sábado, 31 de agosto de 2013

Escritos (30-31/08/2013)

Deseo.
            Y cuando llego a casa me masturbo oliendo un yogur con sabor a vainilla: así es su colonia cuando se mezcla con el sudor apelmazado de varias horas de cacería por los pubs del puerto y con la agonía de los aires acondicionados apagados para aumentar el consumo entre la clientela, a veces, hasta cortan el agua fría para que los pastilleros controlen su mandíbula con botellas de agua a tres euros la unidad. Su cuerpo embadurnado en purpurina y maquillaje hacía recordar a una pata de cochino impregnada en grasa dorándose en el calor del horno: lista para comerse, sabrosa a la vista, orgasmo en el paladar.
            Cada miércoles por la noche en el “Spirit”, esa es la suerte de los fracasados, para ellos no existe “entre semana”, “día laboral”: viven en un mundo que espera tan poco de ellos que sus aspiraciones se reducen a objetivos totalmente despreciables hasta el punto de que si consiguen un logro pasa de largo porque sus metas son hechos cotidianos para quienes apuntan grande en la vida, para los soberbios con trabajos en oficinas transitadas, bonovolúmenes con el asiento de los niños atrás, pisos de escándalo con dos plantas y mujeres con tetas con pezones como galletas maría. Los fracasados tenemos la suerte del paria: no nos desean, no nos invitan a tediosas fiestas de cumpleaños porque somos amargados, glotones que terminamos con la priva antes de que se soplen las velas, nos huyen por la calle saltándose de la acera igual que cuando ves una cucaracha saliendo de la alcantarilla con las alas abiertas por miedo a que pidamos dinero,  cigarrillos o favores, favores que jamás nos piden a nosotros porque saben de nuestra inutilidad, salvo para una cosa, esa cosa, la cosa que extrañamente se nos da mejor que a nadie, como si Dios en su infinito humor negro nos hubiera despojado a los vividores, a las garrapatas de todo acceso más allá de la mediocritud, salvo en eso: colocar un enchufe sin tener que bajar las palancas, arreglar una tostadora, cargar las sillas de cuatro en cuatro… pequeñas heroicidades que solo sabemos hacer nosotros, los fracasados, los asquerosos y que aun así te lo planteas y únicamente solicitas nuestro don cuando no queda más remedio, cuando los chicos de vidas perfectas están demasiado ocupados en sus picnis de domingo o en sus asaderos celebrando ascensos, la entrada del hijo a la universidad o el quinto embarazo de una esposa peinada, perfilada y bien vestida a cualquier hora, en cualquier momento, como si son las tres de la madrugada, igual que las madres de los desayunos en las pelis americanas… acudes a nosotros los fracasados porque ¿qué es lo mejor que puedes interrumpirnos? ¿La sexta paja pensando en la vecina del segundo?¿Otra cerveza viendo películas porno grabadas de la tele local?¿Que tenga que ir al INEM a sellar la cartilla? Otro don de los fracasados es que la ociosidad de nuestra vida –hace tiempo que le pegamos un tiro a la dignidad y comenzamos a vivir de las limosnas, los engaños, la pena y la compasión de los ingenuos- permite que siempre estemos disponibles: te ayudamos con nuestra habilidad oculta, superheróica y ganamos unas monedillas con las que salir a fumar, emborracharnos y esnifar si la chapuza ha sido más grande de lo normal.
            Y este miércoles noche en el “Spirit” no fue diferente: ella, con sabor a vainilla quedándoseme atrapada entre la garganta y la nariz se me clavaba en los testículos como un deseo al que te resistes a aceptar su imposibilidad. Nunca tuve el valor de acercarme a ella porque siempre pensé que aunque fuera Clark Kent quien enamoró a Lois en el fondo era “Superman” quien hizo que se quedara, por lo tanto me conformaba con mis putas del todo a cien, las que entran a los bares a las 4 de la mañana cuando el camarero ya le está dando la vuelta a los taburetes y no pueden servir copas de cristal por la normativa… esas putas de todo a cien que buscan en los penes al amor de su vida, al príncipe azul, al caballero que las libere del dragón y las rescate de entre las paredes del castillo… un pene que las lleva a desayunar churros, les limpian el chocolate y la baba de la barbilla con la dulzura más extrema que jamás haya existido en el planeta y en cuanto descargan las bolas en su cara –a veces dentro si tienen la suerte de que estén muy borrachas- negarán conocerlas para siempre.
            Pero esta noche hubo al distinto: observé como se apretaba sin parar la nariz, como absorbía mocos imaginarios… el cenit fue cuando vi el hilillo de sangre bajar hasta el labio inferior: esa es mi oportunidad, lo supe porque los fracasados somos carroñeros que en caso de no comer despojos de los leones sabemos distinguir quien es la presa más débil.
-¿Una raya?
            Ni siquiera dije hola, ni siquiera me presenté, ni siquiera busqué sutilezas: demasiadas noches entre adictos para saber que la ternura es una utopía.
-O dos…
            Fuimos al baño: su puto olor a vainilla me ponía tan cachondo que me fui acariciando el trajo todo el camino hasta el retrete, imaginando todo lo que iba a hacerle, todo lo que se dejaría hacer, todo aquello que se me había negado por derecho durante siglos… tan cachondo que era probable que se me jodiera el asunto: el calzoncillo ya estaba empezando a ponerse húmedo. Así que me contuve pensando en cachorritos muertos para almorzar.
            Con un gramo fue suficiente: mientras cortaba con la visa vacía fue magreando sus pechos, besándole el cuello, la oreja… habría ido directo al coño, pero cuando por fin dejas de comer sobras de la mortadela y te encuentras con caviar rojo lo degustas lo que puedes, largo tiempo creyendo que así jamás se acabará aunque sabes que tarde o temprano volverás a enfrentarte con una nevera media vacía. La acariciaba, la mordía, incluso me atreví a meterle un par de dedos aunque todavía estuviera un poco seca.
            Terminó de consumir. Me besó los labios. “Gracias”. Se fue de allí y de nuevo en la barra me miraba como si fuese la primera vez, con una indiferencia tan grande que por primera vez sentí que un bicho me picaba la nuca, que el estómago me daba acidez, ¿haría resucitado mi orgullo?
            Y aquí estoy en el colchón, masturbándome mientras huelo un yogur de vainilla sin arrepentirme de haberla invitado a un poco de polvo, sin arrepentirme de haber esperado durante tres horas en el aparcamiento, sin arrepentirme de haber manchado los zapatos de sangre cuando la vi a solas.





Sueños son.
            No quiero despertar porque la vida es más sencilla cuando los ojos están cerrados.
            Quiero seguir durmiendo, embelesado en mi propia fantasía, borracho de mentiras piadosos que suavizan el golpe del alma con un sacho.
            No quiero despertar en un mundo en el que el futuro de mis hijos está escrito con la sangre coagulada de muchachos de su misma edad, cojos, mancos, sumisos, jugando a fútbol con trapos de ropa vieja que dono con las sobras, correteando ingenuos entre minas personales que estallan furtivas como cazadores de sueños colgados sobre la almohada. No quiero verme envuelto en un mundo donde mi coche se arranca con la muerte homicida de cien niños en batalla, donde la obesidad es una burla negra en un mundo famélico, donde el principio de mi bienestar se construye con los llantos de mujeres violadas lejos, muy lejos, tan lejos que me convenzo de que son patrañas inventadas por telediarios apestando en amarillo.
            No quiero despertar en un mundo donde se trafica con la enfermedad, se abona la codicia con el bienestar ajeno, una calle plagada de luces porque las farmacias se anuncian con carteles de neón verde iguales que puticlubs de periferia: la salud es un cuento de final abierto, un negocio donde los medicamentos de colorines como golosinas encierran la misma utilidad que pastillas de menta blancas.
            No quiero despertar en un mundo donde la infinita soberbia del ser humano le hace creer que puede convertir a Dios en una galletita mojada en vino dulce los domingos, engullirlo como traga su necesidad de dirigirse hacia ninguna parte, autocompadecerse pensando que limpia sus pecados hablando entre susurros y tinieblas a un desconocido de sotana que le gusta mirar por debajo de las faldas cuando nadie le mira y piensa que su jefe se lo pasará por alto. Donde la asquerosa ingenuidad del hombre le obliga a por lo menos una vez en la vida girar como un perro antes de cagar alrededor de una piedra en medio del desierto, descomunal, impoluta, aplastando con su ceguedad a los que giran en dirección opuesta. Donde su necedad le fuerza a creer que limpia sus faltas, temores, flaquezas en un río de aguas fecales, la alcantarilla más grande de toda Asia en la que santurrones barbudos de melenas calvas oran en el agua donde flotan los cadáveres morados, henchidos, follados de niñas impúberes con el coño desgarrado por el vicio de viejos verdes con dotes salvadoras.
            No quiero despertar en un mundo donde los niños sueñan con llevar máscaras para ser héroes, en el que la verdad es un gesto criminal y los engaños, cumplidos, besos a escondidas, venta de la intimidad en las hondas se cotiza como petróleo sobre el parquet.
            Prefiero seguir en coma profundo caminando sin darme cuenta, anestesiado por el placer de la máquina expendedora, del porno a un solo click, del sexo fácil gracias al amor vacío. No quiero despertar en un mundo donde la tercera guerra mundial ya ha comenzado: sus bombas son señores de puro, corbata y sonrisa de quirófano hablando sobre el enemigo que jamás veremos, pero que según ellos se encuentra en cada rincón como el hombre del saco acechando tras las ventanas… sus disparos no son de plomo, sino de necesidad creada y la mayor muerte es el suicidio del ego en favor de la masa, donde el premio es pasar desapercibido, amansar a una mente privilegiada que se aburre en un mundo mediocre, callarla a base de buenos polvos en un coche a cien por hora, coca ácida y botellines frescos el viernes por la noche: encajar es el mejor premio, porque el topo que sobresale se lleva siempre un martillazo.
            No quiero despertar en un mundo que ya no me pertenece que me asesinó hace tiempo, un mundo en el que los mayores genocidios se hacen desde el sofá de casa matando al genio frente a la pantalla.

