martes, 27 de agosto de 2013

Relato. Escrito el 26/08/2013

Ojos que no ven.
            Antes de cortarle el dedo al soldado le pega un tiro al cámara: están en plena guerra en un país de nombre impronunciable donde si bien antes las chicas enseñaban los muslos por debajo de las faldas y se mensajeaban con sus novios por sms, ahora la fibra óptica es una distopía del presente occidental… los accidentes ocurren, los periodistas reciben balas perdidas a diario y nadie en sus familias se enteran hasta meses más tarde cuando les envían una corono, una carta certificada y un anuncio de que su hijo, esposo, hermano ha muerto en accidente laboral.
            El dispara es entre los ojos. Al chico le corta el dedo en vida, es un enemigo y merece sufrir hasta el último aliento, es más, de hecho lo mata por una cuestión de supervivencia, para evitar represalias, de no ser así le permitiría seguir vivo con un traje de melancolía, agonizando con los errores de la guerra, horrorizado por la realidad de una mentira que estalla con mayor fuerza que los bombardeos sobre ciudades donde viven albañiles, profesores, taxitas, muy lejos de las oficinas con aire acondicionado en las que sus mandatarios habla sobre la paz, firman para la guerra.
            Un dedo más… a veces las narices, si son pequeñas una oreja: es soldado español y no distingue entre toro y chaval, un muchacho de apenas catorce años arrancado de sus raíces, limpiándole la memoria, la inocencia, la voluntad a base tambores, palabras en discursos vacíos cargadas de ornamento, de estrafalarería, como las bolas huecas del árbol de navidad… La guerra lleva tantas décadas, ha consumido a tantísimas generaciones, que los hombres son insuficientes, así que la edad mínima es la justa con la que aguantar el AK con ambas manos, soportar el retroceso del arma, asesinar a machete a tu propia madre como iniciación de un mundo de perros malditos mercenarios del estado… aunque a veces, pocas veces, los chicos sienten algo parecido a la inocencia y juegan con barquitos de papel que hacen flotar en los charcos de sangre de las heridas enemigas.
            Las jóvenes no sirven para matar en un país imperado por los machos: se convierten en yeguas bípedas que solo se alimentan para poder montarlas, se montan para poder engendrar a más niños soldados cuyas mentes se construyen, clasifican y lavan en cadena como las latas de refrescos en el mundo de los tiempos modernos: a los seres humanos se nos terminará cultivando en incubadoras electrónicas, hechos a medida bajo los caprichos del bisturí de la avaricia… aunque la mayoría de las veces la esencia femenina se reduce a su entrepierna y cuando caen en manos enemigas se convierten en una raja púber cargada de divertimento y excitación como las máquinas tragaperras. Quizás la hermana del chico mutilado, el de un dedo menos al que ahorcarán en un árbol para jugar con él al tiro al blanco ahora mismo no sea más que la puta de un batallón que juegan con ella a ver quien la preña antes: cuando el bombo se haga notable le pegarán un tiro directamente en el útero y alegarán que es una terrorista que escondía un paquete-bomba bajo el camisón. Las muertes solo son abominables en países donde la guerra se reduce a comentarios de tres minutos en el telediario: en las naciones donde los vecinos se disparan por la espalda, los estallidos de proyectiles desmorona museos igual que edificios hechos con palillos, los cadáveres no son más que etiquetas en un dedo gordo de la morgue, palitos dibujados en un cuaderno, fotos morbosas con frases gilipollescas pseudofilosóficas en las redes sociales de algún revolucionario de salón.
            El charco del camerama se agranda cada vez y cada vez entrelazado con el barro del suelo sin adoquinar. El dedo ya está en su bolsillo –el décimoquinto en seis semanas- y del otro bolsillo cuelga un cachorrito que encontró hará diez, doce días en alguna chabola de algún guerrillero: la guerra es demasiado jodida, las provisiones a menudo se cambian por hierba, alcoholo o crack y en un par de semanas estará tan gordito que se podrá cocinar a la koreana. Otro periodista, uno de los buenos, de los que apoyan la contienda, le sacó una foto al perrito del bolsillo: en dos meses la publicará en las páginas centrales con el nombre “Hay espacio para la humanidad en medio del horror” porque el periodismo no es más que eso, tomar imágenes, palabras, darles el marketing adecuado para que se interpreten de la manera más conveniente según las simpatías ideológicas del mecenas y construir monstruos, desgracias, milagros… a la carta, engañando a ciudadanos cojos de mente cuya opinión ideológica se forman mientras leen las noticias con el café de la mañana o cagando a media tarde.
            Porque así son las guerras señores, así son los periódicos… porque quienes terminan con las vidas de los militares, destruyen las casas de los civiles, violan a las niñas del enemigo son los ejércitos, pero quienes aprietan el gatillo son las palabras… palabras que escritas con la mano zurda llamará revolucionarios a los asesinos, escritas con la diestra terroristas… cuando se intercambien las poltronas, la prensa cambiará de dueño y quienes ayer eran héroes hoy serán villanos, el Joker será amigo y todo el país perseguirá a Batman… palabras dichas por líderes gordos que jamás sostendrán una pistola, que nunca verán a sus hijos con el traje de olivo, que dormirán tranquilamente conscientes de que nunca les llegarán condolencias como pizzas a domicilio… palabras explotando a diario por el televisor cuya honda expansiva es exponencialmente mayor a la de las propias bombas, distorsionando las mentes aletargadas de una clase media conformada con el comer, vivir, follar, atemorizando a las masas ignorantes.
            Pero lo peor de todo no son las palabras, los periódicos, las mentiras… lo peor de todo es que las palabras dejarán de escucharse cuando las noticias encuentren nuevos miedos con que no huelan a moho más frescos con mayor repercusión mediática, dejarán de sonar en los estrados cuando sus oradores hayan conseguido tanto poder que le sea imposible continuar llenándose el buche sin indigestarse por su propia miseria… los periódicos se pondrán amarillos, se desharán, se empaparán con los meados de perros que nunca aprendieron a hacer sus necesidades en la calle, servirán para envolver bocadillos, para encender parrillas en los asaderos… las mentiras terminarán por caerse igual que una hormiga gigante, demasiado peso para una estructura tremendamente frágil, porque las mentiras crecen tan deprisa que en poco tiempo su tamaño es incapaz de ocultarse detrás de cualquier cortina… las palabras se enmudecerán, los periódicos se quemarán, las mentiras se descubrirán, los odios cambiarán, pero las muertes, el terror, los maridos viudos, las hijas huérfanas, los hermanos arrancados seguirán, permanecerán, el horror, el miedo generacional perdurará y entonces ¿qué nos queda?

            

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