Prórroga.
Supongo que lo matarían las
pastillas matarratas: al fin y al cabo, no era más que una de ellos, pero con
un poco más de publicidad. Tobín, el hámster del niño despertó tieso, pero se
alegró, por primera vez desde la otra defunción hace año y pico, pensando en
que tal vez en el cielo de los roedores las rueditas por fin lleven a alguna
parte y los gatos nazcan sin garras ni colmillos, amarrados a la jaula para que
puedan vengarse de ellos. Si hubiera sido más grande probablemente lo habría
metido en la sopa para darle consistencia.
Lo empuja con un dedo, lo huele, lo
examina… incluso le toca con la lengua pensando que la muerte no sea más que
una enfermedad contagiosa, un hecho que es más real por aceptarlo que porque de
verdad sea inevitable, caprichosa, llegando solamente cuando todavía no hace
falta igual que un vecino entrometido tocando el timbre siempre en plena
siesta. Nunca ha sido religioso o tal vez sí, apenas lo recuerda: prefiere ser
consecuente con su idea de que no somos sino una cáscara de nuez sin fruto, así
que agarra al bicho y lo tira por el retrete… adiós Tobín, adiós
responsabilidad, adiós sentido.
Apesta y hoy deber ir a la
psicóloga: en el curro le han hecho un despido pactado como favor y le
aseguraron que si va a dos terapias mensuales, cuando se cure, le reharán
contrato y lo devolverán a su puesto de mierda cargando, empaquetando y
clasificando zapatos de imitación importada bajo las órdenes de un niño con la
mitad de su edad que se mata a pajas por las tardes pensando en la segurata de
100 kilos con el pelo al rape –puto degenerado- deseando cobrar el sueldo cada
30 para comprar el nuevo videojuego, un par de blusas de leñador y quizás
reunir el valor suficiente para invitar a la gorda a un trozo de tarta y una
copa… papi, mami, pondrán la pensión completa.
Terapias bimensuales… duchas cada
quincena… cortes de pelo cada mes, cuando su hermano el estilista viene a
visitarlo, a traerle las bolsas cargadas de galletas, pan y superioridad,
recordándole la mierda de vida que tiene, lo maravillosa que fue y lo
cobardemente que está actuando por no asumir, tragar, digerir… los mierdas
cuyas mentes viven en la utopía de anuncios de compresas y detergentes, donde
los dolores menstruales parecen ser el cenit de la feminidad, donde la ropa
sale ya planchada de la lavadora, se piensas que la tristeza, el odio, el asco
hacia uno mismo es un trozo de filete seco, pero comestible a base de
masticarlo, culpando de miserables, vagos y conformistas a quienes se limitan a
pasar hambre, alejarse del banquete del mundo para comer los desperdicios de los
contenedores repartidos por los vertederos de redes, ondas y columnas, tapados
con una manta cosida a base de autocompasión, culpa y hasta mierda de culo en
el caso de quien lleva al extremo, convierte en deporte nacional el abandono de
la propia higiene, de la propia nutrición, de la propia dignidad… estos mierdas
cuyas mentes viven en la utopía de calles asfaltadas con caramelo y chocolate negro
deberían cerrar un poco más la boca, dar menos consejos, más abrazos, mancharse
con un poco de mugre humana sus trajes blancos de psicólogos sin grado e
invitar a una puta cerveza a estos despojados, tomarla con ellos en el trono de
su desgracia y hasta follarse juntos a un par de chicas en el mismo colchón…
han hecho más por el avance social de las mentes marginadas, adictas,
destruidas por la locura, un par de buenas noches a base de borracheras, sexo y
un par de rayas con amigos de verdad, no de los que llevan una botella de vino
en las comidas, sino que saquean tu nevera sin ni siquiera decirte hola, no de
los que tratan de usted a tus padres, sino de los que le miran el culo a mamá e
intentan llevarse a tu hermana a la cama, no de los que se dedican a recitarte
frases precocinadas leídas en libros de autoyuda, sino de los que se quedan
hasta las tres de la mañana simplemente escuchando tu llanto con la teletienda
de fondo para irse a la obra a las 6 y media sin desayunar… que todas las
consultas, confesiones de parroquias y rezos por los almas que han cubierto la
tierra desde su peste hasta el día de hoy.
Y así transcurren los días: cargados
de caridad por compromiso, ignorancia porque a cada uno le preocupa más su propia
vida y pagas con el sello de la oficina del paro para sobrevivir a duras penas
con una docena de huevos en la nevera, un pack de 24 rubias y medio limón
cortado, ese que parece que ya viene de fábrica, integrado plenamente en el
frigorífico como el propio congelador, igual que una niña tetona en un colegio nuevo.
Entra a la ducha, con las manos todavía
apestándole a la rata muerta y cuando el agua lleva ya unos cuantos minutos
corriéndole por la cabeza empieza a masturbarse… el baño no termina cuando se
enjuaga el poco champú que deja derramarse desde la coronilla hasta los pies
sin restregarse, esperando que el plato de ducha tenga unos gnomitos mágicos
que le purguen la guarrería de los entrededos… el baño llega al último acto
cuando el semen se deshace por el sumidero. Aún sin secarse, va a la nevera,
agarra el pack y tomándolas una a una
siente el calor quebrarle la ronquera que le ha vuelto cuando retomó la virtud
de fumar sin escondites, notando el frío destruirle cada gota de salud igual
que el ácido sulfúrico descostrando los pedazos de mierda seca en el retrete,
viviendo como el cerebro por fin se olvida, adquiere un tinte inerte del sujeto
que no es consciente de sí mismo ni su entorno y se emborracha acurrucado en un
sofá de espuma blando como un chuletón deshuesado y podrido puesto al calor de
las moscas durante días. Su mujer jamás le habría dejado mojar los cojines,
embriagarse a las 11 de la mañana, tocarse en la ducha donde se bañan todos
juntos en domingo… pero ella ya no está… el hámster ya no está… el hijo de seis
años ya no está… un volantazo demasiado brusco en la curva del barranco en la
playa, tratando de evitar pasarle por encima a un pajillero –jefe de algún
viejo- en moto con poca experiencia en el manillar, con más postureo que
kilómetros encima de la japonesa y directos al fondo de la caldera: al menos la
muerte fue tan lenta que le dio tiempo a despedirse.
Exprime la última lata… busca debajo
del sofá… saca el revolver… una única bala, un giro de tambor y la moneda se
tira al aire cada quince días tratando de escoger entre una hora de monsergas
con una licenciada que sabe mucho del cerebro, pero poco de los problemas o
acabar del todo con 5 simples gramos de metal… así de frágil es la vida: hacen
falta un enamoramiento o un desahogo rápido con la fea de la barra, un deseo
profundo de dos almas caminando unidas o un condón mal puesto en un baño con el
bombillo tintineando, un embarazo de 36 semanas más horas de indecible dolor
para apañar otra vida, otro sujeto al que cuelan en una fiesta para la que ni
siquiera lleva traje, regalo o invitación y tan solo un disparo, un arrebato
iracundo, un desliz con el coche… para reducir a recuerdos, agonía e
intangibilidad una vida cargada de amor, esperanza y objetivos en común.
El tambor se detiene… el cañón está
en la sien… el gatillo avanza hacia atrás… la bala estaba en otro hueco: quince
días más intentando comprender…
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