Desgraciados.
Un pene tan torpe fue incapaz de
llevarla al orgasmo: debió acariciarse con la yema del índice mientras le lamía
las tetas incapaz de conseguirlo sin imaginar un cono de nata-fresa.
El típico virgen de 24, manchando
aún las sábanas que su madre planchaba cada miércoles, con historias inventadas
acerca de relaciones idílicamente salvajes como las guerras espartanas
escondiendo una vergüenza absurda de un país virado que le da tanta importancia
paranoica a echar la primera corrida como a conservarla hace cincuenta años.
Entró al bar dispuesto a su primer contacto, a su primer encuentro con la
hombría, a su primer desengaño serio descubriendo que las fantasías
pornográficas de guionistas con más perversión que experiencia, los delirios de
grandeza de chavales algunos años más jóvenes que él o la dulzura del polvo
entre las sábanas de un colchón suave que ni siquiera chirría en películas
siesteras emitidas en la hora del café no son más que exageraciones deliberadas
para reírse en secreto de los púberes que prueban la humedad cavernosa por
primera vez y descubren que lo único que han conseguido es seguramente
equivocarse de pareja para el desflore, llenar un condón demasiado pronto y
andar otro par de años buscando hasta que llega la ansiada segunda ocasión,
casi tan frustrante como la anterior, pero al menos con el estrés liberado del
desconocimiento.
Tres, cuatro, seis años esperando a
su princesa, a la adecuada, a la elegida… tres, cuatro, seis años resistiéndose
a la brutalidad del “aquí te pillo…” en juergas de botellón y porros… tres,
cuatro, seis años soportando burlas de amigos pícaros que solo habrían catado
dos o tres mujeres multiplicadas exponencialmente en sus discursos ególatras…
demasiados años con los huevos cargados en exceso le llevaron a la rendición, a
asumir que las princesas se murieron con los bolcheviques, a comprender que el
sexo fusionado con amor no es más que una barbaridad retórica de poetas maricas
escribiendo serenatas a la luna siempre eterna, sonetos a la dama idealizada,
rimas a la Venus de mejillas sonrosadas… en el fondo quieren follar lo mismo
que un viejo gordo asiduo a los burdeles, pero al ser feos, insípidos, pobres,
pero con un puñado de vocabulario requieren a los versos para poder meter con
la gorda de la clase refugiada del mundo entre libros y pasteles. Follar. Las
parejas, las parejas no follan: fusionan sus cuerpos en uno para el mayor
éxtasis de unión, funden su intimidad última para enseñarse que no tienen
secretos mutuos, intercambian fluidos, caricias, cochinadas y escupitajos si la
cosa se pone guay porque no están follando, están haciendo un gesto de
confianza compartida en el que se entregan al todo por el nada disfrutando más
por el placer ajeno que por el propio… pero follar es lo que se hace cuando no
hay mayor roce que la excitación de unas tetas descomunales o en el mejor de
los casos cuando admiras más el ancho del cerebro de quien deseas tirarte que
el de su miembro: follar es un acto de posesión, de violación consentida…
follar es lo que les queda a las solitarias de barras de bar soñando que si se
dejan tomar un par de horas puede que quien controla todo desde el palco se
apiade de su tristeza y les premie con un hombre de verdad que no tema usar la
cama también para dormir con ellas… follar es lo que les queda al
incomprendido, al rarito, al fracasado para quien la alegría al natural es una
quimera extraña inalcanzable como unicornios azules, el feo, el inútil, el
ignorante que se refugia en los paraísos artificiales ocultos tras los fondos
de botellas, sobre la punta incandescente de los cigarrillos, adentro de las
vaginas tristes con hijos que nunca parirán.