            La responsabilidad del mundo pesa tanto que prefiero ser uno con la nada, mantener el sabor a sueño en mi boca tras una siesta larga, perder mi derecho a ser un hombre: es más fácil convertirme en marioneta y al fin despertar un día sabiendo que jamás estuve vivo.

jueves, 29 de agosto de 2013

Escrito (29/8/2013)

Lógica.
            Escupitajos de cinismo caen desde las bocas desdentadas, flácidas, con labios vacíos de los anoréxicos occidentales, escupitajos de cinismo que hierven sobre la nuca de niños cubiertos de moscas que se desnutren derretidos como un tarro de miel al baño maría bajo el solo de países manufacturados al vacío por la codiciosa inventada, por las necesidades creadas del norte, del oeste, del vacío.
            El planeta se desmorona como una Jenga torpe suspendida sobre dos patas de odio y casi todos los poetas se empeñan en continuar hablando del amor adolescente que estalla bello y doloroso como la espuma del mar contra las rocas… el ser humano se devora a sí mismo, masticándose con saña mutua desde los testículos hasta la garganta y casi todos los poetas se empecinan en narrar historias sobre tardes de verano bajo el calor del arcoíris sosteniendo entre sus dedos la suave mano de la amada… el “Che” es un producto impreso en camisetas, chapas, gorras y calcetines tejidas con la sangre de niños que sueñan con un pedazo de chocolate en el desayuno, con niños que creen utópico el lujo que nuestros hijos rompen a diario, niños que piensan que es mentira que existan padres capaces de prohibir seguir comiendo a sus bastardos por temor a un paro cardiaco sobre las papas del menú y casi todos los poetas eyaculan mentiras encima del folio acerca de infantes con bucles de oro correteando ingenuos, divertidos y gráciles por una soleada acera bajo nubes rosas de algodón de azúcar… el empalago de algunos poetas resulta tan tedioso como eso vagos huevudos con esa ropa de Guevara alimentados por el sueldo de un papá abogado jugando a la revolución vía internet, asistiendo religiosamente a la cafetería de las facultades dos veces al día salvando al mundo en sus ratos libres entre el café de la mañana y el absenta del viernes por la noche… algunos poetas estarían emparedados si por fin el mundo reventase de locura y echara un cubo de pintura blanca sobre las falacias, engaños, embustes dibujados por periodistas, rabinos, curas, alcaldes, encima de un lienzo roto… algunos poetas resultan tan vomitivos por sus engañosos empalagos que en un mundo decente solo triunfarían entre los homosexuales, porque sus libros tan solo servirían para metérselos enrollados por el culo untados en vaselina… poetas, pintores, actores, cualquier artista que dejara de ser un gamberro, cualquiera que se haya vendido al público, a la decencia, al reconocimiento no es más que una puta tras el burladero protegiéndose de las cornadas de la conciencia, toreros sodomizados por sus fortunas comerciales amasadas con el suicidio de la esencia, de la integridad.
            Plantaríamos árboles si dieran wifi gratis: por desgracias solo aportan oxígeno y belleza.
            Enseñaríamos historia si tratara del presente: el tiempo es un continuo compartimentado antinaturalmente, solo importa la máquina expendedora, el deseo satisfecho en el momento exacto de su antojo.
            Los buenos poetas serían leídos si pudiéramos escribir sus libros en cadenas de montaje, si entendiésemos su lectura tan fácilmente como cómics de Mortadelo: la belleza solo tiene hueco en la productividad de las boutiques de ropa, la dificultad solo es aceptable en videojuegos de disparos y sangre.
            Vivimos en un planeta donde los bosques habrían sido sobrereforestados si los árboles dieran wifi gratis para ricos, desorbitado para los hambrientos… hijos de puta, solo dan oxígeno y melocotones.
            Vivimos en un mundo donde les tapamos los ojos a los críos cuando sale una teta en la pantalla: comemos en familia con el telediario puesto en la tele del salón viendo soldados descuartizados, poblados derruidos, esperanzas mutiladas.
             Vivimos en un mundo donde se castiga a los niños por decirle gorda a una obesa, calvo a un alopécico, viejo a un abuelo, les tiramos fuerte del brazo cuando se acercan a un vagabundo, les llenamos bolsas con comida no perecedera para la colecta del cole el 21 de Septiembre.
            Los botones con capacidad de destrucción masiva ya no son los de las bombas nucleares, sino los botones que encienden las televisiones de plasma que proyectan los programas con doce idiotas, como doce negritos, viviendo en una casa vigilados por cámaras, micrófonos e ignorancia de amas de casa que necesitan un buen polvo, de adolescentes pajilleros que necesitan un buen par de libros, un buen par de ostias. 

            La diplomacia, la hipocresía, la falsedad asfixian tanto al mundo que pronto se reventará: solo puede salvarse si los pocos poetas buenos comienzan a decir polla donde la etiqueta exige pene.

