Generaciones.
El piso vuelve a mearse porque la sonda de un hospital de
seguridad social cavernícola se parte con los movimientos del enfermo… por
suerte esta vez no hay coágulos: últimamente le salen costras de sangre negra
solidificada, como copos de avena demasiado duros que estallan su pene de dolor…
el chico prefiero no llamara a la celadora –le avergüenza no tanto el trabajo
extra que le provoca, sino que a su padre, uno de los mejores pívots de hace
cuatro décadas en estas islas, lo vean convertido en un vegetal fresco en su
carcasa, pero con la semilla totalmente en putrefacción- y limpia los orines
con una toalla que huele a amoniaco de tanto uso, pues la fregona que trajo de
casa está totalmente enchumbada en fluidos humanos… de rodillas, compartiendo
la humillación de su padre durante unos minutos, rezando para morir con cierta
dignidad, para morir sin que sus propios hijos lo duchen con esponja, para
morir en su cama, rodeado de su famlia, con un coñac en la copa y diciendo –puede
que hasta escribiendo- unas últimas palabras lúcidas sabiendo que le ha ganado
la batalla al cuerpo y que él todavía no ha tomado el control del cerebro…
desea morir con la cabeza en el timón para no verse con sondas por culo y polla
ni una bolsa de excrementos sujetadas al propio hígado…
Por mucho que frote lo único que consigue es empegostar
más el suelo con porquería enferma y por ello sale al pasillo para llamar a la
señorita –puto timbre de aviso siempre estropeado-.Sale y la visión es
deprimente: ancianos empastillados tambaleándose sobre un gotero de aluminio
que incluso pesa más que ellos, mujeres llorando derrotadas en las esquinas de
los pasillos por culpa de cánceres triunfantes y enfermeras compartiendo el
café –el quinto café- de la mañana entre risas, chismografía y pasteles
pequeñitos, ajenas a la muerte, el dolor, el desconsuelo, habiendo perdido la
ilusión en el mismo momento que firmaron el título, se pusieron la bata y se
dieron cuenta de que para salvar vidas no es suficiente con poner vías y
provocar lavativas: también se debe alternar con médicos gilipollas y enfermos
insoportables… ilusión perdida cuando las niñas de 18 años soñaban con ponerse
el uniforme para inyectar culos y luego usarlo en la cama con algún cirujano
guapete, engordando por bollería industrial y café de máquina expendedora,
símbolo maldito de la generación “fast-food” –kalorías rápidas, sexo esporádico,
drogas de pronto alcance-. El cortado ya está frío, pero la lengua todavía
quema… el chico no puede esperar más y pide a gritos ayuda con su padre.
-Tiene que esperar,
acabamos de terminar el turno.
-¡Mi padre se ahoga en
vapores de mierda!
Una discusión acalaroda que dura seis, quizás ocho
minutos, los justos para fregar un suelo… cuando la ira se introduce en el puño
izquierdo, escuchan al enfermo toser incontrolado.
El hijo entra y coloca la vasinilla debajo de la barbilla
de su viejo para que pueda escupir la sangre agusto… en su mente fantasmagórica
seguro que todavía sueña con filetes de ajo y perejil, sus preferidos antes de
que la infección se apoderase del estómago para asentar su campamento en los
intestinos y presentar campaña contra la sangre.
Escupe, esputa, espira: lo coágulos ya encontraron otra
vía por donde escapar del cuerpo.
El chaval trata de consolar a su padre recordándole las
visiones de una madre, esposa, amiga en la playa enseñando a caminar a su nieto
por la orilla escapando de la espuma riendo a carcajadas espanta-tiburones…
hablándole de la parrilla eléctrica con la que volverán a planchar los filetes
cuando abandone la clínica… bromeando de cómo ya no necesitaría pantalones con
bolsillos gracias a una bolsa vitaliciamente amarrada a su cuerpo…
-Escupe viejo y
mánchate la barba lo que quieras que esta tarde toca que te afeite.
-¿Sabes que por mucho
que le hables no puede responderte? La infección llegó antes de ayer al cerebro-asegura la auxiliar.
El muchacho raya el odio:
-Cuando yo tenía seis
meses también era incapaz.
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