jueves, 20 de junio de 2013

Escrito (20/6/2013)


Nocilla Dream 2.

            Cuatro seres desfigurados por la grasa comiendo nocilla a cucharadas mientras ven cotilleos en el televisor: papá asfixiado por su papada, mamá con sudor viejo entre las lorzas, la princesa de la casa con varices prematuras en muslos casi inservibles, el campeón con la columna como un interrogante por el peso de sus tetas masculinas… todos desnudos, rozándose sus pieles porque la ropa les hace insoportable la temperatura del verano: las focas están hechas par los casquetes. Un sofá de cuero blanco amarillecido por culpa del sudor que supura azúcares industriales, grasas transgénicas, colorantes artificiales… cada uno con un bol de roscas nadando en matequilla y tratando de compensar el sabor salado el bote de crema de chocolate comida a cucharadas, porque el pan es un intermediario que solo sirve para matar los sabores y con la cuchara es pura mierda sin cortar cuyas endorfinas van derechas al cerebro: un tirito de coca se castiga con la ley, con la estigma social y con la moralidad casposa del gobierno, pero los impuestos de alcohol, tabaco y bollerías industriales sirven para pagar coches oficiales y aparcamientos cerca del congreso.

            Un bote gigante que se van pasando unos a otros seguidos por dos faroles desconsolados de un bulldog engalgecido por culpa de un hogar en el que nunca sobra nada de los calderos… un perro que debe conformarse con estar sobre las rodillas de su ama y lamer directamente la crema que se escapa de la boca de la gorda manchándole los labios… ella apenas se da cuenta del cánido beso y se enfada con su hijo por tirar roscas al suelo: el enfado pasa pronto cuando la hermanita se tira de bruces contra la moqueta y directamente con la lengua las recoge sorbiendo granos fritos de millo, pequeñas ovejitas saladas sin cabeza…

            Seis cervezas –dos gastadas, una a medias- apolladas en los huevos de papá: con una mano levanta su barriga, con la otra agarra la lata: comer deprisa y sin beber es malo para la salud, así que nada mejor que un zumo de cereales para pasar el tentempié.

            Bol, tarro, latas… todo sobre el suelo o el sofá, porque aún están sobre la mesa los restos del almuerzo –magdalenas, sardinas, pizza, algo de pan con matequilla, litros vacíos de cola…- y arrastrar por un conjunto familiar de más de 400 kilos para limpiar los desperdicios no compensa a la hora de siesta: ya se recogerá cuando los mosquitos colonicen el salón y la peste de la basura sin bajar desde hace un par de días invada el cuarto haciendo imposible saborear los nuevos alimentos.

            Cuatro gordos frente al televisor devorando kalorías sin gusto, orden ni disfrute: el estómago se relega de papel principal a tramoyista y el mando de la escena lo lleva la batuta del paladar a quien solo le seduce el placer vacío como sexo sin amor o pajas sin presión… el cuerpo quiere sabores, no satisfacción –hace rato que el hambre murió dando paso a la gula- y la lengua disparada por la ingesta de grasas en su forma más pura pasa del dulce al agrio y del suave al crujiente con la velocidad de un chirrido de saltamontes.

            En la tele alguna final, de algún reality, de alguna cadena con cuernos y rabo… los obesos desean saber quien el ganador… el engullimiento no se frena mientras entrevistan al tercer clasificado en directo… dolor en el brazo izquierdo… la presentadora comienza a preguntarle en qué gastará su premio… jadeo incontrolable… el chico aprovecha para disculparse con su novia el “desliz” cometido en la casa con cámaras… el corazón se desboca… la cornuda besa a su novio en los labios… el infarto es fulminante: el niño, en proporción el más gordito, covulsiona con los ojos en blanco sobre el sofá mientras el bulldog lame del pecho los resto de cacao que se le cayeron al resbalársele la cuchara durante las sacudidas... aún tiene la boca llena de mondongo y es incapaz de pedir ayuda… su hermana, papá y mamá, no son conscientes de la muerte que está en su propio sillón, en su propio salón, en su propio cuerpo… el pequeño de cien kilos continúa echando espuma negra y cagándose encima con los esfínteres fuera de sí, mientras tres ositos a su lado se atragantan placenteramente soñando con Nocilla light mientras observan el televisor, dejando que las grasas y las hondas desquebrajen su cerebro igual que una calabaza dentro del potaje al fuego.

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