martes, 27 de agosto de 2013

Relato. Escrito el 26/08/2013

Ojos que no ven.
            Antes de cortarle el dedo al soldado le pega un tiro al cámara: están en plena guerra en un país de nombre impronunciable donde si bien antes las chicas enseñaban los muslos por debajo de las faldas y se mensajeaban con sus novios por sms, ahora la fibra óptica es una distopía del presente occidental… los accidentes ocurren, los periodistas reciben balas perdidas a diario y nadie en sus familias se enteran hasta meses más tarde cuando les envían una corono, una carta certificada y un anuncio de que su hijo, esposo, hermano ha muerto en accidente laboral.
            El dispara es entre los ojos. Al chico le corta el dedo en vida, es un enemigo y merece sufrir hasta el último aliento, es más, de hecho lo mata por una cuestión de supervivencia, para evitar represalias, de no ser así le permitiría seguir vivo con un traje de melancolía, agonizando con los errores de la guerra, horrorizado por la realidad de una mentira que estalla con mayor fuerza que los bombardeos sobre ciudades donde viven albañiles, profesores, taxitas, muy lejos de las oficinas con aire acondicionado en las que sus mandatarios habla sobre la paz, firman para la guerra.
            Un dedo más… a veces las narices, si son pequeñas una oreja: es soldado español y no distingue entre toro y chaval, un muchacho de apenas catorce años arrancado de sus raíces, limpiándole la memoria, la inocencia, la voluntad a base tambores, palabras en discursos vacíos cargadas de ornamento, de estrafalarería, como las bolas huecas del árbol de navidad… La guerra lleva tantas décadas, ha consumido a tantísimas generaciones, que los hombres son insuficientes, así que la edad mínima es la justa con la que aguantar el AK con ambas manos, soportar el retroceso del arma, asesinar a machete a tu propia madre como iniciación de un mundo de perros malditos mercenarios del estado… aunque a veces, pocas veces, los chicos sienten algo parecido a la inocencia y juegan con barquitos de papel que hacen flotar en los charcos de sangre de las heridas enemigas.
            Las jóvenes no sirven para matar en un país imperado por los machos: se convierten en yeguas bípedas que solo se alimentan para poder montarlas, se montan para poder engendrar a más niños soldados cuyas mentes se construyen, clasifican y lavan en cadena como las latas de refrescos en el mundo de los tiempos modernos: a los seres humanos se nos terminará cultivando en incubadoras electrónicas, hechos a medida bajo los caprichos del bisturí de la avaricia… aunque la mayoría de las veces la esencia femenina se reduce a su entrepierna y cuando caen en manos enemigas se convierten en una raja púber cargada de divertimento y excitación como las máquinas tragaperras. Quizás la hermana del chico mutilado, el de un dedo menos al que ahorcarán en un árbol para jugar con él al tiro al blanco ahora mismo no sea más que la puta de un batallón que juegan con ella a ver quien la preña antes: cuando el bombo se haga notable le pegarán un tiro directamente en el útero y alegarán que es una terrorista que escondía un paquete-bomba bajo el camisón. Las muertes solo son abominables en países donde la guerra se reduce a comentarios de tres minutos en el telediario: en las naciones donde los vecinos se disparan por la espalda, los estallidos de proyectiles desmorona museos igual que edificios hechos con palillos, los cadáveres no son más que etiquetas en un dedo gordo de la morgue, palitos dibujados en un cuaderno, fotos morbosas con frases gilipollescas pseudofilosóficas en las redes sociales de algún revolucionario de salón.
            El charco del camerama se agranda cada vez y cada vez entrelazado con el barro del suelo sin adoquinar. El dedo ya está en su bolsillo –el décimoquinto en seis semanas- y del otro bolsillo cuelga un cachorrito que encontró hará diez, doce días en alguna chabola de algún guerrillero: la guerra es demasiado jodida, las provisiones a menudo se cambian por hierba, alcoholo o crack y en un par de semanas estará tan gordito que se podrá cocinar a la koreana. Otro periodista, uno de los buenos, de los que apoyan la contienda, le sacó una foto al perrito del bolsillo: en dos meses la publicará en las páginas centrales con el nombre “Hay espacio para la humanidad en medio del horror” porque el periodismo no es más que eso, tomar imágenes, palabras, darles el marketing adecuado para que se interpreten de la manera más conveniente según las simpatías ideológicas del mecenas y construir monstruos, desgracias, milagros… a la carta, engañando a ciudadanos cojos de mente cuya opinión ideológica se forman mientras leen las noticias con el café de la mañana o cagando a media tarde.
            Porque así son las guerras señores, así son los periódicos… porque quienes terminan con las vidas de los militares, destruyen las casas de los civiles, violan a las niñas del enemigo son los ejércitos, pero quienes aprietan el gatillo son las palabras… palabras que escritas con la mano zurda llamará revolucionarios a los asesinos, escritas con la diestra terroristas… cuando se intercambien las poltronas, la prensa cambiará de dueño y quienes ayer eran héroes hoy serán villanos, el Joker será amigo y todo el país perseguirá a Batman… palabras dichas por líderes gordos que jamás sostendrán una pistola, que nunca verán a sus hijos con el traje de olivo, que dormirán tranquilamente conscientes de que nunca les llegarán condolencias como pizzas a domicilio… palabras explotando a diario por el televisor cuya honda expansiva es exponencialmente mayor a la de las propias bombas, distorsionando las mentes aletargadas de una clase media conformada con el comer, vivir, follar, atemorizando a las masas ignorantes.
            Pero lo peor de todo no son las palabras, los periódicos, las mentiras… lo peor de todo es que las palabras dejarán de escucharse cuando las noticias encuentren nuevos miedos con que no huelan a moho más frescos con mayor repercusión mediática, dejarán de sonar en los estrados cuando sus oradores hayan conseguido tanto poder que le sea imposible continuar llenándose el buche sin indigestarse por su propia miseria… los periódicos se pondrán amarillos, se desharán, se empaparán con los meados de perros que nunca aprendieron a hacer sus necesidades en la calle, servirán para envolver bocadillos, para encender parrillas en los asaderos… las mentiras terminarán por caerse igual que una hormiga gigante, demasiado peso para una estructura tremendamente frágil, porque las mentiras crecen tan deprisa que en poco tiempo su tamaño es incapaz de ocultarse detrás de cualquier cortina… las palabras se enmudecerán, los periódicos se quemarán, las mentiras se descubrirán, los odios cambiarán, pero las muertes, el terror, los maridos viudos, las hijas huérfanas, los hermanos arrancados seguirán, permanecerán, el horror, el miedo generacional perdurará y entonces ¿qué nos queda?

            

sábado, 24 de agosto de 2013

Escrito (24/8/2013)

Prórroga.
            Supongo que lo matarían las pastillas matarratas: al fin y al cabo, no era más que una de ellos, pero con un poco más de publicidad. Tobín, el hámster del niño despertó tieso, pero se alegró, por primera vez desde la otra defunción hace año y pico, pensando en que tal vez en el cielo de los roedores las rueditas por fin lleven a alguna parte y los gatos nazcan sin garras ni colmillos, amarrados a la jaula para que puedan vengarse de ellos. Si hubiera sido más grande probablemente lo habría metido en la sopa para darle consistencia.
            Lo empuja con un dedo, lo huele, lo examina… incluso le toca con la lengua pensando que la muerte no sea más que una enfermedad contagiosa, un hecho que es más real por aceptarlo que porque de verdad sea inevitable, caprichosa, llegando solamente cuando todavía no hace falta igual que un vecino entrometido tocando el timbre siempre en plena siesta. Nunca ha sido religioso o tal vez sí, apenas lo recuerda: prefiere ser consecuente con su idea de que no somos sino una cáscara de nuez sin fruto, así que agarra al bicho y lo tira por el retrete… adiós Tobín, adiós responsabilidad, adiós sentido.
            Apesta y hoy deber ir a la psicóloga: en el curro le han hecho un despido pactado como favor y le aseguraron que si va a dos terapias mensuales, cuando se cure, le reharán contrato y lo devolverán a su puesto de mierda cargando, empaquetando y clasificando zapatos de imitación importada bajo las órdenes de un niño con la mitad de su edad que se mata a pajas por las tardes pensando en la segurata de 100 kilos con el pelo al rape –puto degenerado- deseando cobrar el sueldo cada 30 para comprar el nuevo videojuego, un par de blusas de leñador y quizás reunir el valor suficiente para invitar a la gorda a un trozo de tarta y una copa… papi, mami, pondrán la pensión completa.
            Terapias bimensuales… duchas cada quincena… cortes de pelo cada mes, cuando su hermano el estilista viene a visitarlo, a traerle las bolsas cargadas de galletas, pan y superioridad, recordándole la mierda de vida que tiene, lo maravillosa que fue y lo cobardemente que está actuando por no asumir, tragar, digerir… los mierdas cuyas mentes viven en la utopía de anuncios de compresas y detergentes, donde los dolores menstruales parecen ser el cenit de la feminidad, donde la ropa sale ya planchada de la lavadora, se piensas que la tristeza, el odio, el asco hacia uno mismo es un trozo de filete seco, pero comestible a base de masticarlo, culpando de miserables, vagos y conformistas a quienes se limitan a pasar hambre, alejarse del banquete del mundo para comer los desperdicios de los contenedores repartidos por los vertederos de redes, ondas y columnas, tapados con una manta cosida a base de autocompasión, culpa y hasta mierda de culo en el caso de quien lleva al extremo, convierte en deporte nacional el abandono de la propia higiene, de la propia nutrición, de la propia dignidad… estos mierdas cuyas mentes viven en la utopía de calles asfaltadas con caramelo y chocolate negro deberían cerrar un poco más la boca, dar menos consejos, más abrazos, mancharse con un poco de mugre humana sus trajes blancos de psicólogos sin grado e invitar a una puta cerveza a estos despojados, tomarla con ellos en el trono de su desgracia y hasta follarse juntos a un par de chicas en el mismo colchón… han hecho más por el avance social de las mentes marginadas, adictas, destruidas por la locura, un par de buenas noches a base de borracheras, sexo y un par de rayas con amigos de verdad, no de los que llevan una botella de vino en las comidas, sino que saquean tu nevera sin ni siquiera decirte hola, no de los que tratan de usted a tus padres, sino de los que le miran el culo a mamá e intentan llevarse a tu hermana a la cama, no de los que se dedican a recitarte frases precocinadas leídas en libros de autoyuda, sino de los que se quedan hasta las tres de la mañana simplemente escuchando tu llanto con la teletienda de fondo para irse a la obra a las 6 y media sin desayunar… que todas las consultas, confesiones de parroquias y rezos por los almas que han cubierto la tierra desde su peste hasta el día de hoy.
            Y así transcurren los días: cargados de caridad por compromiso, ignorancia porque a cada uno le preocupa más su propia vida y pagas con el sello de la oficina del paro para sobrevivir a duras penas con una docena de huevos en la nevera, un pack de 24 rubias y medio limón cortado, ese que parece que ya viene de fábrica, integrado plenamente en el frigorífico como el propio congelador, igual  que una niña tetona en un colegio nuevo.
            Entra a la ducha, con las manos todavía apestándole a la rata muerta y cuando el agua lleva ya unos cuantos minutos corriéndole por la cabeza empieza a masturbarse… el baño no termina cuando se enjuaga el poco champú que deja derramarse desde la coronilla hasta los pies sin restregarse, esperando que el plato de ducha tenga unos gnomitos mágicos que le purguen la guarrería de los entrededos… el baño llega al último acto cuando el semen se deshace por el sumidero. Aún sin secarse, va a la nevera, agarra el  pack y tomándolas una a una siente el calor quebrarle la ronquera que le ha vuelto cuando retomó la virtud de fumar sin escondites, notando el frío destruirle cada gota de salud igual que el ácido sulfúrico descostrando los pedazos de mierda seca en el retrete, viviendo como el cerebro por fin se olvida, adquiere un tinte inerte del sujeto que no es consciente de sí mismo ni su entorno y se emborracha acurrucado en un sofá de espuma blando como un chuletón deshuesado y podrido puesto al calor de las moscas durante días. Su mujer jamás le habría dejado mojar los cojines, embriagarse a las 11 de la mañana, tocarse en la ducha donde se bañan todos juntos en domingo… pero ella ya no está… el hámster ya no está… el hijo de seis años ya no está… un volantazo demasiado brusco en la curva del barranco en la playa, tratando de evitar pasarle por encima a un pajillero –jefe de algún viejo- en moto con poca experiencia en el manillar, con más postureo que kilómetros encima de la japonesa y directos al fondo de la caldera: al menos la muerte fue tan lenta que le dio tiempo a despedirse.
            Exprime la última lata… busca debajo del sofá… saca el revolver… una única bala, un giro de tambor y la moneda se tira al aire cada quince días tratando de escoger entre una hora de monsergas con una licenciada que sabe mucho del cerebro, pero poco de los problemas o acabar del todo con 5 simples gramos de metal… así de frágil es la vida: hacen falta un enamoramiento o un desahogo rápido con la fea de la barra, un deseo profundo de dos almas caminando unidas o un condón mal puesto en un baño con el bombillo tintineando, un embarazo de 36 semanas más horas de indecible dolor para apañar otra vida, otro sujeto al que cuelan en una fiesta para la que ni siquiera lleva traje, regalo o invitación y tan solo un disparo, un arrebato iracundo, un desliz con el coche… para reducir a recuerdos, agonía e intangibilidad una vida cargada de amor, esperanza y objetivos en común.

