¡Deja de incordiar!
La espuma le mancha la mano igual que cuando se masturba:
el sofá pringado de cebada, kétchup y restos de papas aceitosas, la garganta
bañada con la quinta lata de la tarde… en algunas familias la tradición es ir a
la playa, desnudar a los niños en la orilla, hacerse fotos semiutópicas jugando
con la espuma, abrazados unos a otros con una simpática gotita de arena en la
nariz, fotos amariconadas que dentro de 20 o 25 años una chica con los pechos
pequeños, la faldita a medio subir y unos tacones de Armani le enseñará a su
novio el día que lo presente en casa, tomando alguna botella de vino y puede
que unos langostinos… pero no todas las familias salen de un anuncio de
detergente: algunas pasan las tardes de los días de fiestas con él tumbado en
el sofá, revuelco en su propia mierda de sudor, obesidad y vagancia, mientras
las moscas se aparean sobre su barriga arropadas por el calor de sus pedos.
Sus tetas compiten con las de su esposa y el estómago
lleno de lúpulo es tan abultado como los de niños africanos enfermos de hambre…
barrigas negras como la conciencia occidental hinchadas por desnutrición,
sequía y avaricia norteña: el humor del hombre es una espada cínica forjada
bajo la supervisión de los ojos tristes de Jesús. De fondo en la tele algunos jóvenes
corren por un césped verde como la muerte intentando meter la bola al fondo de
una cesta: él lo mira con la boca entre abierta dejando que aquellas moscas
liben en su lengua, coloquen los huevos en las papilas gustativas, se alimenten
con el aliento avinagrado de la apatía indiferente, de la envida, de la
frustración: un delantero nato que con 19 años pasó de jugar en el equipo del
barrio al de la comunidad, debutar en 2ª División, oportunidades claras para
subir a la división de honor… tacos de un medio centro en su rodilla, menisco
roto, instituto abandonado en mitad del ciclo y un futuro irremediablemente
soldado a alguna guarra que preñaría en noches de borrachera celebrando el
ascenso de los locales: las gomas se dejan en la mesilla porque el placer
supino es lo único que cuenta, el ahora debe disfrutarse al máximo sin pensar
en consecuencias futuras que aún no existen, como el niño que roba la bandeja
de pasteles para los abuelos y se atiborra sin darle importancia a la posterior
regañina –en mis tiempos acompañados de algunas tortas, media paliza-… un
futuro vendido a precio de saldo por correrse dentro de la morena de ojos verdes,
tetas grandes, culo tragón sin demasiados remilgos… cuatro años más tarde ahí
tienes los frutos: un inútil en paro odiando a cualquier “número 9” de toda
liga, apoyando la lata de birra en sus lorzas y desesperado por los griteríos
de un chaval indeseado a quien no pudo abandonar porque su madre parió mientras
aún andaba con muletas.
El hijo corre en camisilla con un pañal cargado hace ya
rato: el hedor a culo y amoniaco irritan a papá que no sabe si seguir
soportando la peste ocupando el pequeño salón para dejar sus nalgas pegadas al
sofá o bien levantarse, moverse, realizar actividad, limpiar al crío,
encerrarlo en el cuarto e interrumpir su sesión de fustigamiento, autocompasión
y complacencia, decisión complicada como andar somnoliento en plena resaca
tumbado panza-abajo, escuchar gotear el grifo de la ducha y discernir entre
torturarse con un taladreo incesante u obligar a piernas de mantequilla
derretida a transportar neuronas muertas hasta el baño, cerrar el chorro y
probablemente seguir la siesta con la cara metida en el retrete después de una
cuarta o quinta vomitona.
Un niño cagado, gritón y olvidado, un aborto frustrado,
un tumor móvil que corretea de pared a pared, pateando una pelota de plástico a
medio inflar, con un molesto “¡gol, gol!” en la lengua. Pase al centro… salto
en vertical… golpe de mano a la cerveza: llena los inflados huevos de papá con
el líquido naranja, frío y pegajoso.
-¡Mierda!¡Ven aquí,
subnoraml!
Agarra del brazo al chaval y cuatro años de ira concentrada
en la mano igual que la luz que crece desde la dinamo con el pedalear de la
bicicleta, intentan descargarse sobre la mejilla del chico que se salva gracias
a una llamada… su mujer… “Llego tarde, aún me queda”… seguramente el anterior
cliente sea de estos tíos que toman Viagras antes de ir al puticlub y tardara
más de lo habitual en irse: normalmente estos cerdos están tan necesitados,
sobreestiman tanto su egocéntrico pene y catan tan de tarde en tarde el agüilla
espesa de las vaginas que escupen en un par de minutos… pero algunos se dopan,
se crece, se convierten en dandis humillados buscando perversiones
insatisfechas por esposas demasiado tradicionales a cambio de un par de veintes
y rompen la dinámica familiar de las putas madres de familia… a menudo nos
negamos a ver la evidencia: putas, drogadictos, sidáticos… comen, beben y
sueñan lo mismo que nosotros, porque quizás así de esa forma pretendamos negar
que no somos más que animales débiles en un mundo al que hemos complicado
demasiado.
Su esposa aguanta el vaho ardiendo macerado en ron y
whiskey calentando su nuca de docena y media de desconocidos cada semana: los
sudores de viejos verdes con fantasías vomitivas, de alcohólicos pestilentes
cubiertos por ladillas, de obreros estresados comiéndose un buen pepito a la
hora del bocadillo se derrama sobre su espalda, jala de su pelo, golpea sus
nalgas mientras reza porque el condón no vuelva a romperse… una chica joven, de
tetas gordas, ojos verdes, pelo moreno, pareja del mejor jugador del barrio,
condenada a cadena perpetua en una celda de 98 kilos, pezones por el ombligo y
marcas de cigarrillos, mordiscos y coca en la cara… nuestro cerebro tiene una
amistad tan profundamente arraigada a la farándula televisiva que se nos
olvidan que las putas que encarnaba Julia Roberts solo existen en los guiones
escritos por escritores que viven en burbujas de caviar hollywoodiense
acojonados tras la manta, mirando cautelosos desde las esquinas con miedo de
que la realidad les ostie en plena cara. A él no le importa: no penetra a su
mujer desde un par de meses después del parto –para eso ya tiene a sus
compañeras, a algunas vecinas, a su prima- y las facturas deben pagarse ya sea
con dinero cobrado gracias a un gol, a un empleo de albañil o a un preservativo
usado.
Se lo piensa mejor: si pega al niño alguien podría
escuchar los gritos, denunciarle, terminarle de joder la vida… así que busca al
cachorro que decidieron recoger hace seis semanas tratando de dar una sensación
parecida a la felicidad –algunos llaman cangrejo a palitos de plásticos teñidos
de naranja-,lo agarra por el pellejo y sin palabras lo tira al niño para que se
entretenga jugando con él al fútbol… utilizándole como pelota: al crío le divierten
los chillidos de rata china que suelta el animal con cada puntapié.
Otra nueva lata… retoma el sofá… cambia de canal... tal
vez alguien se le estará corriendo en la boca a su mujer en estos momentos… no
importa: queda un pack en la nevera.
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