Cuentos
y hadas.
Intentar clavar la aguja en ese
flexo del codo era lo mismo que comerse un merengue cortándolo con cuchillo y
tenedor: alguna púa oxidada, infectada o simplemente llena de polvo le habría
infectado el brazo dándole un curioso olor agradable a cobre seco, dejando sus
venas traslúcidas como una semilla de mariposa esperando a estallar del capullo,
comenzar su vida, correr la maratón del tiempo con destino único hacia el
cementerio, el hoyo o el estómago de alguna araña hambrienta. Un brazo
extremadamente delgado, hecho de papel de cebolla viejo, amarillento: un
amasijo de venas, hueso y piel, un charco con poca profundidad donde el veneno
se negaba a bucear.
Dolor… ansiedad… llanto… grititos
agudos, sordos, lastimeros como el chirrido del tenedor contra un plato exhalan
de cuando en cuando: piensa que si tal vez deja escapar esos chillidos la
tortura se irá lo mismo que el sonido. Hace tiempo que las heces se han
colocado bajo las nalgas, lo elevan tiernamente del suelo y lo convierten en
monarca, rey, señor de su miseria sentado al trono de la vergüenza: un palacio
de paredes descorchadas, cucarachas con alas abiertas y un perro feo,
despelusado, ciego encaramado desde hace rato a su pantorrilla porque al menos
uno de los dos tiene derecho al placer… nada en la jeringa: solo restos de
semen animal en la pernera, alma seca sin fuerza, sin gas y almorranas en el
culo demasiado sucio, porque cuando las jacas tardan demasiado en volver a las
cuadras la única preocupación es que los establos recuperen sus caballos: no
importa comer, no importa dormir, no importa ser persona… el cerebro te pena de
cara a un espejo cóncavo donde el dolor desfigura tu rostro como el ácido
sulfúrico y la única idea en la mete es “chute”.
Pero la jeringa está vacía… aunque
no tiene importancia: su brazo de papel no es útil, pero en el cuello hay
buenas venas. Se clava el hierro en la carótida soñando con que algún caballo
se resistiera a la huida, con que algún caballo decidiera ser fiel a su jinete,
que algún caballo eligiese permanecer un ratito más en la cuadra… pero a menudo
la esperanza no es más que un ancla demasiado gorda encallando al barco en un
puerto de fantasía inalcanzable… Y atrapado entre 16 barrotes de negación, pica
y pica la aguja contra el cuello sin resultados diferentes más que la nada, el
vacío y la risa de Dios observándole desde su palco… pica y pica con esperanza
ciega igual que un parado sin botellas de vino en la nevera, rebuscando a final
de mes en su cartera de cuero vacía, esperando que al menos alguna moneda de
las chicas se haya quedado pegada entre las fotos de sus hijos.
Pero nada más que la frustración…
nada más que la desilusión… nada más que la realidad, una vecina grosera que se
empeña en aparecer siempre en las fiestas sin que nadie la haya invitado.
Insiste en seguir clavándose la aguja, porque con un poco de suerte se le meta
una burbuja de oxígeno por el cuello… fin del dolor… fin del juego.
El perro, pequeño y gris mierda,
continúa desahogándose esta vez con la derecha hasta que sale disparado igual
que un gato mojado al escuchar la puerta de la entrada: es ella. Siempre a
punto, siempre dulce, siempre sonriendo… una musa de dientes –los seis-
amarillos como restos de papas fritas por culpa del tabaco, con los pechos en
pico apuntando hacia los sobacos consumidos como pimientos de padrón fritos,
con la barriga desproporcionadamente gorda alimentada a base de cerveza y cola
cayéndole hasta casi el principio de la vagina… es su ángel, su musa, su
salvadora… desde el rincón donde se rasca el mono huele esa mezcla avinagrada
de condón, colonia y orina… su princesa ha regresado al palacio, después de
follar con un par de plebeyos viejos pobres: vivimos en el siglo de don
Capital, donde hasta las putas pueden ser de marca blanca y meter la polla se
cobra por tiempo igual que meter el coche en un parking… las supermodelos a
1000 la hora, las alcohólicas con sífilis a 10 el completo.
Se tumba a su lado, le acaricia, le
besa en la mejilla mientras le pega una patada al perro y le susurra un suave “shh”
en el oído para matar su deseo… por primera vez el sonríe en varios días.
-¡Mira
lo que te conseguí!
Mete su mano en las bragas sin
lavar, sudadas y pegadas al coño como el papel higiénico mojado y saca una
papela de droga pura sin cortar.
Ella toma una cuchara, calienta la heroína,
la sopla… igual que cuando mamá le daba tragos de sopa… absorbe el líquido con
la jeringuilla y le pincha el cuello, despacito, rascándole el pelo al mismo
tiempo: ya ha sufrido mucho y no tiene necesidad de pasarlo peor… nadie merece
el daño vacío aunque se empeñe constantemente en buscarlo.
Y un rey consumiéndose en su propio
cuerpo, cagado, tembloroso, moqueado, se deshace entre llantos y felicidad
sintética apoyado en los muslos de una princesa ramera porque tal vez los
escritores se confundieron y no eran perdices, castillos ni canciones, sino
dolor, miseria y vacío lo que une a dos príncipes enamorados.
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