            El tambor se detiene… el cañón está en la sien… el gatillo avanza hacia atrás… la bala estaba en otro hueco: quince días más intentando comprender… 

jueves, 22 de agosto de 2013

Escritos (22/08/2013)

Desgraciados.
            Un pene tan torpe fue incapaz de llevarla al orgasmo: debió acariciarse con la yema del índice mientras le lamía las tetas incapaz de conseguirlo sin imaginar un cono de nata-fresa.
            El típico virgen de 24, manchando aún las sábanas que su madre planchaba cada miércoles, con historias inventadas acerca de relaciones idílicamente salvajes como las guerras espartanas escondiendo una vergüenza absurda de un país virado que le da tanta importancia paranoica a echar la primera corrida como a conservarla hace cincuenta años. Entró al bar dispuesto a su primer contacto, a su primer encuentro con la hombría, a su primer desengaño serio descubriendo que las fantasías pornográficas de guionistas con más perversión que experiencia, los delirios de grandeza de chavales algunos años más jóvenes que él o la dulzura del polvo entre las sábanas de un colchón suave que ni siquiera chirría en películas siesteras emitidas en la hora del café no son más que exageraciones deliberadas para reírse en secreto de los púberes que prueban la humedad cavernosa por primera vez y descubren que lo único que han conseguido es seguramente equivocarse de pareja para el desflore, llenar un condón demasiado pronto y andar otro par de años buscando hasta que llega la ansiada segunda ocasión, casi tan frustrante como la anterior, pero al menos con el estrés liberado del desconocimiento.
            Tres, cuatro, seis años esperando a su princesa, a la adecuada, a la elegida… tres, cuatro, seis años resistiéndose a la brutalidad del “aquí te pillo…” en juergas de botellón y porros… tres, cuatro, seis años soportando burlas de amigos pícaros que solo habrían catado dos o tres mujeres multiplicadas exponencialmente en sus discursos ególatras… demasiados años con los huevos cargados en exceso le llevaron a la rendición, a asumir que las princesas se murieron con los bolcheviques, a comprender que el sexo fusionado con amor no es más que una barbaridad retórica de poetas maricas escribiendo serenatas a la luna siempre eterna, sonetos a la dama idealizada, rimas a la Venus de mejillas sonrosadas… en el fondo quieren follar lo mismo que un viejo gordo asiduo a los burdeles, pero al ser feos, insípidos, pobres, pero con un puñado de vocabulario requieren a los versos para poder meter con la gorda de la clase refugiada del mundo entre libros y pasteles. Follar. Las parejas, las parejas no follan: fusionan sus cuerpos en uno para el mayor éxtasis de unión, funden su intimidad última para enseñarse que no tienen secretos mutuos, intercambian fluidos, caricias, cochinadas y escupitajos si la cosa se pone guay porque no están follando, están haciendo un gesto de confianza compartida en el que se entregan al todo por el nada disfrutando más por el placer ajeno que por el propio… pero follar es lo que se hace cuando no hay mayor roce que la excitación de unas tetas descomunales o en el mejor de los casos cuando admiras más el ancho del cerebro de quien deseas tirarte que el de su miembro: follar es un acto de posesión, de violación consentida… follar es lo que les queda a las solitarias de barras de bar soñando que si se dejan tomar un par de horas puede que quien controla todo desde el palco se apiade de su tristeza y les premie con un hombre de verdad que no tema usar la cama también para dormir con ellas… follar es lo que les queda al incomprendido, al rarito, al fracasado para quien la alegría al natural es una quimera extraña inalcanzable como unicornios azules, el feo, el inútil, el ignorante que se refugia en los paraísos artificiales ocultos tras los fondos de botellas, sobre la punta incandescente de los cigarrillos, adentro de las vaginas tristes con hijos que nunca parirán.
            Decidió desdignificar el sexo, reducirlo al orgasmo, centrarlo todo en la eyaculación, así que con su piel lechosa como la de un enfermo de ambulatorio, las lentillas colocadas torpemente ulcerándole los ojos y un traje ridículamente elegante, tanto que resultaba tierno, se camufló entre la maraña de algún pub infame en el que intentando ocultar la peste del humo, el sudor y las cisternas sin vaciar la dueña estaba empeñada en intoxicar a los parroquianos con el odioso ambientador “a bosque” y las chicas, casi señoras, estaban bañadas con colonias de chinos vendidas al peso igual que la fruta del supermercado… la mayoría de los tíos se caían borrachos en la pista intentando conquistar el bajo de las faldas –hoy importa más lo que esconden las bragas que lo que esconden los pechos-, otros lloraban silenciosos delante de sus cuba libres, atrapados en ese lugar tramposo a medio camino entre el sueño y la evocación en el que todo puede ser, pero nunca será jamás. Hay un viejo recogiendo las copas, tomando los fondos que se dejan los clientes y el aire acondicionado está puesto demasiado fuerte, tanto que logra extender el suave olor a puticlub. Todo es tan profundamente depresivo que es imposible dejar de sonreír.
            El muchacho no quiere ser leona, sino hiena, así que decide buscar a la presa más débil, a la gacela coja, a la perra viejo en celo. Escucha una discusión entre la camarera y una mujer madura, de labios siempre agrietados y el pelo rubio con la fila negra en medio… tiene ese par de tetas descomunalmente grandes que gustan objetivamente, rompiendo gustos, moldes y patrones, de esas tetas tan descomunalmente grandes con tres venas verdes por arriba, tan pesadas que son más bonitas con el sujetador puesto que desnudas tapando el ombligo.
-¡Te faltan quince céntimos!¡No te pienso dar el botellín!
-Joder, ¿me estás regateando quince céntimos de mierda!
-¡Te puedo decir lo mismo!¿No crees?
            Su oportunidad: no existe nada más sexy que los héroes sin su máscara.
-Yo los pago-dijo el chico estampando las tres monedas sobre el mostrador.
            La cincuentona lo mira de reojo pícaramente: es feo, es primerizo, es lo que hay… un polvo algo más bestia de lo normal es suficiente para quitarle todos los granos de la cara.
-Gracias –le dice mientras acaricia el muslo del muchacho- ¿cómo te llamas?
-Soy poeta –está demasiado nervioso, ya casi hasta está empalmado.
-¿Poeta?¿Vienes a buscar historias?
-Algo así –finge seguridad.
-¿Tú solo?¿Tú novia te deja salir sin ella?
-No tengo de esas…
            Un par de roces más, algún baile dejándose sobar el culo, apretándole la entrepierna y en dos horas ya estaban en el piso de ella.