Decidió desdignificar el sexo,
reducirlo al orgasmo, centrarlo todo en la eyaculación, así que con su piel
lechosa como la de un enfermo de ambulatorio, las lentillas colocadas
torpemente ulcerándole los ojos y un traje ridículamente elegante, tanto que
resultaba tierno, se camufló entre la maraña de algún pub infame en el que
intentando ocultar la peste del humo, el sudor y las cisternas sin vaciar la
dueña estaba empeñada en intoxicar a los parroquianos con el odioso ambientador
“a bosque” y las chicas, casi señoras, estaban bañadas con colonias de chinos
vendidas al peso igual que la fruta del supermercado… la mayoría de los tíos se
caían borrachos en la pista intentando conquistar el bajo de las faldas –hoy
importa más lo que esconden las bragas que lo que esconden los pechos-, otros
lloraban silenciosos delante de sus cuba libres, atrapados en ese lugar
tramposo a medio camino entre el sueño y la evocación en el que todo puede ser,
pero nunca será jamás. Hay un viejo recogiendo las copas, tomando los fondos
que se dejan los clientes y el aire acondicionado está puesto demasiado fuerte,
tanto que logra extender el suave olor a puticlub. Todo es tan profundamente
depresivo que es imposible dejar de sonreír.
El muchacho no quiere ser leona,
sino hiena, así que decide buscar a la presa más débil, a la gacela coja, a la
perra viejo en celo. Escucha una discusión entre la camarera y una mujer
madura, de labios siempre agrietados y el pelo rubio con la fila negra en
medio… tiene ese par de tetas descomunalmente grandes que gustan objetivamente,
rompiendo gustos, moldes y patrones, de esas tetas tan descomunalmente grandes con
tres venas verdes por arriba, tan pesadas que son más bonitas con el sujetador
puesto que desnudas tapando el ombligo.
-¡Te
faltan quince céntimos!¡No te pienso dar el botellín!
-Joder,
¿me estás regateando quince céntimos de mierda!
-¡Te
puedo decir lo mismo!¿No crees?
Su oportunidad: no existe nada más
sexy que los héroes sin su máscara.
-Yo
los pago-dijo el chico estampando las tres monedas sobre el mostrador.
La cincuentona lo mira de reojo
pícaramente: es feo, es primerizo, es lo que hay… un polvo algo más bestia de
lo normal es suficiente para quitarle todos los granos de la cara.
-Gracias
–le dice mientras acaricia el muslo del muchacho- ¿cómo te llamas?
-Soy
poeta –está demasiado nervioso, ya casi hasta está empalmado.
-¿Poeta?¿Vienes
a buscar historias?
-Algo
así –finge seguridad.
-¿Tú
solo?¿Tú novia te deja salir sin ella?
-No
tengo de esas…
Un par de roces más, algún baile
dejándose sobar el culo, apretándole la entrepierna y en dos horas ya estaban
en el piso de ella.
Lo dicho: eyaculación tan precoz
como un sietemesino, sensación tan vacía como latas de cerveza en la playa a las
3 de la tarde y dos miserables que ni siquiera volverán a coincidir regalándose
una noche de ficción, embustes, insatisfacción… una noche muerta entre semen,
alcohol e inexperiencia rota… una noche que solo recordarán por ser la primera
vez de ambos: el escupió sin haberlo hecho nunca, ella dormirá acompañada hasta
que la vergüenza le salga salir disparado del somier.
La verdad no es más que una bola
viscosa de pelo negro noche.
La verdad no es sino la apisonadora implacable
de las mentes ocultas, el triunfo que nunca llega a tiempo para las mentes
luciérnagas, mentes destacadas, mentes que condenadas por el hambre se
desperdician fregando escaleras en pisos extraños.
La verdad es una invisible, real
como la respiración propia, tan ácida que algunos, muchos, demasiados eligen dejarla
atravesada en su esófago antes que tragarla, resistiéndose a su sabor igual que
los niños caprichosos apretando la boca contra el tenedor de acelgas, sabiendo
que jamás podrán vencer lo evidente porque contra lo inevitable la mayor
posibilidad es el retraso, nunca la evitación.
