Fantasía
2000.
Hoy he violado a Mickey Mouse: lo
penetré duro recordándole que para mi no estaba siendo más que un ano, un
juguete, un desahogo de mi ira –ni siquiera me despierta libido- al que
desprecio profundamente gracias a esa sonrisa patética, a esos guantes de
cirujano patoso, a esa voz afónica de niño acomplejado. Me da asco: es idéntico
a los líderes autoproclamados, elegidos, cambiados cada cuatrienio en urnas de
cristal fino que estallan como pompas de jabón cuando vibran por culpa de las
carcajadas del congreso, repartiéndose el país, jugando al “Monopoli” en tres
dimensiones, intercambiando sillones, cargos y ciudades como estampas repetidas
en el patio del colegio… me da asco Mickey Mouse: con su humor barato, con
guiones que escriben siete u ocho becarios, con su simpatía ensayada delante
del espejo pretende que nos olvidemos de que en el fondo no es más que una rata
que apesta a cañería húmeda.
Hoy he violado a Mickey Mouse:
cuando estaba a punto de correrme saqué mi pene y eyaculé en el colchón… no
deseaba irme ni dentro ni sobre él, porque mi esencia tangible más profunda no
puede rebajarse a entrar en contacto con un cretino, con un falso humilde, con
un hipócrita que se erige como amigo de los niños que cuando llega a su
castillo apoya las patas sobre Minnie, fumándose un purito con Walt, contando
las montañas de monedas conseguidas con la perversión de la inocencia infantil.
No… mi semen está reservado para otro: el semen hay que derramarlo en el
interior de un chico rubio y virgen que te elige a ti, solo, irreversible e
irremisiblemente por primera vez a ti para que tomes su intimidad más íntima
sobre las sábanas destartaladas de un colchón de muelles saltarines… el semen
debe echarse sobre los pechos de una desconocida cuyo nombre puede ser mentira,
una mujer semiebria que descubres en la barra de un local de moda haciéndote
soñar con su vagina que deseas irracional, desesperada, bestialmente que sea
tan dulce como su voz, tan agradable como su conversación, tan amarga como su
infancia… el semen se escupe en el útero de quien deseas que lleve el peso de
tu miedo, tu desesperanza, tu tristeza compartiendo el clímax último del sexo
que por encima del orgasmo es la compenetración… el flujo, el semen no debe
desperdiciarse en una rata de pantalones rojos, porque el esperma es el cenit
del amor, del deseo, del entregamiento masculino… al final resutla que el amor
su expresión última resulta ser viscoso como la miel cálida.
Hoy he violado a Mickey Mouse:
cuando acabé tomé a ese roedor por su nariz tumorosa y lo arrastré hasta el
retrete… llamé a mi sobrina de dos años… la senté en el lavábamos… tranqué la
puerta con llave y la he obligado a mirar mientras ahogaba en una mezcla de
agua, odio y heces a su héroe de la infancia en el fondo del inodoro… el bicho
pataleaba porque incluso los parásitos más pequeños son demasiado orgullos ante
la muerte creyendo que resitiéndose con furia física podrán superar los deseas
de esa caprichosa con guadaña. La niña llora, muerde, patea… intenta arrancarme
a Michael de las manos, pero la sujeto por el cuello y le enseño como ese ratón
va dejando escapar la vida en forma de burbujas de oxígeno que desaparecen… uno
menos… muerto… el horno suena unos minutos más tarde…
Siento a la niña en su tronita y
saco a Donald del horno: pato a la naranja. Trincho a ese bastardo, le envuelvo
con el zumo de naranja, pincho un par de trozos en el tenedor, pero la niña no
quiere despegar los labios: le aprieto en la nariz, le fuerzo a abrir la boca,
le atraganto con un muslo de ese pato disléxico con dicción distorcionada y
cuando por fin consigo que entre sollozos le de un mordisco oigo a Pluto
aullando como una sirena rota junto al cadáver de su amo.
Pluto… siempre fue mi preferido: en
un mundo grotesco de cangrejos graciosillos, hienas malvadas y pajaritos
costureros este perro es el único orgulloso de su esencia, el único con
personalidad suficiente para decir “guau-guau” en vez de hablar como los cerdos
a dos patas, el único con pelotas para aceptar que es un perro, ni más ni
menos, sin envidiar a los humanos ni intentar violar su propia alma fingiendo
en vez de siendo… lo encuentro olisqueando el perro, gimiendo y lamiendo:
cuando me dirijo a patearlo para recordarle que ahora es libre, de repente
orina encima de la rata y empieza a corretear de un lado a otro como si tuviese
en el culo un volador a punto de reventar que no puede sacarse… es normal:
quien ha sido durante años una marioneta se siente perdido cuando los hilos se
tajan de golpe… la esclavitud es horrorosa, pero cómoda: siempre hay un amo que
te llena el estómago, te limpia la mierda de vez en cuando y si te comportas
bien incluso te regala unas palmaditas en el lomo… la vida del libre es una vida
de responsabilidad, elección y albedrío propio, una vida difícil, complicada,
cargada de trabajo, pero la mejor vida, real, única, propia.
