Sin cuentos ni hadas.
Se tiró un pedo tan fuerte que el perro saltó desde el
colchón que por suerte está directamente en el piso, sin somier, solo baldosas
y gomaespuma… un perro feo, negro y despellejado por un atropello anterior a la
familia cuya falta de raza se compensa con la campechanía, simpleza e
incondicionalidad de su amor, al igual que esas chicas plebeyas que sin
pintarse ni ir con diademas de princesa aman a jóvenes gorditos, con la poya
pequeña y algo tímidos: desgraciados unidos por la necesidad de cariño en
guerra contra un teatro cargado de papeles absurdos… ellos duermen en el suelo
con un perro feo a sus pies, porque prefieren la improvisación a los textos
prefabricados, escritos por masas de guionistas con demasiado cerebro, con poca
alma, un alma sola, única, compartida entre demasiados cuerpos zombificados por
las pautas del que dirán…
Un perro asustado y un pedo con olor a coliflor podrida
hirviéndose en agua marrón de fregar… un marido agarrado a su teta riéndose por
el sonido y el tufo, reminiscencia del gamberrismo infantil.
Ella sigue durmiendo y el la observa cálida, retorcida,
con los pezones agrietados… comienza a acariciarla con su dedo índice de
barbilla a pies… la primera parada es en un sobaco con pelillos fetales, entre
cortos y largos, una axila afeitada hace dos, quizás tres o hasta cuatro días
la última vez –con 54 años casi nadie se fija en esta parte de su propio
aspecto… menos aún cuando se garantiza la pasión ciega de un hombre, el hombre,
su hombre tras casi tres décadas- y desde ahí persigue una larguísima estría
que le abarca todo el costado hasta llegar a los dos tajos de la cesárea:
cuando vio abrir el vientre de su esposa en el quirófano en lugar de desmayarse
o salir corriendo, sonrió al recordarle el corte con las lonchas de carne una
abierta a cada lado a los peces cocinados a la espalda… “pescadito” es el mote
cariñoso hacia su amada, porque el “cariño”, el “churri” o el “corazón” son
palabras polisignificativas de historia anónima, escrita por los mismos
guionistas de alma en multipropiedad… piropos que gustan a princesas con
tacones, faldas estrechas y mechas en el pelo, halagadas por cachas de gimnasio
con el tatuaje de moda saliéndosele por la espalda… cuando pase la temporada del
trival para eso existe el láser.
Se detiene unos minutos infinitamente agotables para
pasear la llema de sus dedos por la raja de su pescadito… mientras, mete en su
boca los pezones desgastados por el tiempo, la tristeza, la alegría, la leche,
la vida… su vagina, velluda y ya más cerrada que hace unas juventudes, comienza
a lubricar, momento que aprovecha para estimular el clítorex con una digitación
de pianista mientras continúa babeando dulce y lascivamente los senos, unos senos
que tras el primer chorro de mamancia pasó de pera golden a pimiento de
piquillo, pero que con el transcurso de los años han aumentado en exitación
para su hombre porque “te quiero como el primer día” es una frase cutre de don
juanes lectores de “Crepúsculo”… el amor verdadero se acrecienta para aumentar
instante tras instante en el “hoy es siempre todavía” del tiempo, porque el
amor verdadero, como el de los perros feos y despellejados, es un globo que se
hincha con cuidado para que no explote, se deja reposar un tiempo para desinflar
el exceso y luego se vuelve a soplar dentro con pasión resucitada hasta que los
cachetes se llagan por dentro del esfuerzo en soltar aire… el amor es un globo
que se trata con fuerza furiosa y delicadeza infantil hacia el juguete
favorito, todo a partes iguales… el amor son casi tres décadas haciendo
chorrear una vagina peluda por los dedos de un calvo con bigote, el amor son
casi tres décadas compartiendo el potaje de los sábados y saliendo a comer dos
veces al mes al chino, el amor son casi
tres décadas de crecimiento común y familiar mientras el pelo, las tetas y el
sueldo se caen… el amor es algo muy distinto de cuentos y leyendas escritos por
guionistas con demasiada Cenicienta en el cerebro.
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