El mundo revienta en pedazos,
trocitos cayendo en cascada como piezas de puzle derramándose caja a bajo. La
tierra es poco más que una partida de póker donde los tahúres, avariciosos,
guardaron para sí cuatro ases, cuatro reyes, cuatro reinas y engañaron a los
iletrados, a los hambrientos, a los conformistas con el resto de una baraja
insuficiente, sucia, marcada por los bordes. En despachos escondidos los señores
de corbata juegan al ajedrez con peones de carne y hueso en tableros de parquet,
apuestan almas intentando recuperar la propia, pero cada alma es un traje hecho
a medida para cada cuerpo en exclusiva. Su voracidad es insaciable, continúan
devorando sin conocer cuál es realmente el tipo de hambre que les mueve, devorando
mujeres sosteniendo el cuerpo cubierto de moscas de sus hijos destripados con
la metralla aún caliente dentro de los intestinos, devorando ciudades arrasadas
por bombas cayendo como tomates desde el cielo reventando como úlceras
sangrantes, bombas forjadas no a base de metal, sino con el odio, la sinrazón
humanas en la carrera por extinguirse antes de que el creador, aburrido, decida
destruirlos –la soberbia del ser humano es tan letal que de seguro elegiría el
suicidio con tal de quedar por encima de los dioses-, devorando a niños
parricidas reconvertidos en soldados con el cerebro untado en coca para olvidar
que ahora su fusil no es de juguete… devoradores de inocencia, pureza, bondad, escribiendo
en sus cuadernos donde los hombres se reducen a porcentajes, ganancias y
estadísticas, haciendo cuentas sobre los ataúdes que deben llenarse al año para
rentabilizar el exceso de proyectiles… la muerte nunca ha sido un negocio
exclusivo de las funerarias: el dinero no se imprime con tinta, sino con agonía,
desesperación, catástrofe. El planeta está implosionado, un estómago consumido
por sus propios jugos, llamas fatuas deshaciendo los pactos con Dios,
negociando con demonios, amasando fortunas con la harina hecha de granos de
miseria.
El miedo es la aguja que cose los
labios del analfabeto. El conformismo es la droga aletargante de la cobarde
clase media. Las medallas, los aplausos, los discursos grandilocuentes de
palabras como blancos sepulcros son la zanahoria que dominan al fanático…
marionetas que se dejan seguir metiendo manos por el culo con tal de conservar
el status quo.
Cuatro quintas partes de la
humanidad elige convertirse en vacas hiperalimentadas, comiendo noticias
prefabricadas en telediarios deliberadamente alarmistas, desoladores, evasivos,
donde la información se disecciona, filtra y recompone al gusto de la quinta
parte dueña del establo del mundo… Cuatro quintas partes de la humanidad se
destruyen mutuamente cargando estandartes de medias lunas, cruces, izquierdas,
derechas, rojos, mientras sus líderes lo observan distantes tras una jaula de
oro desde donde los disparos suenan tan lejos que parecen petardos, juegos
infantiles para divertir el capricho avaricioso de una minoría… Cuatro quintas
partes de la humanidad se apuñala por la espalda para obtener los favores, las
migajas que se caen de la mesita del comedor de los glotones de miseria…
El único fin posible es la
revelación por las mentes de movimiento constante: el agua estancada forma
charcos de podredumbre, el agua fluyendo desata tempestades, remolinos,
cataratas que humillan a buques como si fueran de periódico… El único fin posible
para la victoria es que las mentes de movimiento constante con vocaciones
artísticas reciten en la calle más que en los bares bohemios, cubran de
pinturas las paredes de bloques ruinosos en lugar de marcos casposos en museos
fantasmas, canten gratis en los parque con el mismo valor incensurable de los
pájaros azules sin preocuparse por discos de platino, estadios llenos o listas
de ventas… en las mentes de movimiento constante está la llave maestra, la
aguja del pajar que convierta guerra, asesinato, violación, mentira, abuso en
palabras desfasadas utilizadas nada más que por profes de historia.
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