            Lo dicho: eyaculación tan precoz como un sietemesino, sensación tan vacía como latas de cerveza en la playa a las 3 de la tarde y dos miserables que ni siquiera volverán a coincidir regalándose una noche de ficción, embustes, insatisfacción… una noche muerta entre semen, alcohol e inexperiencia rota… una noche que solo recordarán por ser la primera vez de ambos: el escupió sin haberlo hecho nunca, ella dormirá acompañada hasta que la vergüenza le salga salir disparado del somier.       



 Estancado.
            La verdad no es más que una bola viscosa de pelo negro noche.
            La verdad no es sino la apisonadora implacable de las mentes ocultas, el triunfo que nunca llega a tiempo para las mentes luciérnagas, mentes destacadas, mentes que condenadas por el hambre se desperdician fregando escaleras en pisos extraños.
            La verdad es una invisible, real como la respiración propia, tan ácida que algunos, muchos, demasiados eligen dejarla atravesada en su esófago antes que tragarla, resistiéndose a su sabor igual que los niños caprichosos apretando la boca contra el tenedor de acelgas, sabiendo que jamás podrán vencer lo evidente porque contra lo inevitable la mayor posibilidad es el retraso, nunca la evitación.
            El mundo revienta en pedazos, trocitos cayendo en cascada como piezas de puzle derramándose caja a bajo. La tierra es poco más que una partida de póker donde los tahúres, avariciosos, guardaron para sí cuatro ases, cuatro reyes, cuatro reinas y engañaron a los iletrados, a los hambrientos, a los conformistas con el resto de una baraja insuficiente, sucia, marcada por los bordes. En despachos escondidos los señores de corbata juegan al ajedrez con peones de carne y hueso en tableros de parquet, apuestan almas intentando recuperar la propia, pero cada alma es un traje hecho a medida para cada cuerpo en exclusiva. Su voracidad es insaciable, continúan devorando sin conocer cuál es realmente el tipo de hambre que les mueve, devorando mujeres sosteniendo el cuerpo cubierto de moscas de sus hijos destripados con la metralla aún caliente dentro de los intestinos, devorando ciudades arrasadas por bombas cayendo como tomates desde el cielo reventando como úlceras sangrantes, bombas forjadas no a base de metal, sino con el odio, la sinrazón humanas en la carrera por extinguirse antes de que el creador, aburrido, decida destruirlos –la soberbia del ser humano es tan letal que de seguro elegiría el suicidio con tal de quedar por encima de los dioses-, devorando a niños parricidas reconvertidos en soldados con el cerebro untado en coca para olvidar que ahora su fusil no es de juguete… devoradores de inocencia, pureza, bondad, escribiendo en sus cuadernos donde los hombres se reducen a porcentajes, ganancias y estadísticas, haciendo cuentas sobre los ataúdes que deben llenarse al año para rentabilizar el exceso de proyectiles… la muerte nunca ha sido un negocio exclusivo de las funerarias: el dinero no se imprime con tinta, sino con agonía, desesperación, catástrofe. El planeta está implosionado, un estómago consumido por sus propios jugos, llamas fatuas deshaciendo los pactos con Dios, negociando con demonios, amasando fortunas con la harina hecha de granos de miseria.
            El miedo es la aguja que cose los labios del analfabeto. El conformismo es la droga aletargante de la cobarde clase media. Las medallas, los aplausos, los discursos grandilocuentes de palabras como blancos sepulcros son la zanahoria que dominan al fanático… marionetas que se dejan seguir metiendo manos por el culo con tal de conservar el status quo.
            Cuatro quintas partes de la humanidad elige convertirse en vacas hiperalimentadas, comiendo noticias prefabricadas en telediarios deliberadamente alarmistas, desoladores, evasivos, donde la información se disecciona, filtra y recompone al gusto de la quinta parte dueña del establo del mundo… Cuatro quintas partes de la humanidad se destruyen mutuamente cargando estandartes de medias lunas, cruces, izquierdas, derechas, rojos, mientras sus líderes lo observan distantes tras una jaula de oro desde donde los disparos suenan tan lejos que parecen petardos, juegos infantiles para divertir el capricho avaricioso de una minoría… Cuatro quintas partes de la humanidad se apuñala por la espalda para obtener los favores, las migajas que se caen de la mesita del comedor de los glotones de miseria…
            El único fin posible es la revelación por las mentes de movimiento constante: el agua estancada forma charcos de podredumbre, el agua fluyendo desata tempestades, remolinos, cataratas que humillan a buques como si fueran de periódico… El único fin posible para la victoria es que las mentes de movimiento constante con vocaciones artísticas reciten en la calle más que en los bares bohemios, cubran de pinturas las paredes de bloques ruinosos en lugar de marcos casposos en museos fantasmas, canten gratis en los parque con el mismo valor incensurable de los pájaros azules sin preocuparse por discos de platino, estadios llenos o listas de ventas… en las mentes de movimiento constante está la llave maestra, la aguja del pajar que convierta guerra, asesinato, violación, mentira, abuso en palabras desfasadas utilizadas nada más que por profes de historia.

martes, 20 de agosto de 2013

Escrito (20/8/2013)

Poesía de la locura.
            Todo comenzó en los tiempos desquiciados donde el placer se confundía con la humillación. Vender la esencia a precio de saldo fu su pecado, su hipoteca al mañana sellada con lágrimas que nunca se dejaron escapar, secas por la materia.
            De aquella noche todo lo destruyó salvo el teclado al que se aferra como un salvavidas sin aire: es inútil, nunca conseguirá devolverlo a la superficie, pero igual que un niño defendiéndose del hombre del saco con un peluche sin vida, despelusado y hediendo a húmedo, suelda su alma al instrumento pensando que tal vez así el “do, re, mi” de su inocencia pueda trasportarlo a un donde seguro cuando la muerte solo eran mentiras de viejos y el dolor se reducía a pies descalzos pisando piezas de lego.
            Ocho billetes de cien recién planchados… Tres penes erectos reluciendo suciedad… … tres condones desenrollados y solo dos rellenos: Murphy es un duendecillo travieso que se lo pasa bien robando el oro de los pobres… un artista polivalente llenando la nevera gracias a sus teclas, su máquina de coser, su brocha fina pasando por temporadas de desesperación y creatividad oculta desafiado por el hambre, la tentación y el demonio en búsqueda de maricas desesperados, un demonio que astuto dejó los cuernos colgados en el perchero del infierno y se disfrazó con carteras llenas, culos apretados, soluciones rápidas… tres viejos, “maduritos interesantes” con pasta se ofrecen a pagar un mes de alquiler, un piano nuevo y un par de partituras clásicas, a cambio solo una corrida por cabeza y silencio tan espeso como los charcos de esperma en una alfombra persa. El trato es simple y tan solo sería una vez, jamás lo había hecho, nunca volvería a repetirse, es un hombre íntegro que demasiadas veces cambió la creatividad de la aguja por la tosquedad del martillo: por una vez elegiría el “easy mode”. Pero a la integridad le basta un único patinazo diminuto para desnucarse escaleras abajo: el mal sobrevive galopando en un charco de aceite porqué vive acostumbrada a ahogarse en su propia fatuidad, pero la honestidad es demasiado orgullosa, tanto como una mujer despechada a la que una única, primera, irrepetible traición le sobra para desear vengarse y el SIDA no parece una mala opción de vendetta.
            Le dan seis meses, seis años, seis días… depende de la ineptitud del médico el tiempo varía, pero se la suda, porque lo único que puede aliviarlo una migaja no son quinielas de chamanes pedantes por haberse leído un par de libros más que el brujo de una tribu descalza: es aporrear iracundo el teclado comprado con cheques de salud al portador, soñando con que el odio de sus blancas, de sus negras llegue hasta la butaca del auditorio donde se sienta embelesado su verdugo, soñando con que en el salón del vampiro cuelgue su lienzo pintado con esputos, soñando con que la bufanda cosida con la sangre infectada de sus yagas ahorque el cuello de su guadaña… el poder del artista con una causa supera la letalidad de los ejércitos: por eso los chicos del sofá que raptan la libertad de los países, entierran sus urnas, amordazan a sus intelectuales, lo que queman son libros, partituras y periódicos, nunca videoconsolas de última generación o botellas de whiskey barato.

