hacerla bella con un corte… la diferencia entre un perro vivo y uno de escayola es apenas una lengua que jadea.

            Y trata de dormir Kron de no dormirse esperando la mano salvadora de unos niños que solían cabalgarlo hacia el sol poniente de una lámpara de pie en mitad del pasillo, porque el amor canino se basa en el perdono, en el olvido y en el lamer la mano que golpea al comprender que el odio no es más que el autodesprecio de mentes gelatinosas sin sustancia igual que el tofu hervido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario