jueves, 15 de agosto de 2013

Escrito (15/8/2013)

V
            A pesar del cráneo roto el maquillaje seguirá intacto.
             Al final de cada noche los aplausos se retienen solamente unos segundos más en los oídos, pero nunca claros, solamente escupitajos de palmas que chocan entre sí como monos en celo algunos borrachos que se acercan a la terraza para reírse a menudo más “de” que “con” los maricas, aplausos que  como el eco distorsionado de un antiguo cassette al que se le están terminando las pilas morirán irremediablemente en el lugar donde se entierran los cadáveres de perros muertos que jamás van a visitarse, aplausos que se consumirán como garrapatas clavadas por accidente en un hueso del que no puede brotar sangre, aplausos que se desvanecerá como los amantes de una sola vez, uso único como el filtro de los cigarrillos, tirados al fondo de la alcantarilla dejando rastros de cáncer, culpa, ardor, pero jamás de satisfacción: el placer del momento se diluye a la misma velocidad que el humo en un incendio y la denigración es tan decadente como la de una madre alcohólica que asfixia a su hijo dormida sobre él en plena borrachera… en el camerino cutre de un bar de ambiente “Sirena”, nombre artístico de un transformista de voz metálica, nula en solfeo, torpe en el baile, pero con un carisma equivalente a la de astros del fútbol, con una feminidad en los movimientos que hacían olvidar lo postizo de su vagina, con tantísima energía que las tablas del escenario se podrían al acabar su espectáculo que Sirena fue siempre la presentadora y atracción personal de un bar donde llegaron a ir incluso alcaldes, ministros y empresarios a cara descubierta: lo gay está de moda, los billetes y votos rosas tienen el mismo valor que los verdes… la hipocresía es una máquina antropofágica que consume los ideales igual que serpientes famélicas engullendo ratones vivos parapléjicos.
            Los aplausos se pierden, los chistes verdes ya no tienen ni picante ni gracia, el micrófono se apagó hasta mañana como un halcón con la capucha sobre los ojos y en ese camerino cutre solo hay una toalla rasposa para quitarse el sudor y la purpurina, algunas botellas de agua y un fan joven tímido y feo que con la excusa de pedirle un autógrafo acabará llevándose la mejor mamada que nunca imaginó, pero solo eso: una mamada… escupirá el semen y no dejará que nadie la penetre, además, todo lo harán vestidos, porque ella es chica de uno, de uno al que picó el bicho para dejarle el veneno verde, un bicho con veneno viejo que ya puede curarse, pero la salud de maricones con condones rotos no es tan popular como la de niños con cáncer de médula, prolongarle días a los chupapollas viciosos es publicidad negativa para empresas farmacéuticas que no viven de la salud, sino de la enfermedad, del bienestar, sino del dolor, del producto estrella anunciado en el televisor antes de la “Coca-cola”, justo después del jabón de los payasos, porque una cosa es que presidentes de empresas farmacéuticas se fotografíen con Freddy, Nureyev, Hudson y otra que le limpien las sábanas manchadas de mierda, sudor y escalofríos al homosexual anónimo que eligió, contra toda naturaleza, un estilo de vida predestinado a la autodestrucción.
            Es chica de uno, de uno al que le picó el bicho y que desde antes de que fuera legal le pidió matrimonio con anillo y todo, porque con papeles o no, casarse no es más que la simbología inútil de un hecho ya consumado… chica de uno con la que tras hacer el amor –siente que solo folló una vez en su vida, solo con el primero, un taxista versátil con los huevos demasiado cargados como para aguantar hasta que terminase la jornada- le gustaba rodearse cinematóficamente entre sus brazos: rodeado, protegido, tapado por un varón cálido como las tetillas de las perras recién paridas cuya leche es un pretexto, un trámite, un intermedio burocrático para amantar a sus cachorros con seguridad, compenetración y fidelidad, porque el amor no trata de rosas, velas y luz de luna, el amor se trata de saber que cuando estés cagando sangre por el retrete habrá alguien que limpiará las baldosas del suelo mientras te prepara el cocktail antes del desayuno.
            Es chica de uno, al que le picó el bicho, que le dejó un anillo que tiró hace tiempo contra los riscos de la playa sabiendo que el agua termina por convertirse en nube, justas, por encima de todos siempre humillándonos soberbias sin distinción alguna.
            Sirena… camarera del local, soportando los pellizcos en el culo de viejos verdes confundiendo ser libres con ser unos completos gilipollas, que una vez tuvo que salvar la noche con su cara, su pensamiento rápido, su “el fracaso ya lo tengo” sustituyendo a la diva del momento atrapada en un atasco a diez minutos de empezar el bolo.

            Hoy es la estrella, la diosa, la elegida… la marica asesinada con los sesos por encima de todo el bordillo: un par de chicos con la cabeza al cero y un par de bates. Un cerebro desmigajado tratando de escapar del cráneo de una víctima del pensamiento anacrónico, pero con el maquillaje intacto, porque a pesar de la irracionalidad, de la violencia, del desprecio el odio no es más que un fuego fatuo que alumbrando demasiado se consume pronto gracias al peso de su propia porquería y mientras hayan maricas con los cojones suficientes para “hablar por su diferencia”, el maquillaje siempre seguirá intacto.

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