Ojos
que no ven.
Antes de cortarle el dedo al soldado
le pega un tiro al cámara: están en plena guerra en un país de nombre
impronunciable donde si bien antes las chicas enseñaban los muslos por debajo
de las faldas y se mensajeaban con sus novios por sms, ahora la fibra óptica es
una distopía del presente occidental… los accidentes ocurren, los periodistas
reciben balas perdidas a diario y nadie en sus familias se enteran hasta meses
más tarde cuando les envían una corono, una carta certificada y un anuncio de
que su hijo, esposo, hermano ha muerto en accidente laboral.
El dispara es entre los ojos. Al
chico le corta el dedo en vida, es un enemigo y merece sufrir hasta el último
aliento, es más, de hecho lo mata por una cuestión de supervivencia, para
evitar represalias, de no ser así le permitiría seguir vivo con un traje de
melancolía, agonizando con los errores de la guerra, horrorizado por la
realidad de una mentira que estalla con mayor fuerza que los bombardeos sobre
ciudades donde viven albañiles, profesores, taxitas, muy lejos de las oficinas
con aire acondicionado en las que sus mandatarios habla sobre la paz, firman
para la guerra.
Un dedo más… a veces las narices, si
son pequeñas una oreja: es soldado español y no distingue entre toro y chaval,
un muchacho de apenas catorce años arrancado de sus raíces, limpiándole la
memoria, la inocencia, la voluntad a base tambores, palabras en discursos
vacíos cargadas de ornamento, de estrafalarería, como las bolas huecas del
árbol de navidad… La guerra lleva tantas décadas, ha consumido a tantísimas
generaciones, que los hombres son insuficientes, así que la edad mínima es la
justa con la que aguantar el AK con ambas manos, soportar el retroceso del
arma, asesinar a machete a tu propia madre como iniciación de un mundo de perros
malditos mercenarios del estado… aunque a veces, pocas veces, los chicos
sienten algo parecido a la inocencia y juegan con barquitos de papel que hacen
flotar en los charcos de sangre de las heridas enemigas.
Las jóvenes no sirven para matar en
un país imperado por los machos: se convierten en yeguas bípedas que solo se
alimentan para poder montarlas, se montan para poder engendrar a más niños
soldados cuyas mentes se construyen, clasifican y lavan en cadena como las
latas de refrescos en el mundo de los tiempos modernos: a los seres humanos se
nos terminará cultivando en incubadoras electrónicas, hechos a medida bajo los
caprichos del bisturí de la avaricia… aunque la mayoría de las veces la esencia
femenina se reduce a su entrepierna y cuando caen en manos enemigas se
convierten en una raja púber cargada de divertimento y excitación como las
máquinas tragaperras. Quizás la hermana del chico mutilado, el de un dedo menos
al que ahorcarán en un árbol para jugar con él al tiro al blanco ahora mismo no
sea más que la puta de un batallón que juegan con ella a ver quien la preña
antes: cuando el bombo se haga notable le pegarán un tiro directamente en el
útero y alegarán que es una terrorista que escondía un paquete-bomba bajo el
camisón. Las muertes solo son abominables en países donde la guerra se reduce a
comentarios de tres minutos en el telediario: en las naciones donde los vecinos
se disparan por la espalda, los estallidos de proyectiles desmorona museos
igual que edificios hechos con palillos, los cadáveres no son más que etiquetas
en un dedo gordo de la morgue, palitos dibujados en un cuaderno, fotos morbosas
con frases gilipollescas pseudofilosóficas en las redes sociales de algún revolucionario
de salón.
El charco del camerama se agranda
cada vez y cada vez entrelazado con el barro del suelo sin adoquinar. El dedo
ya está en su bolsillo –el décimoquinto en seis semanas- y del otro bolsillo
cuelga un cachorrito que encontró hará diez, doce días en alguna chabola de
algún guerrillero: la guerra es demasiado jodida, las provisiones a menudo se
cambian por hierba, alcoholo o crack y en un par de semanas estará tan gordito
que se podrá cocinar a la koreana. Otro periodista, uno de los buenos, de los
que apoyan la contienda, le sacó una foto al perrito del bolsillo: en dos meses
la publicará en las páginas centrales con el nombre “Hay espacio para la
humanidad en medio del horror” porque el periodismo no es más que eso, tomar
imágenes, palabras, darles el marketing adecuado para que se interpreten de la
manera más conveniente según las simpatías ideológicas del mecenas y construir
monstruos, desgracias, milagros… a la carta, engañando a ciudadanos cojos de
mente cuya opinión ideológica se forman mientras leen las noticias con el café
de la mañana o cagando a media tarde.
Porque así son las guerras señores,
así son los periódicos… porque quienes terminan con las vidas de los militares,
destruyen las casas de los civiles, violan a las niñas del enemigo son los
ejércitos, pero quienes aprietan el gatillo son las palabras… palabras que
escritas con la mano zurda llamará revolucionarios a los asesinos, escritas con
la diestra terroristas… cuando se intercambien las poltronas, la prensa
cambiará de dueño y quienes ayer eran héroes hoy serán villanos, el Joker será amigo
y todo el país perseguirá a Batman… palabras dichas por líderes gordos que
jamás sostendrán una pistola, que nunca verán a sus hijos con el traje de
olivo, que dormirán tranquilamente conscientes de que nunca les llegarán
condolencias como pizzas a domicilio… palabras explotando a diario por el
televisor cuya honda expansiva es exponencialmente mayor a la de las propias
bombas, distorsionando las mentes aletargadas de una clase media conformada con
el comer, vivir, follar, atemorizando a las masas ignorantes.
Pero lo peor de todo no son las
palabras, los periódicos, las mentiras… lo peor de todo es que las palabras
dejarán de escucharse cuando las noticias encuentren nuevos miedos con que no
huelan a moho más frescos con mayor repercusión mediática, dejarán de sonar en
los estrados cuando sus oradores hayan conseguido tanto poder que le sea
imposible continuar llenándose el buche sin indigestarse por su propia miseria…
los periódicos se pondrán amarillos, se desharán, se empaparán con los meados
de perros que nunca aprendieron a hacer sus necesidades en la calle, servirán
para envolver bocadillos, para encender parrillas en los asaderos… las mentiras
terminarán por caerse igual que una hormiga gigante, demasiado peso para una
estructura tremendamente frágil, porque las mentiras crecen tan deprisa que en
poco tiempo su tamaño es incapaz de ocultarse detrás de cualquier cortina… las
palabras se enmudecerán, los periódicos se quemarán, las mentiras se
descubrirán, los odios cambiarán, pero las muertes, el terror, los maridos
viudos, las hijas huérfanas, los hermanos arrancados seguirán, permanecerán, el
horror, el miedo generacional perdurará y entonces ¿qué nos queda?
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