Solo recuerdos.
El sumidero de la ducha ya hacía tiempo que no estaba
atascado… hasta hacía unos seis meses una de la mayores riñas eran que él
siempre dejaba tupido el desagüe por culpa de los mechones de su pelo, una
melena que crecía ridículamente desde la mitad de la cabeza tratando de ocultar
una evidente calva… pelos casposos que se le metían a él en la boca mientras
dormía, pero que el otro se negaba a cortar –ni siquiera las puntas- por evocar
una nostalgia rockera que se ancló en los ’80, cuando hubo de someterse a la
realidad que lo condenó a una tienda de muebles de por vida, que no fue muy
larga… hasta hacía unos seis meses la melena era el mayor motivo de discusión:
luego llegó el cáncer… con la quimioterapia se terminó de caer el resto del
pelo, junto con su fuerza, su jovialidad, su ilusión… al principio un quiste
que se hinchaba como un huevo sancochado a fuego demasiado rápido hasta
estallar en metástasis… hígado… corazón… cerebro… solo esperar, solo asumir,
solo resignación…
Allí se encontraba bajo el chorro de agua tibia –él nunca
soportó los extremos y siguió conservando esa costumbre a pesar de que él
adoraba abrasarse con el líquido- mientras sus lágrimas se perdían iguales que
entre la lluvia de un cielo contaminado… golpeo rabiosa, repentina, odiosamente
una baldosa de la pared hasta desquebrajarse los nudillo: una mezcla de sangre,
agua sucia e ira se deslizaban por los agujeritos de aquel sumidero… se habría
dejado cortar el ojo con un folia con tal de que se obstruyera el paso del agua
con aquella melena cochanbrosa.
Mucha memoria desperdigada por aquel baño sin espejos: se
peinaban, limbiaban y afeitaban el uno al otro, porque no les gustaba ver su propia
imagen, porque para reflejos ya les era sufciente con el del hombre que amaban:
se dejaban dibujar la barba al gusto del otro, porque el pelo de la cara solo
lo disfrutan los observantes, pues la cara del que la lleva no es más que un
marco que sotiene la pieza de arte… A uno le gusta fina, apenas una línea
cortando la silueta cuadrada de la barbilla y las patillas… a él le agradaba un
rostro poblado, espeso y solo necesitaba un par de tijeras para quitar dos o
tres vellos sueltos, unas pinzas para los enquistados.
A veces llevaban una sidra de tetrabrick –el champán en
la bañera es una fantasía disneyésica de las películas de los años ’50 que
adoraban ver los sábados por la tarde- para tomarla mientras se secaban, se
cepillaban los dientes, mientras cagaban el uno frente al otro, porque la
expresión máxima del amor no es los besos, los coitos, los paseos cogidos de la
mano… el amor al cubo es contemplar a tu compañero en los momentos de mayor
bajeza, de mayor escatología, de mayor debilidad y mantener un apoyo
incondicional a pesar de que el amor se cubra con la tela de cebolla de la
repugnancia.
Tras salir del baño se acostaban, sin importar la hora,
la mayoría de las veces sin sexo: entrelazaban sus piernas, él acariciba la
melena ridícula y sus penes jugaban a darse cabezasos cuando la sangre los
hacía latir… las caricias de la siesta con el tiempo fueron sustitas del sueño
y las endorfinas de sus pieles –el amor no es más que química enlatada en
provetas de carne- superaban con ardor a la serotonina.
De repente el cáncer… un baño centro de la casa de cara a
la convivencia en pareja, se convirtió en un cuarto de vómitos, morfina, baba…
en las últimas semanas ni siquiera fregaba el suelo: simplemente colocaba una
sábana en el piso y cuando estuviera totalmente llena de fluidos –no tardaba
más de un día en ocurrir- la tiraba al contenedor y la cambiaba por una nueva…
hipoalergénica: los medicamentos habían acentuado sus alergias y hasta los
suicidas se quitan las gafas para no hacerse daño cuando caen.
Una muerte fea, consciente segundo a segundo, monstruosa…
y hoy solo queda ducharse solo, frotarse él mismo el pene tras el baño, soñar
por las noches que tiene un desatascador en la mano y está de rodillas metido
en el plato de ducha, para despertar, volver, asumir lo brutal de la soledad
impuesta.
Sigue sin espejos: él es el de la barba poblada y no le
importan los pelos sueltos ni enquistados… donde debería de haber uno está
colocado un trozo de la última sábana, aún con vómito en sus bordes: el
recuerdo, el amor, no pueden ser completos si solo se mantiene la memoria
buena.
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