            El sudor sella la marca de su culo a una butaca desatornillada: es la hora del almuerzo. Abre la nevera y solamente un desayuno, un almuerzo, una cena… un melocotón, una caja de magdalenas, un yogur de crema: la enfermedad vuelve los estómagos débiles, caprichosos y atrofiados… es de noche y la primera cucharada le resulta tan simple, tan inocente, tan libre de juicio, culpa o amargor que durante unos segundos el mundo no es más que una línea dibujándose desde el final sin el peso de tener que dirigirse hacia ningún lado en concreto: tan solo tejer sin patrones, tocar sin pentagramas, pintar sin marcos… Y dejándose abducir entre las notas expectantes de Ludwig, Ludovico y Lee Ru-Ma, agradece a lo miserable de su estado que por fin haya aprendido a valorar el sabor tan dulce de lo insignificantemente cercano.

Relato (escrito en el 19/8/2013)

Héroe.
            No es más que una broma negra, un embuste consentido disfrazado de inocencia, un juego de soberbias contra Dios.
            Cuatro letras en la enfermedad y las pastillas sirven tanto como el lápiz blanco del estuche: solamente unos cuantos calmantes de la ruleta de drogas le hacen más llevadero los dolores, los espasmos, los temblores sacudidos por una mano gigante que le aterroriza anunciándole las diarreas como chorros de piscina, los sudores fríos sobre la fiebre a 40, la tos insistente que alguna vez le partió las costillas con su fuerza pugilística, pero el dolor no es lo que lo atemoriza como una paloma rodeada por niños imbéciles pisando cerca de ella… su pavor es saber que el cuerpo será un trapo moviéndose aleatorio como el jazz clásico y que un virus invisible hasta al microscopio lo doblegará durante los ataques, lo tendrá sometido inevitablemente como las putas que aceptan el dinero de un cliente por adelantado… su terror es su orgullo, porque en su miseria lo peor no es tener a la muerte pegada al culo como el pelota de la clase, sino saber que poco a poco irá perdiendo su dominio sobre las funciones del cuerpo, del apetito, del gusto… incluso llegará un tiempo en el que lo amarrarán a la silla de plástico color blanco deprimente, de algún hospital ruinoso como su salud, en el que aspirantes a enfermero demasiado gandules para terminar el bachillerato le bañarán con una esponja que probablemente haya pasado antes por los huevos del algún viejo medio vegetal... no existe un peor castigo para el ser humano que ceder su poder fatuo a terceros, a subordinados, a hijos que visitan dos tardes por semana, porque en la inmensa pedantería del hombre su peor talón de Aquiles es descubrirse dueño únicamente de su propio despojo: todo lo demás es una migaja que le sobra a Dios en los bolsillos.
            Normalmente no le da tiempo de llegar hasta el baño y los vómitos de sangre cubren por completo el lienzo, esos cuadros surrealistas de princesas con tres piernas escupiendo sobre la corona que solamente valorarán en un par de siglos como a los del de la oreja, mientras que petardos con demasiado dinero y poco tiempo para leer compran sopas de tomate en lata alimentando el ego de un payaso mentiroso que se aprovecha de la paranoia del ignorante con poder para jugar a ser artista… después de todo si Picasso al principio no hubiera seguido las normas quizás habría sido un imbécil disléxico que colocaba las narices en lugares equivocados… la energía más peligrosa del mundo no es la bomba atómica, sino el atrevimiento de los imbéciles.
            Con su propia sangre continuaba descubriendo los trazos escondidos porque si de ella se parían los fetos del dibujo, ¿porqué no dar a luz con ella misma? El dolor desencajaba su estómago como si dos gatas en celo se peleasen en las tripas por una rata muerta, los coágulos colgaban desde la barba igual que pequeñas estalactitas soñando con huir del techo y en su propia agonía las mejores drogas son una palmadita en la espalda, tan bienintencionada como inútil: solamente pintar lo mantiene sin ganas de volver a rajarse las muñecas, solamente esperarle volver del trabajo para que le pase un trapo limpio y húmedo por los labios, le bese en la frente y con una descarada mentira le diga lo guapo que está hoy es lo que le da motivación para estirar una vida de mierda algún par de años más, lo justo para que la goma se rompa igual que cuando se infectó, pero esta vez le de en medio de los ojos igual que una bala irremediable, fulminante, tan irreversible como la mierda que se caga.

            Una pensión vitalicia para sobrevivir que se va mayormente en medicinas y marihuana: el resto, para la comida, se gasta en pinturas, caballetes, telas, que nunca verán los museos, las casas de subastas, ni siquiera los hoteles de dos estrellas donde follan suecas jóvenes, borrachas por la labia empalagosa de chicos del lugar… la enfermedad lo consume, sin cura, sin remedio: su único alivio pintar y esperar, esperar a su príncipe gordo cargando bloques en algún edificio a medio hacer… pintar y esperar, esperar a que el pincel nunca se parta y pueda continuar expresando al virus en forma bella, porque la hermosura suprema consiste en escupirle al dolor mientras sonríe, justo cuando piensa que ya te sometió, que ya te suicidó, que ya te robó el hambre… pintar y esperar, esperar a que la fiebre lo enloquezca y entonces ahí, quizás ahí, por fin dar a luz el mayor cuadro jamás pintado, ya que, en un mundo enfermo de cordura, patrones y modas ser loco es el único modo posible de conservar algo de individualidad, de autenticidad… para conseguir ese casposo deseo de la salvación mundial debemos permitir que las mentes de las nuevas generaciones sigan destruyéndose por la locura, porque una mente desquiciada no es tan horrible como pudo pensar el poeta mientras aullaba a la luna escribiendo en su cuaderno, porque en una vida loca donde la mitad de los niños mueren de inanición, desnutridos, chapoteando aburridos en el agua mustia y negra como el humor de Dios igual que palomas del parque con el buche tumoroso refrescándose en los orines de los perros mientras que la otra mitad de la infancia se asfixia por sus lorza que oprimen el corazón con grasas de laboratorio y aguas envenenadas con colorines, gases y azúcares, poseer una mente enloquecida es el gesto de heroicidad suprema porque en un mundo donde ya existen demasiados retratos de paisajes con el claro de luna sobre la orilla con dos enamorados besándose sobre las rocas, pintar un cuadro en tinta de sangre por el puño de un enfermo atrapado por la pasión de lienzos que tal vez solo se usarán para tapar los huecos rotos de las paredes descorchadas, sea la única salvación posible.

jueves, 15 de agosto de 2013

Escrito (15/8/2013)

