V
A pesar del cráneo roto el
maquillaje seguirá intacto.
Al final de cada noche los aplausos se
retienen solamente unos segundos más en los oídos, pero nunca claros, solamente
escupitajos de palmas que chocan entre sí como monos en celo algunos borrachos
que se acercan a la terraza para reírse a menudo más “de” que “con” los
maricas, aplausos que como el eco
distorsionado de un antiguo cassette al que se le están terminando las pilas
morirán irremediablemente en el lugar donde se entierran los cadáveres de
perros muertos que jamás van a visitarse, aplausos que se consumirán como
garrapatas clavadas por accidente en un hueso del que no puede brotar sangre,
aplausos que se desvanecerá como los amantes de una sola vez, uso único como el
filtro de los cigarrillos, tirados al fondo de la alcantarilla dejando rastros
de cáncer, culpa, ardor, pero jamás de satisfacción: el placer del momento se
diluye a la misma velocidad que el humo en un incendio y la denigración es tan
decadente como la de una madre alcohólica que asfixia a su hijo dormida sobre
él en plena borrachera… en el camerino cutre de un bar de ambiente “Sirena”,
nombre artístico de un transformista de voz metálica, nula en solfeo, torpe en
el baile, pero con un carisma equivalente a la de astros del fútbol, con una
feminidad en los movimientos que hacían olvidar lo postizo de su vagina, con
tantísima energía que las tablas del escenario se podrían al acabar su
espectáculo que Sirena fue siempre la presentadora y atracción personal de un
bar donde llegaron a ir incluso alcaldes, ministros y empresarios a cara descubierta:
lo gay está de moda, los billetes y votos rosas tienen el mismo valor que los
verdes… la hipocresía es una máquina antropofágica que consume los ideales igual
que serpientes famélicas engullendo ratones vivos parapléjicos.
Los aplausos se pierden, los chistes
verdes ya no tienen ni picante ni gracia, el micrófono se apagó hasta mañana
como un halcón con la capucha sobre los ojos y en ese camerino cutre solo hay
una toalla rasposa para quitarse el sudor y la purpurina, algunas botellas de
agua y un fan joven tímido y feo que con la excusa de pedirle un autógrafo
acabará llevándose la mejor mamada que nunca imaginó, pero solo eso: una
mamada… escupirá el semen y no dejará que nadie la penetre, además, todo lo
harán vestidos, porque ella es chica de uno, de uno al que picó el bicho para
dejarle el veneno verde, un bicho con veneno viejo que ya puede curarse, pero
la salud de maricones con condones rotos no es tan popular como la de niños con
cáncer de médula, prolongarle días a los chupapollas viciosos es publicidad
negativa para empresas farmacéuticas que no viven de la salud, sino de la
enfermedad, del bienestar, sino del dolor, del producto estrella anunciado en
el televisor antes de la “Coca-cola”, justo después del jabón de los payasos,
porque una cosa es que presidentes de empresas farmacéuticas se fotografíen con
Freddy, Nureyev, Hudson y otra que le limpien las sábanas manchadas de mierda,
sudor y escalofríos al homosexual anónimo que eligió, contra toda naturaleza,
un estilo de vida predestinado a la autodestrucción.
Es chica de uno, de uno al que le
picó el bicho y que desde antes de que fuera legal le pidió matrimonio con
anillo y todo, porque con papeles o no, casarse no es más que la simbología
inútil de un hecho ya consumado… chica de uno con la que tras hacer el amor
–siente que solo folló una vez en su vida, solo con el primero, un taxista
versátil con los huevos demasiado cargados como para aguantar hasta que
terminase la jornada- le gustaba rodearse cinematóficamente entre sus brazos: rodeado,
protegido, tapado por un varón cálido como las tetillas de las perras recién
paridas cuya leche es un pretexto, un trámite, un intermedio burocrático para
amantar a sus cachorros con seguridad, compenetración y fidelidad, porque el
amor no trata de rosas, velas y luz de luna, el amor se trata de saber que
cuando estés cagando sangre por el retrete habrá alguien que limpiará las
baldosas del suelo mientras te prepara el cocktail antes del desayuno.
Es chica de uno, al que le picó el
bicho, que le dejó un anillo que tiró hace tiempo contra los riscos de la playa
sabiendo que el agua termina por convertirse en nube, justas, por encima de
todos siempre humillándonos soberbias sin distinción alguna.
Sirena… camarera del local,
soportando los pellizcos en el culo de viejos verdes confundiendo ser libres
con ser unos completos gilipollas, que una vez tuvo que salvar la noche con su
cara, su pensamiento rápido, su “el fracaso ya lo tengo” sustituyendo a la diva
del momento atrapada en un atasco a diez minutos de empezar el bolo.
Hoy es la estrella, la diosa, la
elegida… la marica asesinada con los sesos por encima de todo el bordillo: un
par de chicos con la cabeza al cero y un par de bates. Un cerebro desmigajado
tratando de escapar del cráneo de una víctima del pensamiento anacrónico, pero
con el maquillaje intacto, porque a pesar de la irracionalidad, de la
violencia, del desprecio el odio no es más que un fuego fatuo que alumbrando
demasiado se consume pronto gracias al peso de su propia porquería y mientras
hayan maricas con los cojones suficientes para “hablar por su diferencia”, el
maquillaje siempre seguirá intacto.
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