Héroe.
No es más que una broma negra, un
embuste consentido disfrazado de inocencia, un juego de soberbias contra Dios.
Cuatro letras en la enfermedad y las
pastillas sirven tanto como el lápiz blanco del estuche: solamente unos cuantos
calmantes de la ruleta de drogas le hacen más llevadero los dolores, los
espasmos, los temblores sacudidos por una mano gigante que le aterroriza
anunciándole las diarreas como chorros de piscina, los sudores fríos sobre la
fiebre a 40, la tos insistente que alguna vez le partió las costillas con su
fuerza pugilística, pero el dolor no es lo que lo atemoriza como una paloma
rodeada por niños imbéciles pisando cerca de ella… su pavor es saber que el
cuerpo será un trapo moviéndose aleatorio como el jazz clásico y que un virus
invisible hasta al microscopio lo doblegará durante los ataques, lo tendrá
sometido inevitablemente como las putas que aceptan el dinero de un cliente por
adelantado… su terror es su orgullo, porque en su miseria lo peor no es tener a
la muerte pegada al culo como el pelota de la clase, sino saber que poco a poco
irá perdiendo su dominio sobre las funciones del cuerpo, del apetito, del
gusto… incluso llegará un tiempo en el que lo amarrarán a la silla de plástico
color blanco deprimente, de algún hospital ruinoso como su salud, en el que
aspirantes a enfermero demasiado gandules para terminar el bachillerato le
bañarán con una esponja que probablemente haya pasado antes por los huevos del
algún viejo medio vegetal... no existe un peor castigo para el ser humano que
ceder su poder fatuo a terceros, a subordinados, a hijos que visitan dos tardes
por semana, porque en la inmensa pedantería del hombre su peor talón de Aquiles
es descubrirse dueño únicamente de su propio despojo: todo lo demás es una
migaja que le sobra a Dios en los bolsillos.
Normalmente no le da tiempo de
llegar hasta el baño y los vómitos de sangre cubren por completo el lienzo,
esos cuadros surrealistas de princesas con tres piernas escupiendo sobre la
corona que solamente valorarán en un par de siglos como a los del de la oreja,
mientras que petardos con demasiado dinero y poco tiempo para leer compran
sopas de tomate en lata alimentando el ego de un payaso mentiroso que se
aprovecha de la paranoia del ignorante con poder para jugar a ser artista…
después de todo si Picasso al principio no hubiera seguido las normas quizás
habría sido un imbécil disléxico que colocaba las narices en lugares
equivocados… la energía más peligrosa del mundo no es la bomba atómica, sino el
atrevimiento de los imbéciles.
Con su propia sangre continuaba
descubriendo los trazos escondidos porque si de ella se parían los fetos del
dibujo, ¿porqué no dar a luz con ella misma? El dolor desencajaba su estómago
como si dos gatas en celo se peleasen en las tripas por una rata muerta, los
coágulos colgaban desde la barba igual que pequeñas estalactitas soñando con
huir del techo y en su propia agonía las mejores drogas son una palmadita en la
espalda, tan bienintencionada como inútil: solamente pintar lo mantiene sin
ganas de volver a rajarse las muñecas, solamente esperarle volver del trabajo
para que le pase un trapo limpio y húmedo por los labios, le bese en la frente
y con una descarada mentira le diga lo guapo que está hoy es lo que le da
motivación para estirar una vida de mierda algún par de años más, lo justo para
que la goma se rompa igual que cuando se infectó, pero esta vez le de en medio
de los ojos igual que una bala irremediable, fulminante, tan irreversible como
la mierda que se caga.
Una pensión vitalicia para
sobrevivir que se va mayormente en medicinas y marihuana: el resto, para la
comida, se gasta en pinturas, caballetes, telas, que nunca verán los museos,
las casas de subastas, ni siquiera los hoteles de dos estrellas donde follan
suecas jóvenes, borrachas por la labia empalagosa de chicos del lugar… la
enfermedad lo consume, sin cura, sin remedio: su único alivio pintar y esperar,
esperar a su príncipe gordo cargando bloques en algún edificio a medio hacer…
pintar y esperar, esperar a que el pincel nunca se parta y pueda continuar
expresando al virus en forma bella, porque la hermosura suprema consiste en
escupirle al dolor mientras sonríe, justo cuando piensa que ya te sometió, que
ya te suicidó, que ya te robó el hambre… pintar y esperar, esperar a que la
fiebre lo enloquezca y entonces ahí, quizás ahí, por fin dar a luz el mayor
cuadro jamás pintado, ya que, en un mundo enfermo de cordura, patrones y modas
ser loco es el único modo posible de conservar algo de individualidad, de
autenticidad… para conseguir ese casposo deseo de la salvación mundial debemos
permitir que las mentes de las nuevas generaciones sigan destruyéndose por la
locura, porque una mente desquiciada no es tan horrible como pudo pensar el
poeta mientras aullaba a la luna escribiendo en su cuaderno, porque en una vida
loca donde la mitad de los niños mueren de inanición, desnutridos, chapoteando
aburridos en el agua mustia y negra como el humor de Dios igual que palomas del
parque con el buche tumoroso refrescándose en los orines de los perros mientras
que la otra mitad de la infancia se asfixia por sus lorza que oprimen el
corazón con grasas de laboratorio y aguas envenenadas con colorines, gases y
azúcares, poseer una mente enloquecida es el gesto de heroicidad suprema porque
en un mundo donde ya existen demasiados retratos de paisajes con el claro de
luna sobre la orilla con dos enamorados besándose sobre las rocas, pintar un
cuadro en tinta de sangre por el puño de un enfermo atrapado por la pasión de
lienzos que tal vez solo se usarán para tapar los huecos rotos de las paredes
descorchadas, sea la única salvación posible.
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