V
            A pesar del cráneo roto el maquillaje seguirá intacto.
             Al final de cada noche los aplausos se retienen solamente unos segundos más en los oídos, pero nunca claros, solamente escupitajos de palmas que chocan entre sí como monos en celo algunos borrachos que se acercan a la terraza para reírse a menudo más “de” que “con” los maricas, aplausos que  como el eco distorsionado de un antiguo cassette al que se le están terminando las pilas morirán irremediablemente en el lugar donde se entierran los cadáveres de perros muertos que jamás van a visitarse, aplausos que se consumirán como garrapatas clavadas por accidente en un hueso del que no puede brotar sangre, aplausos que se desvanecerá como los amantes de una sola vez, uso único como el filtro de los cigarrillos, tirados al fondo de la alcantarilla dejando rastros de cáncer, culpa, ardor, pero jamás de satisfacción: el placer del momento se diluye a la misma velocidad que el humo en un incendio y la denigración es tan decadente como la de una madre alcohólica que asfixia a su hijo dormida sobre él en plena borrachera… en el camerino cutre de un bar de ambiente “Sirena”, nombre artístico de un transformista de voz metálica, nula en solfeo, torpe en el baile, pero con un carisma equivalente a la de astros del fútbol, con una feminidad en los movimientos que hacían olvidar lo postizo de su vagina, con tantísima energía que las tablas del escenario se podrían al acabar su espectáculo que Sirena fue siempre la presentadora y atracción personal de un bar donde llegaron a ir incluso alcaldes, ministros y empresarios a cara descubierta: lo gay está de moda, los billetes y votos rosas tienen el mismo valor que los verdes… la hipocresía es una máquina antropofágica que consume los ideales igual que serpientes famélicas engullendo ratones vivos parapléjicos.
            Los aplausos se pierden, los chistes verdes ya no tienen ni picante ni gracia, el micrófono se apagó hasta mañana como un halcón con la capucha sobre los ojos y en ese camerino cutre solo hay una toalla rasposa para quitarse el sudor y la purpurina, algunas botellas de agua y un fan joven tímido y feo que con la excusa de pedirle un autógrafo acabará llevándose la mejor mamada que nunca imaginó, pero solo eso: una mamada… escupirá el semen y no dejará que nadie la penetre, además, todo lo harán vestidos, porque ella es chica de uno, de uno al que picó el bicho para dejarle el veneno verde, un bicho con veneno viejo que ya puede curarse, pero la salud de maricones con condones rotos no es tan popular como la de niños con cáncer de médula, prolongarle días a los chupapollas viciosos es publicidad negativa para empresas farmacéuticas que no viven de la salud, sino de la enfermedad, del bienestar, sino del dolor, del producto estrella anunciado en el televisor antes de la “Coca-cola”, justo después del jabón de los payasos, porque una cosa es que presidentes de empresas farmacéuticas se fotografíen con Freddy, Nureyev, Hudson y otra que le limpien las sábanas manchadas de mierda, sudor y escalofríos al homosexual anónimo que eligió, contra toda naturaleza, un estilo de vida predestinado a la autodestrucción.
            Es chica de uno, de uno al que le picó el bicho y que desde antes de que fuera legal le pidió matrimonio con anillo y todo, porque con papeles o no, casarse no es más que la simbología inútil de un hecho ya consumado… chica de uno con la que tras hacer el amor –siente que solo folló una vez en su vida, solo con el primero, un taxista versátil con los huevos demasiado cargados como para aguantar hasta que terminase la jornada- le gustaba rodearse cinematóficamente entre sus brazos: rodeado, protegido, tapado por un varón cálido como las tetillas de las perras recién paridas cuya leche es un pretexto, un trámite, un intermedio burocrático para amantar a sus cachorros con seguridad, compenetración y fidelidad, porque el amor no trata de rosas, velas y luz de luna, el amor se trata de saber que cuando estés cagando sangre por el retrete habrá alguien que limpiará las baldosas del suelo mientras te prepara el cocktail antes del desayuno.
            Es chica de uno, al que le picó el bicho, que le dejó un anillo que tiró hace tiempo contra los riscos de la playa sabiendo que el agua termina por convertirse en nube, justas, por encima de todos siempre humillándonos soberbias sin distinción alguna.
            Sirena… camarera del local, soportando los pellizcos en el culo de viejos verdes confundiendo ser libres con ser unos completos gilipollas, que una vez tuvo que salvar la noche con su cara, su pensamiento rápido, su “el fracaso ya lo tengo” sustituyendo a la diva del momento atrapada en un atasco a diez minutos de empezar el bolo.

            Hoy es la estrella, la diosa, la elegida… la marica asesinada con los sesos por encima de todo el bordillo: un par de chicos con la cabeza al cero y un par de bates. Un cerebro desmigajado tratando de escapar del cráneo de una víctima del pensamiento anacrónico, pero con el maquillaje intacto, porque a pesar de la irracionalidad, de la violencia, del desprecio el odio no es más que un fuego fatuo que alumbrando demasiado se consume pronto gracias al peso de su propia porquería y mientras hayan maricas con los cojones suficientes para “hablar por su diferencia”, el maquillaje siempre seguirá intacto.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Dos escritos (14/8/2013)

Fantasía 2000.
            Hoy he violado a Mickey Mouse: lo penetré duro recordándole que para mi no estaba siendo más que un ano, un juguete, un desahogo de mi ira –ni siquiera me despierta libido- al que desprecio profundamente gracias a esa sonrisa patética, a esos guantes de cirujano patoso, a esa voz afónica de niño acomplejado. Me da asco: es idéntico a los líderes autoproclamados, elegidos, cambiados cada cuatrienio en urnas de cristal fino que estallan como pompas de jabón cuando vibran por culpa de las carcajadas del congreso, repartiéndose el país, jugando al “Monopoli” en tres dimensiones, intercambiando sillones, cargos y ciudades como estampas repetidas en el patio del colegio… me da asco Mickey Mouse: con su humor barato, con guiones que escriben siete u ocho becarios, con su simpatía ensayada delante del espejo pretende que nos olvidemos de que en el fondo no es más que una rata que apesta a cañería húmeda.
            Hoy he violado a Mickey Mouse: cuando estaba a punto de correrme saqué mi pene y eyaculé en el colchón… no deseaba irme ni dentro ni sobre él, porque mi esencia tangible más profunda no puede rebajarse a entrar en contacto con un cretino, con un falso humilde, con un hipócrita que se erige como amigo de los niños que cuando llega a su castillo apoya las patas sobre Minnie, fumándose un purito con Walt, contando las montañas de monedas conseguidas con la perversión de la inocencia infantil. No… mi semen está reservado para otro: el semen hay que derramarlo en el interior de un chico rubio y virgen que te elige a ti, solo, irreversible e irremisiblemente por primera vez a ti para que tomes su intimidad más íntima sobre las sábanas destartaladas de un colchón de muelles saltarines… el semen debe echarse sobre los pechos de una desconocida cuyo nombre puede ser mentira, una mujer semiebria que descubres en la barra de un local de moda haciéndote soñar con su vagina que deseas irracional, desesperada, bestialmente que sea tan dulce como su voz, tan agradable como su conversación, tan amarga como su infancia… el semen se escupe en el útero de quien deseas que lleve el peso de tu miedo, tu desesperanza, tu tristeza compartiendo el clímax último del sexo que por encima del orgasmo es la compenetración… el flujo, el semen no debe desperdiciarse en una rata de pantalones rojos, porque el esperma es el cenit del amor, del deseo, del entregamiento masculino… al final resutla que el amor su expresión última resulta ser viscoso como la miel cálida.
            Hoy he violado a Mickey Mouse: cuando acabé tomé a ese roedor por su nariz tumorosa y lo arrastré hasta el retrete… llamé a mi sobrina de dos años… la senté en el lavábamos… tranqué la puerta con llave y la he obligado a mirar mientras ahogaba en una mezcla de agua, odio y heces a su héroe de la infancia en el fondo del inodoro… el bicho pataleaba porque incluso los parásitos más pequeños son demasiado orgullos ante la muerte creyendo que resitiéndose con furia física podrán superar los deseas de esa caprichosa con guadaña. La niña llora, muerde, patea… intenta arrancarme a Michael de las manos, pero la sujeto por el cuello y le enseño como ese ratón va dejando escapar la vida en forma de burbujas de oxígeno que desaparecen… uno menos… muerto… el horno suena unos minutos más tarde…
            Siento a la niña en su tronita y saco a Donald del horno: pato a la naranja. Trincho a ese bastardo, le envuelvo con el zumo de naranja, pincho un par de trozos en el tenedor, pero la niña no quiere despegar los labios: le aprieto en la nariz, le fuerzo a abrir la boca, le atraganto con un muslo de ese pato disléxico con dicción distorcionada y cuando por fin consigo que entre sollozos le de un mordisco oigo a Pluto aullando como una sirena rota junto al cadáver de su amo.
            Pluto… siempre fue mi preferido: en un mundo grotesco de cangrejos graciosillos, hienas malvadas y pajaritos costureros este perro es el único orgulloso de su esencia, el único con personalidad suficiente para decir “guau-guau” en vez de hablar como los cerdos a dos patas, el único con pelotas para aceptar que es un perro, ni más ni menos, sin envidiar a los humanos ni intentar violar su propia alma fingiendo en vez de siendo… lo encuentro olisqueando el perro, gimiendo y lamiendo: cuando me dirijo a patearlo para recordarle que ahora es libre, de repente orina encima de la rata y empieza a corretear de un lado a otro como si tuviese en el culo un volador a punto de reventar que no puede sacarse… es normal: quien ha sido durante años una marioneta se siente perdido cuando los hilos se tajan de golpe… la esclavitud es horrorosa, pero cómoda: siempre hay un amo que te llena el estómago, te limpia la mierda de vez en cuando y si te comportas bien incluso te regala unas palmaditas en el lomo… la vida del libre es una vida de responsabilidad, elección y albedrío propio, una vida difícil, complicada, cargada de trabajo, pero la mejor vida, real, única, propia.
            Hoy he violado a Mickey Mouse en tributo a esas niñas famélicas que tiran el almuerzo a escondidas de sus madres, con tal de parecerse a una Blancanieves con cintura de avispa sometida a las perversiones de siete enanos salidos… hoy he violado a Mickey Mouse en honor de esas niñas que eligen el silencio por norma como Ariel siguiendo el ejemplo de una sirenita sumisa y muda con terror a tener opinión propia, traicionando su familia, su reino, su esencia para satisfacer los deseos de un príncipe tirano adicto a las pesas de gimnasio… hoy he violado a Mickey Mouse para salvar a todas esas niñas que se pintan los labios con brillante, que se calzan zapatitos de cristal, que se ponen trajes de gala a ras de las nalgas, pensando que cuanto más carne muestren antes llegará a rescatarlas su príncipe azul.
            Hoy he violado a Mickey Mouse porque desprecio una fantasía que convierte a las niñas en putas, a los niños en maltratadores, cuyos valores son la ignorancia como sinónimo de la felicidad, la dependencia femenina como única forma de subsistencia, la dilución del “yo” en post de la masa que debe ser seguida porque lo importante en este planeta no es el criterio propio, radical, exclusivo, sino el populismo, el capital, el encajar pasando desapercibido…
            Hoy he violado a Mickey Mouse porque no quiero despertarme por la mañana con el canto de los pájaros, con un perro que me traiga las babuchas hasta la cama, con una mujer que me deje el desayuno caliente sobre la mesita de noche… quiero levantarme cagándome en el despertador para irme a trabajar, quiero que me despierte el sonido de un pedo bestial que le salga del culo a una mujer de verdad, que babea la almohada, que lleva el coño sin depilar, que tiene el aliento apestándole a cansancio, acidez y borrachera… quiero levantarme sabiendo que el color de rosa es una fantasía inútil de ratones parlantes, donde el gris impera, done despertar es duro, donde cada logro es una batalla cargada de heridas, fracasos, desengaños… y belleza  porque el cenit de la hermosura es acostarte por la noche sabiendo que has sobrevivido un día más a un mundo lleno de decepción, maldad y trampas en el que solo unos pocos valen la pena y cuando das con ellos nada más importa porque pelear, pelear y pelear en una vida en blanco y negro es la ostia.


