viernes, 21 de junio de 2013

Relato (21/6/2013)


Generaciones.

            El piso vuelve a mearse porque la sonda de un hospital de seguridad social cavernícola se parte con los movimientos del enfermo… por suerte esta vez no hay coágulos: últimamente le salen costras de sangre negra solidificada, como copos de avena demasiado duros que estallan su pene de dolor… el chico prefiero no llamara a la celadora –le avergüenza no tanto el trabajo extra que le provoca, sino que a su padre, uno de los mejores pívots de hace cuatro décadas en estas islas, lo vean convertido en un vegetal fresco en su carcasa, pero con la semilla totalmente en putrefacción- y limpia los orines con una toalla que huele a amoniaco de tanto uso, pues la fregona que trajo de casa está totalmente enchumbada en fluidos humanos… de rodillas, compartiendo la humillación de su padre durante unos minutos, rezando para morir con cierta dignidad, para morir sin que sus propios hijos lo duchen con esponja, para morir en su cama, rodeado de su famlia, con un coñac en la copa y diciendo –puede que hasta escribiendo- unas últimas palabras lúcidas sabiendo que le ha ganado la batalla al cuerpo y que él todavía no ha tomado el control del cerebro… desea morir con la cabeza en el timón para no verse con sondas por culo y polla ni una bolsa de excrementos sujetadas al propio hígado…

            Por mucho que frote lo único que consigue es empegostar más el suelo con porquería enferma y por ello sale al pasillo para llamar a la señorita –puto timbre de aviso siempre estropeado-.Sale y la visión es deprimente: ancianos empastillados tambaleándose sobre un gotero de aluminio que incluso pesa más que ellos, mujeres llorando derrotadas en las esquinas de los pasillos por culpa de cánceres triunfantes y enfermeras compartiendo el café –el quinto café- de la mañana entre risas, chismografía y pasteles pequeñitos, ajenas a la muerte, el dolor, el desconsuelo, habiendo perdido la ilusión en el mismo momento que firmaron el título, se pusieron la bata y se dieron cuenta de que para salvar vidas no es suficiente con poner vías y provocar lavativas: también se debe alternar con médicos gilipollas y enfermos insoportables… ilusión perdida cuando las niñas de 18 años soñaban con ponerse el uniforme para inyectar culos y luego usarlo en la cama con algún cirujano guapete, engordando por bollería industrial y café de máquina expendedora, símbolo maldito de la generación “fast-food” –kalorías rápidas, sexo esporádico, drogas de pronto alcance-. El cortado ya está frío, pero la lengua todavía quema… el chico no puede esperar más y pide a gritos ayuda con su padre.

-Tiene que esperar, acabamos de terminar el turno.

-¡Mi padre se ahoga en vapores de mierda!

            Una discusión acalaroda que dura seis, quizás ocho minutos, los justos para fregar un suelo… cuando la ira se introduce en el puño izquierdo, escuchan al enfermo toser incontrolado.

            El hijo entra y coloca la vasinilla debajo de la barbilla de su viejo para que pueda escupir la sangre agusto… en su mente fantasmagórica seguro que todavía sueña con filetes de ajo y perejil, sus preferidos antes de que la infección se apoderase del estómago para asentar su campamento en los intestinos y presentar campaña contra la sangre.

            Escupe, esputa, espira: lo coágulos ya encontraron otra vía por donde escapar del cuerpo.

            El chaval trata de consolar a su padre recordándole las visiones de una madre, esposa, amiga en la playa enseñando a caminar a su nieto por la orilla escapando de la espuma riendo a carcajadas espanta-tiburones… hablándole de la parrilla eléctrica con la que volverán a planchar los filetes cuando abandone la clínica… bromeando de cómo ya no necesitaría pantalones con bolsillos gracias a una bolsa vitaliciamente amarrada a su cuerpo…

-Escupe viejo y mánchate la barba lo que quieras que esta tarde toca que te afeite.

-¿Sabes que por mucho que le hables no puede responderte? La infección llegó antes de ayer al cerebro-asegura la auxiliar.

            El muchacho raya el odio:

-Cuando yo tenía seis meses también era incapaz.

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