sábado, 22 de junio de 2013

Relato (22/06/2013)

Fast food.
“Homo hominis lupus est” Thomas Hobbes
            Diez arañas gordas, peludas, preñadas… las alimenta con biberón como a dulces hijos recién paridos sin pechos que los amamanten… les cepilla el pelo, les coloca al sol, les susurra nanas en la oscuridad para regalarles un sueño apacible… diez arañas a punto de reventar unas crías que las devorarán vivas por las patas sin mordisquear la cabeza hasta que el suplicio sea tan insoportable que el desmayo llegue antes de la muerte.
            Hora del parto… cada una expulsa cientos de huevos que eclosionan seres informas, lechosos y traslúcidos que se rinden al canibalismo como fuente de supervivencia: el instinto de conservación vence una vez más al amor fraterno… su cuidado observa la masacre sin regocijo, asco ni temor y se limita, una vez que sus hijos son adultos y han acabado con la despensa materna, a arrancarle las alas a una libélula para tirársela al enjambre de ocho patas por cada dos colmillos ensangrentados…
            Pasan semanas… 200 arañas… diez gorriones… el cuidador limpia sus plumas, se pone gusanos en la garganta para regurgitárselos en la punta del pico y espera a que los arácnidos sean adultos: una vez alcanzada la madures tira las arañas a las aves que se lanzan más por apetito que por hambre contra las peludas y arrancan las patas del almuerzo en irónica justicia… diez gorriones que se frotan las alas de placer por el sabor de la carne cruda, cuasi líquida, con sabor a pollo de 200 bichos sin esperanza…
            Pasan dos meses… diez gorriones… tres gatos… el cuidador arranca con navaja las alas de los pájaros para que no puedan escapar y lanza los cuerpos mutilados de las plumas a los mininos desbocados por el hambre, gordos por la espera, prepotentes por las caricias… tres gatos amórficamente grandes salvados del callejón que hoy duermen en camas de mil euros cada una, tomando leche de soja en polvo y gorriones frescos para desayuno, almuerzo, comida, merienda y cena.
            Pasan tres años… cinco gatos… un pit-bull… el cuidador parte las doce patas de los gatos para que no puedan huir y lanza los cuerpos inválidos de los gatos al perro salivante, iracundo y rabioso que espera desde hace tan poco rato como el ayer los tres archienemigos colocados en bandeja de plata asada… un perro devorador de tripas maullantes cuyo apetito proviene de un odio ancestral impuesto por tópicos humanos.
            Pasan dos décadas… un pit-bull… un hombre... el cuidador parte el cuello al perro y lo trocea en lonchas finas para freírlas y colocarlas en el cuenco de este hombre encadenado hace treinta años, cebado por pasteles, frutas y helado… un hombre convertido en bestia por la promesa carnívora de un filete atrapado en algún camino entre la realidad y la utopía… un hombre con cadenas que desollan sus muñecas rollizas sin piel desde hace mucho, jadeando impaciente por filetes con salsa argentina.

            Pasan unos minutos… un hombre… un hombre… el cuidador dispara en los sesos del gordo alimentado con golosinas y carne de perro… lo descuartiza, despelleja y prepara al fuego lento de una hoya con sopa de verduras listo para servir a un hombre famélico que lleva esperando más de tres décadas y unos minutos para disfrutar comiendo el ser colocado en el cenit de la cadena alimenticia…

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