Penado contra la pared.
            Sangre, carne, piel descamada le saltaba a la cara como los ciscos de madera fresca violando los ojos de un carpintero con la radial en marcha… los chasquidos de la correa son secos, cortos, lastimeros, la misma correa de cuero con la que sacará a pasear a un perro mimoso, gordo y jadeante que duerme en el mismo colchón del padre custodiando la última lata de la noche, la que utiliza como somnífero para borrar las humillaciones del hoy o como mínimo hacer más sencillo el soportar las vejaciones del día en el banco, con un director hitleriano, un aire acondicionado siempre roto en pleno Agosto y una compañera de trabajo tan repugnante al físico que su fealdad se queda atravesada en el gaznate lo mismo que un olor nauseabundo y pegajosos cuando llega desde la nariz.
            Esta vez el chico se ha dejado la cama sin hacer: siempre se levanta con la barrita larga del reloj demasiado cerca de la primera hora del colegio y un crío de diez años que aún se mea en la cama por culpa de sufrir un profundo terror paternofilial se ve angustiado entre dejar los pantalones secos en el armario y llegar a tiempo a matemáticas o hacer la coma, tomar la guagua y soportar las burlas de sus compañeros de clase al verle la mancha elíptica traspirándose por las perneras… prefiere dejar desordenado el cuarto: para cualquiera con orgullo y un par de cojones las burlas, aunque sean de niñatos con los testículos sin haberse descolgado todavía, son más dolorosas que un par de correazos.
            La fustigación la hace siempre con la camiseta del niño puesta, siempre un viernes por la tarde para darle tiempo a que cicatricen y así el lunes el profesor de gimnasia no pueda ver las marcas cuando el chico se cambie para volver a las aulas… así son los cobardes: en la intimidad son monstruos de cuernas y alas aterrorizadores con un nivel de enfermedad lo suficientemente alto para cometer las mayores abominaciones, pero se cagan con “el que dirán”, con la idea de salir a la calle sin su capucha donde saben que los vecinos les escupirían en mitad de la frente si descubrieran que esa sonrisa de dientes blancos, lineales y cuadrados no es más que un escudo, una máscara de nariz larga: las calles son espejos puestos a lo largo de nuestra biografía y en la intimidad de nuestros deseos solemos ser tan oscuros que desearíamos tener el coraje suficiente para ahorcarnos… pero como somos débiles, descargamos la furia contra nuestras esposas porque ellas no son como las amantes que sostenemos a base de polvos y dinero quienes nos darán la patada cuando aparezca ese muchacho más guapo, más joven, más rico… descargamos la furia contra nuestros hijos seguros de que su voz es suave, sin ira ni poder como la del jefe al que debemos sumisión… descargamos la furia contra nuestros perros, fieles, de mirada gacha y rabo entre las piernas conscientes de que aunque les partamos sus hocicos en seis partes con la bota siempre volverán a lamernos las manos.
            A veces, desgarra tanto al niño, que le salpica sangre a la cara y esa es la alarma de frenado… el crío, febril, cojo y agotado ni siquiera grita porque sabe que así lo joderá más: los monstruos pierden su poder en el momento justo en que dejamos de mirar bajo la cama.
            Un niño sin escapatoria que dentro de ocho, nueve, máximo diez años se enroló con los de infantería para convertirse en sicario del estado y conseguir un sueldo con el que llenar la barriga, guardar unas cuantas botellas de amnésico tinto en la nevera –pero la tinta del pasado es demasiado pringosa como para que se llegue a borrar del todo… el mal recuerdo es como ámbar derretido en la corteza de un árbol conservando impolutos pensamientos intachables- y una pistola con la que fantaseará a diario con abrirle un conducto de ventilación a la cabeza de papá… lástima que con su prepotente, estúpida, cínica omnisciencia Dios considerase más oportuno un cáncer de pulmón: tal vez quiso dar señales al párroco del barrio, el que fuma dos paquetes diarios en el cementerio.
            Se sienta a leer, algo de Proust: es un padre idílico la envidia de la comunidad paterna del barrio, un señor que siempre anda leyendo con un cargo importantísimo en su banco sin vicio alguno más que media copa de vino los sábados en el porche mientras lanza la pelota al perro… lástima de hijo rebelde.
            Aprovecha que su padre está descansando los brazos para dar una vuelta por la manzana a ver si el aire le alivia un poco las ganas de desmayarse.
            Maltratado, sin mucho rendimiento en clase e hijo único, pero cuando piensas que la vida ya no puede hurgarte más en el alma siempre consigue darle vuelta a una broca todavía más grande: súmale acné prematuro, rojo encendido, relleno de pus, fingiendo ser una barba… el muchacho se entretiene en rascarse los granos mientras anda, dándose cuenta de que los otros niños se le alejan insultándole por lo bajini haciéndole cortes de mangas desde lejos, aunque unos pocos tienen la decencia de pegarle unas bofetadas y eses su momento de descargar la ira acumulada como el fuego que esconde un fósforo que todavía no han rascado contra la caja… pero hoy no tiene suerte: solo niños maricas que le insultan por lo bajini.
            Los granos, el lomo, las piernas… todo parece que va a estallar: necesita sentarse. Se acurruca contra un portal en el escalón lleno de hormigas de un edificio casi centenario y la típica vieja que vuelve con el carrito cuesta arriba lo lleva observando desde hace cien metros, sonriéndole, siempre amable como todas las viejas malfolladas y le saca un caramelo de nata del bolso que el chico coge con suma lentitud para desenvolverlo, guardarlo para el perro –el perro no tiene culpa de nada- y escupirle un buen pollo repleto de mocos a la cara barbuda de la vieja: jamás comerá ese caramelo, jamás aceptara esa limosna, jamás caerá en el engaño de los detalles dulces de una vida traicionera… su mayor desprecio más que a su padre, más que a la corre son las personas que le tienen pena, porque los tiene por falsos, rastreros, mentirosos… porque la compasión no es más el odio vestido de terciopelo, la expresión sutil del asco para los cobardes, para los hipócritas.