domingo, 4 de agosto de 2013

Escrito (4/7/2013)

Te amo, pero mejor aún, compartimos.
            Porque el dolor es siempre más intenso en el recuerdo porque a la memoria no se la puede aliviar con mercromina. Dos líneas estriadas de carne sobresaliente se pasean por sus omoplatos dormidos, astillados por imágenes a ráfagas de su infancia atrapada en un bote de cristal ahumado desde donde la huida hacia mañana jamás se vislumbró.
            Quizás acomplejado por una cojera incipientemente notable, frustrado por rehén en un puesto de trabajo que lo inundaba de órdenes humillantes o simplemente por seguir la tradición de dolor y abusos comenzada por el abuelo, porque las espirales son el camino preferido por los cobardes que se niegan a despertar en nuevos andenes, golpeaba al chico cada dos o tres noches con un cinto de cuero fino, negro, salpicado de rojo, sin borracheras, sin drogas, sin excusas: simplemente cada dos o tres días entraba al cuarto con el cinturón y machaba la espalda de su hijo obligándole a quitarse la blusa –los escudos son para maricas- viendo como pequeños trocitos de carne saltaban sobre el colchón igual que pulgas divertidas jugueteando encima del lomo de un bulldog… al principio hubieron gritos, lágrimas, incomprensión, pero con el tiempo asumes un dolor que se avecina puntual como el té de los ingleses y lo soportas estoico tratando de engañarte pensando que sufrir es un regalo que te envían los titanes para que tarde o temprano acabes pareciéndote a uno de ellos: deseas ingresar en el club de los superhombres, cuando en el fondo lo único que te gustaría es salir corriendo hasta la mitad del parque, dejar somnolientos tus ojos de cachorro llorón y que te de un abrazo sucio de sudor rancio cualquier anónimo porque solo recobramos nuestra fe cuando los renglones más hermosos no los escriben Darío o Lorca, sino que se dibujan en textos de hojas amarillas firmados por autores desconocidos… Pero un chaval de sietes años moqueando en el centro de la acera pasa desapercibido –tendrá mimo, se habrá caído de la bici, no encuentra a su muñeco- y los lloros poco a poco se apagan silenciosos mientras los chasquidos del cinto empapan la oscuridad del cuarto.
            Pero ahora ya es adulto… ahora no busca quien lo abrace… ahora su fe está donde los hijos que nunca nacerán y se permite lagrimar boca abajo desnudo en el centro de la sábana no porque aún le ardan los cintazos –las heridas jamás cicatrizan, solamente cambian de forma, de lugar, de momento-, sino por intentar comprender el salvajismo vacío de su padre, la abominable indiferencia de su madre: creció viendo pelis de familias idílicas con un papá de corbata, gomina y dientes completos trinchando el pavo en una mesa larga como el desierto del Coyote acompañado por una mujer que se levanta ya peinada con cuerpo de actriz porno preparando tortitas con mermelada y sirope a tres hijos sanos, rubios –siempre muy rubios- y felices mientras la guagua del cole los espera justo en la entrada de la casa… cuando la fantasía se instala en la obsesión de un cráneo desconsolado su peor tortura es vivir la realidad desencajada… para la ilusión rota no existe peor veneno que una imaginación descontrolada.
            Empapa la colcha con su llanto, roto, retorciéndose como una serpiente atrapada en la boca de un zorro… y de repente nota sus dedos calmando la cicatriz en relieve que dibuja su lomo sin caricias: uñas postizas, pechos operados, pene descomunalmente grande, como si la naturaleza quisiera ahondar más en la burla, insatisfecha con solo reírse de ella cuando la condenó a una cárcel de varón.
            Se asusta y gira agarrando con aterrorizada furia la muñeca –a los perros que castigan demasiado siempre muerden la mano que se acerca con cariño- y como recién despertado de un sueño demasiado realista le toca la cara con un dedo para asegurarse de que realmente es su compañera, su atalaya, su muleta.
-Otra vez te quedaste dormido llorando.
-La memoria… ojalá olvidar fuese una opción, no una lacra.

            Se miran… se observan… se escudriñan… le comienza a rozar las mejillas con la lengua para pasar a los labios, besarle, morderle, devorarle: suelen hacer el amor vestidos porque él no supera la barrera del pene, porque siempre le gustaron las mujeres cien por cien, porque siempre fue incapaz de tomar al sexo como un plus en la unión sin importar los genitales… ella lo comprende, porque donde existe verdadera complicidad, motivación y entendimiento follar trasciende un par de puntos por delante de la penetración y amarse pasa a un segundo, quinto, décimo plano en la pareja… la relación basada en el amor se hunde por el peso de un sentimiento caduco, inperenne, inestable, porque el amor se va gastando como la lija raspando madera vieja, se estanca igual que lluvia retenida en una carretera socavada, porque el amor no es más que química reaccionando en una pila de carnes y huesos débiles que se rompen al contacto de un cinturón de cuero… pero cuando dos desgraciados cargados de cicatrices se encuentran por coincidencia en la cuarta dimensión y se unen no por amor, sino por verdadera necesidad el uno del otro gracias al dolor común de un pasado paralelo surge la compenetración que deja al precio del amor y todas sus mariposas de mierda en el estómago a la misma altura que el de una servilleta en la fábrica de “Kleenex”. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario