Belleza varada.
Los trozos de sirena ya estaban resecos al sol, llevan varios
días jareándose: el resto de la cola se vendieron a la conservera que se
instaló hace un mes en la playa… la parte superior la tiraron a un contenedor
de vidrio también hecha trizas sabiendo que jamás echarían de menos a una amiga
que vino del mar, a un ser que todos creen inexistente, una criatura ignorada
por su monstruosidad…
Es
el día quqe la capturaron… los pescadores avergonzados apenas miran la cola
despedazada de la media mujer y mandan a algunos chicos a cargarla en el camión.
Horas antes, desde el barco, un hombre enganchó un pez demasiado grande para
ser un atún, pero no tan fuerte como un tiburón: pensaron unos instantes que
podría ser un mero de los enormes, de los que con su boca forman un agujero
negro que se traga la luz del mar… pidió ayuda a sus compañeros para jalar de
la caña atrapada en las anillas de la proa y junto a dos grumetes lograron
robarle al agua el fruto incestuoso de la tierra con el mar… una mujer-pez
asustada… desubicada… presa del pánico por verse rodeada de piernas, dos bultos
grotescos saliendo de la cintura de los sirenos terrestres, porque todos los
bichos que pensamos poseemos un prisma reducido por la costumbre de lo
siempre-visto y si bien la belleza es única, escondida y escurridiza en todo el
universo, la monstruosidad, repugnancia y terror se maquilla adecuadamente en
función del baile en el que tenga cita esa noche.
Su
mitad humana superaba en millones de decibelios a cualquier mujer terrenal o
divina con la que jamás hubiesen transmitido fluidos… la cola contenía carne de
pez –por el olor y la textura semejante a la de una vieja- como para avastecer
a un restaurante durante semana y media… pero debían devolverla al mar: los
monstruos deben quedarse debajo de la cama… otros pensaron en engrilletarla
para exponerla en un museo y los menos diabólicos sugirieron dejarla descansar
en la pecera hasta tomar una decisión…
El
solo pica, las ideas solo sirven para hervir más el cerebro y cuatro meses sin
ver a sus eposas con alguna escapada de alta mar en el culo de sus compañeros
son insoportablemente duros… así que él fue el primero en bajarse la cremallera…
obligó a la polizón a subcionar su pene, a chuparlo, a salivarlo hasta correrse
–su conciencia al menos le hizo avisarla-… tras el capitán vino el timonel… el
jefe de máquinas… el cocinero… y tras satisfacerse los quince miembros de la
tripulación ya no podían devolverla al mar: cuando un pez se clava el anzuelo
queda inútil, inservible, desprotegido bajo el agua…
Quince
hombres que sin saberlo acaban de hipotecar su alma por una cláusula firmada
con semen eran incapaces de decidir sobre una criatura de hermosura infectada…
rompe el cristal… coge el hacha… dal el primer golpe… fuel primero en
desamarrarse los pantalones y ahora es el primero en dar el corte inicial. La
sirena grita, porque ha empezado desde la cola e ignorando su dolor va pasando el
hacha a sus compañeros que impulsados por el miedo, la culpa y el éxtasis
orgiástico de sexo, violencia y desalmación, clavan el metal en una quimera
llorosa pidiendo a gritos compasión de unas bestias llegadas desde la tierra…
Estoque final: el hacha directo al
cráneo.
Solo quedan pocos cientos de metros
hasta el muelle y ninguno se atreve a recordar, a expresar, a sentir…
-Hemos destruído la
hermosura –se atreve a pronunciar el grumete.
-La conservera no
entiende de hermosura –única respuesta.
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