Hoy he violado a Mickey Mouse en
tributo a esas niñas famélicas que tiran el almuerzo a escondidas de sus
madres, con tal de parecerse a una Blancanieves con cintura de avispa sometida
a las perversiones de siete enanos salidos… hoy he violado a Mickey Mouse en
honor de esas niñas que eligen el silencio por norma como Ariel siguiendo el
ejemplo de una sirenita sumisa y muda con terror a tener opinión propia,
traicionando su familia, su reino, su esencia para satisfacer los deseos de un
príncipe tirano adicto a las pesas de gimnasio… hoy he violado a Mickey Mouse
para salvar a todas esas niñas que se pintan los labios con brillante, que se
calzan zapatitos de cristal, que se ponen trajes de gala a ras de las nalgas,
pensando que cuanto más carne muestren antes llegará a rescatarlas su príncipe
azul.
Hoy he violado a Mickey Mouse porque
desprecio una fantasía que convierte a las niñas en putas, a los niños en
maltratadores, cuyos valores son la ignorancia como sinónimo de la felicidad,
la dependencia femenina como única forma de subsistencia, la dilución del “yo”
en post de la masa que debe ser seguida porque lo importante en este planeta no
es el criterio propio, radical, exclusivo, sino el populismo, el capital, el
encajar pasando desapercibido…
Hoy he violado a Mickey Mouse porque
no quiero despertarme por la mañana con el canto de los pájaros, con un perro
que me traiga las babuchas hasta la cama, con una mujer que me deje el desayuno
caliente sobre la mesita de noche… quiero levantarme cagándome en el
despertador para irme a trabajar, quiero que me despierte el sonido de un pedo
bestial que le salga del culo a una mujer de verdad, que babea la almohada, que
lleva el coño sin depilar, que tiene el aliento apestándole a cansancio, acidez
y borrachera… quiero levantarme sabiendo que el color de rosa es una fantasía
inútil de ratones parlantes, donde el gris impera, done despertar es duro,
donde cada logro es una batalla cargada de heridas, fracasos, desengaños… y
belleza porque el cenit de la hermosura
es acostarte por la noche sabiendo que has sobrevivido un día más a un mundo
lleno de decepción, maldad y trampas en el que solo unos pocos valen la pena y
cuando das con ellos nada más importa porque pelear, pelear y pelear en una
vida en blanco y negro es la ostia.
Penado
contra la pared.
Sangre, carne, piel descamada le
saltaba a la cara como los ciscos de madera fresca violando los ojos de un
carpintero con la radial en marcha… los chasquidos de la correa son secos,
cortos, lastimeros, la misma correa de cuero con la que sacará a pasear a un
perro mimoso, gordo y jadeante que duerme en el mismo colchón del padre
custodiando la última lata de la noche, la que utiliza como somnífero para
borrar las humillaciones del hoy o como mínimo hacer más sencillo el soportar
las vejaciones del día en el banco, con un director hitleriano, un aire acondicionado
siempre roto en pleno Agosto y una compañera de trabajo tan repugnante al
físico que su fealdad se queda atravesada en el gaznate lo mismo que un olor
nauseabundo y pegajosos cuando llega desde la nariz.
Esta vez el chico se ha dejado la cama
sin hacer: siempre se levanta con la barrita larga del reloj demasiado cerca de
la primera hora del colegio y un crío de diez años que aún se mea en la cama
por culpa de sufrir un profundo terror paternofilial se ve angustiado entre dejar
los pantalones secos en el armario y llegar a tiempo a matemáticas o hacer la
coma, tomar la guagua y soportar las burlas de sus compañeros de clase al verle
la mancha elíptica traspirándose por las perneras… prefiere dejar desordenado
el cuarto: para cualquiera con orgullo y un par de cojones las burlas, aunque
sean de niñatos con los testículos sin haberse descolgado todavía, son más
dolorosas que un par de correazos.
