martes, 20 de agosto de 2013

Relato (escrito en el 19/8/2013)

Héroe.
            No es más que una broma negra, un embuste consentido disfrazado de inocencia, un juego de soberbias contra Dios.
            Cuatro letras en la enfermedad y las pastillas sirven tanto como el lápiz blanco del estuche: solamente unos cuantos calmantes de la ruleta de drogas le hacen más llevadero los dolores, los espasmos, los temblores sacudidos por una mano gigante que le aterroriza anunciándole las diarreas como chorros de piscina, los sudores fríos sobre la fiebre a 40, la tos insistente que alguna vez le partió las costillas con su fuerza pugilística, pero el dolor no es lo que lo atemoriza como una paloma rodeada por niños imbéciles pisando cerca de ella… su pavor es saber que el cuerpo será un trapo moviéndose aleatorio como el jazz clásico y que un virus invisible hasta al microscopio lo doblegará durante los ataques, lo tendrá sometido inevitablemente como las putas que aceptan el dinero de un cliente por adelantado… su terror es su orgullo, porque en su miseria lo peor no es tener a la muerte pegada al culo como el pelota de la clase, sino saber que poco a poco irá perdiendo su dominio sobre las funciones del cuerpo, del apetito, del gusto… incluso llegará un tiempo en el que lo amarrarán a la silla de plástico color blanco deprimente, de algún hospital ruinoso como su salud, en el que aspirantes a enfermero demasiado gandules para terminar el bachillerato le bañarán con una esponja que probablemente haya pasado antes por los huevos del algún viejo medio vegetal... no existe un peor castigo para el ser humano que ceder su poder fatuo a terceros, a subordinados, a hijos que visitan dos tardes por semana, porque en la inmensa pedantería del hombre su peor talón de Aquiles es descubrirse dueño únicamente de su propio despojo: todo lo demás es una migaja que le sobra a Dios en los bolsillos.
            Normalmente no le da tiempo de llegar hasta el baño y los vómitos de sangre cubren por completo el lienzo, esos cuadros surrealistas de princesas con tres piernas escupiendo sobre la corona que solamente valorarán en un par de siglos como a los del de la oreja, mientras que petardos con demasiado dinero y poco tiempo para leer compran sopas de tomate en lata alimentando el ego de un payaso mentiroso que se aprovecha de la paranoia del ignorante con poder para jugar a ser artista… después de todo si Picasso al principio no hubiera seguido las normas quizás habría sido un imbécil disléxico que colocaba las narices en lugares equivocados… la energía más peligrosa del mundo no es la bomba atómica, sino el atrevimiento de los imbéciles.
            Con su propia sangre continuaba descubriendo los trazos escondidos porque si de ella se parían los fetos del dibujo, ¿porqué no dar a luz con ella misma? El dolor desencajaba su estómago como si dos gatas en celo se peleasen en las tripas por una rata muerta, los coágulos colgaban desde la barba igual que pequeñas estalactitas soñando con huir del techo y en su propia agonía las mejores drogas son una palmadita en la espalda, tan bienintencionada como inútil: solamente pintar lo mantiene sin ganas de volver a rajarse las muñecas, solamente esperarle volver del trabajo para que le pase un trapo limpio y húmedo por los labios, le bese en la frente y con una descarada mentira le diga lo guapo que está hoy es lo que le da motivación para estirar una vida de mierda algún par de años más, lo justo para que la goma se rompa igual que cuando se infectó, pero esta vez le de en medio de los ojos igual que una bala irremediable, fulminante, tan irreversible como la mierda que se caga.

            Una pensión vitalicia para sobrevivir que se va mayormente en medicinas y marihuana: el resto, para la comida, se gasta en pinturas, caballetes, telas, que nunca verán los museos, las casas de subastas, ni siquiera los hoteles de dos estrellas donde follan suecas jóvenes, borrachas por la labia empalagosa de chicos del lugar… la enfermedad lo consume, sin cura, sin remedio: su único alivio pintar y esperar, esperar a su príncipe gordo cargando bloques en algún edificio a medio hacer… pintar y esperar, esperar a que el pincel nunca se parta y pueda continuar expresando al virus en forma bella, porque la hermosura suprema consiste en escupirle al dolor mientras sonríe, justo cuando piensa que ya te sometió, que ya te suicidó, que ya te robó el hambre… pintar y esperar, esperar a que la fiebre lo enloquezca y entonces ahí, quizás ahí, por fin dar a luz el mayor cuadro jamás pintado, ya que, en un mundo enfermo de cordura, patrones y modas ser loco es el único modo posible de conservar algo de individualidad, de autenticidad… para conseguir ese casposo deseo de la salvación mundial debemos permitir que las mentes de las nuevas generaciones sigan destruyéndose por la locura, porque una mente desquiciada no es tan horrible como pudo pensar el poeta mientras aullaba a la luna escribiendo en su cuaderno, porque en una vida loca donde la mitad de los niños mueren de inanición, desnutridos, chapoteando aburridos en el agua mustia y negra como el humor de Dios igual que palomas del parque con el buche tumoroso refrescándose en los orines de los perros mientras que la otra mitad de la infancia se asfixia por sus lorza que oprimen el corazón con grasas de laboratorio y aguas envenenadas con colorines, gases y azúcares, poseer una mente enloquecida es el gesto de heroicidad suprema porque en un mundo donde ya existen demasiados retratos de paisajes con el claro de luna sobre la orilla con dos enamorados besándose sobre las rocas, pintar un cuadro en tinta de sangre por el puño de un enfermo atrapado por la pasión de lienzos que tal vez solo se usarán para tapar los huecos rotos de las paredes descorchadas, sea la única salvación posible.

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