sábado, 24 de agosto de 2013

Escrito (24/8/2013)

Prórroga.
            Supongo que lo matarían las pastillas matarratas: al fin y al cabo, no era más que una de ellos, pero con un poco más de publicidad. Tobín, el hámster del niño despertó tieso, pero se alegró, por primera vez desde la otra defunción hace año y pico, pensando en que tal vez en el cielo de los roedores las rueditas por fin lleven a alguna parte y los gatos nazcan sin garras ni colmillos, amarrados a la jaula para que puedan vengarse de ellos. Si hubiera sido más grande probablemente lo habría metido en la sopa para darle consistencia.
            Lo empuja con un dedo, lo huele, lo examina… incluso le toca con la lengua pensando que la muerte no sea más que una enfermedad contagiosa, un hecho que es más real por aceptarlo que porque de verdad sea inevitable, caprichosa, llegando solamente cuando todavía no hace falta igual que un vecino entrometido tocando el timbre siempre en plena siesta. Nunca ha sido religioso o tal vez sí, apenas lo recuerda: prefiere ser consecuente con su idea de que no somos sino una cáscara de nuez sin fruto, así que agarra al bicho y lo tira por el retrete… adiós Tobín, adiós responsabilidad, adiós sentido.
            Apesta y hoy deber ir a la psicóloga: en el curro le han hecho un despido pactado como favor y le aseguraron que si va a dos terapias mensuales, cuando se cure, le reharán contrato y lo devolverán a su puesto de mierda cargando, empaquetando y clasificando zapatos de imitación importada bajo las órdenes de un niño con la mitad de su edad que se mata a pajas por las tardes pensando en la segurata de 100 kilos con el pelo al rape –puto degenerado- deseando cobrar el sueldo cada 30 para comprar el nuevo videojuego, un par de blusas de leñador y quizás reunir el valor suficiente para invitar a la gorda a un trozo de tarta y una copa… papi, mami, pondrán la pensión completa.
            Terapias bimensuales… duchas cada quincena… cortes de pelo cada mes, cuando su hermano el estilista viene a visitarlo, a traerle las bolsas cargadas de galletas, pan y superioridad, recordándole la mierda de vida que tiene, lo maravillosa que fue y lo cobardemente que está actuando por no asumir, tragar, digerir… los mierdas cuyas mentes viven en la utopía de anuncios de compresas y detergentes, donde los dolores menstruales parecen ser el cenit de la feminidad, donde la ropa sale ya planchada de la lavadora, se piensas que la tristeza, el odio, el asco hacia uno mismo es un trozo de filete seco, pero comestible a base de masticarlo, culpando de miserables, vagos y conformistas a quienes se limitan a pasar hambre, alejarse del banquete del mundo para comer los desperdicios de los contenedores repartidos por los vertederos de redes, ondas y columnas, tapados con una manta cosida a base de autocompasión, culpa y hasta mierda de culo en el caso de quien lleva al extremo, convierte en deporte nacional el abandono de la propia higiene, de la propia nutrición, de la propia dignidad… estos mierdas cuyas mentes viven en la utopía de calles asfaltadas con caramelo y chocolate negro deberían cerrar un poco más la boca, dar menos consejos, más abrazos, mancharse con un poco de mugre humana sus trajes blancos de psicólogos sin grado e invitar a una puta cerveza a estos despojados, tomarla con ellos en el trono de su desgracia y hasta follarse juntos a un par de chicas en el mismo colchón… han hecho más por el avance social de las mentes marginadas, adictas, destruidas por la locura, un par de buenas noches a base de borracheras, sexo y un par de rayas con amigos de verdad, no de los que llevan una botella de vino en las comidas, sino que saquean tu nevera sin ni siquiera decirte hola, no de los que tratan de usted a tus padres, sino de los que le miran el culo a mamá e intentan llevarse a tu hermana a la cama, no de los que se dedican a recitarte frases precocinadas leídas en libros de autoyuda, sino de los que se quedan hasta las tres de la mañana simplemente escuchando tu llanto con la teletienda de fondo para irse a la obra a las 6 y media sin desayunar… que todas las consultas, confesiones de parroquias y rezos por los almas que han cubierto la tierra desde su peste hasta el día de hoy.
            Y así transcurren los días: cargados de caridad por compromiso, ignorancia porque a cada uno le preocupa más su propia vida y pagas con el sello de la oficina del paro para sobrevivir a duras penas con una docena de huevos en la nevera, un pack de 24 rubias y medio limón cortado, ese que parece que ya viene de fábrica, integrado plenamente en el frigorífico como el propio congelador, igual  que una niña tetona en un colegio nuevo.
            Entra a la ducha, con las manos todavía apestándole a la rata muerta y cuando el agua lleva ya unos cuantos minutos corriéndole por la cabeza empieza a masturbarse… el baño no termina cuando se enjuaga el poco champú que deja derramarse desde la coronilla hasta los pies sin restregarse, esperando que el plato de ducha tenga unos gnomitos mágicos que le purguen la guarrería de los entrededos… el baño llega al último acto cuando el semen se deshace por el sumidero. Aún sin secarse, va a la nevera, agarra el  pack y tomándolas una a una siente el calor quebrarle la ronquera que le ha vuelto cuando retomó la virtud de fumar sin escondites, notando el frío destruirle cada gota de salud igual que el ácido sulfúrico descostrando los pedazos de mierda seca en el retrete, viviendo como el cerebro por fin se olvida, adquiere un tinte inerte del sujeto que no es consciente de sí mismo ni su entorno y se emborracha acurrucado en un sofá de espuma blando como un chuletón deshuesado y podrido puesto al calor de las moscas durante días. Su mujer jamás le habría dejado mojar los cojines, embriagarse a las 11 de la mañana, tocarse en la ducha donde se bañan todos juntos en domingo… pero ella ya no está… el hámster ya no está… el hijo de seis años ya no está… un volantazo demasiado brusco en la curva del barranco en la playa, tratando de evitar pasarle por encima a un pajillero –jefe de algún viejo- en moto con poca experiencia en el manillar, con más postureo que kilómetros encima de la japonesa y directos al fondo de la caldera: al menos la muerte fue tan lenta que le dio tiempo a despedirse.
            Exprime la última lata… busca debajo del sofá… saca el revolver… una única bala, un giro de tambor y la moneda se tira al aire cada quince días tratando de escoger entre una hora de monsergas con una licenciada que sabe mucho del cerebro, pero poco de los problemas o acabar del todo con 5 simples gramos de metal… así de frágil es la vida: hacen falta un enamoramiento o un desahogo rápido con la fea de la barra, un deseo profundo de dos almas caminando unidas o un condón mal puesto en un baño con el bombillo tintineando, un embarazo de 36 semanas más horas de indecible dolor para apañar otra vida, otro sujeto al que cuelan en una fiesta para la que ni siquiera lleva traje, regalo o invitación y tan solo un disparo, un arrebato iracundo, un desliz con el coche… para reducir a recuerdos, agonía e intangibilidad una vida cargada de amor, esperanza y objetivos en común.

            El tambor se detiene… el cañón está en la sien… el gatillo avanza hacia atrás… la bala estaba en otro hueco: quince días más intentando comprender… 

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