La fustigación la hace siempre con
la camiseta del niño puesta, siempre un viernes por la tarde para darle tiempo
a que cicatricen y así el lunes el profesor de gimnasia no pueda ver las marcas
cuando el chico se cambie para volver a las aulas… así son los cobardes: en la
intimidad son monstruos de cuernas y alas aterrorizadores con un nivel de
enfermedad lo suficientemente alto para cometer las mayores abominaciones, pero
se cagan con “el que dirán”, con la idea de salir a la calle sin su capucha
donde saben que los vecinos les escupirían en mitad de la frente si
descubrieran que esa sonrisa de dientes blancos, lineales y cuadrados no es más
que un escudo, una máscara de nariz larga: las calles son espejos puestos a lo
largo de nuestra biografía y en la intimidad de nuestros deseos solemos ser tan
oscuros que desearíamos tener el coraje suficiente para ahorcarnos… pero como
somos débiles, descargamos la furia contra nuestras esposas porque ellas no son
como las amantes que sostenemos a base de polvos y dinero quienes nos darán la
patada cuando aparezca ese muchacho más guapo, más joven, más rico… descargamos
la furia contra nuestros hijos seguros de que su voz es suave, sin ira ni poder
como la del jefe al que debemos sumisión… descargamos la furia contra nuestros
perros, fieles, de mirada gacha y rabo entre las piernas conscientes de que
aunque les partamos sus hocicos en seis partes con la bota siempre volverán a
lamernos las manos.
A veces, desgarra tanto al niño, que
le salpica sangre a la cara y esa es la alarma de frenado… el crío, febril,
cojo y agotado ni siquiera grita porque sabe que así lo joderá más: los
monstruos pierden su poder en el momento justo en que dejamos de mirar bajo la
cama.
Un niño sin escapatoria que dentro
de ocho, nueve, máximo diez años se enroló con los de infantería para
convertirse en sicario del estado y conseguir un sueldo con el que llenar la
barriga, guardar unas cuantas botellas de amnésico tinto en la nevera –pero la
tinta del pasado es demasiado pringosa como para que se llegue a borrar del
todo… el mal recuerdo es como ámbar derretido en la corteza de un árbol
conservando impolutos pensamientos intachables- y una pistola con la que
fantaseará a diario con abrirle un conducto de ventilación a la cabeza de papá…
lástima que con su prepotente, estúpida, cínica omnisciencia Dios considerase
más oportuno un cáncer de pulmón: tal vez quiso dar señales al párroco del
barrio, el que fuma dos paquetes diarios en el cementerio.
Se sienta a leer, algo de Proust: es
un padre idílico la envidia de la comunidad paterna del barrio, un señor que
siempre anda leyendo con un cargo importantísimo en su banco sin vicio alguno
más que media copa de vino los sábados en el porche mientras lanza la pelota al
perro… lástima de hijo rebelde.
Aprovecha que su padre está
descansando los brazos para dar una vuelta por la manzana a ver si el aire le
alivia un poco las ganas de desmayarse.
Maltratado, sin mucho rendimiento en
clase e hijo único, pero cuando piensas que la vida ya no puede hurgarte más en
el alma siempre consigue darle vuelta a una broca todavía más grande: súmale acné
prematuro, rojo encendido, relleno de pus, fingiendo ser una barba… el muchacho
se entretiene en rascarse los granos mientras anda, dándose cuenta de que los
otros niños se le alejan insultándole por lo bajini haciéndole cortes de mangas
desde lejos, aunque unos pocos tienen la decencia de pegarle unas bofetadas y
eses su momento de descargar la ira acumulada como el fuego que esconde un
fósforo que todavía no han rascado contra la caja… pero hoy no tiene suerte:
solo niños maricas que le insultan por lo bajini.
Los granos, el lomo, las piernas…
todo parece que va a estallar: necesita sentarse. Se acurruca contra un portal
en el escalón lleno de hormigas de un edificio casi centenario y la típica
vieja que vuelve con el carrito cuesta arriba lo lleva observando desde hace
cien metros, sonriéndole, siempre amable como todas las viejas malfolladas y le
saca un caramelo de nata del bolso que el chico coge con suma lentitud para
desenvolverlo, guardarlo para el perro –el perro no tiene culpa de nada- y
escupirle un buen pollo repleto de mocos a la cara barbuda de la vieja: jamás comerá
ese caramelo, jamás aceptara esa limosna, jamás caerá en el engaño de los
detalles dulces de una vida traicionera… su mayor desprecio más que a su padre,
más que a la corre son las personas que le tienen pena, porque los tiene por
falsos, rastreros, mentirosos… porque la compasión no es más el odio vestido de
terciopelo, la expresión sutil del asco para los cobardes, para los hipócritas.
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