Fast food.
“Homo hominis lupus est” Thomas
Hobbes
Diez arañas gordas, peludas, preñadas… las alimenta con
biberón como a dulces hijos recién paridos sin pechos que los amamanten… les
cepilla el pelo, les coloca al sol, les susurra nanas en la oscuridad para
regalarles un sueño apacible… diez arañas a punto de reventar unas crías que
las devorarán vivas por las patas sin mordisquear la cabeza hasta que el
suplicio sea tan insoportable que el desmayo llegue antes de la muerte.
Hora del parto… cada una expulsa
cientos de huevos que eclosionan seres informas, lechosos y traslúcidos que se
rinden al canibalismo como fuente de supervivencia: el instinto de conservación
vence una vez más al amor fraterno… su cuidado observa la masacre sin regocijo,
asco ni temor y se limita, una vez que sus hijos son adultos y han acabado con
la despensa materna, a arrancarle las alas a una libélula para tirársela al
enjambre de ocho patas por cada dos colmillos ensangrentados…
Pasan semanas… 200 arañas… diez
gorriones… el cuidador limpia sus plumas, se pone gusanos en la garganta para
regurgitárselos en la punta del pico y espera a que los arácnidos sean adultos:
una vez alcanzada la madures tira las arañas a las aves que se lanzan más por
apetito que por hambre contra las peludas y arrancan las patas del almuerzo en
irónica justicia… diez gorriones que se frotan las alas de placer por el sabor
de la carne cruda, cuasi líquida, con sabor a pollo de 200 bichos sin esperanza…
Pasan dos meses… diez gorriones…
tres gatos… el cuidador arranca con navaja las alas de los pájaros para que no
puedan escapar y lanza los cuerpos mutilados de las plumas a los mininos
desbocados por el hambre, gordos por la espera, prepotentes por las caricias…
tres gatos amórficamente grandes salvados del callejón que hoy duermen en camas
de mil euros cada una, tomando leche de soja en polvo y gorriones frescos para
desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena.
Pasan tres años… cinco gatos… un
pit-bull… el cuidador parte las doce patas de los gatos para que no puedan huir
y lanza los cuerpos inválidos de los gatos al perro salivante, iracundo y
rabioso que espera desde hace tan poco rato como el ayer los tres archienemigos
colocados en bandeja de plata asada… un perro devorador de tripas maullantes
cuyo apetito proviene de un odio ancestral impuesto por tópicos humanos.
Pasan dos décadas… un pit-bull… un
hombre... el cuidador parte el cuello al perro y lo trocea en lonchas finas
para freírlas y colocarlas en el cuenco de este hombre encadenado hace treinta
años, cebado por pasteles, frutas y helado… un hombre convertido en bestia por
la promesa carnívora de un filete atrapado en algún camino entre la realidad y
la utopía… un hombre con cadenas que desollan sus muñecas rollizas sin piel
desde hace mucho, jadeando impaciente por filetes con salsa argentina.
Pasan unos minutos… un hombre… un
hombre… el cuidador dispara en los sesos del gordo alimentado con golosinas y
carne de perro… lo descuartiza, despelleja y prepara al fuego lento de una hoya
con sopa de verduras listo para servir a un hombre famélico que lleva esperando
más de tres décadas y unos minutos para disfrutar comiendo el ser colocado en
el cenit de la cadena alimenticia…
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