jueves, 8 de agosto de 2013

Escrito (8/8/2013)

Disociación.
            La boca aún le sabe a tinto y vómito: el verano invita al calimocho y la presión del mundo hace delicioso despertar al mediodía, con el estómago lleno de mentiras, remordimiento y bilis y con un edredón grueso, demasiado para los días de Agosto, sudando la vergüenza, tratando de exhumar del cuerpo el desprecio por el ayer igual que una pata de cordero derramando grasa al calor de un horno hirviendo.
            Restos de semen manchan su muslo, su mano, sus dedos y el pene sigue sostenido por un puño débil… al parecer anoche no hubo suerte en la cacería. La cabeza es incapaz de sostener al cerebro que parece a punto de estallar como un huevo crudo dando vueltas en un microondas en marcha: siente vibrar las neuronas, el tamborileo del percutor sobre las sienes, la presión ocular hinchando los ojos, rezando para que se mantengan dentro de las cuentas y sufriendo con estoica paciencia esa arena imaginaria que se empeña en raspar las córneas.
            Se incorpora en la cama, pero en un par de segundos vuelve a caer contra el colchón: el cuarto no tiene botón de “pause”, no para de girar y es demasiado temprano como para intentar domar a los caballitos del tiovivo, tanto que por la ventana aún es de noche y las hojas de palmera ya no pertenecen a su tronco, sino a los peones del servicio de limpieza. Las estrellas apenas iluminan: siempre he creído que en realidad son los ojos de esos amigos que se largaron para siempre que se quedaron fumándose un cigarro en ese techo oscuro, observándonos desde la distancia para protegernos, acompañarnos, guiarnos… pero entonces vuelvo a ver mi mono de trabajo, oigo llorar al niño desde la cuna, veo a mi mujer en bragas y sin depilar tumbada a mi lado y me acuerdo de que esas microscópicas luces de allá arriba no son más que pedos enormes, gigantescas bolas de gas quemándose a millones y millones de kilómetros de distancia… eso es algo que sabe incluso un jabalí verrugoso.
            Vacío… oquedad… hambre… apetito de borracho: insaciable porque los taninos son pequeños duendes que martillean el intestino como si buscaran oro en sus paredes dejando derramarse todo el sólido a través de un colador… sin saber porqué, sin saber como pudo cocinarla, encuentra una hamburguesa mordisqueada en la mesilla: se arrastra hacia ella como un cachorro con dos patas rotas y trata de metérsela entera en la boca… la salsa le mancha el bigote… la carne ensucia las sábanas… el pan desmigajado por el pecho le pica a la altura de las tetillas, así que deja caer el sándwich de vaca sobre la almohada y apoya en ella la cara… demasiado hambriento para sufrir sueño… demasiado cansado para abandonar el cobijo de la manta, protectora intemporal de asesinos, demonios y monstruos del armario… demasiado vulnerable para ser dueño de su cuerpo… se mea, se vomita, se caga: tres orificios, tres fluidos. La diarrea le empapa las nalgas, pero aprovecha los orines para limpiarse un poco hasta que su memoria decida chivarle donde estaba el vidette… el cuello cada vez más sucio de su propia porquería y como servilleta un pan rancio que tapa un par de lonchas de queso con lechuga… empapada en su orina, en su semen, en su caca: Dante ha tomado el control del mundo y los hombres nos maceramos en nuestra propia miseria igual que los vinos de alta gama corrompiéndose en barricas picadas por ratones con mosquitos jugando al esquí acuático.
            El dolor lo domina: los restos de alcoholo son una broca en marcha demasiado cerca del cerebro, el aliento arde como mojo demasiado rancio y los huesos son polvo de cristal en miniatura… un poco de platina, un poco de llama, un poco de olvido: disociar la realidad es un placer reservado para toxicómanos que hipotecan su futuro por un par de horas de placer en lata, así que el humo blanco parece un ángel etéreo cuando te recuerda que alguna vez fuiste una persona.

            La platina derritiéndole las yemas… los labios agrietados al quemarse… la garganta tragando astillas con la última calada… por fin toma conciencia de su caldo de basura y llora al ver las estrellas, avergonzado, temeroso, ocultándose con las palmas sucias de unas manos ignorantes llenas de pecado como cualquier otra porque quizás el también piense en los ojos de sus caídos. ¿Porqué esos pedos no pueden ser miradas compasivas de espíritus bienintencionados? Después de todo hasta hace un par de siglos la Tierra era plana, los negros no tenían alma y dios paseaba con chancletas entre pescadores… ¿porqué no pueden ser las estrellas ojos de mis compañeros? Al fin y al cabo algunas fantasías se convierten en reales porque simplemente creemos en ellas… al fin y al cabo las mejores cosas en el mundo existen simplemente porque las vemos solo cuando las pestañas están juntas… al fin y al cabo el ratoncito Perez es más real para un niño de dos años que la bolsa en Wall Street.

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